A 15 años del asesinato de Gonzalo Acro, el exbarrabrava Alan Schlenker, condenado a prisión perpetua por ser considerado “instigador” del crimen, habla desde “el penal del infierno”
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Alan Schlenker (46), como la mayoría de los presos, jura que es inocente. Tiene dos condenas por asesinato, ambas con sentencia firme. Sin embargo insiste en que es víctima de un plan pergeñado por sus enemigos. Habla de una interna en la barra brava de River Plate y acusa directamente al ex presidente José María Aguilar. En su versión, asegura que lo sacaron del medio por que se había convertido en una amenaza para la dirigencia, porque las encuestas lo daban para presidente. No reniega de su rol en la tribuna, incluso reivindica sus enfrentamientos con la policía, pero curiosamente asegura que “ser barra brava no es delito”. Cada tanto, en sus “memorias de cancha”, menciona a Diego Santilli.
Es una rara avis en el penal de Rawson, como lo fue también en Los Borrachos del Tablón. No hay otro interno criado en una familia de clase alta, educado en un colegio privado de zona norte del gran Buenos Aires, con título de Ingeniero Agrónomo, piloto de aviones comerciales, que administre sus propios campos y que haya liderado la hinchada de River Plate.
Hace más de nueve años que está detenido por instigar el crimen de Martín Gonzalo Acro, también hincha “millonario”, asesinado cuando salía de un gimnasio. El hecho ocurrió al mismo tiempo que Schlenker disputaba el liderazgo de la barra brava del club con su viejo amigo, Adrián Rousseau.
“Hace casi 9 años y medio que estoy preso injustamente, por haber ido en contra de la mafia que había en el club. Me aplastaron y humillaron públicamente. Así se manejan las mafias”, repetirá varias veces durante la entrevista telefónica desde cárcel de máxima seguridad de Rawson, conocida como “el penal del infierno”.
-¿Por qué está detenido en una cárcel de máxima seguridad, Alan?
-Es muy raro que me hayan enviado a mí acá. Y más extraño es que los asesinos de Gonzalo Acro están en cárceles de Buenos Aires, en pabellones vip. Hay uno que está en una colonia, con un régimen abierto... un poco más es Disneylandia.
En los últimos años, Alan Schlenker acumuló una vasta experiencia en cárceles. Pasó por siete penales diferentes antes de llegar a Rawson, donde está encerrado desde principios de 2018. “Estaba en la unidad siete de Azul, a 300 kilómetros de Capital, relativamente cerca de mi familia. Ahí tenía la posibilidad de estudiar. En un año y pico rendí y aprobé seis materias de Derecho, había pensado en recibirme de abogado para capitalizar el tiempo que injustamente estaba en la cárcel. Pero en febrero de 2018 me cargaron en un camión y me trajeron hasta acá, a 1450 kilómetros de mi familia y sin posibilidad de estudiar”, dice.
En Rawson, está alojado en el pabellón 10, que es conocido como “la villa”. Allí, pasa sus días junto a los detenidos de peor conducta y calificaciones más bajas. “Aunque traía del penal anterior una calificación de 10 por mi conducta, que era ejemplar, y un ocho de concepto porque era tutor educativo de la unidad penitenciaria y presidente del centro universitario, cuando llegué acá me sacaron toda esa calificación y me alojaron en el fondo, donde están los peores pabellones”, cuenta.
Durante la entrevista la comunicación se verá interrumpida por una requisa que, explica Schlenker, se repite cuatro veces cada día.
-¿Cómo son sus días en el penal?
-Esto es un horror, acá todavía se vive como en la dictadura militar. En los pabellones, les dicen así pero en realidad, son pasillos de tres metros de ancho por uno y medio de fondo, alojan alrededor de 37 presos apilados. Rara vez podemos salir al patio, estamos confinados por semanas enteras... Es denigrante e inhumano.
Alan Schlenker es el hijo mayor de un segundo matrimonio de un comandante de Aerolíneas Argentinas y una azafata que luego se recibió de abogada. “Yo soy hijo de la empresa. Me crié en un avión. Como papá hacia vuelos internacionales, siempre pasábamos alguna de las fiestas de fin de año, Navidad o Año Nuevo, volando rumbo a Miami, Nueva York, Nueva Zelanda... íbamos todos acompañando a mi viejo”, cuenta.
Al recordar aquellos “años felices”, su infancia, la voz del barra brava amaga con quebrarse. “Me llenaba de orgullo sentarme en el avión que comandaba mi padre y escuchar en altavoz al comisario de abordo decir ‘el comandante Schlenker les da la bienvenida...’”, dice.
Alan hizo su primaria y casi toda la secundaria en el colegio San Lucas, un colegio bilingüe de Olivos, Buenos Aires. “Aunque fui a un colegio católico soy ateo. Mi apellido parece judío, pero no lo es. No es que tenga algo de malo, pero muchos me preguntan. ¿Cuándo dejé de creer? Cuando me metieron en la cárcel injustamente”, dice.
-¿Cómo mantiene la relación con sus padres?
-Es muy difícil por la distancia. Este año pedí que me trasladen a Marcos Paz, en Buenos Aires, porque es donde está mi padre, que tiene 84 años. La justicia me rechazó el pedido justificando que mi papá, por su edad, no podía hacer las largas colas para entrar al penal de Marcos Paz... ¿Y por eso prefieren que haga 1400 kilómetros? No se entiende.
Como el centro de detención solo ofrece estudios primarios y secundarios, Alan cuenta que realizó todos los cursos de capacitación profesional disponibles: desde herrería y mecánica hasta reparador de PC. Actualmente, prefiere pasar sus horas de encierro leyendo. Hace poco días, terminó de leer Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y acaba de empezar un libro sobre mitología griega.
-Imagino que la presencia de un exlíder de la barra brava no pasa desapercibida. ¿Cómo se lleva con el resto de los internos?
-Soy uno más. No tengo una gran relación. Soy muy introvertido. Cuando puedo hablo con mi familia por teléfono y me vuelco a la lectura. En los nueve años y medio que llevo detenido, hasta el momento, no tuve mayores inconvenientes.
-¿Cómo es recibido un barra en las cárceles?
-El tema es delicado, porque no está bien visto en la cárcel venir de una hinchada. Pero, indirectamente, la difusión de las imágenes de la hinchada de River, conmigo al frente, peleándose de visitante con la policía de Brasil y Paraguay, hizo que me pudiese acomodar acá. Todos los que manejaban los pabellones de las cárceles en las que estuve, me reconocieron que, aunque no quieren saber nada con los “tribuneros”, la hinchada de River fue la única que se paró de manos con la policía. Y yo nunca oculté mi pasado.
-En algún momento, en estos nueve años de cárcel, ¿temió por su vida?
-Aunque las peleas son “la especialidad de la casa”, yo hice deportes toda mi vida, artes marciales. En la cancha siempre que hubo lío se me pudo ver adelante de todo y sin armas. Así que no, no me genera temor.
Para Alan Schlenker la vida en el penal es “indigna”. Está claro: las comodidades distan mucho de aquellas a las que estaba acostumbrado antes de quedar preso. En el centro de detención chubutense hay alrededor de 500 presos distribuidos en 16 pabellones. Salvo los privilegiados de “el módulo”, un sector que aloja a 90 presos de buena conducta, el resto no tiene cubiertas todas las necesidades básicas. “En el penal no hay un desayuno ni merienda. Te dan un pan y unas bandejitas con el almuerzo y cena, pero cada vez traen menos comida. Uno se las tiene que rebuscar y proveerse sus propios alimentos. Tampoco todos los días hay agua. A veces se corta. A diferencia otras cárceles de la provincia, donde te pueden llevar algo para calefaccionarte en invierno o un ventilador en verano, acá no hay y no está permitido tu familia te traiga uno. Tenemos cinco televisores en el pabellón. El año pasado vinieron de la Defensoría General de la Nación y sacaron un informe lapidario de cómo el lugar es indigno y degradante. Pero todo sigue igual”, dice.
-En el encierro, encontró el amor: subió a sus redes sociales imágenes de su casamiento dentro de este penal.
-Sí, nos íbamos a casar dos años atrás pero la pandemia lo postergó todo. Patricia es mi compañera. Hace seis años que estamos juntos y es de fierro. Ella es todo para mí. Me consuela todo el tiempo y llora conmigo. Cuando me trasladaron al sur, ella también vino y tengo dos visitas semanales.
“Cuando empecé a formar parte no era delito ser barra brava”
-¿Cómo llegó a convertirse en el líder de una barra brava de fútbol?
-Hay mucho prejuicio en el tema. La realidad es que cuando yo era chico era socio pleno de River. En la semana iba al gimnasio del club, hacía natación y también jugaba al tenis. Cerca de mi casa, estaba el puesto de diarios “El Diariero”(Edgar Butassi), él era el jefe de la barra brava de River a principios de los ‘90. Conversábamos seguido y también almorzábamos juntos en la confitería del club. Nos hicimos amigos. La realidad es que cuando empecé a formar parte de la barra no era delito ser barrabrava... y hoy tampoco lo es. Además, existía mucha gente como Butassi, que era trabajadora y no necesitaba vivir de River, como Hugo Slipak, que era contador y después fue tesorero del club, también estaba Diego Santilli, que es contador.
-¿Qué dijo su padre, piloto de Aerolíneas Argentinas, cuando lo vio en la barra brava?
-Él siempre confió en mi criterio y además veía a las personas que formaban parte de la barra. Había de todo, pero muchos te sorprenderían. Gente con familia y trabajo. Cuando salía de la cancha a mí me llevaba hasta la puerta de mi casa Diego Santilli en su Ford Escort. Y él, en los ‘90, era igual que ahora, una persona lista y preparada. Por eso mi viejo más que “tené cuidado” o “fijáte que es un lugar complicado”, no me decía. Digan lo que quieran, que está cuestionado o mal visto, pero no es delito. Y lo que no está prohibido está permitido.
-Usted dice que “no es delito” ser barra brava. Sin embargo, las barra bravas montaron negocios espurios alrededor de los clubes de fútbol: reventa de entradas, estacionamiento, buffet e incluso venta de drogas, por nombrar sólo algunos.
-Yo dejé de ir a la cancha hace muchos años, desde que me metieron preso. Desde entonces, pasaron muchas cosas. Pero cuando yo iba, ni Diego Santilli, ni Butassi ni Slipak revendían entradas ni tenían negociados. Hoy, [Héctor] “Caverna” Godoy, el actual líder la barra brava, que es la mano derecha de Adrián Rousseau, está siendo investigado por la Justicia porque en la presidencia anterior le dieron una maquina ticketeadora y una oficina en el Monumental. También le encontraron 300 entradas y 18 millones de pesos. Sin embargo, la gente me ve reclamando Justicia y me pega a mí. Me ven y piensan: “Este algo habrá hecho”. Pero cuando asumí como referente de la hinchada, si podía hacer entrar a la gente gratis, en especial, a los que eran del interior, lo hacía. A mí no me pueden adjudicar pretender lucrar con River porque eso empezó después de que me metieron preso. Yo perdí todo por River, hasta la posibilidad de entrar en Aerolíneas Argentinas, porque soy piloto comercial de primera clase y en 2007 me estaban confeccionando el uniforme, pero cuando me detuvieron, lo perdí todo. Nunca gané dinero con River. Lo puedo demostrar con mi cuenta del banco. Desde 1998 me dedico a la agricultura. Sin embargo, en 2007 me embargaron la cuenta y al día de hoy continua así.
-Ser jefe de la barra brava le dio reconocimiento y poder.
-Yo quería ser dirigente de River. Comí asados con Ramón Díaz y Marcelo Gallardo. Es cierto que te da un lugar de poder, pero eso tampoco es delito.
El asesinato de Acro y la condena
Hace 15 años, el asesinato de Martín Gonzalo Acro a la salida de un gimnasio conmocionó a la sociedad. Ocurrió durante la presidencia de José María Aguilar, cuando dos bandos de la barra se disputaban el liderazgo. De un lado estaba Rousseau, del otro Schlenker. El crimen de Acro fue precedido por dos enfrentamientos dentro del club, de una violencia sin precedentes, que trascendieron en los medios como “la batalla de los quinchos” y “la batalla del playón”.
El 7 de agosto de 2007, alrededor de las 23.10, Martín Gonzalo Acro y Osvaldo Gastón Matera fueron interceptados a la salida de un gimnasio de Villa Urquiza por un grupo de hombres. Acro, que recibió dos disparos en la cabeza y uno en la pierna, murió dos días después en el Hospital Pirovano.
En 2011, seis personas fueron condenadas a prisión perpetua por el asesinato de Acro: los hermanos Alan y William Schlenker, considerados por la justicia como instigadores del crimen; Ariel ‘El colo’ Luna, como el autor material del delito; además de Rubén ‘Oveja’ Pintos, Pablo ‘Cucaracha’ Girón y Sergio ‘el Pelado’ Piñeiro, considerados coautores del crimen por estar presentes en lugar y en la planificación del hecho. Los últimos cuatro pertenecían a “la banda de Palermo”. Maximiliano ‘Pluto’ Lococo, fue condenado a 10 años de prisión como partícipe secundario y Matías Kevin Kraft, resultó el único absuelto.
Pero no es el único crimen por el que está detenido Alan Schlenker: en 2015 fue condenado a 12 años de prisión por la muerte de un supuesto dealer llamado Mario Alfredo Sanzi, alias “Gordo Popó”, de 19 años, asesinado en 2001. “Estoy cumpliendo condena por las dos causas. Tengo condena firme en ambas. Las dos fueron impulsadas por mis enemigos, el brazo armado de Aguilar: Adrián Rousseau y compañía, Matias Goñi, un tal Conejo... todos los de la barra brava oficial. Ellos son los acusadores de las dos causas que tengo y, lo más curioso, el abogado querellante, en las dos causas, es el mismo: Aníbal Mathis. Él representa a la familia Acro y también a la familia Sanzi, el crimen que me acusaron el día que iba a declarar en la causa de Gonzalo”, explica.
-¿Qué fue lo primero que vino a su mente cuando recibió la condena a prisión perpetua por el asesinato de Acro?
-Se me vino el mundo abajo porque la principal prueba para condenar a los otros acusados fue los entrecruzamientos de llamadas de la empresa Nextel. Y yo estaba tranquilo porque sabía que en mi caso no existían. Tal es así que, al finalizar los alegatos, los jueces al ver que no había llamadas, cambiaron el hecho y dijeron que en realidad esas llamadas no eran tan importantes y que yo había instigado al “Colorado” Luna la noche anterior personalmente en una pizzería de Belgrano, a cinco cuadras de mi casa. Fue algo que introdujeron los jueces a último momento en la sentencia. Nunca tuve la posibilidad de defenderme sobre este punto.
-¿Y cuál hubiese sido su defensa?
-Que no hay elementos que me vinculen a mí con el crimen. No solo no tengo ninguna llamada con los asesinos de Gonzalo, sino que el día del hecho tengo 54 llamadas con personas completamente ajenas al crimen. Tampoco hay testimonios en mi contra. Los autores materiales se negaron a declarar o declararon muy poco y ninguno me incriminó a mí. Y las pruebas objetivas demostraban que habían ido a buscar al pobre Gonzalo por el enfrentamiento del playón, en el que Acro había acuchillado a uno de la banda de Palermo y ellos tomaron venganza.
El 6 de mayo de 2007, cerca de las 18:45, la facción de la barra brava que comandaba Rousseau, conocida como “la barra brava oficial”, ingresó al Monumental luego del partido que River Plate jugó contra Independiente. Entre 50 y 60 personas, todas encapuchadas y de negro, agredieron con armas blancas y de fuego a la otra facción, liderada por Alan Schlenker, en la zona del playón interno. Como consecuencia del enfrentamiento, resultaron heridos Carlos Ariel “Urko” Berón, Roque Emmanuel “Rocky” Raposo, Mauricio Aguirre, Salvador Estrada Vigil y Raúl Alejandro Etcheverry.
Según Alan, 15 días antes del asesinato de Acro, Rousseau se reunió con Carlos Ariel “Urko” Berón, uno de los heridos en la batalla del playón. “El Urko, pasándose una mano por el cuello, le dijo a Rousseau que si no le pagaba 50.000 dólares, quien le había hecho eso, que había sido Gonzalo, iba a terminar lastimado. Rousseau se cruzó de brazos y le dijo que él no era un banco. Es decir que, Rousseau sabía que los de Palermo lo habían amenazado y le habían reclamado una indemnización, por llamarlo de alguna forma, y que él se había negado. Por eso, el asesinato de Acro fue una venganza. Rousseau lo supo desde el principio y de primera mano, sin embargo lo ocultó y me acusó a mí”, explica.
-Pero usted convivió durante años en la tribuna con la banda de Palermo. De alguna manera, con Rousseau también la lideraba.
-No. La banda de Palermo es más antigua que Adrián Rousseau y yo. Es un grupo que no respondía a nadie. Eran ellos y punto. Y así lo declararon decenas de testigos en el juicio.
-¿Rousseau se comunicó con usted después del juicio?
-Nunca hablamos ni volveremos hablar. Él era hincha de River en sus orígenes pero después se vendió y se transformó en el grupo de choque de Aguilar. Nuestra enemistad seguirá toda la vida. Él me metió preso, sabiendo que habían sido los de Palermo.
“Mi hermano está emocionalmente quebrado”
-En una entrevista reciente, su hermano William Schlenker, también condenado por el crimen de Acro y preso en el penal de Marcos Paz, dijo que analizaba la posibilidad de quitarse la vida si no recupera su libertad.
-Él está desesperado. Emocionalmente quebrado. Se nota que cuando amenaza con el suicidio busca que los jueces revisen la condena. Es un llamado de atención a su manera. Tal vez en la gente genera repudio, pero creo que hay que ponerse en su lugar. Lo que nos pasó le puede pasar a cualquiera. Formar parte de una hinchada no es delito en la Argentina.
-De hecho, su hermano dice que si él hubiera sido el jefe de la barra brava “nada de esto habría pasado”. Y lo acusa a usted, dice que fue su culpa por haber ido “a espiar a Adrián Rousseau y su banda”.
-Ninguna de las cuestiones de la hinchada, ni mi disputa con Adrián Rousseau, tiene que ver con la muerte de Gonzalo Acro. No hay que mezclar las cosas. Al pobre de Gonzalo lo mató la banda de Palermo en venganza por el ataque del playón. Y eso está probado en la causa.
Alan Schlenker actualmente está esperando la resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde denunció su caso. “Estoy condenado sin pruebas. Hubo una violación a mi derecho de defensa y una afectación al principio de congruencia. Me acusan de una cosa y me condenan por otra sin tener la oportunidad de defenderme. Me ponen como instigador, pero es una acusación en el aire. ¿A quién instigué? ¿Cuándo? ¿Qué dije? ¿Cómo lo hice? ¿Por telepatía? Una locura. Por otra parte, no se puede instigar a alguien que ya está decidido a cometer el delito”, dice.
-Usted es padre.
-Hace rato que no veo a mi hijo, desde la antes de la pandemia. Mi hijo tiene 10 años y yo estoy por cumplir 10 años de prisión... mi vida está destrozada. Aunque mañana me den la razón, mi hijo ya creció y en los primeros años de su vida yo no estuve.
-Si un día descubre a su hijo en la barra brava, ¿qué consejo le daría?
-Hoy los tiempos cambiaron. Antes las cosas se solucionaban de otra manera, cara a cara. Le diría que no... que no se meta.
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