Mi nombre es Poldy
Su obra más conocida, Cuentos para Verónica , es, con dos millones de ejemplares, el segundo libro más vendido del país después del Martín Fierro. Esta es la historia de cómo la escritura la mantuvo a flote en las tragedias que vivió: la orfandad, la viudez y la muerte de su única hija
Poldy Bird ya no hará regalos de cumpleaños. Después de décadas de comprar -para tíos y tías, para abuelas y primos- alguna de todas esas cosas que pueden adquirirse en una tienda, que se envuelven con moño y que se pagan, Poldy Bird, escritora, argentina, empezará a regalar antiguas cartas, aquel portarretratos, esa caja especial, las fotos de la abuela.
-Cosas que guardé con el paso de los años. Desde ahora, cada vez que alguien cumpla años, le voy a regalar alguna de esas cosas.
El departamento -dos cuartos, baño, sala, cocina grande- tiene balcón, muebles oscuros, un pesebre armado desde diciembre, estampitas de santos, velas encendidas. Ella es, como sus fotos lo indican, rubia. Viste de negro, la voz suave.
-Porque me dije: "El día que yo me muera, ¿qué va a pasar con todo eso?" Los que queden lo van a tirar a la basura.
-Bueno, mucha gente guarda...
-No. Cuando desaparecen las madres, ya nadie guarda nada.
* * *
Nació en Paraná, pero vivió allí cuarenta y cinco días. Su padre, Enrique Bird Mosconi, sobrino del general Mosconi, militar, fue trasladado a Buenos Aires después del nacimiento de esa niña que llevaba el mismo nombre que la madre: Poldy.
-Nos llamamos Poldy las dos. Es un nombre muy común en Austria, y yo tengo ascendientes austríacos, franceses, irlandeses e italianos.
Poldy Bird, la madre, era una mujer de 18 años, bonita, rubia, profesora de castellano y de francés, que publicaba columnas en la revista Maribel bajo el título Pasa una mujer. Tuvo, con Enrique Bird Mosconi, dos niñas más, Marta y Noralí.
Poldy Bird, la hija, empezó a escribir a los cinco: poemas, cuentos. Y el 10 de agosto del año en que ella tuvo 8 sonó el teléfono y atendió su padre.
-Dijo: "¿Mi señora?, ¿cómo?". Dicen que mi mamá corrió el tren y que se fue para abajo y golpeó con la cabeza en el andén. No sé si murió por el golpe o por el tren. Al día siguiente nos dijeron: "Mamita se fue al cielo". Y yo me enojé un montón. Dije: "¿Cómo hace eso si tiene tres hijas que la están esperando?". No la vi muerta. ¿Querés que te diga? Agradezco. Yo no me la acuerdo a mi mamá muerta. Después de eso nunca más nadie me arropó, ni... Ni ninguna de todas esas cosas. Mi mamá también era huérfana: mi abuela había muerto en un accidente de auto cuando mi mamá tenía 11 años.
-¿Y su padre...?
-No, no me acuerdo. Se volvió a casar.
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Poldy Bird ha publicado, desde 1969, veintidós libros, dos de los cuales han vendido, entre ambos, tres millones seiscientos mil ejemplares. Envueltos en portadas rosas o celestes -los dibujos de niñas o adolescentes o mujeres jóvenes se esfuman sobre un fondo de flores, espejos y enredaderas-, los textos de Poldy Bird suelen estar escritos de "tú" y decir cosas como ésta: "Para no llamarte me muerdo los labios, aprieto los puños. (...) Tenés que creer que te he alejado de mis sentimientos, que ya no ocupás ningún lugar en mí, que no fuiste más importante que lo que yo fui para vos". O como ésta: "Y no podría explicarte cuándo empezó. Qué día, a qué hora. Cuál fue la primera vez que en lugar de discutir dije «tenés razón». Y me quedé callada. Cuándo fue la primera vez que me enrollé en la sábana para que no me despertara esa noche; ni la vez que estrené un camisón impregnado de Dioríssimo y él se quedó dormido antes de que me metiera en la cama".
Ahora, editorial Del Nuevo Extremo publica un libro llamado El cuento infinito que reúne doscientos de sus relatos, en los que hay mujeres hastiadas de rutina o mujeres que sufren sin decir o mujeres que crían sin vacilar (o todas esas cosas juntas) y hombres que quieren la comida lista u hombres que quieren la mujer dispuesta o héroes sinfónicos de pecho celeste y mirada oceánica dispuestos a aplastar a sus hembras con innúmera crueldad (o todas esas cosas juntas).
Por una razón o por otra -en manos de machos perfectamente rutinarios o en manos de varones rampantes peligrosos- las mujeres, en los textos de Poldy Bird, siempre -siempre- la pasan mal.
-Una vida de mierda. ¿Qué querés que te diga? La mía es una vida de mierda. En realidad, yo escribo porque si no estaría en el Moyano. En una silla. Hamacándome.
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De su madre, dice, recuerda algunas cosas: chispazos, recuerdos que no sabe si inventó.
-Se tentaba de risa. Y escribía coplas. "Hay una luna en el cielo, y hay otra luna en el río. ¿Cuál será la verdadera de las dos lunas que miro?" Yo leía y escribía mucho. Mi primer libro salió cuando tenía 26 años, pero publicaba desde los 16, cuando mandé un poema al diario La Prensa y lo publicaron. A mí siempre me pasó así. Nunca me cerraron la puerta ni me dijeron: "No, llame después". Empecé a publicar en Maribel, en Vosotras. A los 17 años lo conocí a Martín Renaud. Un día me preguntó si no quería ir a tomar algo, y nos casamos.
Dos años después, cuando Poldy Bird tenía 20, nació su hija: Verónica. Y, desde el momento en que Verónica nació, Poldy Bird empezó a escribir un libro que, seis años después, la haría famosa.
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"Le tengo mucha paciencia. Es absorbente, inquieta, pedigüeña; no me deja un segundo en paz. Cuando llego a casa, al mediodía, después del trabajo, se me pega y no se separa de mí por nada. Y yo la dejo hacer. Y la secundo. Que me tenga, que me tenga mucho. Que se llene de mí. Que me respire. Que me toque. Que me obligue a quererla con toda mi alma y mi cuerpo también. Que me diga «mamita no te vayas». Que me lo diga para que yo me quede", escribió Poldy Bird en Cuentos para Verónica, ese conjunto de relatos, cartas, memorias y recuerdos de la primera infancia de su hija real, de su hija pequeña, de su única hija, que fue la iniciación al llanto de dos o tres generaciones. Cuentos para Verónica se publicó en 1969, en una edición autogestionada de 20.000 ejemplares que se agotaron inmediatamente. En junio de 1971 publicó su segundo libro, Cuentos para leer sin rimmel, un conjunto de relatos entre los que hay una carta para los niños que no reciben juguetes en Navidad y otra para una madre que murió sin conocer el mar, entre otras cosas.
Cuentos para Verónica vendió, hasta hoy, dos millones de ejemplares en setenta y ocho ediciones. Cuentos para leer sin rimmel vendió, hasta hoy, un millón seiscientos mil ejemplares en sesenta y ocho ediciones. Y, aunque en la contratapa de Cuentos para Verónica se lee una frase del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal ("Este es un libro que hace más hermoso al mundo"), y otra publicada en el diario El País, de Montevideo ("Esta mujer pega donde duele. Esta mujer que escribe cuentos que hacen llorar es una escritora de raza"), es difícil encontrar ya no una crítica favorable, sino una crítica sobre los libros de Poldy Bird.
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-El año 70 fue de Poldy Bird. El 71 también. El 72, igual. Los libros se vendían muchísimo. Y cómo me criticaban los demás escritores porque yo distribuía el libro en los quioscos y por entonces eso era un sacrilegio. Lo que diga la crítica, como dicen los chicos, me chupa un huevo. Me preocuparía si dijeran "escribe mal". Pero escribo muy bien. Mi prosa es como el agua que se filtra, y que llega hasta lo más hondo. No me importa mucho lo que la gente piensa de mí. En realidad, no quiero que piensen nada. Yo me saco las tripas y se las doy. Después que ellos les pongan esas tripas a quien quieran.
En 1975 renunció al cargo de directora de la revista Vosotras para fundar, con su marido, la editorial Orión, donde se publicó a sí misma, a Katherine Mansfield, a Arnaldo Rascovsky, a Antonio di Benedetto (que dizque le escribía cartas desde la cárcel, garabateadas hasta el último rincón del papel), a Silvina Ocampo (de quien dizque era muy amiga y que le preparaba scones). Las cosas iban bien y mejor. Compró departamento en Rodríguez Peña y Alvear, quinta de fin de semana, casa en Punta del Este.
-De todas las cosas que alguien puede querer, yo las tuve todas. Ropa, casas, viajes.
-¿Y Martín?
-Trabajábamos juntos en la editorial.
-Pero incluso en los textos más autobiográficos él casi no aparece.
-Es que el padre en la vida de todo el mundo es como un personaje. No es la madre.
Verónica tenía 15 años, la editorial Orión marchaba bien, los libros ídem. Una tarde de junio, pleno invierno, Martín Renaud conducía por la Panamericana para reunirse, en la quinta, con su hija y su mujer, pero se sintió mal y desvió hacia la clínica Vicente López.
-Entró, dijo "me siento mal", y se cayó muerto. Un infarto masivo. Cuando me avisaron me fui al baño; Verónica se metió conmigo y me dijo: "No vamos a hacer un escándalo porque a papá no le hubiera gustado". Y nos contuvimos. Te dicen: "Ay, es una prueba de Dios". ¿Hasta cuándo me va a probar? Me está probando desde que abrí los ojos. ¿Todos los días me va a probar? ¿Por qué no se va a probar a otro? Yo ya rendí todos los exámenes. Si no me sacaba las cosas de adentro escribiendo, me hubiera muerto. Porque todo lo que le puede pasar a un ser humano, a mí me pasó. Muertes, enfermedades. Lo peor de lo peor.
Quedó viuda a los 36 años. Verónica creció, se casó, tuvo un hijo de nombre Alan. Poldy Bird siguió editando, siguió escribiendo: Cuentos con niebla, Cuentos de amor, Nuevos cuentos para Verónica, La nostalgia, El país de la infancia, Palabras para mi hija adolescente, Verónica crece, Mariposas encerradas en mí, Es tan largo el olvido, Corazón sin llave, Brillo de lágrimas, Cartas debajo de la almohada, Morir entre tus brazos, Pasa una mujer.
Pero en 2001, cuando la crisis arrasó, tuvo que cerrar la editorial, vender departamento, mudarse a éste, que alquila, que todavía no puede, no quiere sentir suyo.
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"Hola, habla Poldy. Por favor, comunicate conmigo. Tenemos que suspender la entrevista que habíamos combinado para esta semana porque pasó algo terrible." Ocho meses atrás, el 26 de octubre de 2008, la voz de Poldy Bird en el contestador automático de La Nación suspendía, así, la entrevista convenida para esa semana. Cuando, horas más tarde y también por teléfono, Poldy Bird explicaba los motivos de esa suspensión parecía serena. "Fue un ataque cerebral. Una muerte súbita. Dejemos pasar un tiempo. Yo te llamo."
El día anterior, 25 de octubre de 2008, la hija de Poldy Bird -la única hija de Poldy Bird: Verónica Renaud- había muerto.
Ahora, abril y 2009, recuerda aquel octubre, ese llamado.
-Te llamé yo para avisarte y suspender la entrevista?
-Sí.
-Claro. ¿A quién vas a hacer llamar para una cosa así?
-¿A una amiga?
-No. A la gente no le gusta hacer esas cosas. Ese día Verónica estuvo acá, con Alan. El se fue a casa de un amigo. Ella se fue a su casa y se murió. No busquemos cosas justas. Nadie nos prometió que la vida iba a ser justa. Vení a mi estudio, te quiero mostrar las cartas.
Las cartas empezaron a llegar cuando el hecho se hizo más o menos público. Cuando Mirtha Legrand lo mencionó en su programa, cuando la directora de la revista Mía, donde Poldy Bird publica un relato por semana, lo mencionó en el editorial. En el estudio hay una biblioteca, una computadora, un escritorio cubierto de papeles, más estampitas. Poldy Bird se sienta, pasea por los mails, no pestañea cuando, aberraciones cibernéticas, el remitente de Verónica Renaud, su hija muerta, late todavía en el messenger, llena la casilla de mails.
-Esta carta me la mandó Ricardo Montaner, que es fanático mío. Leela.
La carta dice así: "Querida, ¿por qué tú? ¿Y quién iba a contarnos del dolor con tanta realidad y verso, si no tú? ¿Y quién podría darle forma de poesía a una lágrima perdida, si no tú? ¿Y quién mejor para Dios que tú para hablarles a los comunes del dolor que él sintió el día que vio a su hijo morir por nosotros? ¿Por qué tú? Porque en medio de la devastación tú sigues siendo preferida".
-Preferida. Soy la preferida para joderme. Como que Dios me da, y me tiene que sacar lo que me da. En el balcón, el otro día, creció una plantita. Una enredadera flaquita que largó una florcita que duró un día. Y yo pensaba: hasta esta planta de mierda tuvo más oportunidades. Dio una florcita. Ella, Verónica, que tenía tantas cosas para hacer en su vida, como criar este hijo, no tuvo oportunidad. ¿Por qué no me morí yo? Ah, acá está. Mirá, esto lo escribí para Verónica cuando ella se murió.
Abre un documento. Suena una música de guitarra. Lee:
-"Todo lo alumbra su nombre. Porque ella usaba zapatitos de charol con medias blancas..."
De pronto, Poldy Bird se encoge como si algo la empujara contra el piso.
-Leelo vos.
-¿Le parece?
-Sí. Por favor.
El texto es sencillo. Es breve.
La mujer solloza cuando escucha, pero no deja de escuchar.