En 2018 a Natalia le diagnosticaron esclerosis múltiple luego de pasar muchos meses con unos dolores que en un momento le impidieron moverse pudo apaciguar los efectos de la enfermedad.
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“Recuerdo que a fines del 2017 comencé con dolores en mi espalda, aunque mucha importancia no le di. Pensaba que era porque estaba mucho tiempo sentada. Sin embargo, pasaban los días y esos síntomas se fueron acrecentando. Luego, comenzaron a adormecerse mis brazos, se me caían las cosas de las manos, había veces que yo misma me trataba de torpe hasta que llegó un momento en que no podía ni ponerme los aretes. Ahí me asusté, fui al hospital público de la ciudad porque no aguantaba el dolor. Un doctor al revisarme me dijo que podría ser lumbalgia, que tratara de hacer ejercicios y que tomara todos los días un ibuprofeno y que de esa forma se me iba a pasar. Pero pasaban los días y ya me costaba caminar, me cansaba, una cuadra me parecía que eran 20. Comencé a arrastrar las piernas, tenía que sentarme en cada banco que encontraba hasta llegar a la facultad”.
De esa manera tan cruda y hasta desgarradora, Natalia Alejandra Asís (33) recuerda cómo fueron esos meses en los que aquellos dolores no cesaban por lo que su preocupación aumentaba con el correr de los días.
“Mis piernas me temblaban”
Natalia es oriunda de Amaicha del Valle, un pueblo que se encuentra a unos 180 kilómetros de San Miguel de Tucumán y antes de los episodios relatados vivía en la capital de Tucumán donde estudiaba Derecho.
Para octubre de 2018 los dolores seguían acechándola hasta que un día ya no pudo moverse. “Entré a ducharme y casi me caigo, mis piernas me temblaban. Mi papá me llevó a la cama, mientras yo pensaba al día siguiente iba a estar bien, pero no fue así. Al despertar, ya no podía mover nada y grité tan fuerte que mis padres y mis hermanos corrieron a verme”.
Un duro e inesperado diagnóstico
A partir de ese momento, cuenta, comenzó a peregrinar por diferentes consultorios médicos, días en los cuales la querían poner en una silla de ruedas, mientras ella se rehusaba. “Así que mis padres fueron mis muletas, me alzaban, yo arrastraba todo, hasta entrar al hospital, que fue ahí donde comenzaron a hacerme estudios, una resonancia y una tomografía”.
- -Natalia Asís -dijo uno de los médicos al salir de una sala.
- -Soy yo -le contestó ella.
- -La van a preparar para llevarla a una sala, sus estudios dicen que tiene esclerosis múltiple (EM).
- -¿De qué se trata esta enfermedad- le preguntó Natalia, que jamás había escuchado esa sigla.
- -Es una enfermedad en la que el sistema inmunológico degrada la cubierta protectora de los nervios. En la esclerosis múltiple, el daño a los nervios interrumpe la comunicación entre el cerebro y el cuerpo. Ocasiona muchos síntomas diferentes, como pérdida de la visión, dolor, fatiga y disminución de la coordinación. Los síntomas, la gravedad y la duración pueden variar según la persona. Algunas personas pueden no presentar síntomas durante gran parte de sus vidas, mientras que otras pueden tener graves síntomas crónicos que nunca desaparecen -le explicó el especialista.
- -¿Existe la posibilidad de un trasplante? -le preguntó Natalia, ingenuamente.
- -No, y con suerte vas a poder mover la cabeza, tenés muy lesionada la medula espinal.
- -Yo solo quiero saber si voy a volver a caminar.
- -No creo por la forma en la que está dañada la medula.
Una apuesta que solo trajo buenas noticias
“Estaba sola, me largué a llorar y sentí que todo se me vino abajo. Cuando regresaron mis padres me abrazaron muy fuerte y mi papá me dijo que aunque tuviera que endeudarse me iba a llevar a donde fuera para que me hicieran caminar de nuevo”, se emociona.
Durante esos días Natalia se encontraba tan mal que no quería ver a nadie para evitar contar una y otra vez cómo se sentía. Tras permanecer tres días internada en ese hospital, sus padres la llevaron a un kinesiólogo y profesor de Educación Física en Catamarca, a 23 kilómetros de su pueblo, que le realizó masajes y luego le hizo hacer ejercicios. “Me desesperaba porque yo ya quería caminar, me hacían agarrarme de unos fierros, hacía 10 pasos agarrándome y volvía, luego me alzaban para subir a una bici fija, así como dos semanas”.
Como Natalia veía que lo que estaba haciendo no la llevaba al lugar en el que se quería encontrar, le propuso a su papá que la llevara a la cancha de avión, una calle de tierra larga donde comenzó a agarrarse de él hasta que luego logró caminar sola. “Me concentraba mucho, miraba hacia abajo y daba pasos lentos, pero lo hacía. Así todos los días hasta que comencé a trotar, pero seguía mirando hacia abajo, me caí en una oportunidad, igual lo seguí haciendo. Hacia camillas, que eran tratamientos con piedras de jade, con calor. Una vez agarré la bicicleta y pedalee varias cuadras. Cuando me vio mi papá se asustó mucho y me fue a buscar. Tenía una felicidad cuando lo vi porque le dije que había podido hacerlo. Me retó, pero mi felicidad era inmensa”.
“Naty: te levantaste del subsuelo”
Luego de pedalear durante varias noches en pleno invierno Natalia conoció el placer que le hacía sentir levantar pesas. “Cada día me esforzaba más, fui recuperando mi estabilidad. Llegué a levantar hasta 110kg en prensa, para mí era muchísimo, el placer que siento hasta hoy al hacer ese tipo de ejercicios es único”.
A los meses de haber empezado con estos ejercicios Natalia debió volver a ver al doctor Gustavo José, neurólogo especialista en pacientes con EM. Cuando la vio, le dijo: “Naty: te levantaste del subsuelo, mientras sientas que podés, seguí haciendo esos ejercicios”.
“Igual aún me costaba caminar bien, el doctor me sacó a caminar y mientras charlábamos él controlaba el tiempo que yo hacía en una cuadra. Era lenta, pero lo había logrado”.
“Me miro al espejo y me digo que pude y podré”
Natalia cuenta que hace dos años y medio que dejó de tomar la medicación por decisión de su neurólogo ya que en ese momento tuvo que atravesar un tratamiento de quimioterapia a raíz de un cáncer de ovarios. Sin embargo, dice que no tiene ningún síntoma de la EM y que hace una vida normal pese a que la enfermedad suele ser progresiva.
“Mi doctor a veces no se explica, pero hice y hago muchas cosas para mantener el cuerpo sano. La biodescodificación me ayuda a la hora de tratar las emociones y mantener mi mente sana. También medito y hago yoga”.
Después de unos años más que difíciles Natalia logró retomar sus estudios, trabaja en un estudio jurídico por la mañanas y tres días por la tarde en una forrajería para poder pagarse el alquiler y demás impuestos. Continúa entrenando seis días a la semana y comiendo de manera saludable.
“Anhelo recibirme de abogada que es algo que soñé desde niña y estoy poniendo todo de mi para que así sea. Lo fundamental es rodearse de gente que nos quiera, yo agradezco a mi familia que jamás me dejó caer y a mis amistades que valen oro, pero también me agradezco a mí misma, me abrazo, me amo y me miro al espejo y me digo que pude y podré”.
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