En su camino de adaptación en Austria, un ritual lo llevó a vivir momentos inolvidables en un lugar donde conviven la elegancia, los aplausos y los abucheos, y donde hasta hubo cachetazos.
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Gabriel jamás olvidará cuando a su llegada a Austria subió a un taxi y el hombre al volante le preguntó acerca de su destino. No lo había pensado. Había oído hablar tanto de la famosa Ópera de Viena que, casi sin titubear, le indicó que lo llevara hasta allí: “De camino al centro, el conductor me dio un buen consejo que tomé bien a pecho: `Aprenda alemán. ¡Acá sin el idioma no se va a ninguna parte!´”, recuerda.
Muchos años pasaron desde que Gabriel dejó la Argentina, tiempos impregnados de luces y sombras, pero donde supo hallar en Viena su propio lugar en el mundo. Y, tal como aquel primer día en el que se dirigió a la Ópera, la música fue siempre su sostén y, a través de ella, descubrió su rincón favorito en aquella elegante ciudad.
“Tuve muchos años mi oficina frente al Musikverein, la meca de la música clásica en el mundo. Mi pasión por la música me llevó a mirar cada día la cartelera y me maravillé al observar que por allí pasan las orquestas y los solistas más importantes del mundo, a diario”, cuenta con una sonrisa. “Para mí se volvió un ritual apagar el teléfono a las 19, desconectarme un par de horas del mundo y escuchar un concierto. Ahí he pasado momentos inolvidables. Se aprende mucho y te ayuda a calibrar el oído y el buen gusto. Es la mejor escuela de música que hay”.
Un público especial en Viena: aplauden, abuchean.... o cachetean
Uno de los grandes aprendizajes del argentino surgió al develar que, acceder a la mejor música clásica y enriquecerse a través de ella, no está reservado para las élites, sino para quien tiene ganas de vivir la experiencia: “Los precios son accesibles, hay para todos los gustos y bolsillos, al gobierno austríaco le interesa que la gente venga a cultivarse y disfrutar buena música. No hay excusas, el que no va es porque no quiere o no le interesa”.
“Por otro lado, también se distribuyen entradas gratuitas a último momento. Está el gallinero, donde en general están los estudiantes y turistas”, continúa. “El repertorio cubre todas las épocas y estilos. Una noche puede haber un pianista, y se puede escuchar una aguja caer al suelo de lo callado y concentrado que está el público y, a la siguiente, tenés a la filarmónica tocando a un volumen que parece que las paredes de la sala van a derrumbarse y el techo va a abrirse para dar paso a un cielo lleno de ángeles”, sonríe.
“Tal vez el aspecto más importante sea la gente misma en la sala, ya que todo artista necesita el aplauso y atención de su público”, agrega. “Viena es quizás un poco especial... Los asistentes suelen saber mucho de música, pueden recibir a los maestros con un caluroso aplauso y al mismo tiempo abuchearlos luego si no les gustó el concierto”.
“En 1913 tuvo lugar ahí mismo el concierto más escandaloso de la historia, que pasó a ser llamado `el concierto de las cachetadas´. Empezó con un tumulto en el público entre los que estaban a favor de la música de Arnold Schönberg y los que estaban en contra. Uno de los organizadores le dio una cachetada a quien creyó que había comenzado todo, lo que terminó en una pelea monumental, donde al final solo se escuchaban las cachetadas entre la gente. Desde ese día hay también un policía en la sala siempre presente”.
La llegada alborotada del embajador argentino
En la filarmónica de Viena los abonos se pasan de generación en generación. La lista de espera es larga y Gabriel conoce gente que lleva más de 30 años esperando. Ser parte con una membresía es un honor, con sus reglas de etiqueta y comportamiento.
“Hay mucha gente sentada con la partitura siguiendo cada nota que se toca, y si hay algo que fastidia a todos, son las personas que no saben comportarse, que hacen ruido o tosen, y algo tan simple como el ruido del papel ya los pone en alerta, te parten con la mirada deseándote que te hundas en tu butaca con tal de que no hagas más ruido”, revela el argentino, divertido. “A mí lo que más me fastidia son grupos de turistas que tienen al parecer poco tiempo y no esperan hasta la pausa para irse. Ni bien el guía hace el gestito con la mano ya se levantan todos al mismo tiempo y enfilan para las salidas, entonces sentís una estampida tal vez justo en el momento más bello e íntimo de la obra”.
“Hace años, en medio del concierto y con un público concentrado en los maestros, se abrió de pronto la puerta del palco de los diplomáticos y entró el embajador argentino, vestido de jeans como si se hubiera bajado del caballo. Todo el mundo se alteró, porque entrar a la sala cuando ya empezó el concierto o hacer ruido durante el mismo, está prohibido. Y, en vez de sentarse y quedarse tranquilo, se quedó parado y, con la mano tapándose la boca, gesticulaba. Luego fue al salón privado de la dirección y, en libro de huéspedes que firman los invitados de honor, escribió: Muy lindo todo, casi igual a nuestro teatro Colón de Buenos Aires. Gracias por todo”.
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Si conocen las calles de Viena y tienen su rincón favorito de la ciudad austríaca, nos encantaría que lo compartan en los comentarios.
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En breves postales, “Mi Rincón Favorito” es una sección que invita a todos los argentinos (de acá y del mundo) a compartir su lugar preferido en el suelo que hoy habitan y tan bien conocen, ya sea un paisaje, un museo, un restaurante, o un rincón perdido. Aquello que vale la pena conocer no siempre se encuentra señalado en el mapa y, tal vez, entre todos podamos descubrir un poco más de la Argentina y el resto del planeta. Si tenés un rincón favorito para compartir podés escribir a mirinconfavoritoLN@gmail.com
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