Pipi Piazzolla: “Mi abuelo es lo máximo de la música mundial”
A Pipi Piazzolla le llevó muchos años –y mucha terapia– tocar los temas del gran Astor con su banda, Escalandrum. “Es algo mágico, es increíble, creó todo un vocabulario. Yo lo amo”, dice, a 25 años de la muerte
Oslo, Noruega
Toc. Toc. Toc. Toc. Ese hombre no es normal. Toc-toc. Toc-toc. Toc-toc. El Pipi Pizzolla. Toc-toc-toc-toc-toc. Después de un viaje que empezó hace más de 24 horas, cuando salió de su casa de Núñez, está sentado en el lobby del elegante hotel Clarion, en pleno centro de Oslo, con un par de palillos en la mano. Tiene los auriculares conectados al teléfono y en el teléfono una app con un metrónomo, que le va marcando y aumentando el ritmo. Tototoctoctoctoc. Con los palillos le pega a su pad de práctica. Pero el dice que no está tan loco. “¿Qué hace un futbolista cuando no tiene nada qué hacer? Juega al fútbol en la playa, con su hijo, hace jueguitos. A mí lo que me gusta hacer es tocar la batería, me gusta tener mi técnica bien pulida. Y después de un viaje tan largo, medio que te endurecés, ¿viste?”, dice. Y aunque le cuesta, abandona los palos para conversar un rato.
El Pipi llegó a la capital noruega para presentar el espectáculo Piazzolla Plays Piazzolla en el Oslo World, un festival de músicas del mundo donde compartió cartel con artistas de la talla de Calypso Rose (Trinidad y Tobago), Stanley Clarke (Estados Unidos), Rossy de Palma (España), Luciano Supervielle (Uruguay), Bonga (Angola) y Derek Gripper (Sudáfrica), entre otros, y en el que Escalandrum, el grupo de jazz que fundó hace 18 años, se potencia con la cantante y actriz Elena Roger. “Ella nos había ido a escuchar cuando tocamos en el Birdland, de Nueva York. Y con Martín (Pantyrer, clarinetista) fuimos a verla actuar en Evita, en Broadway. Un tiempo después, íbamos a compartir un show con ella y su banda en Mar del Plata. Pero sus músicos tenían otro compromiso, así que al productor se le ocurrió que podíamos acompañarla. Ella aceptó con la condición de que el repertorio fuera de Piazzolla”, recuerda el baterista. “Pero había un problema, ella estaba en Ushuaia y nosotros en Buenos Aires, entonces le mandamos unos audios con la música del ensayo y ella nos iba diciendo lo que necesitaba. La primera vez que nos encontramos fue en Mar del Plata, para la prueba de sonido. Era un show al aire libre, para cinco mil personas y salió todo perfecto. Como estuvo tan bueno, empezamos a hacer algunos trabajos privados. Y hace un año grabamos el disco y armamos este proyecto”, dice el baterista, que el 23 de enero llevará a Escalandrum al flamante Blue Note de Río de Janeiro.
El disco al que se refiere el Pipi se llama 3001 Proyecto Piazzolla e incluye algunas de las obras cantadas más emblemáticas de Astor, en colaboración con poetas como Horacio Ferrer (“Chiquilín de Bachín”, “Balada para un loco”), Fernando Pino Solanas (“Vuelvo al Sur”) y David McNeal (“Oblivion”). Con ese espectáculo se presentaron en escenarios de Canadá, Noruega, Francia, España, Israel, Brasil, Chile, Uruguay, casi todas las provincias argentinas y cerraron la gira en el Teatro Colón, con un concierto inolvidable en el ciclo LN Cultura. Antes de eso, viajó a China para tocar con el acordeonista francés Richard Galliano.
En el medio, el Pipi se hizo un espacio para grabar el nuevo disco de Escalandrum en los legendarios estudios de Abbey Road, en Londres. “Fue una idea de Horacio Sarria, nuestro manager, que es un capo total. Hace dos años estábamos en un aeropuerto, en Brasil, creo y dijo: «Che, ¿si el próximo disco de música original lo hacemos en Abbey Road?». Primero pensamos que se había vuelto loco. Pero vimos que, estando de gira por Europa, era posible. Y lo terminamos haciendo. A pesar de los nervios por estar grabando ahí, el lugar suena tan bien que terminamos tocando mejor que nunca. Ahí los discos salen bien porque las condiciones son espectaculares, es como tocar en el Colón.”
¿Y te podés abstraer del peso de la historia de esos lugares?
Nunca le di importancia al peso del lugar. Me siento en la batería, me aseguro de que suena bien, escucho a mis amigos y no pienso en el peso del lugar, sino en lo bien que la estoy pasando. Creo que por el abuelo que tengo, soy un tipo particular: puedo ver que ahí afuera está Sean Connery y no se me mueve un pelo. Lo admiro, lo aprecio, lo que quieras…, pero no siento esa emoción. También soy un tipo al que no le importa el qué dirán: no me importa el peinado, ni que la ropa esté planchada. No es una falta de respeto hacia nadie, simplemente vivo así. Yo tuve que pasar por mucho para sentirme tranquilo tocando música, porque soy el nieto de uno de los músicos más grandes que dio la Argentina, y también el mundo.
¿A qué suena el nuevo disco de Escalandrum?
Es jazz hecho por argentinos, interpretado por un grupo que ya tiene 18 años, que quiere sonar cada vez más de Buenos Aires, de la ciudad de Buenos Aires, porque todos nacimos ahí. Y el aprendizaje de haber tocado a Piazzolla tantas veces también te da pautas para mejorar ese idioma urbano. A la vez, todos estuvimos estudiando nuestros instrumentos para improvisar cada vez mejor, la sección de vientos trabaja mucho en su articulación, en la afinación entre ellos, nosotros con Mariano tocamos en un montón de grupos y podemos hablar un montón. Hay músicas de Nicolás Guerschberg (piano), de Damián Fogiel (saxo tenor), de Mariano Sívori (contrabajo). Y hay un tema mío, también. Nicolás es una esponja. A veces le pido que componga un tema con determinadas características y a los dos ensayos cae con todo lo que le dijiste. ¡Y con su onda! Es un tipo muy inteligente que no para de leer, que no para de aprender.
Te escucho hablar como líder, ¿te asumís así?
Soy el que inventó el grupo, el que organiza los ensayos y el que habla en el escenario, pero líderes somos todos. A mí se me respeta mucho sobre las cosas que pienso y yo lo agradezco de corazón. Siempre trato de que la onda sea positiva, buena. No sé de dónde saqué esto, porque en mi familia son todos locos. En mi familia se pelearon todos con todos, yo no me peleo con nadie, con nadie. Si nos vamos a pelear, antes charlemos. Si alguien es un loco, trato de comprender por qué es un loco, trato de comprenderlo. Pero en el grupo me parece clave que tengamos esta buena onda. En una gira es raro que nos vayamos cada uno por su lado, aunque a veces vendría bien, porque decidir dónde ir a comer puede llevar varias horas [se ríe]. Lo más lindo de estar en un grupo es que cuando lográs algo, lo festejás entre muchos. Antes éramos siete y ahora somos como veintipico, porque todos tuvimos hijos. Todos cobramos lo mismo, todos trabajamos por igual, imaginate si en este grupo uno cobrara cinco veces más que el otro.
De hecho ese es un problema que muchas veces enfrentan las bandas de rock…
Ese puede ser el principio del fin. Entonces ese concepto Pugliese que tiene el grupo también le hace muy bien, porque acá todos ganamos lo mismo. Y después está la habilidad de cada uno en lo que hace fuera de Escalandrum, para que eso le rinda más o menos. Yo, por ejemplo, doy seis millones de clases. Debería descansar un poco más. Y también toco en muchos grupos. Y lo mismo pasa con todos. Pero bueno, para vivir de la música es así, son las reglas del juego. Pero la verdad es que Escalandrum funciona como un socialismo.
“Muchos grupos de rock prefieren separarse antes de soportar las inclemencias de la democracia interna o el estrés de una discusión”, escribió Fabio Lacolla en el libro Estar en banda. Psicología del músico de rock. Escalandrum, que mantiene su formación original desde su formación hace casi 20 años, no ha tenido grandes crisis. “Siempre nos llevamos bien”, dice el Pipi. “Somos amigos desde antes de haber armado el grupo, cosa que es importante, porque mucha gente arma los grupos eligiendo con el dedo a los mejores instrumentistas. Y podés tener al mejor saxofonista del mundo, pero si te llevás mal, no funciona. Nosotros éramos amigos, también, por afinidades musicales. Todos somos conscientes de que hay mejores músicos que nosotros: hay mejores bateristas que yo, mejores saxofonistas que los chicos, mejores pianistas, lo que sea, siempre va a haber uno mejor. Cuando un músico se considera el mejor, después trae problemas a los grupos. Nosotros fuimos amigos antes de armar Escalandrum. Íbamos a los festivales de jazz en Uruguay, nos pasábamos discos, nos juntábamos en una quinta y en lugar de poner rock al palo poníamos al Dave Holland Quintet al palo. Nos conocíamos de antes y eso fue clave. Y otra clave es charlar: yo soy un tipo al que no le gustan los conflictos, me gusta que todos estemos bien. Y si alguno del grupo está molesto por algo, lo hablo y trato de minimizar los problemas chiquitos para que no arruinen un día hermoso.”
Te llevó muchos años tocar la música de tu abuelo Astor con el grupo. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Hiciste terapia?
Hice terapia por otras cuestiones y obviamente que apareció en primer lugar la figura de mi abuelo. Me hizo muy bien hacer terapia. Yo estaba muy loco, muy rayado. Era un petardo. No podía parar de joder, practicaba todo el día y toda la noche estaba fuera de mi casa, dormía dos horas por día. Y llegó un momento en que conocí a la que ahora es mi mujer y, de golpe, dije: “Tengo que ser una persona de familia”, y empecé a hacer terapia. Y fui resolviendo muchas cosas. Lo de mi abuelo era gran parte del problema: la búsqueda de la perfección, la exigencia con la puntualidad, que todo esté perfecto todo el tiempo, que nadie pueda cometer un error, cosas horribles, que te limitan.
¿ Vos sentías esa exigencia?
Esa es mi naturaleza. La mía, la de mi papá, la de mi hermana… Yo por suerte la pude modificar para bien, porque me hacía mal. Y volviendo a la música de Piazzolla, mi primer show como baterista profesional fue con Julio Pane en bandoneón, Horacio Ferrer recitando, Hernán Salinas en la voz y el octeto electrónico de mi abuelo pero dirigido por mi papá [Daniel], tocando Piazzolla. Yo toqué Piazzolla millones de veces, pero con Escalandrum quería hacer otra cosa. Pasó que cuando cumplimos diez años, queríamos sonar un poco más urbanos. Yo me tomé un mes de vacaciones por primera vez en mi vida, sin los palillos, y me fui a Uruguay. Ahí me saltó la ficha. Yo venía tocando la música de Piazzolla con un montón de gente que lo hacía igual que mi abuelo. Y pensé que con Escalandrum, como no tenemos ni bandoneón ni violín, podíamos darle un encare que no se pareciera a lo que hacía mi abuelo. Que en esencia estén las melodías y todo, pero con otra sonoridad. A la vuelta, en el asado para festejar los diez años, tiré la idea arriba de la mesa. Nunca ninguno de ellos había sugerido hacer Piazzolla.
¿Y cuál fue la reacción de tus compañeros?
Se quedaron en shock, pero les encantó. Y ensayamos como seis meses, tuvimos que tener en cuenta un montón de detalles para que sonara bien; a veces tocar tangos con los saxos como lo tocaría en bandoneón quedan de muy mal gusto, y entonces tuvimos que buscar una articulación onda “Blue Train”, y un par de detalles. En la batería no hacer el ritmo típico, sino más sobrevolar, junto con el bajo, en la melodía más que nada, y por atrás un poquito más de libertad.
O sea que tomaron referencias jazzísticas.
Sí, totalmente. Es que aparte con nuestra formación si queríamos sonar igual que un bandoneón iba a ser imposible, entonces teníamos que buscar nuestra manera: y lo que nos gusta del jazz, entonces pensamos en nuestros discos favoritos. La música de mi abuelo es una música con mucha profundidad y hay temas de jazz que tienen eso.
A él le gustaba mucho el jazz. Hace algunas semanas, Jorge Navarro contaba en esta revista que tu abuelo iba a escucharlo seguido en los 60…
Sí, totalmente. Mi abuelo era fanático del jazz, de la clásica y del tango, y si escuchás su música es un equilibro perfecto entre esas tres músicas, que para el mundo es una música del mundo porque tiene esas tres cosas. Para nosotros es un tango moderno, la música de Buenos Aires, pero sí, es una música completamente nueva para todos.
¿Alguna vez te preguntaste qué hubiera pensado él de esas reelaboraciones de su música por Escalandrum?
Trato de no pensar en esas cosas, pero con que le guste a mi papá es suficiente.
Más allá de Escalandrum, el Pipi es uno de los músicos más activos de la efervescente escena jazzística local. Tiene su propio trío, e integra proyectos como Pájaro de Fuego (liderado por el tecladista Esteban Sehinkman), los grupos de Lucio Balduini y Fernández 4. “La diversidad de proyectos te sirve porque aprendés. Aprendés cosas nuevas, ideas nuevas, ritmos nuevos, escuchás músicas nuevas que el artista en cuestión te recomienda que escuches”, explica.
A 25 años de la muerte de Astor, ¿Qué representa tu abuelo hoy?
Mi abuelo es lo máximo de la música mundial. El máximo referente, el máximo inspirador, el que más se sacrificó, el que dio todo y hasta se alejó de sus seres queridos por la música. Se alejó en el buen sentido, para imponer lo suyo en otros países, porque en su país no le daban bola. Y creó una música que es muy distinta de las demás, que te llega al corazón, que por momentos es agresiva y por momentos muy contemporánea, todo en el mismo tema. Es algo mágico, es increíble, creó todo un vocabulario. Yo lo amo.
Me imagino lo loco que será para vos lidiar con que ese tipo que es tu máxima referencia a nivel mundial, además de haber sido tu abuelo.
Me preguntan por él desde que voy al jardín de infantes; para mí no era más que mi abuelo. Me da bronca a veces que me preguntan: “¿Che, cuándo murió tu abuelo?”. Y entonces yo digo: “¿Cuál de los dos?”. A veces cuento cuando mi abuelo me enseñó a hacer el huevo batido con espuma. Entonces aclaro: “El papá de mi mamá, eh”. A ver si se piensan que Piazzolla me enseñó a hacer el huevo batido… ¡Ni en pedo!
¿Y tenés algún recuerdo musical con Astor?
Escuchar en el living de su casa al Keith Jarrett Trio. Los dos solos, el disco entero. Me decía: “Vos tenés que escuchar esto”. Yo era pendejo, no entendía nada. Yo escuchaba Rush, pero me encantó, y siempre tuve en cuenta ese “tenés que escuchar esto”, para mí fue como palabra sagrada.
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