Cuando Freud escribió el Malestar en la cultura en 1930 mencionó entre las tres grandes causas de angustia la falta de control de los sujetos sobre la furia de la naturaleza. A pesar de que en ese momento estaba, lógicamente, más preocupado por el mal humano en el período de entreguerras, en ese texto canónico ya dejaba sentado que ni la religión ni el psicoanálisis (esa especie de religión privada para ateos) había encontrado hasta el momento una explicación lo suficientemente tranquilizadora frente las tragedias del medio ambiente. Muchos años más tarde, vendría la ecología y su discurso de las “consecuencias” pero, aun así, el argumento quedó corto para el caso de los terremotos, la catástrofe natural más intempestiva y desconcertante que se conoce.
Los sismos atravesaron la historia del pueblo mexicano como una cicatriz. Una marca indeleble en la memoria de su cuerpo social. El 19 de septiembre de 1985 sufrieron el desastre natural más mortífero que recuerden: un terremoto que dejó más de 4 mil muertos, según las cifras oficiales (aunque en ese momento las organizaciones civiles sugirieron que fueron más de 20 mil). Ni siquiera los esfuerzos por maquillar al país para el Mundial 86 fueron suficientes para levantar una nación sepultada bajo los escombros. Desde ese momento, cada año se repetían los homenajes a los muertos y los especiales de televisión que recordaban el dolor y la pérdida. Lo que también se repetía eran los simulacros ante posibles nuevos temblores, casi como un ritual para exorcizar el trauma. Pero una paradoja lúgubre del destino hizo que exactamente el mismo día, pero 32 años después, el simulacro se volviera espeluznantemente real: el pasado 19 de septiembre la tierra volvió a temblar con una magnitud 8.1, la mayor intensidad de los últimos 100 años.
A pesar de que una vez más hubo un fuerte cuestionamiento a los datos proporcionados por el gobierno federal, se estima que unos 12 millones de personas se han visto afectadas en más de 400 municipios de los estados de Chiapas, Oaxaca, Tabasco, Ciudad de México, Edomex, Tlaxcala, Hidalgo, Puebla, Morelos y Guerrero. Esta vez, 250 mil personas se quedaron sin casa en todo el país y seis mil fueron dañadas solo en la Ciudad de México (la mitad de ellas con destrucción total).
Hasta el momento, ni las autoridades de la ciudad ni las federales han publicado las ubicaciones exactas de las de las viviendas dañadas. Lo que sí se sabe es de las miles de personas que en éxodo masivo dejaron sus hogares porque sencillamente se derrumbaron, o porque los daños y el miedo los expulsaron. Muchos de los damnificados tenían una red de protección familiar que los alojó y contuvo hasta que lograron reubicarse. Pero las víctimas con menos recursos se mantienen desde ese momento en campamentos improvisados, esperando ayuda gubernamental (el panorama no parece ser muy alentador para ellos si se tiene en cuenta la experiencia de la “Ciudad Campamento” de Tlatelolco, que se formó tras el sismo del 85 y todavía sigue esperando una ayuda del Gobierno, que nunca llegó).
¿Cuándo termina realmente el terremoto para las víctimas? ¿Cuáles son los traumas que insisten en las pesadillas? ¿Cuáles son las muertes que “merecen” ser lloradas y cuáles pasan desapercibidas? ¿Cómo se empieza de nuevo después de haberlo perdido todo?
Vidas precarias
El terremoto amplificó el ruido de los conflictos de desigualdad social que tiene históricamente el país. Al igual que muchas naciones latinoamericanas, México tiene una grieta aun más profunda que la ocasionada por los terremotos: el abismo entre los sectores muy ricos y los pobres, a quienes la tragedia los castigó por partida doble.
Liz es cubana y está radicada en el país desde hace 15 años. Vino con su esposo en busca de las oportunidades que, dice, no encontraban en su tierra. Empezó a trabajar de docente y de a poco se fue asentando. Juntando el sueldo de su marido y el suyo, lograron acceder a un crédito hipotecario que les permitió comprar su primer departamento en el Xochimilco, al sur de la Ciudad de México, donde vivían con su hijo. Tenían la mitad del crédito pago cuando se desencadenó el sismo. Su edificio sufrió daños severos y la restricción de acceso. Después de tres meses, recién pudo entrar a recuperar parte de la documentación de ella, de su marido y de su hijo. Pudo dimensionar la magnitud de lo ocurrido cuando corrió un mueble y a través de la rajadura de la pared vio el edificio de enfrente. Ahí comprendió que se habían salvado de milagro. “Hasta el momento no he tenido ningún tipo de respuesta por parte del Gobierno. Tengo una profunda incertidumbre sobre qué es lo que va a suceder en el futuro con los restos de nuestro hogar. Según dicen, van a demolerlo y nos correspondería un pedacito de tierra dentro del loteo que se haga. Pero hasta ahora todos son rumores. Lo que sí se sabe es que todo lo que hemos pagado del crédito hasta el momento lo perdimos”. Cuenta además que su hijo se despierta todas las noches llorando por el trauma, y que le recomendaron que tenga algún tipo de ayuda psicológica, pero que ella no puede pagarla.
También en el sur de la ciudad se desplomó una escuela donde, después de las tareas de rescate, encontraron a 19 niños muertos, junto a sus mochilas y sus juguetes. El gobierno quiere deslindarse de la responsabilidad de los permisos de construcción, pero los padres y vecinos de la zona señalan un entramado de corrupción entre el gobierno y las autoridades locales, e irregularidades en los permisos de modificación de la estructura escolar. Además, se suma el escándalo, ya que las autoridades locales habían permitido la construcción de cuatro departamentos, con acabados en mármol (material sumamente pesado) sobre los salones de clase de los estudiantes. Uno de los departamentos era de la dueña del colegio, tres departamentos más de su hija y de uno de los nietos. “Solo en México sucede que la directora de una escuela se construya una casa arriba de las aulas, y todo parece de lo más normal para todos. Esto es vergonzoso”, dice uno de los vecinos. A pesar de las múltiples denuncias, hasta ahora nadie se hizo responsable y la directora se encuentra prófuga. Mientras tanto los padres solo encuentran el consuelo en los homenajes que hacen todos los meses, entre velas y osos de peluche.
Otro caso de gran repercusión ha sido el de las costureras del edificio de la calle Bolívar. Una construcción de cuatro pisos donde funcionaban dos fábricas textiles y una bodega de juguetes. Adentro se encontraba un número indeterminado de obreras y administrativas que trabajaban en negro. Después de que el edificio se desplomara se localizaron una decena de cuerpos de mujeres, en su mayoría obreras textiles de origen indígena e indocumentadas. En una de las paredes que quedó en pie hoy se lee: “Una costurera vale más que toda la maquinaria del mundo”.
Según las estadísticas, la mayoría de los fallecidos en el sismo del último 19 de septiembre son mujeres de la clase trabajadora, obreras y empleadas domésticas que estaban limpiando casas a la hora que comenzó el temblor. Mujeres sin nombre que no aparecieron en las portadas de ningún diario.
De barrio cool a pueblo fantasma
La Condesa y la Roma eran dos de los barrios más acomodados de la Ciudad de México. Desde hace más de una década se habían convertido en una especie de Palermo de la capital del país, donde se daban cita los personajes más modernos. Hipsters, intelectuales, artistas y jóvenes empresarios copaban los cafés, restoranes de moda, las galerías de arte, tiendas de música y los edificios de gran valor arquitectónico. Los dos barrios eran catalogados internacionalmente como parte del “eje cool de México” y como los lugares preferidos para vivir por los extranjeros, en su gran mayoría argentinos. Toda la vitalidad e impulso que caracterizó a esa zona hoy se convirtió en la desolación de un pueblo fantasma. La mayoría de los edificios están demarcados por una endeble cinta amarilla que, no solo indica que ese inmueble fue afectado por el sismo, sino que además se encuentra completamente deshabitado. Entre ellos, el emblemático Edificio Basurto, una imponente construcción de estilo art déco que data de 1940 y que era uno los lugares más codiciados para encontrar departamento. Sus 14 pisos muestran las ventanas rotas y apagadas como bocas negras que exhalan lo que fue un pasado lujoso. “Viví en el Basurto los últimos 30 años de mi vida. Era la envidia de todos mis amigos que venían a visitarme para que les mostrara el edificio, como si te tratara de un museo patrimonial. Hoy solo me queda el recuerdo de las buenas épocas –cuenta Emmanuel, uno de los damnificados–. En el momento del sismo estaba saliendo del gimnasio. De pronto escuché las sirenas y pensé que se trataba de un simulacro más, como los de todos los años. Cuando comencé a ver cómo los balcones se desplomaban ante mis ojos, corrí hasta mi casa pero ya era tarde. Me quedé con lo puesto, el celular y la llave. Nunca más pude entrar en mi casa para recuperar mis cosas”. Aún hoy el edificio sigue esperando un informe oficial que dé cuenta de los daños, como si hiciera falta un papel para confirmar la grieta que lo surca de lado a lado. Hasta que esa inspección llegue, todos los propietarios tienen prohibido entrar para retirar sus pertenencias. “Tengo toda mi vida detenida bajo los escombros, recuerdos, objetos personales, ropa, electrodomésticos”, dice Déborah, otra propietaria.
Parecido es el caso de Rafael, un joven abogado de la zona, que perdió todo lo concerniente a su estudio, material documental irremplazable, lo que lo obliga a comenzar de cero cada uno de los casos que llevaba adelante. Su edificio parece la torre de Pisa: inclinado hacia la derecha y casi apoyado en el edificio lindero. “Sientes que tu trabajo de tantos años se vuelve polvo”. Lo mismo dice Fabián, un actor argentino que empezaba un recorrido en las clásicas telenovelas mexicanas. Tres meses después, conserva la esperanza de rescatar sus muebles y su mate. Si bien es cierto que estos casos se ven obligados a un nuevo comienzo, ese comienzo nunca es realmente de cero: de algún modo ellos son de los afortunados que pudieron alquilar otro departamento en cuestión de días. “Yo tuve todo el apoyo de mis amigos y de otros argentinos para mudarme a otro barrio”, reconoce Fabián.
La vida en la Roma giraba alrededor de la actividad nocturna, de lunes a lunes. Había largas listas de espera para conseguir mesa en restaurantes y bares de la zona. Hoy, una buena parte de los locales cerraron por los daños, y los que sobreviven están absolutamente vacíos. Esto ocasiona un verdadero desajuste económico que afecta tanto a dueños como a empleados. “Antes no dábamos abasto para atender las mesas; hoy nos pasamos horas esperando en la puerta a que alguien entre”, afirma Rodolfo, uno de los meseros de lo que era el restaurante más famoso del circuito. La situación de Rodolfo de multiplica en todos los locales que quedaron en pie. Mozos acodados en la barra, ofreciendo menúes y promociones a los todos los que pasan caminando. “Si no tenemos gente tampoco tenemos propinas. El salario pelado no alcanza, y el dueño ya nos dijo que si la cosa no repunta va a tener que cerrar”. La Navidad y el Año Nuevo tampoco consiguieron que las ventas en los locales aumentaran. Los comerciantes aseguran que fue el peor año en ganancias de las últimas décadas.
Los activistas digitales
Los jóvenes fueron los protagonistas absolutos de los operativos de rescate a través del uso de las nuevas tecnologías. Pasado el shock inicial, las diferentes organizaciones de la sociedad civil comenzaron a contactarse y a las pocas horas se habían levantado albergues no gubernamentales en toda la capital, comenzando a distribuir cosas por fuera de los canales oficiales.
La creación de plataformas independientes y de diversos mapeos con geolocalización de zonas afectadas hechas por activistas digitales fueron canales clave de participación ciudadana. Campañas como #RescatePrimero o plataformas como Verificado19s fueron tejidas en red y ocuparon el territorio; mezclaron así la actividad cibernética con la solidaridad en la calle. Gracias a la organicidad del activismo en internet y los recorridos de calle surgió el hashtag #19s, que logró constituirse en un verdadero movimiento encarnado por jóvenes entre 20 y 30 años.
Cuenta Antonio Martínez Velázquez, uno de los principales impulsores de Verificado19s: “Se organizó una red de personas que ya nos conocíamos de haber participado en otras escenas del espacio público, como marchas para demandar justicia por los estudiantes asesinados de Ayotzinapa. En este caso las tecnologías aceleraron los procesos en que se configuró lo colectivo”.
Verificado19s fue parte de una respuesta inédita ante la tragedia, y conjugó periodismo social, nuevas tecnologías y una solidaridad sin precedentes. Los activistas digitales se constituyeron en una de las fuentes de información más confiables, por lo que llenaron el vacío de legitimidad del Gobierno y los medios.
Los equipos de trabajo se dividieron en dos grandes grupos: programadores, por un lado, y verificadores de información por otro. Se creó un mapa virtual que reflejó los derrumbes y daños a edificios, así como albergues y centros de acopio. Fue uno de los mapas más completos en los días de caos, tanto que hasta la NASA lo tomó como referencia.
“La logística gubernamental no funcionó por operar con un tipo de lenguaje que ya es arcaico y que entorpece la acción. La logística ciudadana usa otro lenguaje, vinculando las nuevas tecnologías con los derechos humanos y la comunicación directa con los afectados. Las víctimas eran nuestro centro de atención, y el modo en que le podía llegar la ayuda de manera más eficiente”, dice Martínez Velázquez, y explica: “Se desarrolló una metodología; Twitter fue clave, con puntos en los lugares más afectados. Éramos una red social desplegada de manera real en la calle. Mientras el gobierno ponía el foco en los edificios, nosotros lo pusimos en las personas”. Para él hay una luz de esperanza en estos nuevos modos de organización horizontal.
También hubo quienes directamente pusieron el cuerpo: Armando, otro joven de apenas 25 años, decidió formar filas junto a los Topos (así llaman a los rescatistas que se meten entre los escombros para salvar vidas). Todavía conserva quemaduras graves en su cara por los restos de cemento que soportó durante horas. “No puedo ni siquiera lavarme la cara porque no resisto el contacto con el agua. Es como si la tuviera en carne viva”. Estuvo tres semanas colaborando como Topo y no puede borrarse las imágenes de la cantidad de personas sin vida que arrancó de abajo de los hierros retorcidos. “Actué por instinto, pero lo volvería a hacer. Recuerdo que en un momento me dejaron a cargo de un grupo de niños, pero yo nunca había estado en contacto con tantos juntos. No sabía qué hacer. Se me ocurrió hacerlos correr y gritar para que se sacaran el estrés que tenían. Se sintieron aliviados después. Uno de ellos me regaló su muñeco de Superman y me dijo que eso es lo que habían visto en mí”.
Lo que el temblor puso en escena fue la complejidad de la sociedad mexicana. Los muertos, la solidaridad, la corrupción de décadas, la ostentación de los que más tienen frente los condenados de la tierra. Agitó a su vez la memoria de las más de 32 mil personas desaparecidas, el asesinato de los estudiantes de Ayotzinapa, los femicidios de Ciudad Juárez, el asesinato cotidiano de periodistas, el borramiento de las fronteras con el crimen organizado y el vacío de representación política.
En junio de este año se llevarán a cabo unas nuevas elecciones presidenciales. El temblor también hizo mover las encuestas, y el candidato del partido de izquierda, Andrés López Obrador tiene serias chances de acceder por primera vez al poder después de haberse presentado tres veces. Para muchos analistas, sería el castigo a la derecha por la impericia y la corrupción estatal. Para otros sería más de lo mismo. La ciudadanía adulta permanece apática a las formas de política tradicional y prefiere no involucrarse. Los jóvenes tratan de abrirse paso en la vida pública y jaquear una frase que circula desde hace décadas: la que afirma que “México no tiene remedio”.
La falta de datos
El terremoto del último septiembre abre una serie de preguntas todavía sin respuesta sobre las regulaciones urbanas, los planes de construcción, el fraude en la aprobación de permisos y, sobre todo, la transparencia en el acceso a la información.
En este sentido, los relatores de la ONU y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos especialmente enviados a México expresaron en un documento que presentaron al gobierno: “Muchas organizaciones de la sociedad civil expresaron su descontento sobre la velocidad, la fiabilidad y la existencia de la información disponible antes y después del terremoto. Entendemos que el país carece de un registro nacional de personas desaparecidas durante los desastres naturales, ni tampoco existe una base de datos que recoge información sobre el daño y la transparencia necesaria para el acceso a la información durante la reconstrucción para asegurar la rendición de cuentas. Instamos firmemente al gobierno a trabajar con la sociedad civil para identificar las lagunas en la información disponible para todos los individuos en el contexto de los desastres naturales”. Los relatores también hicieron referencia al destino de los fondos que se recibieron como ayuda por 2,6 millones de dólares, 550 mil dólares canadienses y 10 mil euros, de ocho países: Andorra, Canadá, China, Corea, Francia, Estados Unidos, Taiwán y Vaticano.
Facundo Abal
LA NACIONOtras noticias de Terremoto en México
Más leídas de Lifestyle
Según la Inteligencia Artificial. Las tres plantas medicinales que más tienen colágeno y evitan las arrugas en la cara
Con "oro blanco". Cómo preparar el batido de la juventud que aporta colágeno
Confusión general. El invento que revolucionó el mundo y que por error su creación se le adjudicó a otra persona por 100 años
“Estaba hecha un bollito, mojada y débil”. En una casa abandonada, la encontraron con dificultad para respirar entre los gatos adultos de una colonia