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Habían partido a la madrugada sin saber lo que iban a encontrar. Mochila a la espalda, con linternas frontales y la esperanza de que el viento no cambiara de un momento a otro el panorama, se propusieron atravesar el camino como pudieran. El pajonal de cortadera que debían recorrer por momentos los superaba en altura, ningún pasto era igual a otro y les llevó casi dos horas y mucho esfuerzo llegar al sitio que buscaban.
“Cuando nos dimos cuenta de que finalmente estábamos en el lugar, la calma era tan irrisoriamente normal que hasta me acosté en el pastizal donde siempre iba a buscar señal y me dormí unos minutos”, recuerda Marianela Masat. Se despertó por el sonido del llamado por radio de un compañero que les preguntaba dónde estaban.
— Ya vuelvan -, les pidió un poco angustiado. -Es importante que estemos todos en zona segura-, agregó.
“Metelo en la mochila y no mires atrás”
Marianela corrió al monte y encontró a Matías, el colega con el que había decidido aventurarse en los esteros, acostado sobre la mesa donde siempre hacían el manejo de los pichones. Temblaba de frío, muy probablemente por la adrenalina del momento. De inmediato activaron la instalación del equipo de escalada. Marianela subió a lo alto del árbol. Todavía estaba oscuro. Pero la caja nido que hacía un tiempo habían instalado para una pareja de guacamayos rojos todavía estaba intacta.
“Me di cuenta de que la mamá estaba dentro del nido, se me estrujó el estómago. Pero seguí subiendo. Escuché los gritos de miedo de la hembra guacamayo que custodiaba a sus pichones de cerca. Estaba muy asustada, el estómago se me achicó todavía más. Voló del nido, abrí la puerta. Los pichones me miraron y uno de ellos hizo toda clase de vocalizaciones, parecía querer decirme algo, lloré para adentro, los metí al balde y me bajé. Mati me preguntó qué íbamos a hacer. Sin pensarlo dos veces le dije: metelos en la mochila y no mires atrás”.
Un fuego que duró más de lo pensado
Corría enero de 2022. La tarde anterior habían visto el momento exacto en el que el fuego se metía a la forestal en la zona donde, junto a la Fundación Rewilding Argentina, llevaban adelante el proyecto de Reintroducción del Guacamayos Rojo en Iberá, provincia de Corrientes, Argentina. El fuego les había cerrado el camino seguro para llegar al campamento. Y, sin imaginar siquiera las consecuencias que esa serie de incendios generarían en el área, decidieron inocentemente que quizá el fuego iba a parar esa misma noche y que al día siguiente podrían volver al campamento a ver a los pichones, Tokwaj y Mbutú.
Pero el fuego empezaba a ganar cada vez más terreno y ya no había tiempo que perder. Por eso, esa madrugada, Marianela Masat, responsable de campo del proyecto de Reintroducción del Guacamayo Rojo en Iberá, decidió que iba a cruzar por el estero hasta el campamento. Lo haría con Matías, parte de su equipo y dispuesto a asumir el riesgo.
Ya con los pichones en las mochilas, solo cruzaron una mirada quizás como última esperanza de contacto antes de comenzar las dos horas de caminata que tenían por delante. Fue angustiante y difícil, el agotamiento físico ya se notaba, los últimos 200 metros se hicieron eternos.
“Mati, no puedo levantar las piernas” le dijo a su compañero. Él se dio vuelta, la levantó como pudo y siguieron andando. Los esperaba un tercer integrante del equipo más adelante, que se había metido al estero porque había esperado más de tres horas sin tener forma de hablar con ellos. “Nos ayudó a salir, nos encontramos en la camioneta, casi no se hablaron palabras, los únicos que vocalizaban eran Tokwaj y Mbutú, ya tenían hambre… Esa misma mañana, un poco más tarde, el fuego consumió el campamento”.
Marionetas para evitar la impronta
Tokwaj y Mbutú fueron de inmediato trasladados al Centro de Conservación Aguará, donde se les brindaron los cuidados necesarios hasta que puedan volver a campo. Un punto importante en ese contexto fue evitar que los pichones relacionaran al humano con la obtención de comida. Por eso los voluntarios utilizaron disfraces de guacamayo rojo a la hora de alimentarlos.
“Gracias al monitoreo con cámaras trampa y a los avisos de los vecinos, pudimos saber que los padres de Tokwaj y Mbutu se encontraban en buenas condiciones y habían comenzado a alimentarse de los frutos nativos que sobrevivieron a los incendios. Los primeros días volvieron insistentemente a la caja buscando a sus pichones. Pero, pasados los quince días, perdieron el cuidado parental y probablemente ya no les iba a ser posible reconocer a los pichones como hijos. Por eso no se hizo el intento de reunirlos nuevamente. De todos modos, continúan juntos como pareja. A esta altura del año comienza la etapa reproductiva y están usando la misma caja nido donde habían criado a Tokwaj y Mbutú”, explica Masat.
Un ave que vuelve a su hogar
El guacamayo rojo (Ara chloropterus) es una vistosa ave de gran tamaño que solía habitar las selvas del noreste de Argentina, incluyendo las selvas en galería del río Paraná y zonas aledañas del norte y centro del Parque Iberá. Su presencia en Corrientes ha sido citada por diferentes exploradores, y actualmente se encuentra extinta en toda la Argentina. Al ser tan llamativo por sus plumas y vocalizaciones, el guacamayo rojo ha sido un animal muy perseguido y cazado para ser guardado o vendido como mascota.
Es un ave frugívora, por lo que juega un papel crucial en el funcionamiento de las selvas correntinas al dispersar frutos y semillas de gran tamaño de varias especies de árboles nativos. Además, su tamaño y colores la convierten en un gran atractivo turístico.
Con el objetivo de reinsertar al guacamayo rojo en el Parque Iberá, en 2019, bajo supervisión de la Fundación, dos parejas establecidas en Cambyretá comenzaron a utilizar y defender cajas nido en diferentes parches de bosque, donde realizaron puestas. Esos fueron los primeros eventos reproductivos registrados en el proyecto. Si bien los huevos fueron rotos días posteriores, probablemente habiendo sido aplastados por los padres inexpertos, se constató que los mismos eran fértiles. Resulta común en la especie que parejas primerizas no tengan éxito en sus primeros intentos.
En septiembre de 2020, una de esas parejas logró sacar adelante dos huevos. Se constató tiempo después que se trataba de dos hembras, que fueron alimentadas por sus padres y lograron crecer sin problemas. En 2021, Tokwaj y Mbutú fueron parte de la segunda temporada de pichones nacidos en libertad y estaban listos para dejar el nido cuando ocurrieron los incendios.
“Cuando los sacamos del campo, perdieron la oportunidad de ser entrenados por sus padres para volar, para reconocer frutos nativos y predadores. Nosotros hicimos esos trabajos con ellos. Los queremos liberar en muy poquitos días. Mientras tanto, se encuentran en un recinto de presuelta en el campo, que instalamos a nueve metros de altura y se están aclimatando al nuevo ambiente en el Portal Cambyretá del Parque Nacional Iberá”. Pronto Tokwaj y Mbutú volarán libres y podrán dispersar las semillas de los frutos del monte, aportando a la pronta regeneración de los bosques.
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