Mercedes Sosa: la voz de la tierra
Hoy cumple 71 años. Estuvo mal de salud, pero dice que aprendió lo esencial: “Cantar me cura”. Ahora que volvió a los escenarios La Negra también se anima a hacer un repaso de su vida
A propósito de lo que nos sucedió allá lejos, a mediados de 1935, cuando el fuego nos dejó sin Gardel, pongamos esta pregunta en remojo: no habiendo Maradona, ¿cuánto tiempo, uno, habitante de esta patria tan paradójica como entretenida, puede aguantarse sin Gardel? Mientras la pregunta nos germina, pido permiso y me disculpo. Porque ésta no será una entrevista como Dios manda, ni como los preceptos académicos del periodismo aconsejan. A Mercedes Sosa la conozco desde hace 45 años; lo peor del caso es que ella también me conoce. Nos sabemos. Nos adivinamos mucho más que el parpadeo: compartimos nacimientos, muertes, miedos, largos vinos celebratorios, le hice como veinte reportajes, y hace cuatro años escribí su biografía. ¿Qué preguntarle ahora?
–¿Sabés una cosa, Negra?, esta nota será publicada el domingo 9 de julio, día de tu cumpleaños.
–Ay, ese día seguro que voy a estar felicísima. Porque me encontraré en Mendoza. En Tucumán nací, pero en Mendoza me hice mujer, conocí a seres que ya no están… Eramos tan felices: me veo delgadita, recién casada con Oscar Matus; me veo comadre de Armando Tejada Gómez, amiga de los compadres del horizonte, de Benito Marianetti, Angel Bustelo, Carlitos Alonso, los Quesada, Nino Salonia, Tito Francia, Orlando Pardo… Yo era una muchacha sin libros, escuchaba asombrada y aprendía, y abría los ojos y me enteraba del mundo… Todos me amaban y me pedían que cantara, y yo cantaba… Era tan feliz porque, como decimos en la provincia, yo estaba poniéndome gruesa: mi cinturita crecía porque en mi vientre ya latía mi Fabián…
–Pensar que hace menos de un año estabas postrada; creímos que ya no volverías a cantar, que la depresión y la enfermedad te habían ganado.
–Fueron dos años de ausencia de los escenarios hasta que el año pasado me presenté en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno… Estaba aterrada, con mi corsé me sentaron en mi silloncito; eso podía ser mi retorno y mi despedida… Decime ahora, ¿vos qué viste allí con tus lentes de mirar?
–Yo estaba sentado con Horacio Molina. Temblábamos los dos, temblábamos todos. Cuando te pusieron en el escenario, Mercedes, en vos vi a tu mamá. Pero a tu mamá de los 85 años. Eras una tenue viejita… Cuando remontaste la primera canción ya tenías 80. Después de cantar Alfonsina, 75. Con cada canción te sacabas del cuerpo y del alma de a cinco años. Qué te parió, Negra.
–Mi mamá me parió... En aquel retorno canté Alfonsina, una canción peligrosísima, porque en la última línea no hay que detenerse a respirar. Y salí a flote.
–En los últimos años resucitaste dos veces. ¿Tenés conciencia de eso?
–Claro que sí. Y eso por el canto. Me curé cantando.
–Pero a lo largo de los años, y en nuestro libro, te la pasaste diciendo que lo tuyo no era cantar. Que cantabas porque te lo pedían. Que sufrías sobre el escenario…
–Y era cierto. Sufría mucho. Si algo yo quería, era ser como mi mamá. Y mi mamá, tan inteligente y sabia… Mi mamá, que siempre me llamaba Marta, aunque mi papá, terco, me anotó Haydeé Mercedes… Mi mamá siempre decía: "Cantando sufre. No quiero que la Marta sufra…" Rodolfo, ¿te doy una primicia?
–Sí, contá algo nuevo.
–Lo nuevo es que por fin aprendí que si no canto me muero. Podré tener nervios, pero ese pánico insoportable de cada entrada no va más. Cantar me cura. Y tengo ganas de vivir. Aparte de Corazón libre, tengo otros dos contratos con Deutsche Grammophom. Y voy al Argentino de La Plata y al Colón y a Río Cuarto y a Morón. Eso sí, despacito, nada de aviones. Nene, ¡al corazón lo tengo que cuidar!
Mercedes se entusiasma y se pone a contar cantando. Nombra a Zitarrosa: "¿Te acordás cuando cenamos en esa mesa? El casi no comía. Pobrecito. Qué temprano se ha ido. Cuando se van temprano algunos seres, a uno le duelen mucho después, en el alma…" María Miñano Cerna, la mujer que acompaña desde hace años a Mercedes, nos sirve un té. Hay cinco galletitas en un plato. Mercedes se come cuatro con la vehemencia de un chico… Y empieza a entonar bajito el tema que cantará en el Colón, Pavana para una infanta difunta, de Ravel, y cuenta que toma clases de vocalización, "porque nadie puede dejar nunca de estudiar", y que lo que más le gusta es ese camino previo de desmenuzar las canciones para llegarle al corazón del hueso. De pronto, vuelve sobre los días de su pesadilla.
–Sí, he resucitado dos veces. Mi enfermedad del ’97 fue una cosa horrorosa: estaba enferma del cuerpo y de la cabeza. Lo de hace tres años fueron más bien golpes del cuerpo. Pero en el ’97 fueron meses de vómitos y sueño. Despertaba y vomitaba, no comía casi: cuatro uvas, un poquito así de carne, vómitos, sólo vómitos… Dicté mi testamento, ya no quería vivir más… Un día pasé desnuda frente a un espejo, vi un cuerpo como los de Biafra… Ay Dios mío, qué horror, mis piernas no me sostenían: caminaba con trípode diez metros y caía extenuada… Cómo golpea la vida cuando golpea… Un día me puse plazo, llamé a María y le dije que si yo seguía así no me diera de comer más. "María –le dije–, debo morirme." Lo mío era peor que la anorexia; no reconocía a mi sobrina, creía que mi casa era un hotel, estaba perdida. Tenía que morirme. Por eso el testamento.
–Por suerte lo escribiste al cuete. Y resucitaste entre los vivos. Una vez y otra más.
–Porque me di cuenta de que cantar me cura. Y volví a Tucumán y canté y fue inolvidable. Después de siete años me animé a bailar una partecita de Luna llena. Y volví a Cosquín. Ay, me he peleado tanto con Cosquín… Esta vez me llevaron en una silla por una rampa, y quedé allí frente a la multitud… "Fabián, estoy aterrada", le dije a mi hijo… Y de pronto estaba diciendo la frase eterna: "Aquíííí Cosquín…" Y empecé a cantar y sentí la felicidad y otra vez supe que cantar me cura…
Mercedes maneja el azar de la conversación como le da la gana. Sin aviso, toma una carpeta y se pone a modular la canción que cantará en el Colón… Dice: "Tiene que ser suave… OOOOoooooOOOooo… Esto es lo que no debo hacer. Debo resolverlo como La Misa criolla, todo a media voz, sin notas fuertes… Señor ten piedad de nosotros… Aquí, nada de respirar por la nariz; debo respirar por la boca… Sí, sí, lo que te digo: tengo que estudiar muuucho." Mercedes calla, aprieta las cejas, se queda mirando el suelo; algo está por decir. Tiro del hilo:
–¿En qué te quedaste pensando?
–Han querido hacerme pelear con Soledad. El 25 de Mayo nos encontramos en el acto de la Plaza… Una chica cuando me vio me echó a la madre que me parió. "Soledad –le dije–, ¿quién es esta gente que te quiere a vos y me puede odiar tanto a mí...? ¿Por qué, si nunca nos hemos visto con vos, si nunca nos hemos peleado?" Y Soledad me ha respondido: "Hay chicas que son bien atrevidas. Mercedes, mi papá a usted la adora y yo siempre la adoré…" Yo sé que hay alguien que metió la púa para hacerme pelear con Soledad. Es un músico, una persona bien peligrosa. Hace un tiempo que este hombre da vergüenza ajena: anuncia los temas a los que le puso música y dice "mi canción"; se olvida de nombrar al autor de la letra y resulta que ese autor es un poeta que se llama Tejada Gómez, admirado por el mundo entero. Qué vergüenza.
–A propósito de Armando, ¿te acordás de aquellas fiestas en Mendoza, hace 45 años, en la casa de Iverna Codina?
–Cómo no. Ibamos con Oscar Matus; yo era tan bonita… Allí estaban los poetas, los artistas; yo era una esponja que escuchaba y aprendía… Allí estaban Tejada Gómez y Tito Francia, y empezaba a gestarse el Nuevo Cancionero, ese movimiento que atravesó todo el continente… Por entonces Armando ya empezaba a decirle a mi marido: "Oscar, tenemos que dejar que Mercedes vuele sola; si canta solamente nuestras canciones la estamos encadenando".
–Fue en una reunión de ésas cuando Iverna Codina te dijo que te pusieras el diente que te faltaba y que volaras a cantar a Buenos Aires.
–No era un diente, eran dos. Uno aquí y el otro aquí. Y me los puse y volé, pero no me alejé ni de Tejada ni de Matus. Cuando vio que yo tomaba vuelo propio, Matus se puso muy mal conmigo, hasta la violencia, y vino la separación, y después yo con mi Fabián, de pensión en pensión, y todo eso, tan triste, tan triste… Los peores celos son los celos artísticos.
Otra vez Mercedes alza su carpeta. Reanuda el tema del Colón y lo acuna con esa media voz suya que parece flotar sosegada sobre el aire, como si el aire fuera agua… Cuando vuelve de la música le digo:
–Negra, te propongo que cerrés los ojos y, sin llorar eh, te mirés bien adentro para reencontrar esos relámpagos que te dejaron marcas de las que no se borran.
–Puedo cerrar los ojos, pero me pedís mucho si no voy a poder llorar. Ayudame.
–Te ayudo. Tu niñez. La pobreza. Las heridas…
–Convencete, nene: fuimos muy pobres; no teníamos juguetes, pero no crecimos resentidos. Mi hermano el Chichí suele contar que para esperar a los Reyes Magos poníamos pastitos, agua en un baldecito. Una noche de Reyes se descargó un aguacero que metía miedo, nos inundábamos. Todos estábamos angustiados por el agua; todos, menos mi papá, que nos juntó y nos dijo sonriente que los Reyes no vendrían por culpa de la tormenta… El estaba sin trabajo. Así era nuestra casa: mi mamá, muy sabia, resucitando ropas viejas que le regalaban donde lavaba y planchaba, nos hacía relucir… Muchas veces nos daba bollitos de pan, mate cocido, y nos largaba a jugar en el parque 9 de Julio. Realmente éramos muy pobres, pero vivimos aquello sin angustia. De todo nos faltó, pero no lo sentimos, porque nos sobró amor. En el parque comíamos aire, comíamos inocencia.
–De tu debut, ¿qué recordás con nitidez?
–Yo andaba por mis 15 años. Mi papá y mi mamá, que eran muy peronistas, aprovecharon un tren gratis a Buenos Aires para celebrar el 17 de Octubre… Yo quedé cuidada por mis hermanos, más suelta… En la escuela faltó la profesora de canto y la directora me dijo que íbamos a cantar el Himno Nacional y que yo tenía que ponerme adelante y cantar bien fuerte, para que todos me siguieran. Sentí vergüenza, pero canté: ahí debuté. Ese día también faltó la profesora de labores y con mis compañeras fuimos a LV12, donde había un concurso. Mis compañeras me empujaron para que cantara. Por temor a que se enterara mi papá me llamé Gladys Osorio. Canté Triste estoy, de Margarita Palacios. Cuando terminé, el dueño de la radio me dijo: "El concurso concluyó y lo ganaste vos". Y seguí cantando en la radio. Hasta que un día mi papá me descubre y me llama y me dice palabras que escucho ahora: "¿Le parece bonito eso de andar metiéndose en la radio? ¿Eso es lo que hace una señorita criada para ser decente? Gladys Osorio, venga, acérquese… ¿Tengo que felicitarla? Míreme a los ojos. Que me mire a los ojos le digo".
–¿Y lo miraste a los ojos?
–Nooo, ni ahora podría. Mi papá no me alzó la mano, no me gritó. Hubiera preferido que me pegara. Era un hombre muy bueno: trabajó en un aserradero que le tapó los pulmones, en el puerto, en las terribles calderas del ingenio, y eso lo consumió: murió a los 62… Una vez, con el Chichí fuimos por un túnel; trepados a una zorrita llegamos hasta el horno del ingenio. Ya a veinte metros el calor era insoportable… y allí estaba mi papá trabajando solo, sin camisa, con su espalda doblada; no sabía que lo estábamos mirando… Nos volvimos con el Chichí mudos, llorando… ¿Por qué hay seres que no conocen otra cosa que la pobreza?
–Negra, nada de lágrimas dijimos... Contame algo que te devuelva la sonrisa.
–Ah, ya sé: a mí me gustaba el atletismo y participé en carreras, en el club Old Boys de Tucumán. Un día volví muy orgullosa: "¡Papá, salí segunda!" "¿Y cuántos corrieron?" Y tuve que decirle: dos, papá.
–Muchas veces me contaste sobre tus amores y desamores. Pero sos medio escondedora. Decime: ¿te casaste virgen?
–Claaaaro: mil veces te dije que a Matus le advertí que si no había casamiento no había cama.
–Pero estaban los zaguanes y en los zaguanes aumentaba la población.
–Nooo, nada de zaguanes. Yo era virgen en la cama y en el zaguán. Me casé en julio del ’57 y recién en marzo del ’58 quedé embarazada de mi Fabián… Aunque parezca tonto hoy, yo era una jovencita decente. Me acuerdo de que cuando Tejada Gómez me conoció yo tenía un vestidito rosado, muuuy ceñido. Armando me dijo: "Martita, la veo un poquito hinchadita de acá. ¿No estará embarazada?". Nooo, le dije.
–¿Y?
–Y a los ocho meses nació mi Fabián. Y Armando fue el padrino. Qué días felices.
–Sigamos con la felicidad. Que no se escape.
–Entonces tengo hablar de la otra ciudad que me dio tanto cuando comenzaba: Montevideo. Fue en el ’62; llegamos con mi Fabián y las hijas de Matus sin un peso en el bolsillo. Sin guitarra. No teníamos ni para el cospel para llamar a la radio. Me veo sentadita sobre la única valija, desolada. Un changarín se acercó y nos dio la plata, hablamos y nos vinieron a buscar, y el resto todo fue hospitalidad. La calidad humana de los uruguayos no tiene nombre. Siempre me pregunto qué habrá sido de aquel changarín. Y cuando pronuncio la palabra Uruguay enseguida digo muchas gracias.
–¿Hoy te interesa la política?
–Me importa la democracia. Fui peronista un rato, porque mi papá y mi mamá y mis hermanos lo eran. Pero no era ideología: era sentimiento. A los 18 empecé a leer libros que me acercó un novio, Enrique; un hombre buenísimo con el casi me casé. Pero llegó Matus y adiós. Por aquellos libros me hice comunista. Con los años renuncié al partido, al carné, pero no a mis ideas. Lo importante es respetar lo que la gente cree. En mi casa crecimos con el retrato de Perón y Evita.Yo respeté ese sentimiento, aunque no compartía la idea. Con El extranjero, de Camus, aprendí mucho…
–¿Qué, por ejemplo?
–Que lo peor que le puede pasar a uno es no creer en nada. Quien no cree en nada se vuelve extranjero de la vida. Nunca seré una extranjera. Soy lo que soy, y creo que es un enorme error pensar que el gran cambio tiene que venir desde los partidos políticos. No, tiene que venir desde cada uno. Los seres humanos tenemos que aprender a respetarnos a nosotros mismos y después respetar a los demás. No sé quién dijo que primero tenemos que aprender a tolerar, pero que mejor que eso es aprender a respetar al otro. Esta cosa tan sencilla nos llevará siglos comprenderla.
–Bueno, mientras tanto, vamos deletreando años: vas a cumplir 71. Naciste a las dos semanas de la muerte de Gardel.
–Sí, así sucedió. En todo caso, el mérito es de mi papá y de mi mamá, que se querían mucho, y me hicieron.
–La naturaleza parece haber dicho: a falta de Morocho buena es la Negra.
–Una cosa parecida me dijo una vidente en Venezuela: "Gardel murió porque iba a nacer usted". Eso me dijo, y me dio mucho miedo a mí. Gardel fue no sólo la voz: fue muy inteligente, cantó de todo, veía mucho más allá que el común de los cantantes.
–Hay un hilito que te vincula con Gardel.
–Ah, mi tío Villa… Fue el único antecedente artístico en mi familia. El hizo un viaje integrando el ballet que acompañaba a Gardel por Europa. Pero dejémoslo a Gardel, pobre muchacho. Prefiero hablar de cosas lindas.
–¿En qué cosas lindas estás pensando?
–En mi cumpleaños. Estaré en Mendoza… "Nadie se va de Mendoza, aunque piensa que se va…" Todo el tiempo le digo a María: "No veo la hora de estar allá…" Anita Amitrano, entre las viñas de los Zuccardi, me hará una fiestita… Allí están los que se fueron pero no me abandonan. Allí está la felicidad.
–¿Cómo te llevás con el recuerdo de tu mamá?
–Nada de recuerdo. Ella está siempre conmigo. Le hablo todos los días. Ella me cuida. El último 25 de Mayo tenía terror de agarrarme un enfriamiento al cantar en la plaza y le hablé y ella me cuidó.
–Negra, ya es de noche; ni nos dimos cuenta; estamos hablando a oscuras.
–Sí, se fue la tarde, pero respondeme: de todos mis compadres, la única viva soy yo… ¿Te parece bien eso? ¿Es justo? Dejá de mirarme con tus lentes y decime…
–La respuesta la diste recién: los que se fueron están… Digamos que el aire que los tocó a ellos, a Armando, a don Angel, a don Benito, es el mismo aire que nos está tocando ahora a nosotros. Es decir: aire mediante, nos estamos tocaaando… Digamos que tus compadres del alma respiran de otra manera.
–Sí, sí, respiran de otra manera, y cuando llego a Mendoza yo los siento en el aire, conmigo, y hablo con ellos y ellos me traen la felicidad de cuando éramos tan pobres, tan dichosos…
–Aprovechando, Negra, que nos quedamos a oscuras, contame algo que todavía no me hayas dicho, algo sobre esta vuelta tuya a la vida.
–Ya te lo dije: lo nuevo en mí es que aprendí que cantar no debe ser un sufrimiento. Cantar me cura y me alumbra… Lo que no te dije es que ya sé de quién tengo que cuidarme.
–¿De quién?
–De un color.
–¿De un color?
–Cuando entro en las depresiones yo dejo de comer, de beber; me deshidrato por completo.
–Me estabas diciendo que tenés que cuidarte de un color.
–Ni nombrarlo me gusta… Cuando entro en depresión, el color gris atraviesa mi cabeza, la invade por completo… El gris para mí es algo grave, muy grave; es como una nube que me va ganando… Tengo que cuidarme, escaparle a ese color, porque rechazo la vida, rechazo los olores primordiales, los del ajo y la cebolla; hasta dejo de sentir la emoción que me produce el locro haciéndose a fuego lento, la empanada recién horneada…
–¿Tenés manera de defenderte del color gris?
–Una sola: cantando… Ultimamente, cuando me gritan "¡No te mueras nunca, Negra!", yo siento que más que un elogio es una orden. Y tengo que obedecerla. No me tiene que ganar el color gris…
*Autor de una veintena de libros, Rodolfo Braceli publicó Mercedes Sosa. La Negra (Sudamericana)
La mujer idolatrada
Postrada por su enfermedad, Mercedes Sosa estuvo dos años sin escenario. Volvió en septiembre pasado, y desde entonces sigue sumando multitudes. Un millón de espectadores televisivos en el primer recital, 8000 en el Encuentro de Música de Provincias, 20.000 en la plaza Independencia de Tucumán. Después, el lanzamiento de Corazón libre para las Américas, Europa, Israel, Japón, Corea, Singapur, Australia, Nueva Zelanda y –por primera vez– China. La convocatoria masiva la llevó a Punta del Este, Mar del Plata, los festivales de Cosquín, de la Tonada –en Tunuyán–, de la Guitarra –en Dolores–, el de Córdoba –Capital de la Cultura de América–. En Rosario la escucharon 50.000 espectadores. Participó en el homenaje a Haroldo Conti, hizo dos Gran Rex y el 25 de Mayo cantó en la Plaza. Aun con un ritmo moderado, en los últimos nueve meses tuvo una audiencia de más de 500.000 personas en vivo.