El empresario habla de sus inicios en la actividad privada y de cómo logró captar la atención de los medios de comunicación para obtener un lugar en la política
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Entendió como nadie, o mejor que ninguno en su época, cómo funcionan los medios de comunicación. Esa habilidad le permitió irrumpir “de la noche a la mañana” en la política. Hizo todo lo que necesitaban los productores: generó contenido y pensó en imágenes, con las que alimentó a diarios, revistas y televisión. Para cada presentación o denuncia armó una puesta en escena. ¿Qué cámara le daría la espalda a un diputado que ofrece un discurso montado en un elefante? ¿Existe una mejor manera de graficar la pérdida del valor de la moneda durante un proceso inflacionario que mostrar cómo se derrite un peso (ó un “austral”) de hielo? Entre otras audacias, Alberto Albamonte organizó el primer acto partidario que cobró entrada: dos dólares cada platea.
-¿Cómo llegó a la UCeDé?
-En 1982, desencantado con el país. Estaba por irme a vivir a los Estados Unidos, pero decidí quedarme y meterme en política. No sabía cómo empezar, pero tenía claro que el partido que más me representaba era la UCeDé, porque intuitivamente siempre fui liberal. Un día me enteré que se iba a realizar un acto en la sede central del partido, en Rivadavia 1100, y fui.
-¿Allí conoció al ingeniero Álvaro Alsogaray (líder y fundador de la Unión del Centro Democrático)?
-Sí, para mí era un tipo intelectualmente admirable, pero no vendía nada. Después de que él terminó de hablar, Adelina Dalesio de Viola pregunta: ‘¿Alguien quiere decir algo?’. Y yo levanté la mano. Me mandé un discurso de dos o tres minutos y me aplaudió todo el mundo. Enseguida, Adelina mandó a averiguar quién era. Así empecé. A los 15 días de haberme afiliado, alquilé a mi costo la cancha de Excursionistas y armé un acto que fue un éxito, aunque generó algunos resquemores con los que venían militando hacía años.
El loco del elefante
Fundó un comité en Belgrano y lo inauguró “a lo grande”, con un acto en el estadio de Obras Sanitarias. Quería desterrar la idea -que se repetía como verdad- que decía que los liberales eran tan pocos que hacían sus convenciones dentro de una cabina telefónica. Envalentonado por aquellos primeros actos multitudinarios, en abril de 1985 Albamonte se propuso dar el salto definitivo y hacer el cierre de campaña de las elecciones legislativas en la cancha de River Plate. Puso todos sus bienes en garantía. Y aunque reconoce que le costó bastante convencer al partido, Alsogaray fue el más fácil de persuadir: “Está bien, ahora solo tiene que llenar la cancha”, le dijo.
Albamonte pensaba centrar la campaña en la crisis inflacionaria que castigaba al país. Pero sucedió lo inesperado: el gobierno de Raúl Alfonsín lanzó el Plan Austral y Álvaro Alsogaray lo respaldó públicamente. “¿Y ahora qué hacemos? Se nos cae la campaña, chau acto... y yo tenía la cancha alquilada”, fue lo primero que pensó.
-Tenía que encontrar un nuevo foco para su campaña.
-Exacto, tenía que lograr un golpe de efecto. Sabía que el gobierno iba a poder parar la inflación por un tiempo, hasta las elecciones, aunque después eso iba a explotar. Entonces apunté para otro lado: el tamaño del Estado y su ineficiencia. La gente estaba cansada de los cortes de luz, de gas... ¡había que esperar 30 años para que te pongan un teléfono! Las actividades más rentables del mundo en Argentina daban pérdida. Una empresa que tenía que tener 4000 empleados tenía 40.000. Y ahí se me ocurrió lo del elefante.
-”Lo del elefante”, dice. Expláyese.
-Había un circo en avenida del Libertador, el Fantasy on Ice, y fui a hablar con el dueño. Era peronista. No podía creer que le quería alquilar el elefante. Le expliqué que quería dar un mensaje ideológico y accedió. Al final ni me cobró.
-¿Cuál era el mensaje ideológico?
-Quería dimensionar el tamaño del Estado. Vestimos al elefante con una sábana que tenía los nombres de las empresas estatales escritos. Y avisamos a todos los medios que “el día sábado al mediodía, un dirigente de la Ucedé -sin decir mi nombre porque a mí no me conocía nadie- iba a estar en Cabildo y Juramento subido en un elefante”. Los radicales, que fueron muy ingenuos en esas cosas porque entraron ‘como un caballo’ en todas las que les hice, mandaron todas las cámaras. Cuando llegó el elefante, el domador lo arrodilló y yo me monté. No tenía de donde agarrarme, me apoyaba en las orejas... Me pasaron el micrófono y solo dije dos pavadas porque tenía un miedo terrible de caerme. Estuve al límite del ridículo, porque la jugada fue muy peligrosa. Los de mi partido me decían “el loco del elefante”.
-¿Y tuvo el éxito esperado?
-Al día siguiente, el domingo, la foto apareció en todos los diarios.
“Vieron que no éramos cuatro gatos locos”
Montada sobre un elefante, la UCeDé volvió al centro de la escena. Y llegó el esperado cierre de campaña en River Plate. “Llovía muchísimo. Los meteorólogos del Aeroparque decían que iba a empeorar. Nos empezamos a preocupar porque no venía nadie, el estadio estaba vacío. Adelina y María Julia me re putearon: ‘¡Nos trajiste al desastre! ¡Una vergüenza, no tenés cara!’. Fue como una película. En un momento paró un poco la lluvia y les dije a la orquesta que empezara a tocar... y en cuestión de minutos empezó a entrar gente por todos lados al estadio, fue impresionante”, recuerda.
-¿Logró llenar el Monumental?
-Sí. Justo cuando el ingeniero Alsogaray subió al escenario, se largó con todo. Alguien quiso ir con el paraguas y lo frené: “Si la gente se moja, el ingeniero también”, le dije. Aunque después el pobre se agarró una gripe... Con ese acto ganamos mucho prestigio porque vieron que no éramos cuatro gatos locos.
Albamonte financió el acto de River Plate con la venta de 30 mil plateas a 2 australes cada una (que eran dos dólares) y con lo recaudado en unas alcancías para donaciones que hicieron circular durante el evento las chicas de la Ucedé. “Juntamos una fortuna. No se cobraba al que iba al campo o popular, solo la platea. Pero los de UCeDé todos querían ir a la platea”, dice con una sonrisa y asegura que con ese acto ganó su candidatura a diputado para las elecciones del 87.
“Una imagen vale más que mil palabras”
Alberto Albamonte no pasó desapercibido en la Cámara Baja. Le gusta recordar aquellos tiempos en los que, fiel a su estilo disruptivo, sacó a la luz varios casos de corrupción. Los pollos contaminados de Mazzorín, los créditos “privilegiados” del Banco Hipotecario y una mega estafa con la ley de Promoción del Territorio Nacional de Tierra del Fuego... para cada denuncia armó una puesta en escena, un breve escándalo.
-A Ricardo Mazzorín lo fue a buscar a la Secretaría de Comercio con un pollo gigante.
-Mazzorín era más soberbio que Guillermo Moreno. Era un tipo autoritario y los empresarios le tenían terror. Yo lo convoqué para que diera explicaciones en la Comisión de Comercio, pero no vino. Así que lo fui a buscar por la fuerza. Avisé a los medios y mandaron todas las cámaras. Una escultora me hizo un pollo gigante de telgopor y me aparecí con eso en la Secretaria de Comercio. Una imagen vale más que mil palabras: cuando vos lográs esa foto, la gente no se olvida más. Entonces, no le quedó otra que venir a la Cámara.
-A propósito de sus años como diputado, los cronistas parlamentarios siempre recuerdan cuando usted sacó del recinto, a las trompadas, a Luis Zamora.
-Sí, tuve varias agarradas con Zamora. Pero hay que ser serio. Estaba George Bush, presidente de los Estados Unidos en el recinto y Zamora empezó a repudiar su presencia a los gritos. “No seas payaso, callate”, le dije. Pero lo agarré a las piñas afuera, por suerte no se vieron. Hay que respetar a los invitados, hubiese hecho lo mismo si hubiese venido Fidel Castro. Lo de Zamora es curioso: se recibió de abogado y empezó a vender libros. Todo el mundo lo miraba con cierta admiración y yo pensaba: “Si yo soy abogado, estudié seis años y tengo que salir a vender libros es que soy un desastre” ¿O no?
-No son pocos los compañeros suyos que reniegan de su paso por la UCeDé.
-Yo estoy muy orgulloso de lo que hice en política.
-Le hablo de otros compañeros, como Amado Boudou.
-Su caso es el más impresionante. Boudou era profesor de la universidad del CEMA... ¡La catedral del liberalismo! Se dio vuelta de una manera impresionante. ¿Por qué lo hacen? Básicamente por interés económico o de poder. Están los que se venden por dos mangos y los que tienen desesperación por mantenerse a flote, seguir manteniendo el chofer o los privilegios de determinados cargos.
-Otro actor de la política actual que se formó en la UCeDé es Sergio Massa. ¿Cómo es su relación él?
-Relativa, no soy amigo. Fue mi jefe de campaña cuando él tenía 19 años y yo era candidato a gobernador en la provincia de Buenos Aires. Massa ni habla de la UCeDé, se olvidó... pero a mí no me quita el sueño. Yo no voy a renunciar a mi pasado.
Alberto Albamonte dejó la UCeDé en 1993 porque su candidato a diputado, Luis Patti, no había sido incluido en las internas del partido. “Me dio tanta bronca que renuncié al partido y a Patti se lo recomendé a Menem para el Mercado Central, necesitaba un tipo con coraje. Lo puso y limpió el Mercado porque era una mafia”.
Menemismo y boda en Olivos
Nunca se afilió al peronismo, pero abrazó con pasión al menemismo. En 1994 fue convencional Constituyente por el Partido Justicialista. Al mismo tiempo, entabló una relación de amistad con el entonces presidente Carlos Menem, a tal punto que entraba a la Quinta de Olivos sin necesidad de audiencia previa. “Yo he visto tipos que hablan pestes de Menem en público, pero en esa época eran más menemistas que yo”, asegura.
-¿Cómo explica hoy su boda en la quinta presidencial de Olivos? Sólo parece posible en el contexto de los 90...
-La historia es así. Un día fui a invitar a Menem a mi fiesta de casamiento, que se iba a celebrar en el country Pingüinos. Y ahí él me dice que hiciera el Civil en la Quinta de Olivos. Fue gracioso porque le dije a mi novia lo que me había propuesto Menem y ella, muy ingenua, me dijo: “¿Y querrá ir el del Registro Civil?”. El de Registro no solo quiso ir, sino que vino con la mujer, la hija y la cámara de fotos.
-Nunca quedó claro como, de pronto, alguien con tanta exposición como usted, desaparece de la escena política.
-Yo pensaba que las segundas partes nunca fueron buenas. Había que oxigenar al gobierno. Por eso propuse, en el 95, que Menem diera un paso al costado y pusiéramos como candidato a Carlos Reutemann, a quien había conocido en la Convención Constituyente. Eventualmente, Menem podía volver en el 99. Así que en la navidad del 94, en la quinta de Olivos, le dije: “Mirá Carlos, yo no te voy a enseñar a vos de política, pero me parece que tenés que dar un paso al costado. Lole es un tipo que lo votan los peronistas y los radicales. Es honesto... es ideal para que no se pierda todo lo que se avanzó hasta ahora porque, sino se va a perder”.
-Evidentemente, Menem no le hizo caso. ¿Cómo siguió la relación entre ustedes?
-Claro, él me dijo que no. En ese momento yo tenía una propuesta de un gran empresario (habla de Eduardo Eurnekián) y pensé: “No voy a estar girando por los partidos políticos. Viví toda mi vida de mi trabajo, desde que tenía 15 años. Con mayor o menor suerte siempre lo hice así. Me ofrecieron ser tercero en la lista de diputado y dije que no. Tampoco acepté la jubilación de privilegio. Y me retiré”.
“Hoy sos el capo del mundo y mañana no te llama ni el loro”
El primer trabajo de Alberto Albamonte fuera de la arena política fue como director del Multimedios América. En 1997, en sociedad con Eduardo Eurnekián, compró la licencia de Howard Johnson para la Argentina. Cuando el grupo América obtuvo la concesión de los aeropuertos, se separaron. Albamonte quedó al mando de la cadena que hoy cuenta con 41 hoteles en el país.
-¿Extraña la política?
-No. Las decisiones que te cambian la vida hay que tomarlas con toda la conciencia del mundo. Implican un cambio muy fuerte. Porque hoy sos el capo máximo del mundo y mañana no te llama ni el loro. Desapareciste.
-¿A usted no lo llamó nadie más después de la política?
-No, aunque siempre hay algún hincha pelotas que llama. Pero me encanta lo que hago ahora. En la Argentina está todo por hacer en materia turística, en especial hotelería. Si en el país se hicieran bien las cosas, en unos años el turismo sería una de las principales fuente de ingreso de divisas.
-¿Qué opina de Javier Milei? Es otro liberal, como usted, que parece entender cómo funcionan los medios de comunicación. ¿Tiene algo que ver el liberalismo que él profesa con el suyo?
-El liberalismo es uno solo. Yo a Milei no lo conozco, pero desde el punto de vista doctrinario e intelectual es muy sólido, no habla pavadas. Es más, mi primer proyecto como diputado en el ‘87 fue eliminar el Banco Central y volver a la caja de Conversión. Hay un fenómeno que se está dando ahora que es un hartazgo de la sociedad, y en eso contribuyó tanto Macri como los Kirchner.
“Mi padre vistió a la madre y a la hermana de Eva Perón”
Hijo de una madre ama de casa y un padre modisto -que define como “un artista” que llegó a vestir a la madre y hermana de Eva Perón-, Alberto Albamonte pasó los primeros años de su infancia en Junín, provincia de Buenos Aires. Luego la familia se mudó a Caballito. De niño, recuerda que todas las noches, rezaba para que su padre lo asociara a San Lorenzo, el club de sus amores. Se reconoce a sí mismo como un empresario que se inició a temprana edad, cuando con dos amigos hacían almohadas para vender en los barrios más humildes. “A los 15 años me compré una Estanciera que usaba para repartir la mercadería. Como no tenía registro, andaba esquivando la policía”, dice.
Al terminar el secundario, en el ‘68, para eludir el Servicio Militar Obligatorio y por “recomendación de amigos”, ingresó en la Policía Federal como cadete. Obtuvo el titulo de oficial, pero a los dos años renunció porque decidió meterse de lleno en el rubro de la carne exportando subproductos ganaderos, en especial manteca de cerdo. Con satisfacción cuenta que su época fue el primero en cantidad en el ranking de exportadores de la Junta Nacional de Carnes.
A los 22 años se casó con una asturiana y tuvo cuatro hijos. En el comienzo, vivieron en un departamento que la joven pareja compró en el barrio de Belgrano, sobre la calle Arribeños. “Los padres de ella pusieron la mitad y yo saqué dos créditos del Banco Provincia para la otra parte que cancelé a los 5 años”, cuenta. Años más tarde se divorció de la madre de sus hijos y se volvió a casar, celebrando su nueva unión en un singular lugar: la Quinta de Olivos.
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