Manual de cultura pop para millennials
Qué es
El diccionario dice que es una "decepción o impresión desagradable que causa algo que se hace o se espera con ilusión o alegría". También se usa para referirse a una "burla o engaño que se hace a alguien". Durante la década del 80, la vida infantil estaba llena de chascos. Literales y de los que se compraban y se hacían para jugar. A la orden del día. Y el que se enojaba perdía.
Cómo son
Entre el chicle Puaj, que se veía apetitoso, pero que tenía adentro un juguito, y cuando lo mordías dejaba salir en la boca su sabor superácido, hasta pequeñas arañas de plástico o cucarachas falsas para plantarle a quien estuviera distraído. Incluso había cigarrillos que explotaban al prenderse, solo para valientes que se atrevieran a colarle uno en el paquete a la madre o al padre. Bromas de todo tipo, una más pesada que otra, pero siempre inocentes.
Dónde
Golosinas, cigarrillos y chascos eran las tres cosas básicas que vendían los kioscos hasta hace unas décadas. Fácil y sin vueltas. Estaban siempre exhibidos en la vidriera. Con el tiempo, el chiste ya dejó de ser la moda, o la costumbre, y ahora se encuentran en algunas casas de magia, de cotillón o, sí, en algún que otro kiosco de esos que quedaron como detenidos en el tiempo, repletos de polvo y bromas pesadas, o pasadas.
La historia
- Inicio. En la década del 70 comenzaron a aparecer en los kioscos, no solo en la Argentina, sino también en Uruguay, Chile y otros países. Para mediados de los 80, hasta había locales específicos dedicados solo a eso.
- Público. Hoy los compran más que nada las personas con nostalgia, cual homenaje a su pasado. ¡Oh, unos falsos dientes de vampiro a los 40 años: qué lindo recuerdo infantil!
- Víctimas. Había también falsos cubos de hielo con insectos en el interior o chapitas que, cuando las tirabas, hacían el ruido de un vidrio al romperse. Caían en estas bromas compañeros de colegio y familiares adultos.
Para sobrevivir en el tiempo
Cuando el kiosco dejó de ser el punto de venta porque las costumbres de la infancia cambiaron, las bromas y los chascos se fueron yendo a su rincón. Pero eso no quiere decir que hayan desaparecido. Se diversificaron y ampliaron, para capturar otros públicos.
Entre sus ofertas más modernas se incluyen bombas de humo; máscaras de látex con las caras de personajes, entre políticos y superhéroes; flores que mojan como las de los payasos; caretas de monstruos para Halloween y todo tipo de cotillón más sofisticado que guirnaldas o narices rojas.
El mercado actual a la hora de los chascos ya no lo mantienen la infancia ni la adolescencia. Es cosa de adultos. Muchos elencos de teatro o producciones de películas de bajo presupuesto compran sangre falsa para sus obras. También son público cautivo los magos, más que nada los que están comenzando su carrera.
Por eso ahora, quien quiera encontrar chascos tiene que ir a casas de cotillón, de magia, o si se busca algo más extremo, a los pocos locales especializados que quedan (en capital Federal, hay menos de cinco). Pero al kiosco, ya no más.