Memoria necesaria
Un vecino del barrio que me acercaba a casa en su auto comentó que no se quedaba a tomar un café porque debía saludar a la madre de un gran amigo de la infancia. "En realidad, es un amigo que ya no está –dijo–. Me queda el recuerdo, y lo vivo a través de la madre. Le pegaron un tiro al querer robarle el auto. Veníamos juntos desde primer grado de la primaria. Parece una situación cada vez más frecuente. A muchos les cuesta enfrentar el problema."
El comentario disparó el temor de que quizás estemos en una etapa que en poco tiempo vamos a querer olvidar. La muerte, las heridas graves, físicas y emocionales, que quedan en las personas como resultado de una constante de hechos criminales, afectan de alguna manera a cada miembro de la sociedad. El dolor llega a través de diferentes relaciones de mayor o menor cercanía. Sin embargo, sucede que en la comunidad urbana el duelo es motivo de negación, y muchas veces bordea la insensibilidad. El reconocimiento de los hechos se mantiene vivo a nivel personal. Cada sobreviviente, cada familia, carga con sus recuerdos, pero de la puerta para afuera se instala el olvido.
Con variantes obvias, una enorme sangría ya sucedió en tiempos recientes. Queremos darle matices diferentes porque ya fue. A partir del primero de julio de 1974, fecha en que murió Juan Perón, se desató una lucha por su herencia que cargó con vidas a partir del velatorio mismo. En 1975, bajo lo que se percibía aún como un sistema constitucional, la matanza sectorial política se cobró unas mil doscientas vidas (eso, sin tener en cuenta los hechos de la criminalidad común o las fatalidades en el tránsito), cifra no oficial, pero llevada en un par de redacciones porteñas. De eso hoy ya no se habla. Dado el curso de las circunstancias, es obvio que la catástrofe tiene tiempo de inicio en el 24 de marzo de 1976, fecha de repudio políticamente correcto y algunas veces marcada acorde con las necesidades. Pero aun así un sector grande de la sociedad argentina prefiere bajar la cortina sobre los tiempos de hace tres décadas, entre muchas razones, porque todavía faltan explicaciones. Falta escribir mucha historia.
Ahora también, no está claro si debemos atribuir el creciente nivel de criminalidad –insuficientemente investigada, explicada o castigada– a la situación económica, a la droga, a la caída en la calidad de la educación pública o a la irresponsabilidad personal. Las muertes hasta comienzan a ser soslayadas en el imaginario público. Algunos se arrogan el derecho al odio; otros, al olvido; hoy como entonces. Eso no deja establecido lecciones para el futuro. La novelista inglesa Sybille Bedford, recientemente fallecida, a los 94 años, sostenía que la civilización depende de instituciones fuertes, principalmente de mecanismos de auditoría que no permitan censurar lo que algunas veces la sociedad quiere olvidar. Era una advertencia serena y útil. Gente como el hombre que iba a visitar a la madre del amigo muerto necesitan una sociedad con memoria como forma de seguridad.
* El autor es escritor y periodista