Un objeto, un personaje y una historia que funciona como disparador efectista sobre tus recuerdos.
Por José Montero
Larguirucho era acaso el personaje más humano del universo García Ferré. De tan inocente y simplón, resultaba maleable. Podía ser bueno o malo. Podía estar a las órdenes del profesor Neurus junto a Pucho y Serrucho. Y, a la vez, ser el amigo fiel e inseparable de Hijitus y su perro Pichichus, o el aliado de Oaky, el bebé de armas tomar que resolvía todo con “tiro, lío, cosha golda”. Quizás, la característica principal de Larguirucho, eso que lo hacía conectar con el público, era que, como cualquier chico, estaba atravesado y dominado por sus emociones. En un capítulo se ponía terriblemente celoso porque Hijitus, en pos de ayudar a Anteojito y Antifaz a construir una casa al lado del caño que habitaba, no podía jugar con él. Influenciado por un espejo que le daba ideas nefastas, Larguirucho tramaba un plan. Se disfrazaba de fantasma para alejar a los nuevos vecinos de su amigo. Incluso llegaba a secuestrar a Antifaz y la historia derivaba en el destierro de Anteojito y su tío. Debían irse de Trulalá. Al ver que los expulsados le dejaban como regalo la casa, Larguirucho no podía con su alma, confesaba sus pecados y todos terminaban felices y contentos. Más allá de sus arranques, el dueño de la muletilla “blá má fuete, que no te cucho” era puro corazón. Vos no tanto. Vos eras jodido. Cuando hacías algo malo, lo sostenías. Como este muñeco que le birlaste a tu amigo Quique porque competía con vos por el amor de Flor, la luz del grado, la compañerita más linda. Ella no fue para ninguno de los dos, pero vos todavía conservás el muñeco. Que se curta Quique.