Memoria de las vacaciones: no importa el cuándo, sino el cómo
Quiero empezar la columna proponiéndole un juego. Cierre los ojos y piense en una torta de chocolate. Imagínela. ¿Verdad que puede verla? Ahora piense en dos tortas. ¿Las ve? OK, vamos a repetir el ejercicio, pero ahora con las vacaciones. Piense en una semana de enero en Mar del Plata. ¿Puede imaginarse la experiencia? Si le pidiera que sueñe con que el viaje a la costa dura dos semanas, o que se hace en febrero, ¿la representación mental difiere? ¿Acaso la imagen que se le vino a la mente cuando conjeturo una semana es distinta de la que se formó cuando pensó en el doble?
Con las cosas materiales es más fácil. Cierro los ojos y "veo" las dos tortas, pero no logro distinguir entre la representación mental de una y de dos semanas. Por la misma razón tampoco el recuerdo de unas vacaciones en febrero difiere del mismo evento en enero.
Lo cierto es que hasta mediados de la década del 90, los economistas creíamos que la utilidad de una experiencia podía construirse de manera aditiva, como la simple suma de los placeres experimentados minuto a minuto. Pero entonces se publicó un polémico experimento del doctor Donald Redelmeier, del Departamento de Medicina de la Universidad de Toronto, en conjunto con el -a la postre Premio Nobel de Economía- psicólogo cognitivo Daniel Kahneman.
La dupla manipuló la administración de un examen de colonoscopia, extendiendo de manera aleatoria la duración del molesto estudio médico, a la mitad de los pacientes. Para sorpresa de los científicos, los sujetos del grupo al que se le había estirado innecesariamente el procedimiento acabaron reportando un recuerdo menos negativo que los sujetos a los que se les había retirado la sonda un rato antes.
El padre de la economía del comportamiento comprobó en esa investigación, basándose en los descubrimientos anteriores de Elizabeth Loftus, que no almacenamos en la memoria una copia perfecta de cada una de nuestras vivencias, sino que guardamos los momentos particularmente intensos (por la positiva o la negativa), así como grabamos el inicio y el final de cada experiencia, que nos sirve para recortarla como una unidad particular del pasado.
Sabemos desde entonces que una cosa es una experiencia y otra cosa que puede ser muy distinta es el recuerdo de esa misma vivencia. Si lo que "carga nuestras pilas" no son las vacaciones, sino el recuerdo de las mismas, entonces poco importa que el descanso tenga lugar en enero o un mes después. Y cuando se elige febrero, además, sale mucho más barato.
Economista, autor de Lo que el dinero no puede pagar