Fue una conexión inmediata. Desde que esa tarde tomaron la primera práctica ya nada fue igual. Como si recordaran una vida pasada, cada vez que salían a navegar se sentían libres: el viento las transportaba a un mundo mágico donde el sonido del agua y la inmensidad de la naturaleza se mostraba en todo su esplendor. "Ese momento de soltar las amarras y desplegar las velas era sublime", recuerdan las hermanas Noe y Sol Pardal (36).
Criadas en el barrio de Caballito, en la Ciudad de Buenos Aires, crecieron en una familia donde el desarrollo de una profesión tradicional, como "las de antes", era considerado un aspecto relevante. Así lo hicieron y en cuanto terminaron la escuela secundaria se perfilaron hacia lo que serían sus vocaciones de allí en más. Estudiaron, se recibieron y pronto consiguieron un puesto estable, cada una en su área. Sol como arquitecta en la División de Arquitectura de la Policía Federal Argentina, en tanto que Noe se desempeñaba como contadora en la División de Auditoría de la AFIP.
Estaban conformes con sus trabajos, tenían un buen pasar económico pero decidieron buscar algo más y, pese a no tener en la familia a nadie vinculado con el mundo náutico, se embarcaron en esa fascinante área y comenzaron a hacer el curso de yate vela y motor. "Cuando terminamos el curso, pudimos cumplir nuestro sueño de tener nuestro primer velero. Invertimos todos nuestros ahorros en un velero chico, de 24 pies, que quisimos como nuestro segundo hogar. Se llamaba Oasis y para nosotras era lo que realmente significaba un oasis en el medio de la ciudad. Al vivir en Capital Federal, cada vez que íbamos a la marina era como entrar en un mundo paralelo, donde sentíamos que el tiempo y el espacio se disolvían. En cada salida de navegación que hacíamos nos poníamos a meditar cuando llegaba al atardecer, era un momento que disfrutábamos mucho y que al estar en el agua sin ruido alguno nos podíamos relajar más".
Navegación on demand
- Tienen que ofrecer este paseo como experiencia, les dijeron un sábado sus amigas mientras navegaban por el río. La salida en velero y el momento de meditación con el sonido del agua había resultado una momento sanador para quienes las acompañaban ese día.
Pero la realidad era que Sol y Noe tenían un trabajo fijo y solo disponían de los fines de semana para la recreación y el esparcimiento. Sin embargo, comenzaron a coquetear con la idea de poder dedicarse de lleno hasta lo que se había transformado en un hobby muy placentero y que no estaba en sus planes como ingreso monetario.
"Fue así que empezamos a juntarnos de madrugada, antes de que cada saliera para su trabajo, para ir plasmando ese sueño en realidad. Creamos nuestra página web, le pusimos nombre al proyecto (Soltando Amarras), y estudiamos los servicios y recorridos que queríamos ofrecer. Luego de mucho trabajo y dedicación hicimos la salida con los primeros tripulantes, estábamos tan emocionadas que nos desbordaba la alegría de compartir esto que nos hacía tan felices. Y desde ese momento ya nada fue igual. Cada vez que íbamos a nuestras oficinas, ambas quedaban por Plaza de Mayo, donde continuamente había manifestaciones y piquetes, nuestro humor ya cambiaba. Nada tenía sentido, habíamos perdido el interés por lo que hacíamos, sentíamos que no estábamos cumpliendo con nuestro propósito".
Sus profesiones no cumplían con las expectativas que tenían de la vida. Y, cada tarde, esperaban ansiosas el momento del fin de la jornada laboral para sentirse libres. "En ese momento corríamos hacia nuestro Oasis, nuestro segundo hogar que esperaba por nosotras, para desplegar las velas y navegar. Teníamos un largo viaje desde nuestras oficinas hasta la marina, pero con solo llegar a ver los últimos rayos del atardecer muestro día cambiaba por completo, se llenaba de sentido".
Crecer con el viento
En ese momento, las hermanas ya hacían salidas todos los fines de semana, con una duración de 4 horas desde la Marina Punta Chica en San Fernando. "Cada fin de semana eran más los que se interesaban por el paseo, especialmente por el que ofrecía la navegación de luna. Pronto, el velero de 24 pies, comenzó a quedar chico y apareció la necesidad de hacer el cambio. "En menos de un año nos cambiamos de velero, pasamos a uno de 34 pies con todas las comodidades para cruzar el Océano Atlántico y bautizamos al barco como Atlas".
De la mano de Atlas, se animaron también a soltar sus profesiones, que las estaban amarrando a una vida que ya no tenía sentido, al menos para ellas. "Fue como dar un salto al vacío, saber que ya no íbamos a tener un sueldo fijo, obra social ni jubilación fue fuerte. Pero en nuestro corazón no teníamos dudas de que íbamos por el buen camino. Nuestro deseo de salir del sistema y ser libres de crear fue más fuerte que cualquier limitación que el entorno siempre quiere imponernos. Y así fue que pudimos expandirnos con travesías a Angra do Reis en Brasil y Uruguay".
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