Mejor aprender a cooperar que a competir
Los chicos se escolarizan cada vez más temprano, esto lleva inevitablemente a la competencia entre ellos. No es lo mismo pasar tiempo en la plaza o en casa con chicos de distintas edades con los que no se puede competir que estar varias horas por día con niños de la misma edad. ¿Por qué no compiten tanto cuando tienen edades distintas? porque saben que no pueden ganarle al más grande y ganarle al más chiquito no tiene gracia, prefirieren aprender del primero y/o divertirse con el segundo. En cambio para poder resaltar en un grupo de iguales inevitablemente hay que ser el mejor en algo: el que corre más rápido, la que pinta más prolijo, el que se porta mejor, la más original, el que hace reír, la que hace más lío…, surge la competencia aunque los adultos no la favorezcamos.
En el ámbito escolar no es sencillo que los chicos no compitan, en parte porque hacen todos las mismas cosas y ellos mismos perciben las diferencias en los resultados, pero además uno solo va a la bandera, uno es el ayudante de la maestra, son pocos los elegidos par ir a los intercolegiales, o a las olimpíadas matemáticas. En la misma línea ellos miran quién se sacó la mejor nota en la prueba, quién terminó primero, quién hizo el mejor tiempo en la prueba de resistencia, quién va a ser José de San Martín en el acto, qué dibujo o qué poesía fue elegida para el periódico escolar. Si nos inquieta el tema al elegir un colegio para nuestros hijos, tendremos que hacer preguntas en la entrevista inicial porque algunos colegios tienen políticas más competitivas que otros: cómo eligen al abanderado, si van todos los interesados por turno a las competencias o si van sólo los mejores, si hay premios a fin de año y con qué criterio se entregan, etc..
Pero la competencia empieza en casa: nuestros hijos desde chiquitos compiten inevitablemente por el amor o la atención de sus padres, y podemos hacer las cosas de modo de no favorecerla, o de que compitan lo menos posible.
¿Cómo lo hacemos?
En primer lugar respetemos y celebremos las individualidades y los estilos personales de cada uno de ellos. Cada hijo vino a ser él mismo y no a entrar en el molde de lo que sus padres esperábamos.
No los comparemos entre ellos: ¿por qué no serás responsable como tu hermana?, creemos que acicatearlos es el camino para mejorar pero… se enojan con la hermana (y eso lleva a competir más con ella) y se sienten mal mirados por nosotros. Trabajemos su responsabilidad, independientemente de la de la hermana.
Tengamos una política de no crítica entre ellos en casa: ¡dibujás re-mal!, sos un burro), hablemos de las diferencias de edad y de los tiempos personales de maduración de cada uno. No criticarlos nosotros a ellos o entre nosotros es el primer paso para lograrlo.
Resaltemos el esfuerzo y no el resultado de sus acciones, sin poner énfasis en el logro sino en el intento, la infancia es para hacer intentos y ensayos, no debería importar tanto tener éxito. De hecho la búsqueda de éxito los inhibe en su accionar.
Favorezcamos en casa los juegos de cooperación, porque los de competencia llegan solos sin necesidad de que los llamemos: filmar una propaganda, armar una obra de teatro de títeres, hacer runa casita en un árbol, jugar a la maestra, armar un carrito de rulemanes, hacer un castillo de naipes, cocinar una torta, decorar cupcakes…
Busquemos la cooperación dentro de la familia, para poner la mesa, preparar la ensalada, sacar al perro a pasear, que los más chiquito prendan las luces a la noche y los más grandes hagan otras tareas más complejas. Armemos equipo: cuando hacemos pan ¿es más importante la harina, la levadura, el agua, la manteca, la sal? Hasta el componente más invisible y chiquito es parte de un pan rico, si podemos entender así a nuestra familia y transmitirlo a nuestros hijos, especialmente a los más grandes –suelen ser los que más compiten- sabremos que no hay en casa personas ni tareas más importantes o valiosas que otras, lo que hay es un equipo en el que todos hacemos falta.
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