Antes de ser una planicie rojiza, la Laguna de Llancanelo explotaba de vida. Alrededor del espejo azulado de 42.000 hectáreas, los juncos alimentaban al ganado, los vecinos recolectaban huevos y organizaban concursos de pesca de pejerrey. Las cosas empezaron a cambiar en los 70, con los primeros avances de la industria petrolera sobre el lote fiscal a 68 kilómetros de Malargüe. Los incipientes intentos proteccionistas derivaron en una declaración de área protegida que, en lugar de terminar con la exploración, prohibió la caza y la pesca. Pero la ganadería siguió recortando los pastizales donde flamencos y cisnes de cuello negro nidificaban entre migraciones eternas.
En los 90, el conservacionismo se posó definitivamente en el humedal. Científicos de la Universidad de La Plata y ornitólogos de la provincia contaron más de 200.000 ejemplares de 150 especies de aves. A mediados de la década, Llancanelo fue aceptado como sitio Ramsar, por la convención internacional que protege a 2300 humedales en todo el mundo. Aunque el entorno resistía, ya no era un paraíso verde. Con el avance de la línea ganadera se habían introducido especies exóticas (jabalíes, tamarindos). La costa empezó a retraerse y la variedad de plantas entró en declive; las aves se quedaron sin comida. Las sequías, que llevan nueve años, hicieron el resto: la laguna está transformándose en salar. La parábola condensa la retracción dramática de estos ecosistemas en todo el mundo. Desde 1700 desaparecieron el 87%. Desde 1970, el 35%.
Por qué son valiosos
Los humedales, que todavía ocupan una superficie mayor a la de Canadá, son áreas inundadas durante largos períodos. Hay diferentes tipos: lagos, lagunas, ríos, pantanos, marismas, turberas, manglares y arrecifes de coral. Representan el 20% del territorio argentino, donde se distribuyen en seis grandes regiones: Cuenca del Plata (los Esteros del Iberá, el Delta del Paraná y el Río de la Plata integran el mayor humedal de agua dulce del mundo), Chaco (Bañado La Estrella, Mar Chiquita), Puna (Laguna de Pozuelos, La Alumbrera), Pampas (Chascomús, Bahía Samborombón), Patagonia (los grandes lagos, los ríos y arroyos de deshielo) y su zona costera (San Antonio Oeste, Península Valdés). La ciudad de Buenos Aires tiene la Reserva Ecológica, Costanera Sur y los Lagos de Palermo.
Además de atracción turística y hogar de especies amenazadas, son fuente de agua, pescado, madera, aceite, sal, hojas para tejidos y forrajes. Casi 400 millones de personas dependen del arroz que crece en sus márgenes. Cuando hay inundaciones, actúan como esponjas. Al absorber el agua de las lluvias y las crecientes de los ríos, las filtraciones son más lentas y la cantidad de agua que fluye hacia abajo disminuye. Las marismas salobres reducen el impacto de las olas y son la primera línea de defensa contra tormentas. En los deltas, los humedales fijan sedimentos y ayudan a crear tierra. En todo el mundo, retienen y eliminan sustancias tóxicas. Pueden almacenar 50 veces más carbono que las selvas tropicales, según el Fondo Mundial para la Naturaleza: un arma secreta contra el calentamiento global. A medida que desaparecen, la Tierra es un lugar con inundaciones más devastadoras, tormentas huracanadas, agua más contaminada y menos comida.
Por qué desaparecen
Las razones del declive son múltiples:el propio cambio climático, modificaciones en los usos del suelo (urbanización, deforestación) o la dinámica del agua (intercepciones, desvíos), actividades extractivas (pesca, madera, pasturas), contaminación e introducción de especies invasoras.
"Los humedales no son tan carismáticos como los bosques", dice Ana Di Pangracio –directora ejecutiva de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN)– cuando le preguntan por qué están desapareciendo a una tasa tres veces mayor. No hay topadoras imparables ni incendios feroces; se pierden con sutileza, en movimientos de suelo que los rellenan de a poco. "No generan el mismo impacto –insiste la especialista en derecho ambiental–. Algunos dicen: «Era un pantanito feo»".
A medida que los humedales desaparecen, la Tierra es un lugar con inundaciones más devastadoras, tormentas huracanadas, agua más contaminada y menos comida.
En 2018, la FARN denunció que las obras de ampliación del aeropuerto de El Palomar desmontarían 140 hectáreas de uno de los últimos espacios de pastizales húmedos bonaerenses, con una fauna silvestre de más de 200 especies. En septiembre del año pasado, la Corte Suprema ordenó frenar la construcción del barrio Náutico Amarras de Gualeguaychú (Entre Ríos), con 200 viviendas y un hotel de 150 habitaciones, porque "el proyecto se realizará sobre una zona de humedales, con impactos permanentes e irreversibles". Solo en la cuenca baja del río Luján, una zona de inundaciones constantes, 66 barrios privados ocupan 9065 hectáreas de humedales.
Hay más en peligro, como los de la región alto-andina (donde avanza la explotación de litio), Salinas Grandes (rica en especies endémicas), el río Santa Cruz (la represa haría desaparecer las lagunas de las mesetas cercanas) y la hidrovía Paraná-Paraguay, un proyecto de tránsito permanente entre cinco países sudamericanos.
Por qué se necesita una ley
"Tenemos que cuidar esto que es tan valioso para nuestro país, desde la Laguna de los Pozuelos en Jujuy, pasando por los Esteros del Iberá, por el Palmar Yatay de Entre Ríos, la reserva de la Costanera Sur hasta la Península Valdés", dijo Mauricio Macri el 2 de febrero de 2016, durante la celebración del Día de los Humedales en Pilar. Después de la arenga, anunció una ley que regularía su uso, en actividades compatibles con la preservación. Aunque el proyecto se aprobó en las comisiones de Ambiente y Agricultura de la Cámara de Senadores, terminó perdiendo estado parlamentario. Distintas ONG vieron al entrerriano Alfredo De Angeli (también de Cambiemos) como el encargado de bloquear la iniciativa, una maniobra a la que se sumaron Jujuy y Catamarca, asociadas a las mineras de litio.
A falta de una política ambiental sólida y estable, el macrismo optó por la creación de áreas protegidas. Dos años después del fallido anuncio presidencial, Argentina alcanzó un récord de seis áreas nacionales y dos marinas. Durante 2018 se crearon los parques nacionales Iberá y Ciervo de los Pantanos, apenas a 60 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. La conservación del Blastocerus dichotomus –amenazado por la caza furtiva y el avance inmobiliario– quedaba garantizada. "Tenemos un ciervo nativo a pocos kilómetros del Obelisco y la gente ni lo sabe", dice Di Pangracio, que trabaja en un proyecto de relevamiento y protección que revierta ese desconocimiento.
Las ONG también apuestan al trabajo con las comunidades locales, que pelean por conservar un estilo de vida hecho de agua potable, pequeñas arroceras y represas a escala humana. Aliadas con los vecinos que denuncian las consecuencias apocalípticas del fin de los humedales, esperan que su voz se haga oír en una ley que concrete el ordenamiento territorial, detenga los emprendimientos que avanzan sin analizar impactos, controle las industrias contaminantes y elimine las extracciones descontroladas. Todo se trata del manejo sostenible: flujo libre de los ríos, restauración de los ecosistemas y cuidado de los sectores desprotegidos, "los que más sufren los efectos del cambio climático", según el propio Alberto Fernández. En su discurso de asunción, el sucesor de Macri reconoció la necesidad de conservar los humedales para alcanzar un "desarrollo integral y sostenible mediante una transición justa que asegure que nadie quede atrás". Todavía estamos a tiempo.