:: "Nuestra casa está en llamas. ¿Creen que nos escuchan? Haremos que nos escuchen. Esto es solo el comienzo". La advertencia se lanzó el 20 de septiembre del año pasado. Greta Thunberg leyó con aplomo y sin miedo un set de frases incendiarias frente a miles de jóvenes en el Battery Park de Manhattan. Tres días después, en la sede de Naciones Unidas, el tono había cambiado. Frente a los líderes más y menos poderosos del planeta, la adolescente sueca bramaba al borde de las lágrimas: "¿Cómo se atreven? Robaron mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. Estamos al comienzo de una extinción masiva y de lo único que pueden hablar es de dinero". Era la culminación de un plan simple: faltar cada viernes al colegio, protestar con una pancarta en el Parlamento de Estocolmo y esperar a que el mundo escuchara. Y el mundo escuchó.
Las Gretas del mundo trascienden prejuicios sexistas, protagonizan manifestaciones masivas y están decididas a adueñarse de sus vidas. Representan a una generación donde confluyen "la lucha por los derechos de las mujeres, la revalorización del cuidado y el reconocimiento de nuestra ecodependencia, la empatía con los demás seres vivos, la apertura al diálogo de culturas y el sentimiento de sororidad internacional con las defensoras del medioambiente", resumió el sitio The Conversation.
Ahí están la ugandesa Nakabuye Hilda, que busca revertir la contaminación del plástico en los lagos africanos; la mexicana Natalia Naranjo, que exige el reemplazo de las plantas de combustibles fósiles por otras con energías renovables; la inglesa Anna Taylor, que propone una reforma educativa para que la crisis climática se enseñe en las escuelas. Una preocupación que comparte con la argentina Nicole Becker. A los 19 años, es cofundadora de Jóvenes por el Clima, representante en el país de Fridays for Future, el movimiento que creó Greta. "Somos parte de una generación que instaló el tema en la agenda social y política, resignificando la visión de un ecologismo más individualista. Lo ambiental es político", se planta.
El origen
Greta y Nicole están haciendo su propia historia sobre una senda abierta en los 70, cuando los movimientos feministas, pacifistas y ecologistas convergieron para denunciar los impactos más nocivos del modelo productivo capitalista, como la militarización y la destrucción de la Naturaleza. Pero trazaban oposiciones binarias: las mujeres tenían aptitudes maternales que las predisponían al pacifismo y a la preservación del ambiente; los varones preferían la competencia y la destrucción.
Con el tiempo, el movimiento fue dejando atrás los estereotipos de género. En 1993, la alemana Maria Mies y la india Vandana Shiva propusieron abordar "las desigualdades inherentes a las estructuras mundiales que posibilitan el dominio del norte sobre el sur, de los hombres sobre las mujeres, y del frenético saqueo de un volumen creciente de recursos en busca de un beneficio económico cada vez más desigualmente distribuido".
Cuando le preguntan por las reivindicaciones regionales que cruzan feminismo y ecología, Exe Tolaba, también miembro de Jóvenes por el Clima, propone mirar hacia atrás para entender la relación entre cuerpos, identidades y soberanía territorial: "Antes de la colonización, la relación entre indígenas y la tierra era armoniosa. Tampoco existía la dominación y explotación en términos hombre-mujer. Con la llegada del hombre blanco europeo, no solo empezó el extractivismo, sino también el despliegue de la heterosexualidad como régimen político".
Las mujeres y el río
Con esa herencia sobre las espaldas, las ecologistas argentinas mantienen el foco de sus preocupaciones en la megaminería, los agrotóxicos y la deforestación: todas actividades que afectan más a las mujeres, más aún a las vulnerables. "Mientras que el 12,5% de los hombres de América Latina no tienen ingresos propios, entre las mujeres esa cifra asciende al 29% –precisa Nicole–. Estas diferencias aumentan en contextos de ruralidad: el 43% del trabajo agrícola es realizado por mujeres, pero manejan menos del 17% de los establecimientos". El cambio climático aumentará su carga de trabajo. A mayor cantidad de sequías, por ejemplo, más demandante les resultará la búsqueda de agua potable. Y, en las catástrofes climáticas, su responsabilidad ante las tareas de cuidado familiar les hará más difícil dejar las zonas comprometidas. Hablamos de cultura, no de biología.
La teoría se comprueba en Victoria, la orilla entrerriana del Paraná, donde la agrupación Río Feminista está tejiendo una red de contactos con las mujeres del humedal: pesqueras, cocineras, dulceras, huerteras, artesanas y amas de casa. El colectivo de militantes y artistas se mueve por el delta para escuchar historias, ofrecer apoyo y activar ante la emergencia, como la última seguidilla de incendios que perjudica a muchos y beneficia a pocos: los ganaderos que corren la frontera sojera, los desarrolladores inmobiliarios que –en el mejor de los casos– miran para otro lado cuando el fuego libera los lotes.
Somos parte de una generación que instaló el tema en la agenda. Lo ambiental es político
"Había que volver a navegar el Delta", dice Diana Campos, docente y parte del grupo. "El 70% de Victoria son islas, pero desde que se inauguró el puente con Rosario [en 2003], la navegabilidad está muy interrumpida". En esos recorridos anfibios, sus compañeras buscan tensionar las relaciones entre Naturaleza, economía y género. "Detrás de los hombres siempre estuvieron las mujeres silenciadas", lamenta. "No solo acompañan en el barco, sino que también asisten al sostenimiento económico y familiar. Queremos sacarlas de esta invisibilidad y fortalecer su poder". Primero vendrá el autorreconocimiento. Después, una red potente y conectada, con la exposición y el intercambio de saberes silenciados durante demasiado tiempo.
Cuenta regresiva
Un mundo mejor proyectará "una economía por y para las personas, que ponga el cuidado y la vida en el centro de su organización, que respete los límites ecológicos para no agudizar las crisis, sino tratar de mitigarlas", pide María José Lubertino, especialista en Derecho Ambiental y extitular del Inadi, desde la Red de Defensoras del Ambiente y el Buen Vivir. En esa reconversión integral, el desarrollo extractivista cederá ante los compromisos globales de conservación; las políticas participativas priorizarán el respeto por la Naturaleza, la historia y la cultura; el crecimiento se medirá en función de la calidad de vida.
Con ese horizonte, Jóvenes por el Clima pasó buena parte del año pasado presionando a los diputados para votar una ley sobre cambio climático. Despacho por despacho, Nicole llamaba por teléfono y advertía que el futuro estaba en juego. Tras la aprobación en noviembre, ya no tiene dudas: la militancia funciona. Ahora falta que la letra se convierta en hechos. La norma prevé un plan de adaptación para estudiar causas y consecuencias, con el objetivo de "reducir la vulnerabilidad humana y de los sistemas naturales". El tiempo se acaba. Nicole está lista para marcar el teléfono. Y Diana para volver a navegar.