Yésica estuvo trabajando durante el peor momento del coronavirus en un sanatorio de Quilmes. El estrés y el temor que sintió la hicieron dar un giro de 180 grados.
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“Cuando la pandemia llegó fuerte a la Argentina fue muy duro. Estaba en primera línea, hisopando, diagnosticando, controlando y seleccionando quién iba o no a terapia. Al principio se internaban todos los pacientes con sospecha, lo que generó que colapsaran las guardias, el piso, la terapia. Mucho miedo tanto de los pacientes como de nosotros. Las medidas profilácticas eran tremendas, toda la cara lastimada con las máscaras, los barbijos. Al principio, no podíamos ni movernos. Respirar era un esfuerzo. Nos poníamos tres barbijos y una máscara. Se te empañaba todo. El alcohol en las manos ya lastimadas por los guantes. Fue un cambio duro, de un día para el otro. Y lo peor era que estábamos rodeados de miedo”.
Como miles de personas que deciden volcarse a la medicina, Yesica García (38), que hizo la residencia de Medicina Interna, jefatura e instructora, se imaginó varias veces cómo sería estar ante un hombre o una mujer a quien debiera salvarle la vida. Sin embargo, nunca se le pasó por la cabeza el escenario que se presentó desde que la pandemia llegó al país en marzo de 2020.
“Lloraba debajo de la ducha”
En medio de toda esa confusión, falta de información, incertidumbre, tristeza y desesperanza Yésica se encontraba trabajando en el Sanatorio Modelo de Quilmes, de donde es oriunda. “Tuvimos que aprender a intubar con otros protocolos, recuerdo que al inicio practicábamos con muñecos y más adelante tuvimos que hacerlo con pacientes. Las guardias eran duras, hubo momentos de mucho estrés y tensión. Realizaba dos guardias, de 8 a 20 hs, y recuerdo que cuando llegaba a casa, casi muerta y sin nada de energía, comenzaban los aplausos y yo debajo de la ducha lloraba”, rememora.
Sin embargo, los aplausos de las 21hs duraron muy poco tiempo, mientras en los hospitales, sanatorios y clínicas todo el equipo de salud batallaba para poder salvar a la mayor cantidad de gente posible. Así eran los días de Yésica, mamá de Catalina (9) y de Paloma (7). “Había mucho enojo por parte de familiares. Una vez a las chicas de recepción les tiraron gas pimienta en la cara”.
Contagiarse de Covid: momento de replanteo e instrospección
Como si todo esto fuera poco Yésica, casi irremediablemente, se contagió de Covid. “Cuando comencé con síntomas, que eran leves, un poco en mi cabeza lo negué. Por suerte, cursé una infección larga, pero leve. Estuve por 20 días aislada y las nenas permanecieron con su papá. Las extrañé muchísimo, pero hablábamos muy seguido. Me aferré mucho a mis prácticas de respiración y de meditación”.
Hace 10 años que Yésica practica estas técnicas y es instructora en El Arte de Vivir. De hecho, cuenta, la meditación y la respiración la “salvaron” en medio de tanta muerte y desasosiego.
“El tiempo que permanecí aislado con Covid fue un proceso de introspección muy importante. Siempre digo que la enfermedad en algún punto es una oportunidad de replanteo, como un aviso del cuerpo de hacer una pausa y preguntarse. `¿Dónde estoy?, ¿Qué quiero?, ¿a dónde voy?`Agradezco haberme enfermado ya que fue una pausa muy importante en mi vida”, afirma.
La hora de renunciar
Cuando le dieron el alta, Yésica no quiso volver a su trabajo. Era la primera vez en años que la recorría esa sensación de no querer volver a vivir ni un día más la triste rutina de la que venía siendo protagonista desde hacía meses. Sentía agotamiento físico y mental y pese a que la ayudaban las practicas espirituales ya no quería “saber nada. Diarreas, dolores. Me agarró también una infección molar que fue el detonante de decir, `ya basta`”.
Yésica dice que le resultó difícil presentar la renuncia porque estaba en blanco, situación que, aclara, en la medicina no es algo que suceda muy seguido. “Generalmente los médicos trabajamos facturando como monotributistas con un buen sueldo. Estaba cómoda, siempre había sentido al sanatorio como mi segundo hogar. A mis compañeros de trabajo como familia y amigos. Pero el sistema me quemó y ya no quise más. De todas maneras esperé a que hubiera un recambio de residentes para poder contar con un reemplazo apto y no dejar a nadie mal parado”.
Bienvenidas a Pinamar
Yésica ya había tomado una de las decisiones más difíciles de su vida. Sin embargo, todavía no tenía muy en claro cؚómo iba a ser su nueva vida laboral, que casi seguro incluiría una mudanza junto a sus hijas. Una mañana, cuenta, una compañera de El Arte de Vivir mandó al grupo de WhatsApp una foto del amanecer en una playa de Pinamar. Y en ese momento supo que ese iba a ser el próximo destino.
“Pinamar me iba a aportar paz, armonía, naturaleza, seguridad. Eso era lo que necesitaba en ese momento: que las nenas pudieran salir a andar en bici por la calle. Que las tres pudiéramos correr en la naturaleza sin miedos”.
El 31 de octubre de 2020 Yésica y sus hijas llegaron a Pinamar con la ilusión de empezar una nueva vida, de cero y con la expectativa de poder encontrar un su lugar en el mundo. Y así fue. Habían alquilado una casa con la aprobación Cristina, la mujer que había enviado la foto al grupo de WhatsApp.
“Siento que mis sueños se van cumpliendo”
“Fue increíble el cambio. En Quilmes llevábamos mucho tiempo encerradas viviendo en un departamento chiquito, frente a una plaza, pero no se podía salir. Llegar a Pinamar fue la gloria, mar, bosque, una casa, huerta. Todo
es naturaleza. Salís de tu casa y podés caminar por la calle sin miedo a que te roben. Tenés bosque para caminar, mar, playas. Cielo estrellado. Por suerte, el Universo nos trajo a esta ciudad que es hermosa”, se entusiasma.
Yésica trabaja desde su casa coordinando la Sri Sri School Of Ayurveda para todo Latinoamérica. Además, continúa brindando cursos de respiración consciente y realiza consultas de homeopatía y ayurveda de manera online.
“Las nenas están felices, tienen un hermoso grupo de amigos. Les encanta el colegio al que van. Adoptamos una perrita que queremos mucho. Viven en libertad, como siempre quise que se criaran”.
Hace unos meses la hermana y el cuñado de Yésica, que vivían en Guatemala, se mudaron a Pinamar. Y sus padres y el papá de las nenas viajan muy seguido a visitarlas. “Hasta que las nenas sean más grandes me imagino que vamos a seguir viviendo acá. Siento que mis sueños se van cumpliendo. Soy una agradecida de la vida”.
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