Interesado por encontrarle sentido a la vida, se abrió a experiencias varias hasta que encontró el recurso que necesitaba
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Aunque siempre se había esforzado por mostrarse y desempeñarse de la forma más humana posible en su trabajo, la realidad era que cada vez le molestaba más cierta sensación de superioridad que experimentaba con respecto a las personas que llegaban a su despacho para hablar sobre los problemas que las aquejaban. “Yo me sentía tan humano como ellos en sus dificultades. Y esa actitud de distanciamiento bajo pretexto de objetividad me parecía una excusa para no mostrarme en mi propia verdad y vulnerabilidad”, reflexiona Guillermo Echegaray.
A partir de la pandemia y todos los problemas vinculares que el aislamiento, la enfermedad y el escaso roce social pusieron sobre la mesa, había comenzado lo que en ese entonces llamó un viaje de conexión. Se le había presentado como un dilema sumamente claro que, en un mundo de híper conectividad, paradójicamente lo que más le costaba al humano era conectar verdaderamente.
Nacido en Madrid, España, había vivido hasta sus nueve años en esa ciudad. Pero, con la separación de sus padres, Pamplona se convirtió en el nuevo sitio en el que pasaría los años venideros junto a su madre y sus abuelos. A la distancia, reconoce que algo de todo ese proceso lo marcó en relación a lo que hizo en su adolescencia y adultez. La separación de sus padres y el cambio de residencia le habían generado un cierto sentimiento de inadecuación. “Al cambiar de Madrid a Pamplona dejé a mis amigos, tuve que buscarme otros, como si tuviese que esforzarme más de la cuenta para sentirme ubicado en el mundo y para encontrarme con los demás. Yo recuerdo que desde bien pequeño sentía por dentro la pregunta de ¿qué hago yo aquí?”.
Admite que hasta los siete años fue un niño feliz y que, a pesar de que los recuerdos son borrosos, tiene la impresión de que simplemente la pasaba bien. “Mi madre me cuenta que muchas veces tenía que buscarme por los distintos departamentos de el edificio donde vivíamos y allí me encontraba sentado, hablando con los mayores y contándoles cualquier cosa. Ese sentimiento de conexión con el mundo y con la vida estaba bien presente. El conflicto entre mis padres cambió todo aquello. Cuando veo las fotos de aquellos años, aparezco serio, era súper responsable, no quería fallar de ninguna manera. Pensaba que si actuaba así tal vez las cosas se arreglaban…”.
Fue durante esos años cuando comenzó a aparecer la pregunta por el sentido de su vida y de la vida en general. No en una forma tan filosófica, pero sí como la búsqueda de una respuesta que le dijera que él importaba, que estaba bien que estuviese en el lugar donde estaba. Al mismo tiempo, Guillermo tenía una relación muy especial con su abuelo. Con la separación, él se había convertido en el sustituto de su padre y en ese vínculo experimentó lo que significaba estar realmente bien conectado con un otro.
Finalizada la etapa escolar, y al momento de elegir una carrera universitaria, la filosofía apareció como la opción viable para su forma de ver e intentar comprender el mundo. ”Como yo sacaba muy buenas notas, en casa querían que estudiase para juez o notario, que eran en España profesiones prestigiosas y de dar buena plata. Pero yo internamente necesitaba responderme a la pregunta de qué hago yo en medio de todo esto. Mi acceso a la filosofía fue totalmente existencial, con esa pregunta de fondo. Sin embargo, aunque me doctoré en Filosofía, a mí la carrera me decepcionó profundamente. Sentía que el mundo académico estaba completamente disociado de la vida. Todo eran sesudos debates sobre palabras o conceptos separados de la realidad. No había nada de la filosofía como sabiduría, como camino de transformación -que es de lo que originalmente se trataba- sino simplemente conocimientos de teorías, de ideas pero sin conexión con la vida. Al menos, esa fue mi manera de vivirla”.
No todo se reduce a la familia
Como las ideas no le resolvían las dudas y problemas que el joven Guillermo tenía a nivel personal, también decidió que estudiaría psicología -primero clínica y luego organizacional- pero también teología. Quizás Dios le daría la respuesta que estaba buscando.
Fue en ese contexto que dio con las constelaciones familiares, un paso importante para dar respuesta a esa pregunta profunda que él llevaba consigo. Con las constelaciones familiares aprendió a encontrar su lugar en el sistema familiar, dar lugar a su padre y a su madre. También aprendió que uno se siente bien ubicado en la vida si tiene su sistema familiar ordenado.
“Para mí el descubrimiento de las constelaciones familiares fue un salto cuántico en la comprensión de lo humano y los problemas que todos tenemos. Me enseñaron que los problemas humanos no son el resultado de algo negro o erróneo que llevamos en el interior de nosotros mismos y que hay extirpar, sino más bien la consecuencia de desórdenes en nuestros sistemas familiares recientes o incluso de generaciones anteriores”.
Pero varios factores lo empujaban ir todavía un poco más allá. Primero, porque Guillermo veía que en las situaciones de grupo que se dan en las constelaciones familiares había una inteligencia grupal que se podía aprovechar mucho más. Estaba convencido de que todas las personas que participan de una constelación tienen un conocimiento, una sabiduría personal y única que se puede utilizar de manera mucho más provechosa en la constelación. “Por otra parte, yo me sentía algo incómodo con el papel que cumplía como constelador. Aunque siempre en mi trabajo he tratado de ser máximamente humano, me molestaba cierta sensación de superioridad con respecto a quienes traían sus problemas a la consulta”.
Por eso el asunto de la conexión todavía lo desvelaba. “No basta estar conectado con la familia. Ser uno mismo tiene que ver efectivamente con una buena conexión con el sistema familiar, pero hay otras dimensiones: estar conectado con los otros que no son familia (con el extranjero, el exiliado, los que no son de mi grupo, etc). Pero también con mi propia naturaleza (mis emociones, impulsos, sexualidad, inconsciente, animalidad, energía básica) y estar conectado con lo que yo quiero llegar a ser y a hacer en mi vida (mi soberanía, sentido de agencia, contribución, propósito, espiritualidad). Pensar que todo depende del sistema familiar me parece un reduccionismo”.
Abrirse a la verdadera conexión
Persistente en su búsqueda de sentido, se abrió a otras formas de constelación (organizacionales y estructurales) que abordan las diferentes situaciones desde otras claves. Fue entonces que encontró en las redes la figura de John Vervaeke, un profesor de ciencia cognitiva y filosofía de la Universidad de Toronto. “Vervaeke le puso palabras a mi búsqueda profunda de encontrar en la filosofía un camino sapiencial y una práctica de transformación. A partir de John Vervaeke descubrí que ya en Estados Unidos, el instituto integral de Ken Wilber y Guy Sengstock en California habían descubierto una manera de generar conversaciones transformadoras a través del “circling” y Sarah Ness, a través de la relación auténtica”.
Se trataba, básicamente, de la necesidad de volver a hacerse dueño de su vida en una época donde la realidad virtual y el metaverso han nublado la importancia de vivir relaciones auténticas, de conectar y fluir en la vida en medio de un mundo y una sociedad cada vez más fragmentada, de tomar la vida en las manos y tratar de expandir el ser y llevarlo a su mayor plenitud. Guillermo encontró en las constelaciones circulares una herramienta original que combinaba la práctica y el paradigma sistémico de la constelación con el poder de la conexión.
En ese viaje de conexión y reflexionando sobre su historia, se había dado cuenta de que las experiencias más significativas de su vida tenían que ver con momentos en los que se había sentido profundamente conectado consigo mismo, con los demás y con la vida.
“Por ejemplo, uno de los recuerdos más significativos y nítidos que tengo de mi vida fue un amanecer en Menorca, mi mejor amigo y yo dando la vuelta a la isla en kayak y esa sensación de conexión con él mientras remábamos en silencio y el sol iba saliendo delante de nosotros en medio de un mar en paz. O, algo mucho más trivial, recuerdo una vez que con unos 15 años yo estaba enfermo. Nada grave: una gripe o algo así. Por la tarde mis amigos de clase venían a contarme qué había pasado en el colegio y allí se montaban unas juergas enormes y yo me sentía tremendamente unido a ellos mientras nos reíamos de tonterías. Evidentemente, ninguna de esas reuniones me hacía bajar la fiebre. Más bien lo contrario. Pero eran momentos de conexión, relación, amistad y juerga”.
Fluir para ser feliz
Elaboró entonces una comparación que le permitió graficar lo que estaba frente a sus narices. Las constelaciones familiares “serían algo así como el médico que venía por la mañana a curarme la gripe, mientras que las constelaciones circulares se parecen más al encuentro con los amigos por las tardes. Y, a decir verdad, de aquel médico de entonces ni me acuerdo. Pero aquellas fiestas con los amigos no se me han olvidado”.
Aprovechar la inteligencia del grupo, ponerse de igual a igual con la persona que llevaba a la sesión su asunto y definitivamente estar con él o ella con la única intención de conectar y estar en relación fue la clave de las constelaciones circulares. “Es como una lupa de aumento de la realidad que nos permite entender a fondo lo que está sucediendo en un proceso circular. Se trata de conectar, entender lo que la persona está viviendo, entrar en relación verdadera con él o ella. Se produce una sensación muy poderosa de libertad y de soberanía sobre la propia vida. No hay que llegar a ningún lugar. Basta que uno sea él o ella mismo. Y eso no es tan fácil de encontrar”.
En lo personal, la herramienta le permitió a Guillermo entender que ya no tenía que protegerse en el rol o bajo la creencia de que sabe o es más que los demás. “Las constelaciones circulares me permiten vivir desde mi autenticidad y vulnerabilidad humana. Y lo más precioso es que yo mismo aprendo y me siento más vivo y leve cada vez que desarrollo una constelación circular. Percibo en mí mismo que desde que estoy en constelaciones circulares mis relaciones personales, afectivas, profesionales, con mis hijas van cambiando. Me siento más libre, más dueño de mi vida, más pleno y fluyendo. Y se sabe que fluir es sinónimo de felicidad”.
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