Me hice hincha de River sin saber que mi bisabuelo fue uno de sus fundadores
"¿Ma, cuándo te hiciste de River?", me preguntó Tomi, mi hijo de 10 años, hace poquito. Estábamos viendo un partido juntos, como solemos hacer siempre que juega el equipo, y me soltó esa pregunta animal. Porque sinceramente no lo sé. Es como un agujero negro en mi memoria, algo que por más que busque y rebusque en mis recuerdos de la infancia, no logro encontrar un motivo, ni un momento exacto, ni una persona que "me haya hecho de River". Tampoco sé por qué ni cuándo empezó a gustarme el fútbol. Tengo flashes, recuerdos del Mundial 86 cuando tenía 9 años, y del 90, ya en el secundario mirando (y sufriendo) con la selección argentina. También me visualizo jugando a la pelota con mi papá, mi hermana y algún amigo en la quinta de mis abuelos en una canchita siempre improvisada. Pero en cambio no recuerdo haber visto un solo partido de River por la tele, aunque en mi casa el fútbol, de alguna u otra manera, siempre estuvo presente.
Pudo haber sido alguna amiga o el chico que me gustaba de la primaria; pudieron haber sido los colores que me llamaron la atención. O esa banda roja que cruza la camiseta de izquierda a derecha. También pude haber preguntado a alguien quién era el equipo que más campeonatos había ganado y esa respuesta pudo haber influido o ser determinante en mi elección. Pudo haber sido todo eso y más. Vengo de una familia futbolera –mi papá hincha de Vélez, "Tata", mi abuelo materno, fanático de Boca (incluso fue dirigente del club)– y creo que si alguno de esos referentes masculinos hubiera ejercido un poquito de presión sobre mi, a esa edad en que pocas cosas se deciden libremente, tal vez ahora miraría la finalísima del sábado desde un lugar neutral (Vélez) o contrario (Boca). Pero ninguno de ellos se esforzó demasiado, probablemente porque creían que a una nena el fútbol no podía interesarle.
Lo cierto es que siempre me sentí hincha de River, sin saber bien por qué, o de dónde venía ese sentimiento que no tenía explicación. Hasta que un día, ya adolescente, mi mamá me dijo algo clave. "¿Sabés que tu bisabuelo (el padre de "Tata", el que había sido dirigente de Boca) fue uno de los fundadores de River?" No lo podía creer. Enrique Salvador Bottinelli –así se llamaba– formó parte de ese grupo de inmigrantes, en su mayoría italianos, que firmaron el acta de fundacional del club. De pronto sentí que me cerraba todo, fue como si hubiera encontrado la pieza que faltaba de ese rompecabezas que no podía terminar de armar en mi historia personal. Enterarme de ese dato (que luego pude corroborar en algún archivo de la historia del club) fue una alegría y un alivio inmenso como el Monumental. Porque como buena virginiana, siempre necesité entender el porqué de las cosas. Incluso las que parecen no tener explicación.
Cuando mi hijo me preguntó hace poco por qué me había hecho hincha de River, le conté la historia de mi bisabuelo, es decir, de su tatarabuelo. Se puso feliz. Se sintió importante. Él, como yo, se había hecho de River "sin querer" porque hasta los 5 años el fútbol le interesaba poco y nada y yo había decidido no influir en su elección, tal como hicieron mi abuelo y mi papá conmigo. Por eso, cuando una tarde cualquiera y sin que yo lo viera venir, salió del jardín muy contento diciendo que "River era el mejor" sonreí. Lo miré, lo abracé y le dije: "Bien, Tomi. Buena elección".
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