Me enojo con rapidez: cuatro sencillas herramientas para controlar nuestras emociones
El enojo es una emoción que aparta nuestros ojos de la meta, nos hace focalizarnos en la dificultad y nos enceguece a la hora de resolver un problema
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La ira es una emoción normal y universal. En realidad, es la fuerza que surge en nosotros cuando hay un escollo, “una piedra en el camino”. La frustración que sentimos, a veces, nos genera enojo. Lo cierto es que esa fuerza interior la podemos utilizar para estallar o para remover la “piedra’. Podemos hacer uso de dicha emoción inteligentemente, o para lastimar a otros.
¿Por qué nos enojamos?
Cuando no logramos lo que deseamos, el enojo es nuestra respuesta a ese obstáculo. Se trata de una emoción que aparta nuestros ojos de la meta y nos hace focalizarnos en la dificultad. Nos enceguece a la hora de resolver un problema.
La violencia, a diferencia del enojo, es una conducta aprendida que no sirve en absoluto. Todos podemos enojarnos en algún momento, y no está mal que lo hagamos; pero lo ideal es reconocer cómo nos estamos sintiendo, puesto que, a menudo, la rabia enmascara otras emociones. Pueden ser la angustia y, fundamentalmente, el miedo. Por lo general, detrás de una persona agresiva, se esconde alguien temeroso. Como siente miedo y le cuesta elaborarlo, intenta taparlo con bronca. Muchas personas viven enojadas porque esta emoción los hace sentirse fuertes y tienen la creencia arraigada que les dice que carecen del impulso para tomar decisiones. En el fondo, son ansiosos y evitativos y no pueden tomar decisiones; entonces, van acumulando enojo tras enojo, lo cual les provee el impulso necesario para animarse a decidir.
Otras personas viven enojadas porque tienen poco “stock” emocional: están siempre contentas o siempre enojadas. No cuentan con más emociones que esas. Necesitamos saber que un enojo bien elaborado es saludable, pero vivir enojados se debe a que estamos encubriendo algo, y esta emoción nos brinda adrenalina para tomar impulso.
Algunas personas se enojan con rapidez; mientras que otras lo hacen lentamente, pero la ira persiste en ellas y son quienes viven constantemente enojados. Esto sucede porque creen en el “mito del encendido y el apagado”: o no me enojo nunca o me enojo siempre. La persona expresa: “Yo no me enojo nunca, pero cuando me enojo, ¡tiembla todo!”. La realidad no es que no se enoja nunca, sino que no percibe cuándo lo hace.
Te invito a considerar cuatro técnicas sencillas para manejar el enojo:
1. Ponerlo en palabras. No neguemos el enojo, pongámoslo en palabras, verbalicémoslo. Expresar lo que nos molesta sin agredir al otro es una buena forma de darle un objetivo a esa fuerza interior que surge frente a una piedra en el camino. Es decir, no utilizo el enojo para castigar a quien colocó la piedra, sino para intentar moverla.
2. Evitar los disparadores. Hay cosas que nos enojan más que otras. Pueden ser una situación o una persona; suele ser algo distinto de lo que enoja a otros. Entonces deleguemos esa tarea, evitemos esa situación o a esa persona, pues sabemos que eso nos genera mucha impaciencia.
3. Hacer tiempo “afuera”. Salgamos de la situación, pospongamos el conflicto sin evitarlo. Podemos decir: “Lo hablamos después, ahora estoy muy enojado”.
4. Hacer ejercicio. Muchas veces, el cuerpo habla lo que la boca calla. La actividad física nos ayuda a que la emocionalidad no quede encapsulada en nosotros y nos produzca alguna dolencia.
La gente que aprende a administrar sus enojos emplea la fuerza de la emoción para lograr un objetivo positivo; en cambio, aquel que no puede manejarlo lo transforma en violencia. No permitamos que la ira y todas sus emociones derivadas continúen robándonos años de vida. Siempre existen luchas, pero, incluso en medio de ellas, podemos aprender a gestionar nuestro mundo emocional.
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