Conoció el país a los 19 años, de la mano de la familia Rattazzi, y desde entonces vuelve periódicamente; esta semana presentó a la muestra “Antarctica, Melting Beauty” en la Legislatura porteña
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Pocos adivinarían, detrás de la discreción de Paola Marzotto (67), su fascinante historia. Es hija del conde Umberto de Mazotto y de la modelo (devenida condesa, claro) Marta Marzotto. Fotógrafa, creadora de Eve-V Gallery, pintora y periodista, está acostumbrada a estar detrás de escena. Además, es consuegra de Carolina de Mónaco: su hija, Beatrice Borromeo, está casada con Pierre Casiraghi, el hijo menor de la princesa. Un tema que mantiene a un lado aclarando, simplemente, “prefiero no hablar de temas familiares”.
Paola Marzotto está de gira. Recorre el mundo con la muestra “Antarctica, Melting Beauty” (Antártida, belleza que se derrite), una serie de 27 fotos que tomó hace dos años en un viaje al continente blanco. Con ellas pretende llamar la atención sobre la catástrofe que padece el medio ambiente. Ya las presentó en el Pabellón Italiano de la Bienal de Venecia y en la Escuela de Minas y Energía de Madrid. Ahora exhibe sus fotos en la Legislatura de Buenos Aires, en el marco del C40, la cumbre que reúne a los alcaldes de las ciudades más importantes del mundo.
“Lo hago por la raza humana, porque los que estamos más en peligro somos nosotros”, dice en un castellano perfecto, aunque con un evidente acento italiano.
-¿Cómo surgió esta muestra fotográfica?
-Fue durante un crucero que hice en enero de 2020. Terminé yendo sola y, como no tenía con quién hablar durante esos doce días, miraba y fotografiaba. Ahí me contaron que antes los icebergs solían ser enormes, que la Antártida era un lugar muy vivo… Luego comprendí que se está derritiendo, ya no hay capa de hielo. Mi hijo, Carlo Borromeo, había visitado la Antártida en 2013. Y al volver me contó: “¡Es espectacular, mamá! Teníamos a las ballenas saltando y durmiendo alrededor del barco”. Pero yo en mi viaje no vi nada de eso…
-Las 27 fotos que componen la muestra fueron tomadas con un iPhone. ¿Por algún motivo especial?
-Fue una casualidad. Soy fotógrafa profesional desde los años 70. Cuando me estaba preparando para ir a la Antártida, me asesoré con mi técnico sobre cuál era la mejor cámara para este viaje. “¿Para qué quiere una cámara si usted tiene un iPhone y la calidad es fantástica?”, me dijo. Él pensaba: “Ésta es una señora de la sociedad que quiere ir a la Antártida y sacarse selfies”. ¡Lo que le dije al volver cuando me invitaron a exponer mis fotos en la Bienal de Venezia!”.
-¿Qué la decidió a participar activamente en la defensa del medioambiente?
-Una frase: ‘Si el mundo parara hoy, tendríamos cuatro años para salvar al planeta’. Escuché esto de una persona de renombre y dije ‘no puede ser’. Pero si hay esperanza, corresponde hacer algo. Lo que está en riesgo no es el planeta en sí mismo, sino la raza humana. Pero para la gente normal la Antártida no existe, es como decirle ‘Marte’ ¡es lejísimo! Es por eso que siento que tengo que hablar y eso que a mí me cuesta muchísimo.
-¿Por qué exponerse personalmente?
-Porque tal vez a mí me van a creer, no tengo por qué decir una cosa por otra. Tengo todo para estar tranquila, con mis nietos, y de disfrutar viajes, con amigos. Lo tengo todo, pero me considero una embajadora y entiendo que a esta altura hay que despertarse. En mi familia, ya desde los 80 les decíamos a los chicos ‘levantemos los plásticos’. Yo financié una campaña de Greenpeace, aportaba mi cuota, hacía lo que podía, pero eso era un granito de arena. Ya no es más el momento del granito de arena, ahora hay una crisis global y todos nos tenemos que poner en campaña y reclamarle a los políticos.
-’Antartica, Melting Beauty’ se exhibe en el marco del C40, con el cambio climático como eje de la agenda.
-Estos políticos que están en Buenos Aires por la cumbre están desconectados de la realidad. Probablemente es gente que trabaja mucho y tiene problemas locales, pero seguro que no han ido a la Antártida y no saben lo que está pasando. Si conoces, te das cuenta de cómo el clima global cambia, que las ciudades se inundan, hay incendios y que todo está relacionado. La política tiene que ser la primera parte en escuchar. Se habla de “cambio climático” y dicen que es una expresión que las multinacionales pagaron. Prefieren que se hable de “cambio”, porque el cambio supone algo positivo. Y no es así. Los jóvenes lo saben, pero... ¿quiénes manejan el dinero? Los que tienen entre 50 y 80 años. Esa es la gente que toma decisiones. Una generación que no está preparada, porque de chicos no nos enseñaban esto. Antes podías fumar en discotecas y salías con los ojos a irritados. Nosotros tuvimos comportamientos muy peligrosos y, el peor de todos, fue haber destruido al planeta. No nos preocupamos por las próximas generaciones ni por nosotros, porque esto es mañana.
-¿A Greta Thunberg, la escuchan?
-Para nada. Porque el problema de Greta, que tiene todo mi respeto, es que es una persona muy radical. Una chica muy inteligente que sufre muchísimo lo que sucede y pasa por fanática... ¡pero dice la verdad! Hay una necesidad de alguien que hable de una forma simple para que escuchen. Greta lo grita, pero el problema es que así tampoco funciona. Yo solo espero que mis imágenes ayuden a comunicar el mensaje.
-¿Qué cambios podemos implementar para colaborar con la defensa del planeta?
-Apagar las luces, cambiar auto a eléctrico si es posible… Yo no uso más botellas de plástico. ¡Hay una isla en el medio del Atlántico de plástico que es grande como La Toscana! Tratar de usar menos aviones… Intenté el veganismo pero mi cuerpo no lo resistió, aunque sí creo en cambiar la dieta. Cuanta menos carne, mejor.
PASIÓN POR LA ARGENTINA
Paola Marzotto tiene un piso en Recoleta. “Y nací un 25 de mayo, fiesta nacional”, acota. “Buenos Aires es muy linda, tiene grandes parques públicos, una maravilla”, destaca mientras comparte su foto con un poncho criollo en la Bienal de Venezia. Dice que mostrarse no es lo suyo. “A mí nunca me gustó, soy una persona tímida, no me gusta aparecer. De haberlo querido, lo hubiera hecho antes, cuando era joven guapa”, insiste la hija de Marta Marzotto, quien fuera una de las personalidades más reconocidas de Europa.
“Mi madre era una persona bastante famosa, le gustaba aparecer… pero un poco lo hacía por razones familiares, para promocionar el vino de mi padre, por eso no era solo ‘socialité’. Y a mi hija (Beatrice Borromeo) no es que le guste, pero tiene sus razones. Yo siempre estuve del otro lado de la cámara. Solo fui personaje público a finales de los 80 por la moda prêt-à-porter y alta costura. Nací en una situación muy privilegiada y no me interesa exponerme. Pinto, hago fotografías, fui periodista de televisión y escribí teatro. Siempre creativa.
-¿Te considerás feminista?
-Claro que sí. El mundo, hasta el día de hoy, estuvo en manos de los hombres. Si ser feminista quiere decir ser libre, soy libre. Si quiere decir pensar que los hombres y las mujeres están al mismo nivel, iguales, perfecto. Mi vida demuestra que una mujer puede vivir de una forma igualitaria a la de un hombre y eso a muchos hombres les cuesta aceptarlo.
-¿Cómo nació tu conexión con Argentina?
-Es muy divertida, fue una casualidad. De chica, tendría siete años, coleccionaba estampillas. Mi papá me traía de su oficina sobres con estampillas y yo las sacaba con el vapor. Tenía estampillas de Argentina, con imágenes de Evita, de tucanes de las Cataratas del Iguazú… Estaba enamorada de este nombre “¡Ar-gen-tina!”, que en italiano suena todavía más lindo. Y un día, en el año 74, mi amigo Lupo Ratazzi, hermano de Cristiano, me invitó. Aquí era invierno. Tenía 19 años, vine con una amiga y recorrimos Balcarce, todo el norte en ómnibus: desde la quebrada de Humahuaca hasta La Rioja, después cruzamos a Iguazú. ¡Volvimos a Buenos Aires a dedo! Volví a los pocos meses y me quedé a hacer teatro en el Centro de Arte y Comunicación, pero no como actriz sino con comunicación no verbal. Luego fuimos a la Patagonia a hacer café concert en los clubes sociales de YPF. Hicimos base en Comodoro Rivadavia y de ahí fuimos a Pico Truncado y a distintos lugares.
-Conocés el país mejor que muchos argentinos.
-Sí, aunque no toda. Volví después del golpe militar, las cosas estaban complicadas, solo me quedé unos días. En 1994 hice otro viaje, para mostrarle el país a mis hijos. Quería que conocieran el tango, Buenos Aires, la Patagonia… Después fuimos a Punta del Este y me encantó. Mi deporte preferido era visitar casas para comprar y refaccionar. Adoro refaccionar cosas viejas. Ya en 2003 una amiga de mi madre me dijo: ‘Necesitas venir, están todos desesperados por vender’. Fue por la crisis terrible que tuvo Uruguay, consecuencia de la crisis tremenda que hubo en Argentina. Allí compré chacra en Punta del Este y en 2005 la casa en Buenos Aires, me enamoré de este lugar.
-¿Dónde te sorprendió la pandemia?
-La pasé en Uruguay, alejada de todo, haciendo vida de campo, que me encanta. Extrañé a mis hijos, estuve un año y medio sin verlos.
-La naturaleza ya es parte de tu ADN
-En 2021 pensé, ¿por qué no organizo un movimiento cultural? Así nació Eve-V Gallery y lo hice, globalmente. Se trató de juntar fuerzas con otros fotógrafos, una empresa cultural 15 artistas de la fotografía donde 5 son argentinos -o viven la Argentina- y somos todos embajadores de la naturaleza. Tengo otro proyecto en camino, un libro de la región de Cerdeña, fotografiando árboles milenarios. Yo explico que no me considero ambientalista, repito todo el tiempo que somos todos pecadores pero que nuestra generación (los más grandes) también debemos tomar conciencia.