Francisco Bellotti (92) creó más de 50 golosinas para Bagley, entre las que se destacan Tubby 3, Tubby 4, Graffiti, Tentaciones y Blanco y Negro; su historia de amor por lo dulce y pasión por su trabajo
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“Varios me dijeron que no iba a funcionar”, recuerda Francisco Bellotti (92), con la mirada perdida en el boceto original, dibujado en lápiz, del Tubby 4. “Cuando ya tenía una muestra avanzada del producto, llamé a algunos gerentes de la empresa para que lo probaran. Uno me dijo: ‘No tiene sabor a nada’. Otro me dijo: ‘Tiene un gusto medio fulero’. Por suerte no le di bola a ninguno”, cuenta, y se ríe.
Desde su silla de ruedas, en el living de su casa, Bellotti se define como un goloso de alma con un paladar más que sofisticado. Seguramente gracias a esa combinación, sumado a sus conocimientos en química, logró crear algunas de las golosinas más vendidas de los ´80 y los ´90, como el Tubby 3, el Tubby 4, el chocolate Graffiti, los bombones Amore, las galletitas Tentaciones y los alfajores Blanco y Negro. Esos son solo algunos: en sus casi 60 años de profesión, el químico creó más de 50 productos diferentes para Bagley y otras decenas más para marcas como Fanacoa, Havanna y Stani. “Me encantaba mi trabajo, y encima me pagaban”, dice, con una sonrisa y un dejo de nostalgia.
“Yo soy un Tubby y andaba solo en una ciudad pesada…”
Si hay algo que impresiona a Bellotti es cómo, a 38 años de su lanzamiento y a más de dos décadas de su discontinuación, los argentinos aún recuerdan con tanto cariño a las obleas bañadas Tubby 3 y Tubby 4. Hace pocas semanas, la historia de su creador fue publicada por la cuenta de Instagram Marcas Argentinas, y Bellotti se impresionó al leer los más de 600 comentarios que dejaron los usuarios. “Quedé muy asombrado. Que ahora, después de tantos años, la gente siga recordando el producto es algo increíble. En su momento no era consciente del éxito que tenían los Tubby”, cuenta.
Bellotti tuvo una extensa carrera dentro de la industria alimenticia. Se graduó como técnico químico en la Escuela Técnica Otto Krause y, luego de estudiar Química en la Universidad de Buenos Aires (UBA), comenzó a trabajar en un laboratorio farmacéutico cerca de su casa, en el barrio de Olivos. Fue allí donde conoció a su esposa, que falleció el año pasado. Luego, se cambió a Fanacoa, donde colaboró con las recetas de mayonesa y mostaza, hasta que fue contratado por Stani, la empresa productora de los chicles Bazooka, y después pasó por Bonafide. La rotación por diferentes fábricas terminó cuando ingresó a Bagley. “Me llamaron y me dijeron: ‘Mire, tenemos acá la mejor oblea del mercado, la Ópera, pero es muy sonsa, hay que vestirla’. Me contrataron como gerente de desarrollo. Empecé a probar opciones para vestirla, y salió un Tubby”, cuenta, entre risas.
Bellotti aún recuerda de memoria cada sector de la línea de producción del Tubby. Con una birome y un papel en mano, esboza el horno rotatorio con 56 estaciones de metal en el que se cocinaban las capas de oblea, para luego pasar a un enfriador de aire, y, luego, a una máquina cremadora. “La máquina hacía hasta 7 sandwiches de oblea. Pero yo la hice hacer cuatro para el Tubby 4, porque más me parecía demasiado”, comenta. Luego, al Tubby 4, el más exitoso de los dos, se le aplicaba una crema de maní, una capa de caramelo de leche y una lluvia de maní tostado y, por último, una cobertura de chocolate.
En un principio, las dos golosinas, que salieron a la venta al mismo tiempo, se producían en pequeñas cantidades. Pero no tardaron en ganar protagonismo dentro de la planta de Bagley, en Villa Mercedes, San Luis. “Terminamos haciendo 2500 kilos por día de Tubbys. La línea de producción del producto medía 300 metros de largo. Y la planta entera mide 600. Había algunos trabajadores que se movían en patineta de un lugar a otro. Yo, cada vez que iba, caminaba kilómetros”, recuerda.
Parte del éxito de los dos productos tuvo que ver con su spot publicitario, con música compuesta por Ruben Goldín, que al día de hoy puede encontrarse tanto en Youtube como en Spotify bajo el nombre “Tubby 3 y Tubby 4″, tal como repetía su estribillo.
Bellotti no era consciente en ese entonces de la fama que habían ganado sus dos primeras creaciones de Bagley entre los más jóvenes. Pero sus hijos sí. “Nosotros somos tres hermanos. Nuestra cocina era como un kiosco. Papá nos traía cajas mayoristas y las llevábamos al colegio. Yo jugaba al tenis y viajaba por el país representando a la provincia, y cuando nos íbamos de gira proveía de chocolate a todo el equipo”, cuenta Maria Fernanda, una de sus hijas, que acompaña a su padre en la entrevista.
“Crecimos entre los caramelos y la música”, agrega ella. Además de amante de lo dulce, su padre es un gran melómano. Hasta antes de la pandemia, mantenía su programa radial de jazz, que conducía todos los domingos en Radio Symphony. “Tengo 19.000 CDs″, cuenta Bellotti con orgullo. Su gran colección está dividida por segmentos en diferentes discotecas de su casa. Actualmente, la radio donde trabajó toda su vida sigue pasando algunas de las grabaciones de sus antiguos programas.
“Querían bajar la calidad de los productos”
Su programa de radio no fue la única actividad que mantuvo luego de jubilarse. Hasta los 82, Bellotti continuó trabajando en la composición de recetas para golosinas. Luego de firmar su jubilación en Bagley, siguió dentro de la empresa durante varios años más, hasta que la planta fue comprada por una nueva firma. “No estaba de acuerdo con cómo trabajaban. Al alfajor Blanco y Negro siempre le pusimos almendras molidas arriba. Y, un día, vienen los nuevos dueños y me dicen: ‘Habría que cambiarlo, porque la almendra es muy cara, habría que ponerle maní’. Y yo me negué. Dije: ‘Yo eso no lo hago’. El Tubby siguió un tiempo y después lo dejaron de producir”, cuenta.
Ya jubilado, también pasó por Havanna, donde ayudó a mejorar alfajores y produjo tortas, y por Bimbo, donde creó el alfajor que la marca sigue vendiendo. También trabajó de manera independiente en la asesoría de recetas para otras marcas de menor renombre.
Su prioridad, dice, siempre fue la calidad de los productos. Ante todo, del chocolate. Cuando aún trabajaba en Bagley, viajó a Suiza para intentar llegar a un acuerdo con Lindt para producir sus tabletas en la Argentina. “Yo siempre decía Bagley tenía que tener un chocolate tipo suizo, porque es el mejor. Las tratativas con Lindt no llegaron a nada, nos dijeron que su chocolate solo se fabricaba en Suiza. Entonces hablé con Camille Bloch, que es la segunda mejor marca de suiza. Estuve dos veces en la fábrica. Llegamos a un acuerdo. Las primeras partidas se fabricaron allá y las siguientes acá”, recuerda.
A pesar de haber abandonado el rubro alimenticio, Bellotti todavía disfruta de probar distintas golosinas a modo de cata. “A veces le traigo del supermercado algo dulce para que pruebe, algo que pienso que le va a gustar. O un Graffiti, que son receta suya y que todavía se venden”, cuenta María Fernanda.
Sobre la mesa del living hay una caja de alfajores y una de bombones, las dos producidas por una marca de Trenque Lauquen a los que su padre orientó con la receta hace unos años. También hay unos alfajores santafesinos que conoció hace poco y le gustaron. “Él sigue siendo muy exigente con la comida. Tiene un paladar que no te podés imaginar”, suma su hija. Francisco asiente: “A veces huelo algo que están preparando en la cocina, y digo: ‘A esa comida le falta sal’. Y es así”, dice y ríe. A sus 92 años, dice que aún está en condiciones de trabajar. “Si tuviera necesidad de hacerlo, seguiría trabajando. La cabeza me da perfectamente. Y a veces se me ocurren productos que me gustaría hacer”, sostiene.
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