Amante del vino y de la buena cocina, Mike Evans llegó a Buenos Aires en 2004 con la idea de permanecer tres semanas. En una escapada a la Tierra del Sol y del Buen Vino, se enamoró de Tunuyán, fundó su propia bodega y enfrentó las adversidades que presenta un país en permanente inestabilidad
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En pleno amanecer, cuando Michael Evans inicia cada jornada en la inmensidad del Valle de Uco, siempre con su cámara en mano, no deja de asombrarse con el paisaje que adoptó allá por 2004, cuando llegó a la Argentina por unas vacaciones de tres semanas, conoció Mendoza y nunca más regresó a su tierra.
Nacido en Washington DC hace 57 años, toda su vida amó el vino, los viajes, la fotografía y los lugares paradisíacos. Eso sí: nunca antes había vivenciado clima más perfecto ni contemplado nieve más brillante o atardeces más mágicos como los que les ofrecía Tunuyán. Desde entonces, capturó más de 100 mil fotografías, algunas de las cuales, mucho después publicó en su libro Nada es imposible, frase que sintetiza su propia historia de vida.
“Sí, definitivamente, fue amor a primera vista. The rest is history, pensé en ese momento, y jugó a favor haber conocido a un amigo que resultó hermano, así como a gente maravillosa que se transformó en familia cuando entendió que sentaría bases aquí, es decir, que invertiría y no me iría”, resume con su castellano atravesado, mientras relata el origen de aquel proyecto de 500 hectáreas que contempla fincas, bodegas, hotel, restaurante, villas de lujo y hasta 260 parcelas con viñedos que pertenecen a más de 250 amantes del vino de todo el mundo.
Es que, al principio, analizó comprar un viñedo pequeño, pedirle a la familia de su amigo, Pablo Giménez Riili, que lo administrara y volver a Estados Unidos regresando cada año para producir vino. Pero era demasiada la gente que lo apoyaba. Y apostó a la Argentina.
-¿Sintió alguna vez que el proyecto era imposible?
-Muchas veces, por los numerosos factores fuera de nuestro control, incluyendo la crisis financiera en los Estados Unidos, Brasil y Argentina, la inflación, las huelgas laborales y la agitación política en todo el mundo. El camino no ha sido fácil, al contrario, fue francamente duro, con días y noches en las que no estábamos seguros de si podíamos pagar las nóminas, controlar una plaga de hormigas o frenar la inundación repentina para que no alcanzara a las villas recién estrenadas del resort. Persistimos, nos negamos a tirar la toalla. Mucha gente, nuestro personal, inversores y familias, habían apostado por nosotros y duplicaron el apoyo cuando más lo necesitábamos. Hacer negocios en la Argentina es sacrificado y a largo plazo. A pesar de los desafíos, a cada paso encontramos fuerza en nosotros mismos, en nuestro equipo, propietarios ¡y en nuestros vinos!
-¿Qué fue lo que más le impresionó del lugar?
-El potencial. Ya en 2004 se avizoraba que Mendoza era un mundo aparte. Pero, claro, se necesitaba visión. He sido siempre consumidor de vinos, pero la calidad que encontré aquí fue única. Los precios son razonables, la gente simpática y la experiencia diaria sencillamente inolvidable.
-¿Cómo logró armar un equipo consolidado siendo extranjero?
-Como dije, tuve la suerte de conocer a Giménez Riili quien fue mi hermano argentino. Sin él nada de esto hubiese sido posible. Me abrió las puertas, me hizo conocer este mundo y luego me presentó gente comprometida que empuja para sacar lo mejor de la finca.
-¿Qué le mostró su amigo de Mendoza?
-Compartió conmigo la Mendoza real y yo percibí de inmediato el potencial, con sus increíbles y complejos vinos, sus maravillosos bifes, la belleza y la energía de los Andes y, por supuesto, su gente. Los argentinos son gente hermosa y apasionada, más preocupada por la familia, los amigos y el fútbol que por los mercados financieros o por conseguir el último iPhone. Me fascinó el vino desde la primera vez que lo bebí, y siempre soñé con tener un pequeño viñedo para hacer vinos. Cuando conocí a Pablo, sabía que juntos podíamos hacerlo realidad. Pensaba invertir y viajar de vez en cuando pero cuando comencé a hablar con amigos me di cuenta de cuántas personas compartían mi sueño. Así, en lugar de buscar sólo diez acres para mí, empezamos a pensar en grande. Así fue que nació The Vines of Mendoza.
-¿Cómo apareció el lugar indicado?
-Necesitábamos encontrar un terreno con el potencial para producir vinos de prestigio mundial y un paisaje que dejara sin palabras. Después de visitar 76 propiedades, al fin encontramos un pedazo de desierto virgen, accesible solo a caballo sobre un arroyo seco rocoso. Cuando llegamos sabíamos que habíamos encontrado un hogar. Los vinos de los viñedos vecinos eran fantásticos, y el suelo rocoso y aluvial era ideal para elaborar los vinos intensos y complejos que hacen famoso al Valle de Uco.
-Y lo compraron…
-No sin antes contar con la confirmación de un experto sobre el terroir, así que le pedimos a Santiago Achával, uno de los más creativos enólogos de Argentina, que considerara unirse al equipo. Aceptó echarle un vistazo a la propiedad. Lo llevamos a caballo con la promesa de un asado y buenos vinos. Cabalgamos por toda la propiedad y, cuando frenamos en una de las calicatas para ver los varios niveles del suelo, aseguró que era el mejor lugar para nuestros vinos.
-¿Los momentos felices superaron a los estresantes?
-Ampliamente, incluso cuando estaban parejos: no tiene precio el hecho de conseguir la primera reserva de un viñedo antes de tener agua, electricidad o incluso el título del terreno; ver agua fluir del primer pozo; plantar los primeros viñedos; cosechar nuestras primeras uvas bajo la luna llena o hacer un asado a medianoche con los constructores mientras finalizábamos la bodega. Nada tiene más sabor que limpiar nosotros mismos las ventanas del hotel horas antes de que llegaran nuestros primeros huéspedes, las celebraciones de cada cosecha, las catas de nuestros vinos personales. Y luego leer nuestra historia en las páginas del New York Times y el Wall Street Journal, que nos dedicaron gran espacio.
-¿Qué aprendió a lo largo del camino?
-Que, al igual que cuando se crea un vino, hacer negocios en Argentina con mayoría de clientes extranjeros requiere encontrar el balance adecuado entre las expectativas norteamericanas y las tradiciones argentinas. Yo estaba seguro, por ejemplo, de que podía mejorar el tradicional asado con las famosas habilidades para asar de un gringo de sangre roja.
-¿Usted mismo puso manos a la obra?
-Claro, una vez a la semana durante varios meses probé marinar, frotar, rociar, pinchar, remojar en frío y casi cualquier cosa que se me ocurriera para reinventar y perfeccionar las técnicas argentinas que había visto. Pablo, su familia y amigos venían todos los domingos para probar los resultados de cada semana. Fueron muy educados, pero estaba claro que algo no iba bien. Con el tiempo, me guió amablemente hacia lo básico y me explicó que algunos productos no necesitan innovación porque ya eran perfectos. Desde entonces, a lo largo de los años he confiado en ese consejo para mantenernos en el buen camino.
-¿Con cuántos acres comenzaron el proyecto?
-Eran 100 acres (un acre equivale a 0,4 hectáreas) con la opción de comprar otros 250. Nunca imaginamos que creceríamos tanto ni tan rápido. Hoy tenemos más de 200 propietarios de todo el mundo y el complejo se extiende en 1500 acres. Yo mismo hago ocho vinos diferentes utilizando mi marca, Uco’s Playground, y con nuestros propietarios hacemos más de 300 vinos únicos cada año. Aunque hacer tantos vinos es una pesadilla logística (y nuestro enólogo Pablo Martorell es un mago al momento de manejar ese caos), nos ha aportado increíbles oportunidades de aprendizaje. La mayoría de las bodegas hace grandes cantidades de 10 o 15 vinos diferentes. Nosotros elaboramos cantidades muy pequeñas de más de 300 vinos diferentes, así que tenemos 20 veces más de datos para analizar y mejorar constantemente.
-¿Quiénes son esos 200 propietarios?
-Por lo general, dedicados investigadores y bebedores de vino que viven en Estados Unidos, Brasil, Europa y también Argentina. Cuando empezaron con nosotros muy pocos tenían experiencia profesional agrícola más allá de los jardines en sus casas. Es una alegría ver a un propietario tomar más y más decisiones de vinificación al adquirir experiencia. Muy pronto son ellos los que dictan el tiempo de maduración en los viñedos, la duración de la maceración en frío e, incluso, el nivel del tostado de la barrica.
-¿Cómo sobrevivió a la inestabilidad política y económica de la Argentina?
-(Ríe) Fue el desafío más grande. En 17 años, si bien nuestra economía siempre fue en crecimiento, hubo inestabilidad con excepción de dos años. El equipo es muy fuerte, por eso salimos adelante.
-¿Qué siente cuando mira hacia atrás?
-Soy muy afortunado por haber encontrado una pasión y un sueño que me han permitido no regresar de mis vacaciones de tres semanas a Argentina. Tengo más de lo que nunca imaginé, incluyendo una casa en este increíble lugar y una comunidad de cientos de aventureros del vino con ideas similares.
-¿Cómo se definiría usted hoy?
-Fotógrafo, amigo, empresario. Soy un niño grande, he recorrido gran parte del mundo, desde los desiertos de Namibia y Mongolia, hasta las montañas de Perú y Ruanda, las playas de Nicaragua y las islas Galápagos. Pero Mendoza, con sus imponentes Andes, está un paso más allá.
-¿Cómo nace su pasión por la fotografía?
-Mis conexiones con la Argentina y la fotografía se forjaron antes de que yo naciera. Mi bisabuelo, James F. Ferguson, quien se convirtió en cónsul de los Estados Unidos en Argentina en 1905, fue un fotógrafo consumado y jefe del club fotográfico de Baltimore. Debo reconocer que sin mis padres nada de esto hubiera sucedido. Les debo mi amor por la comida, por el vino y por la fotografía, así como mi espíritu emprendedor y mi pasión por trabajar y compartir mis experiencias. Desde una edad temprana, mi hermana Lauren y yo veíamos a mamá y a papá cocinar del libro de recetas de Julia Child mientras probaban vinos de todo el mundo. Casi 50 años después, mis padres todavía son grandes cocineros y yo sigo aprendiendo de ellos, tanto dentro como fuera de la cocina, todo lo relacionado a llevar una vida inspiradora, crear un grupo y divertirse en el camino. Mi pasión por la fotografía comenzó cuando era pequeño al ver a mi madre con su cámara durante las vacaciones y también en el cuarto oscuro. Ver el mundo a través de sus ojos y de su pasión me inspiró inmensamente.
Una novia mendocina, una perra llamada “María Uco” y la fundación que nació en pandemia
Más allá de que no tiene hijos –sí, en cambio, una novia mendocina y una perra llamada “María Uco”—Mike sintió una profunda angustia cuando la pandemia desnudó el hambre entre numerosas familias del Valle de Uco.
“Siempre hemos sentido un gran compromiso con la comunidad y, de hecho, gran parte de nuestro equipo, formado por más de 300 empleados, viven en Tunuyán. Así, empezamos a observar que muchísimos chicos de la zona no comían lo mínimo para poder nutrirse”, recordó.
Así, con recursos propios, de clientes, inversores y empleados, se creó The Vines Foundation, que contempla 10 comedores que alimentan diariamente a mil niños carenciados.
“Siento que nuestra responsabilidad es proteger a la comunidad, darle trabajo y que se encuentre sana y bien alimentada, por eso ampliaremos esta organización con bodegas vecinas. Sin lo básico, como el alimento, una región no puede desarrollarse”, reflexionó.