Máxima cumple 50 años: los detalles de su pasado argentino que siempre quiso ocultar
La reina de Holanda festeja su cumpleaños este 17 de mayo; un repaso por su historia de vida en la Argentina, antes de ser la integrante más popular de los Orange-Nassau
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Un 17 de mayo, a las ocho y cinco de la noche, nació Máxima Zorreguieta Cerruti. La reina de Holanda cumple este lunes 50 años: lleva dos décadas como miembro de la realeza de los Países Bajos, pero antes de ser princesa fue una joven porteña llena de ambición que conquistaba por su simpatía. Durante su infancia y adolescencia en la Argentina enfrentó los prejuicios en torno a su familia, y esas mismas miradas críticas fueron las que la impulsaron a marcar la diferencia.
Una “hija natural”
Aunque su presente brille entre palacios, casas de vacaciones y joyas, su vida no siempre estuvo rodeada de lujos. Rodolfo Vera Calderón y Paula Galloni son los autores de la nueva biografía no autorizada Máxima, la construcción de una reina, y juntos investigaron a fondo sobre el pasado argentino de la mujer que se convirtió en una reconocida royal europea.
El 17 de mayo de 1971, Máxima llegó al mundo como la primogénita de María del Carmen Cerruti, quien estaba en concubinato desde hacía dos años con Jorge Horacio Zorreguieta, el empresario que para ese entonces ya era padre de tres mujeres. Tal como cuentan Calderón y Galloni, la futura reina consorte de Holanda nació como “hija natural”, porque sus padres no estaban casados al momento de anotarla en el Registro Civil.
A pesar de que el amor entre Coqui y María Pame -los apodos por los que eran conocidos- perduró por cinco décadas, hasta la muerte de él en agosto de 2017, los comienzos de su romance fueron objeto de rumores y especulaciones, ya que Zorreguieta estaba casado con Marta López Gil cuando conoció a la madre de Máxima.
“En ese momento solo se permitía el divorcio de mutuo acuerdo (...) Ella tenía mucho para ganar y él mucho para perder, así que nunca inició el trámite y luchó contra todos los prejuicios de la época”, relatan los periodistas en la nueva biografía. Entre otros detalles llamativos, María del Carmen era 16 años menor que su pareja; y una versión difundida en aquel entonces aseguraba que se había enamorado de Jorge mientras trabajaba como niñera de sus hijas.
El relato oficial es diferente: Jorge era despachante de aduana y contrató a María como secretaria, donde “la relación fue rompiendo los límites de lo laboral para transformarse en algo sentimental”, explican los autores del libro. Recién cuando Máxima llegó a la adolescencia sus padres pudieron concretar su unión legal: durante su niñez enfrentó las miradas de desaprobación de algunas compañeras y sus familias, que dudaban de ese romance “sin papeles”.
“La típica rebelde del centro”
“Máxima anhelaba que sus padres se convirtieran en marido y mujer, como el resto de los padres de sus amigas”, comentan Calderón y Galloni. Aquel sueño se cumplió a sus 16 años, cuando ya había padecido las diferencias sociales tanto a nivel económico como personal; un pesar que intentó contrarrestar con su extrovertida personalidad.
Los mismos periodistas sostienen que, por el contrario a lo que suele decirse de la reina, pertenecía a una familia de clase media que tuvo que hacer muchos esfuerzos para ofrecerle una educación propia de la alta sociedad. Los Zorreguieta vivían en un departamento de Recoleta y eligieron el jardín Maryland de Palermo por recomendación de sus nuevos amigos de la Sociedad Rural Argentina.
“Inicialmente la mamá de Máxima hubiese querido un colegio católico y tradicionalista, pero al no estar casada con el padre de su hija, las instituciones católicas tenían prohibido admitir familias con padres separados o sin libreta de matrimonio; y así empezó a mirar con buenos ojos el Northlands School”, detallan Galloni y Calderón.
Dicho y hecho, la mayor de cuatro hermanos comenzó su educación primaria en el prestigioso instituto bilingüe de Olivos, al que llegaba en un ómnibus escolar que la pasaba a buscar por su casa. “Era muy traviesa, y las maestras coincidían en que su actitud era la de una niña impertinente”, resalta la biografía, según los testimonios de quienes la llevaban todos los días desde Capital Federal hasta el colegio.
“She was cheeky, es decir, contestadora, era la típica rebelde del centro”, comentó una de las personas que viajaba con ella. Lo que sucedía es que había cierta rivalidad entre las alumnas que vivían en los barrios céntricos y las de Zona Norte, pero una vez más Máxima encontró la forma de destacarse.
Popular y centro de atención
En 1976, el mismo año en que la reina comenzó la educación inicial, su padre asumió como Secretario de Agricultura de la Nación, en los comienzos de la última dictadura cívico militar. Aquel cargo implicaría, años más tarde, que Jorge no pudiera asistir a la boda real de su hija en los Países Bajos, pero en ese momento todavía faltaba mucho para las recordadas lágrimas de Máxima en su casamiento.
Cuando comenzó el secundario en el Northlands, la joven Zorreguieta ya se había convertido en toda una experta para manejar su vida social. “Con su grupo de amigas -que incluía a Florencia Di Cocco, Samantha Deane, Valeria Delger y Tristana Macció-, impusieron los zapatos con taco marca Staff, un local ubicado en la calle Juncal”, narran Galloni y Calderón.
Sus oponentes no tardaron en criticarlas, pero al poco tiempo siguieron los mismos pasos. Aquella adolescente desfachatada sería, unas décadas después, quien capturaría todas las miradas en cada aparición pública de la corona, y al igual que en sus años de escuela, quien seguiría su propia intuición para marcar tendencia.
Según los autores, la futura reina consorte tenía una agenda cargada de reuniones y eventos, que iban desde salidas con sus amigas y chicos de otros colegios, hasta frecuentar boliches algunas noches. “Ella no solía rechazar las invitaciones de los chicos que la festejaban, aunque no le gustaran; su objetivo era estar donde había que estar, y cumplir su mejor rol: el de ser el centro de la escena”, sentencian Galloni y Calderón.
La simpatía siempre caracterizó a Máxima, desde su infancia hasta la actualidad, pero su búsqueda de aceptación social algunas veces le jugó malas pasadas. En este sentido, los periodistas relatan un peculiar episodio de su juventud: “El reto de los varones del Champagnat era desafiarla a probar un cigarrillo. El problema fue que lo que empezó como un juego terminó siendo una adicción que sostuvo durante años”.
“Primero por necesidad social, luego porque se decía que ayudaba a bajar de peso y por último por ser un mal hábito de dejar, menos aún cuando empezó su vida facultativa”, recalcan los escritores. Vale aclarar que, desde que la plebeya argentina se convirtió en princesa de Holanda, nunca más se la vio sosteniendo un cigarrillo.
Como en Hollywood, pero en Holanda
Nadie podía saber que la decisión de sus padres de elegir el Northlands sería tan crucial en su vida. Fue Cynthia Kaufmann, una egresada de la institución y gran amiga de Máxima, quien le presentó al príncipe Guillermo en 1999: para ese entonces, la argentina vivía en Nueva York y, tras pasar un tiempo buscando trabajo, había conseguido entrar a empresas como Credit Suisse, HSBC y Deutsche Bank, su último puesto en Manhattan.
Sobre este punto, Calderón y Galloni aseguran que el despegue de su carrera profesional no resultó tan sencillo como lo plasman en la biografía oficial de la reina: “En la página de la Casa Real donde se publican los estudios y trabajos de Máxima no figura su paso por Credit Suisse, y es posible que la razón sea no dejar en evidencia la cantidad de meses que pasó desempleada”.
Máxima, la construcción de una reina revela que la argentina tuvo que tocar muchas puertas, compartir casas con amigos y hacer varios sacrificios para cumplir con el destino de sus sueños. Su cita en una feria de Sevilla con el príncipe heredero al trono holandés, gracias a sus contactos de “alto standing”, fue el verdadero punto de partida de su cuento de hadas: una historia que la llevaría al altar en una icónica boda y le otorgaría privilegios con los que no había ni llegado a fantasear.
La rubia de 1.78 metros, que a sus 50 años sigue acaparando el foco de atención de la familia de Orange-Nassau, mantiene vivas sus raíces argentinas, pero su pasado tiene luces y sombras. No obstante, cada experiencia de su infancia y juventud la llevaron a escribir el guión de su propia vida de película donde, una vez más, Máxima brilla como protagonista.
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