Mauro Calcagno, gran promesa del patinaje artístico a los 18 años
San Carlos de Bariloche
Frente al lago oscuro que refleja las puntas blancas de la cordillera y el cielo opaco, Estrella Marinucci observa con detalle los movimientos de adolescentes que se deslizan con suavidad sobre la superficie blanca y helada, cortándola con el filo de los patines. Aquí, a los 11 años, Mauro Calcagno aprendió a amar el hielo. Su mamá le exigía "hacer deportes", sin importar cuál. Pero no había caso: a él solo le interesaba patinar sobre el hielo compacto de una pequeña pista del centro de esta ciudad.
La sensación no fue muy diferente la primera vez que pisó una pista olímpica de patinaje: Mauro vio la superficie blancuzca y perfectamente lisa, recién congelada y alisada por una máquina que se encargaba de emprolijarla para cada patinador. Las medidas eran, además, perfectas: 30 por 60 metros para avanzar, saltar y volar por el aire dando trompos. Se le cayeron las lágrimas en ese momento, pensando en la pequeña pista que usaba para practicar, repleta de huellas y huecos, rastros de otros patinadores, muchos de ellos de un solo día. Porque en Neviska, una especie de cafetería sacada de una película de los 70, donde se pueden comer hamburguesas y festejar cumpleaños, la mayoría viene solo a divertirse en un espacio de hielo más pequeño que una cancha de fútbol escolar. Aunque también están las clases de Estrella, por supuesto.
Las primeras cosas que se dicen sobre Mauro Calcagno, patinador de 18 años, promesa argentina del patinaje artístico sobre hielo, futuro representante del país en el mundial de patinaje que se disputará este año –y, si califica, de los próximos Juegos Olímpicos –, son tres: que era rechoncho, que detestaba los deportes y que tenía un amor profundo por el baile.
Su mamá tiene un rostro bello y severo, de ojos claros y grandes, delineados con pestañas negras. Dice que no parecía dispuesto a cumplir la tradición familiar de hijos deportistas. No había lugar para el ocio en la casa Calcagno: de lunes a viernes, nada de videojuegos ni computadora, solo los fines de semana. Había que practicar deportes sí o sí. Estrella la mira y asiente.
Es verano en Bratislava, capital de Eslovaquia. El cuerpo de Mauro fluye como un río por la pista, las manos se alzan elegantes al cielo, al ritmo de una guitarra española mientras se desliza en círculos por el hielo a gran velocidad. Sostiene todo su peso en el pie izquierdo al momento de hacer un giro, como un molinete, con la pierna extendida y perfectamente recta, para luego doblarla hacia adentro y terminar girando como un trompo. Un tropezón, una caída, se levanta. Gira, salta, vuelve a caer. Hay una leve mueca de dolor y sigue patinando.
–Cuando yo era chico, tenía sobrepeso y el médico me recomendaba hacer deporte sí o sí. Con mis viejos, probamos de todo: básquet, tenis, fútbol. Al principio, lo del patín fue difícil en el colegio, aunque conozco gente que le han hecho más problemas por otras cosas. Generalmente, los chicos ante lo diferente actúan raros. En mi curso lo aceptaron rápido, pero el problema era con los más grandes. Me tuve que defender, aclarando que eso era lo que me gustaba hacer y no que me daba vergüenza decirlo. No tuve tantos problemas porque siempre supe lo que quería.
Vive en Montreal desde hace un año, donde tiene mejores condiciones para su ascendente carrera profesional
Mauro no tenía la típica vida de adolescente de clase media: iba al colegio, pero entrenaba a las mañanas, por las tardes, los fines de semana. Por eso sí, quizás, hubo un momento de burlas; salirse de la norma, practicar otro deporte fuera de lo que una sociedad conservadora y machista plantearía, incomodaba a algunos compañeros. A él mucho no le importó. En su mente todo era hielo, hielo, hielo, y filos. Estrella le marcaba por dónde tenía que moverse: "Yo le dibujaba en la pista dónde tenía que saltar, porque si bajaba del salto, se pegaba con una de las columnas; le dibujaba con tinta china el lugar exacto donde tenía que caer".
Neviska tiene columnas redondas de cemento en medio de la pista, que imposibilitan cualquier movimiento fuera de lo circular. Aquí, bajo la mirada atenta de Marinucci, él aprendió a deslizarse con precisión y a caer en las marcas de su entrenadora, para no romperse.
En su primera competencia, en el estadio de Racing Club de Avellaneda, Mauro se disfrazó de Jack Sparrow, el protagonista de Piratas del Caribe. El disfraz era enorme y a Mauro aún le costaba mantener el equilibrio y moverse en forma recta. Cuando empezó la música, se equivocó, patinó en zigzag. Pero no le importó; le pidió al juez arrancar de nuevo. Ningún problema.
La performance en patinaje artístico sobre hielo se divide en un programa corto –dos minutos y medio, con tres saltos y tres trompos sobre el hielo– y uno largo –cuatro minutos aproximadamente de duración, con siete saltos y tres trompos–. Patinar sobre hielo en Argentina es, sin mucho dinero, casi imposible. Solo la bota de cuero del patín cuesta 700 dólares y sus filos, 800. Ambas cosas suelen cambiarse cada año. Pero, sobre todo, hay gastos de entrenador, de pasajes al exterior, de trajes para competencias, de hoteles. Mauro resopla: "Lo paga todo mi familia. En la Argentina, la Federación de Patinaje funciona para que te puedas inscribir en competencias internacionales. Mis viejos se ocupan del ciento por ciento de los gastos. Estamos en búsqueda de becas, pero es una lucha continua que venimos haciendo hace mucho. Es complicado, la Federación no da apoyo económico".
Estrella les da directivas a unos adolescentes que giran en círculos esquivando las dos columnas. "A la vuelta de su primera competencia, Mauro cambió. Le empezó a gustar más, tomaba clases tres veces por semana, de tres, cuatro horas. Después, yo lo metía en otras clases o él se me colaba en una y se quedaba. A veces, se iba a otra pista a patinar. Los fines de semana se quedaba muchas horas después de almorzar.
Ricardo Calcagno, padre de Mauro, se ríe recordando y reafirma lo dicho por Estrella: "En una época, abrieron una pista en Villa La Angostura, que no tenía columnas y era un poco más grande. Entonces, él salía del colegio a las 13.30 y se tomaba el colectivo a las 14, hasta la Villa; a las 20 salía corriendo para tomarse el bus de vuelta y llegaba a las 10 de la noche. Eso lo hacía 3 veces por semana. Los fines de semana, lo llevaba yo. A veces, llegábamos y la pista estaba descongelada; teníamos que volver. El último año se levantaba a las 5.30 y patinaba antes de ir al colegio, donde entraba a las 8.45. Al final, le dieron la llave de la pista.
Duro entrenamiento
En 2013, Mauro había conseguido una plaza para entrenar en Pinzolo, Italia: un centro de esquí que también sirve como santuario para patinadores que pasan todo su tiempo en una pista olímpica, para mejorar la técnica. Según su papá, Mauro no quería volver. Se quejaba de que en la Argentina no tenía buen hielo ni pista olímpica y que todas las rutinas que hacía las tenía que reacomodar luego de pequeña a gran escala.
"Ahora, cada vez que veo una pista olímpica, la veo normal. Pero la primera vez, pensé: ¿cómo es posible usar todo este hielo? Porque es regla usarlo todo. Yo estaba acostumbrado a entrenar en la pista chica de Bariloche. Me largué a llorar, dije: ‘Miér... coles, esto es increíble’. La segunda vez que vi una pista olímpica fue en Noruega, en los Juegos Olímpicos de 2016, cuando fui a la práctica oficial y no me pude contener. Son los momentos que más atesoro del deporte, sobre todo por todo lo que tuve que luchar para competir afuera; ahora puedo tener esa pista todos los días.
Desde hace un año, Mauro vive en Montreal, Canadá. Entrena todos los días con lo mejor del patinaje. Pero retoma el recuerdo: "Cuando volví entonces para el torneo nacional, reacomodarme a las pistas chicas fue todo un proceso. La pista del torneo nacional es chica y yo tengo que acotar mis coreografías, porque hay cosas que no puedo hacer. Hay atletas que están representando al país y viven en Estados Unidos, y cuando vienen al nacional para acceder a competencias más importantes, les preguntan a los jueces: ‘¿Cómo puedo patinar con este hielo?’. Esto hay que tragárselo, es esto o nada".
Ahora, cada vez que veo una pista olímpica, la veo normal. Pero la primera vez, me largué a llorar
Cuando Mauro tenía 15 años, Estrella habló con sus padres y les dijo que si Mauro quería continuar con la carrera, tenía que bajar de peso. "Fue fuerte, porque este es un deporte en el que tenés que estar por debajo de tu peso normal, porque te encontrás con saltos altísimos, es más fácil hacerlo siendo liviano", explica Mauro. El entrenamiento era duro: dos o tres veces por semana corrían hasta 13 km con el preparador físico, Adrian De Pascuale, además de fortalecer pantorrillas y afinar las piernas y el torso.
"Tuvimos suerte –cuenta Estrella– de que acá en Bariloche hay una nutricionista del Comité Olímpico, que se unió a nuestro equipo y acompañó a Mauro en su entrenamiento. Bajó siete kilos. Le dieron la dieta y la preparación física. No corría de acá al auto antes de empezar y terminó corriendo nueve kilómetros dos o tres veces por semana; se iba solo a correr".
El entrenamiento fue clave para Noruega. La Federación de Patinaje sobre Hielo le informó a Estrella que tenían una plaza para Mauro en los Juegos Olímpicos de la Juventud 2016. "En noviembre, nos avisaron de la plaza que teníamos y los juegos comenzaban el 1° de febrero, y había que subirlo dos categorías en cuestiones técnicas. Ni lo pensamos. Si lo hacíamos, no íbamos. Nos pusimos el objetivo de lograr las exigencias técnicas que tenía la categoría".
Se fueron 20 días a Italia con el preparador físico, cuidando a Mauro para evitar lesiones, pero empezó a tener una molestia. Cuando fue al traumatólogo, lo quisieron parar y que dejara de patinar. Estrella y la familia de Mauro buscaron un médico deportólogo que supiera tratar a deportistas de alto rendimiento, porque faltaba poco para el viaje a Noruega y cada entrenamiento contaba. Al final, se lo permitieron.
El día que llegaron, una periodista se acercó a Estrella y le preguntó de dónde venían, y si en la Argentina había muchas pistas olímpicas. Estrella no sabía qué contestarle. "Cuando llegamos y nos vieron, ni sabían dónde quedaba la Argentina, menos Bariloche. Fue como "ah, okey". Los chicos eran lo mejor del mundo, de Japón, de Canadá, de Rusia. Lo mejor del patinaje en junior estaba ahí. Yo le conté a la periodista que no, que no tenemos pista olímpica de hielo. ‘¿Cómo que no tienen? ¿Y dónde entrenan?’, dijo. Le mostré dónde entrenaba Mauro con un video. Me dijo: ‘Mañana les vamos a mandar los medios oficiales de los Juegos’. Vinieron periodistas para entrevistar a Mauro y se pasó la nota en más de 200 países. Al día siguiente, alguien más estaba interesado en Mauro: el presidente del Comité Olímpico los convocó a la villa olímpica para decirles que querían dejar el traje de Mauro en el museo olímpico. Allí, en una vitrina, hoy está su traje, inspirado en la vestimenta del tango argentino.
El camino profesional
La experiencia en Lillehammer, Noruega, fue el momento en que su carrera comenzó a consolidarse. El futuro de Mauro era lógico: seguir patinando. Cursar una carrera no valía la pena si sólo pensaba en el hielo, en deslizarse y competir. El problema era dónde.
Daniel Delfa es un juez de patinaje español que vive en Montreal. Suele participar en torneos locales y fue testigo de las complicaciones que vivió Mauro por no tener sponsor ni sostén económico. Por ejemplo, cuando tuvo que presentarse en Japón a competir. Le habían prometido diez días de hielo disponibles para reacomodar la coreografía. Era su primer campeonato internacional clasificario, donde se compite para acceder a los mundiales y Juegos Olímpicos. La información que le habían pasado a Mauro era errónea: no tenía hielo para practicar. Tuvo que patinar la nueva coreografía el mismo día del torneo, al momento de hacer su performance.
"Mauro logró armar su coreografía, la hizo por primera vez en la competencia –recuerda Esrtella–. Delfa se me acercó y me preguntó hacía cuánto entrenaba conmigo y si él era responsable con los entrenamientos. Cuando llegó el momento de pensar en el futuro de Mauro, la presidenta de la Federación nos dijo que el juez Daniel Delfa había preguntado por él y su futuro".
Ricardo Calcagno tenía muchas preguntas y Delfa, respuestas para cada cuestión: Mauro ya tenía entrenador y hospedaje en una casa de familia en Canadá. Iba a entrenar en una pista olímpica.
El 31 de diciembre, mientras en la Argentina era 2017, en 2018 Mauro aterrizaba en Canadá. No iba a ser fácil. Estrella escuchaba por teléfono lo que tenía que experimentar Mauro en sus primeros entrenamientos con un nuevo entrenador, en un país extranjero, con una pista ocho veces más grande. "Tuvo que empezar de cero, tuvo que desaprender lo aprendido. Si bien la técnica era impecable, el modo que patinaba allá no servía para nada; acá era todo lento y si saltaba, se chocaba con las columnas. Le agarró un bajón importante, recién al cuarto mes empezó a recuperar práctica. Sí se destacó por su estado físico, que le valió el reconocimiento de los canadienses. Estaba en igual o mejor nivel en la preparación física, no se cansaba; los canadienses llegaban con la lengua afuera y él, perfecto".
Es enero y Marinucci continúa con sus clases de patín en Neviska. Da direcciones y mira con los ojos entrecerrados cada detalle de los filos y los movimientos. Mauro está de visita. Recién a su vuelta a Canadá, en unos días, practica rá saltos y trompos, entrenará duro para representar al país en el mundial de este año, con el objetivo de participar luego en los Juegos Olímpicos de 2022. Del niño inquieto al que le costaba acatar órdenes ya no hay rastros. Mauro es atlético y elegante, como una gacela, con el rostro relajado cuando patina. Espera seguir, competir, ganar.
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