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Era 2018 y la inminente Cumbre del G20 en la zona de Costa Salguero, movilizaba a la seguridad de la ciudad de Buenos Aires. La mañana del 13 de diciembre la noticia del desalojo de la ecoaldea Velatropa, en el predio de Ciudad Universitaria, tuvo un breve espacio en los medios. Con un alambrado y custodia policial se daban por terminados once años de un espacio experimental de ecoaldea sustentable en plena ciudad.
Luciano “Lucho” Kordon se dedica a la permacultura y hoy recuerda su paso por Velatropa. Cuenta que fue a través del VICCU, el Vivero Comunitario de Ciudad Universitaria, que empezó a participar del desarrollo y difusión de sus actividades.
Un pabellón abandonado
En los años setenta, la dictadura militar había impedido la construcción del Pabellón V en Ciudad Universitaria, y el predio quedó vacío. En realidad, se cubrió de vegetación y se usó como basural. Esas tierras “ganadas al río” fueron abandonadas hasta que estudiantes de la UBA empezaron a planear su intervención. El resto se desarrolló de manera natural.
Por su parte, Luciano nunca había pensado en la permacultura como forma de vida. En un café del barrio de Caballito, narra su historia y mira de vez en cuando por la ventana antes de contestar. ¿Cómo llegó un nacido y criado en Buenos Aires a participar de aquel sitio escondido en la ciudad?
Memorias del descubrimiento
Cursó su adolescencia durante los 90. Una época dorada para la música y los conciertos en vivo. Cantaba en una banda de metal, Il Phantasmo, —a la que define como thrasher—. Por entonces ya había descubierto que Diseño de Imagen y Sonido no sería su carrera, entonces un tío lo contactó con la mítica librería Norte y ahí aprendió el oficio con la práctica. Todavía sigue en contacto con varios de sus compañeros de aquella época.
Con su banda llegaron a ser teloneros de un grupo extranjero en Obras pero los sueños se toparon en 2001 con Cromañón y el cierre masivo de espacios. La crisis económica terminó con sus proyectos. “Con ese modelo neoliberal no iba a prosperar en términos de desarrollo personal y económico”. Fue el momento de reconvertirse y aportar su trabajo a una causa. Desde el Ministerio de Desarrollo Social le tocó viajar para investigar temas de Derechos Humanos y quedó prendado de la Patagonia. Tres años después, con su pareja de entonces decidieron mudarse al sur.
Fue lógico conectar con la permacultura. “Siempre sentí amor por la naturaleza, el camping, la montaña, el mar”. Pero para un bicho de ciudad, no era lo mismo irse de vacaciones que habitar el lugar. El aprendizaje fue casi de cero, adquirir las habilidades necesarias para sobrevivir sin tantas comodidades. En el Bolsón, el Instituto CIDEP se estaba armando en ese momento. “Es el lugar donde me formé, con Carlos Strauss, que fue mi maestro en permacultura”. También pasó por GAIA, el Instituto Argentino de Permacultura, como educador ambiental y coordinador del encuentro “Bioconstruyendo”.
La vida en Velatropa
A lo largo del camino, determinadas decisiones abren puertas a nuevos espacios y personas. En el caso de Luciano, la permacultura le dio un sentido que nunca antes había tenido, y por eso quiso compartirlo.
La primera vez que se sumó a Velatropa fue como integrante del vivero comunitario VICCU. En 2016 su amigo Matías Cheistewer, de una organización ambiental, lo invitó a una actividad para Juntos Somos un Bosque. Luciano tuvo que vencer algunos prejuicios con respecto a lo endogámico de una ecoaldea. “Creo que son modelos que no funcionan, incluso hasta cuando uno hace una huerta trata de tener diversidad de especies, de interacciones”. Si bien cree que la mega ciudad no va, tampoco la pequeña escala de 30 o 40 familias.
Aun así, entendió que el espacio era un ejemplo para quienes querían alejarse de la lógica binaria del campo o la ciudad, una especie de prueba antes de lanzarse al cambio. El permacultor cuenta que Velatropa tuvo intentos previos de abordaje territorial en los descampados de la UBA, desde fines de los 90 a principios de los 2000. “Estamos hablando de un basurero entre escombros, en un momento donde había ocupación por parte de distintos tipos de habitantes, como Villa Rosa”. La Reserva de Costanera Norte aún no se había inaugurado. Recién en 2007, se creó Velatropa con el objetivo de mejorar el territorio de más de cuatro hectáreas con costa de río en la ciudad de Buenos Aires. La ecoaldea estuvo planificada dentro del espacio abierto de la universidad pública. Grupos de estudiantes de entre 18 a 30 años, sumado a docentes y algún graduado, se propusieron habitar esas tierras.
Empezaron en carpa a quedarse a dormir y fueron modificando el panorama: plantaron árboles nativos y frutales, armaron huertas y mingas para levantar sus casas con técnicas de bioconstrucción. Así empezó a llegar otra gente, ya no solo del ámbito universitario. Desde malabaristas que se quedaban a dormir a personas locales y de otros países, que querían unirse a los talleres autogestivos de sustentabilidad, ecología y educación ambiental para ver el fenómeno de cerca.
“Había un refugio, por ejemplo, era como un salón comunitario, algunas casas con distintas técnicas de barro, todas muy chiquititas, las llamadas tiny houses, que no tenían baño, porque había baños secos comunes. Estaba la cocina, el invernadero y la pequeña oficina del VICCU”.
Con un sistema rotativo de permanencia, pasaron miles de personas, también llegaron escuelas y colegios en visitas guiadas en coordinación con el Ministerio de Educación. Ahí se iniciaron movidas socioambientales y festivales en donde las organizaciones tejieron sus redes. Hicieron plantaciones colectivas de nativas, recuperaron la biodiversidad y lograron un contacto para muchos impensado con la naturaleza que todavía existe en la urbanidad.
Antes de la llegada de Luciano, en 2015 la Universidad de Buenos Aires había iniciado una causa penal por la ocupación de los terrenos. En la causa judicial que cayó en manos del juez Casanello, se había determinado que no hubo usurpación, sino ocupación pacífica. Desde un lugar de resistencia, Velatropa permaneció abierta hasta el 18 de noviembre del 2018, cuando las topadoras convocadas por el Ministerio de Seguridad del GCBA destruyeron casas, huertas y proyectos.
En algunos casos se relocalizó a quienes no contaban con recursos; en la mayoría, los grupos se dispersaron, volvieron a sus lugares de origen o buscaron aldeas similares. Pero las semillas no estaban muertas, solo se enterraron más profundo.
Después de Velatropa
Hay varios trabajos de documentación de la ecoaldea.”Imágenes de las asambleas pre y pos desalojo, estudios, algunos proyectos de tesis que por ahí si no hubiera estado la causa judicial, no se habrían sistematizado. Pero en pos de esa legitimación para presentar en la mediación se organizó el material que andaba dando vueltas”. También hay películas que aprovecharon el entorno de la reserva, desde ejercicios de lo que era la Facultad de Cine, de la FADU, y el documental Los del suelo.
Poca gente sabe que existe la reserva ecológica de Ciudad Universitaria y que es un lugar disponible de martes a domingos, de 9 a 18 hs. “Falta personal y presupuesto”. Antes de eso, recuerda, cerca de 1500 la usaban por fin de semana para ir a pasear al lado del río, y llegaban en el tren Belgrano Norte, incluso hubo un club de pescadores y sitios disponibles para la recreación.
“Por lo que se ve cuando uno mira Google Maps, el bosque de la vegetación se comió todo, como sucede en cualquier selva ribereña del Río de la Plata,y aparte era un lugar muy rico, con un montón de diversidad, de hecho hay mucha más diversidad en ese bosque que en el lado de la reserva, que se habilitó en 2022″. En ese sentido triunfó la naturaleza, aunque crezca la duda de cómo estará dentro de 80 años. “Hace 80 años no existía y en 80 años podría no existir o volver a cubrirse de agua”.
Si bien Luciano Kordon nunca vivió en Velatropa, era habitual para él trabajar ahí y participar de las actividades asamblearias, sobre todo en el último tiempo. La permacultura, afirma, le dio las herramientas. “Es como un cajoncito donde pude meter varias cosas de lo que soy, y un marco de laburo que mezcló lo que a mí me interesaba, que es el cuidado de las personas, el cuidado de la tierra y la distribución equitativa”.
Con un rumbo que tiene que ver con ese marco ético, la permacultura no refiere solo a las plantas o al entorno. “En términos de plantas, en términos de construcción, de diseño arquitectónico, urbanístico, de dinámica social, de historia; en realidad la permacultura es un sistema de diseño que imita en todos los ámbitos los patrones eficientes que tiene la naturaleza”.
Con esta disciplina integradora y holística, cuenta que trabaja en equipo, con una mirada generalista. “Porque en una situación de crisis constante, el planteo de la permacultura en un escenario de descenso energético, de colapso, es que se debe planificar justamente por eso”. Forma parte del colectivo La Escuela del Árbol, escuela de Ruralidad y Permacultura. El grupo de amigos es un emergente del VICCU que se conoció en Velatropa. “Ese proceso nos ayudó a tener un colectivo y una organización espectacular de la escuela muy flexible y dinámica”.
La ONG tiene programas de formación digitales, online y presenciales en distintos lugares pero principalmente en la Reserva Ecológica Volcán Poca, en el norte de Traslasierra. Se trata de la reserva privada de la familia de Sacha Laniado, “que es otro de los compas de la escuela”. Con experiencia de 20 años en permacultura tienen la confianza y la amistad que les permite resolver cualquier conflicto.
Durante la pandemia tuvo tiempo para frenar y escribir. Impulsado por su amigo Guillermo Schnitman —@elviejofarmer—, conocido por su compromiso ecológico, participó en un capítulo de El libro de la huerta. “Este es un libro político pero también práctico, tiene recetas, tiene para consultar, leer, abre un portal a un montón de otros libros. Es una apuesta para estos momentos de crisis”.
La permacultura como respuesta
Luciano considera que la permacultura también es una herramienta para el llamado sur global. “Por ahí en otros lugares pueden no sentirse o verse tan necesarias. Es que justamente por eso hay que planificar y ser flexible, el plan puede modificarse como cuando uno se va de viaje”.
Desde la mirada del permacultor, considera que hay muchas cosas cotidianas y colectivas que podríamos hacer. Frente a la crisis climática: organización. No solo en caso de catástrofe, sino desde ahora. La propuesta de la permacultura es achicar la escala, hacer compras directas, locales, tratar de organizarse. Suele decir: “No hay un lugar para escaparse, el único bunker es la organización”. Entre las recomendaciones, se encuentra revisar los patrones de consumo y de compra, estar atentos al otro, y recordar que nadie se salva solo. “Encima uno la pasa bien con la capacidad creativa y comunitaria, lo mismo cuando uno va a una feria o un mercado”.
Ante la cercanía del verano y la subtropicalización de algunos parámetros, dice que conviene prepararse. Con los mosquitos, y posibles cortes de luz es preciso tener un plan. “Conservas, comida que no dependa de la heladera, cosas básicas en el campo y la ciudad. Unas latas en almíbar, una botella de tomate o perita en conserva. Libros para entretenerse. Repelente”. Por último, habla del arbolado como una estrategia de participación, hay municipios, provincias que tienen una mirada más abierta que en Buenos Aires, hay veredas, barrios y lugares en donde se puede plantar. Reivindica la sombra con árboles, y los árboles en general, no solo para nosotros sino para toda la vida que nos rodea.
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