Hijo de una madre que se hizo kirchnerista, estudió Economía para entender el fracaso de su ídolo, Raúl Alfonsín. En su entrevista más personal, habla de la tragedia que marcó a su familia, cuenta sus comienzos en la militancia y revive la pelea televisiva con Guillermo Moreno
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Martín Tetaz (46) es amante del póker. Tiene tatuada la leyenda “ALL IN” en la espalda (expresión que se utiliza para jugar todas las fichas en una sola apuesta). Pensaba en convertirse en jugador profesional antes de desembarcar en política. Incluso, había alcanzado el podio en algunos torneos de prestigio. “Me apasiona porque tiene mucho de probabilidad, de psicología, mucho de teoría de los juegos. De pronto me daba cuenta que podía conectar en un juego todo lo que había estudiado en mi vida. Era algo mágico. Pero para hacerlo profesionalmente, como cualquier actividad, hay que hacerlo full time. Y hoy tengo toda mi energía puesta en la política”, asegura. Sin embargo, su adiós a las cartas no es definitivo: Tetaz promete volver al juego “después de la jubilación”.
-Dicen que siempre hay una forma de ganar en el póker, aún cuando te tocaron las peores cartas de la mesa.
-Es una linda metáfora de la vida. Porque en la vida tenés una cuota de azar, pero depende de tus decisiones. Como en el póker, muchas veces pretendés tener lo que no tenés. Y en muchas circunstancias tenés que apostar todo y jugártela. En cada mano hay una incertidumbre sobre lo que tiene o no tiene el otro. Lo mismo pasa cuando comprás una propiedad, cuando negociás tu sueldo en el trabajo, cuando discutís con tu pareja. Siempre hay algo de teoría de los juegos involucrado.
-El buen jugador de póker debe saber ocultar sus emociones. ¿Sos una persona que se enoja fácilmente?
-No, al contrario. Parafraseando a Pichetto: “La emoción no forma parte de mi temperamento”. Ahora, para el afuera sí parece que me enojo, por mi manera de hablar parezco enojado, pero es un defecto mío. Yo me doy cuenta que tengo una vehemencia exagerada.
-Si me decías que sí, que te enojabas fácilmente, te iba a preguntar cómo no te fuiste a las manos con Guillermo Moreno en 2014, cuando te destrató en televisión y te echó del programa Zona 1 de Canal 9.
-Justamente, ese fue un momento de póker. Yo había estudiado los argumentos que Moreno había dado en los programas que había participado. Él venía ninguneando a todos los economistas con los que se cruzaba. La semana anterior había ido a Intratables, se había trenzado con Matías Tambolini y lo había arrastrado por el piso con argumentos económicos medio rebuscados. Entonces, cuando en el programa arrancó el debate sobre cuánto era la inflación, que él decía que era el 10 por ciento, le hice algunas preguntas para encerrarlo: “¿por qué si la inflación era del 10 por ciento tu salario crecía al 35 por ciento?”, “¿por qué el Estado otorgaba subsidios a las empresas del 30 por ciento?”... Como quedó expuesto, como no podía responder, se le trabó la cadena. Yo ahí pensé “acá se juega mi futuro” porque si me paraba y me empezaba a pelear había dos escenarios posibles. En el primero, cobraba yo. En el segundo escenario, lo fajaba pero quedaba como el desubicado que le había pegado a una persona mayor. Es decir que en cualquier escenario terminaba como Alberto Samid en el programa de Mauro Viale. Esa fue la imagen que se me vino a la mente. Entonces pensé: “mejor pongo cara de póker”. Lo que hice fue jugarla como un bluff del póker: clavé la mirada en el vacío y lo dejé que gritara. No moví un musculo porque si lo hacía le daba la excusa para que me pegara y empezara el “escenario de Samid” que yo tanto temía. Creo que, de alguna manera, lo contuve.
-¿Respetás a Guillermo Moreno como economista?
-No, para nada.
-¿Y a Javier Milei?
-A Milei lo respeto mucho, sabe mucho de teoría económica. A Moreno nunca lo escuché discutir sobre teoría económica, su gestión fue un desastre.
“Yo tuve la grieta política en mi casa: mi vieja era kirchnerista”
“Esa famosa grieta de la que tanto se habla, la teníamos en casa. Mi vieja era kirchnerista. De hecho, cuando nos juntábamos a comer un asado acordábamos no hablar de política porque mi mamá se calentaba”, cuenta el candidato a diputado nacional de Juntos por el Cambio por la ciudad de Buenos Aires. Y, acto seguido, desanda la memoria política de su familia: “Mis padres militaban en la década del ´70 en agrupaciones de izquierda. Tenían una librería en La Plata y su contribución era esa: compartían mucha bibliografía de izquierda. Pero en la época dura del peronismo, de la Triple A, que salía a romper con cualquier expresión de la izquierda que no estuviera contenida dentro del espacio de ellos, terminó con bombazo a la librería. Cuando llegó Alfonsín, en el ´83, mis viejos se entusiasmaron mucho. Lo sintieron como una bocanada de aire fresco, como la posibilidad de salir de toda esa violencia política que habían sufrido, que no era exclusivamente de la dictadura -insisto- sino que para ellos había empezado antes. Mi viejo siguió siendo radical toda la vida, pero mi mamá se entusiasmó con el kirchnerismo cuando Néstor tomó la agenda de los derechos humanos”.
A mediados de los 70, después de la explosión de la librería familiar en Diagonal 77, los Tetaz decidieron mudarse a General Juan Madariaga, sudeste de la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, la ansiada calma de pronto se vio interrumpida por lo que Martín hoy define como “una experiencia traumática, que marcó la historia familiar para siempre”. Aún hoy se conmueve al recordarlo: “Un hermanito mío falleció... Me cuesta contarlo, él apenas tenía cuatro años... Imaginate lo que eso significa para una familia... Falleció de una meningitis. Fue algo que no diagnosticaron bien en su momento y, por lo tanto, no tuvo un tratamiento adecuado. Yo no me acuerdo de él, porque cuando falleció yo tenía un año. Al final, terminamos volviendo de Madariaga a La Plata en lo peor de la dictadura. Por eso mis viejos se entusiasmaron tanto con Alfonsín en el ´83: se abría la posibilidad de la democracia en la Argentina y ellos abrazaron a Alfonsín como si fuese la vida de vuelta”, insiste Martín.
-Imagino que te llevaron a los actos multitudinarios de 1983, de las boinas blancas. ¿Cuál fue el primer acto político que recordás?
-(ríe) No lo vas a creer, pero al primer político que vi en vivo fue a Herminio Iglesias, a dos cuadras de mi casa, en la Plaza Italia de La Plata. Yo tenía casi nueve años. Me acuerdo que estaba la barra brava de Gimnasia, había un clima muy pesado y me asusté. Poco después fui a un acto de Alfonsín en la cancha de Estudiantes, donde había un clima completamente distinto. Así empecé, desde chico, a entusiasmarme con la política.
La madre de Martín Tetaz era abogada, profesora de Historia Constitucional en la Universidad de La Plata y militante de la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos). Su padre, antes de convertirse en librero, había alcanzado el título de Escribano. “En mi casa se fomentaba mucho la participación en la política y nos decían que fuésemos a todos los actos, porque lo que estaba pasando era bueno, no importaba la ideología, lo importante era escuchar a todos”, insiste. Desde muy chicos, Martín y sus tres hermanos (Lorena, Gastón y Ernesto) aprendieron quién era Juan Bautista Alberdi y uno de los tópicos recurrentes en las sobremesas era “la naturaleza de la Constitución del ´53″.
“Fui Relaciones Públicas de Metrópolis y amasé pizzas en Inglaterra”
Martín Tetaz comenzó su militancia radical en el colegio. ”Siempre en la escuela pública”, insiste. ¿Cómo se define? “Era atorrante. Con un amigo, Maxi De Lorenzo, hacíamos mucho lío en la escuela y discutíamos de política con los docentes desde chiquititos”, recuerda.
En 1997, desde Franja Morada, se convirtió en presidente del Centro de Estudiantes de la facultad de Ciencias Económicas de La Plata. “La verdad es que me atrasé un poco con los estudios. Hasta que en mi casa me dijeron ‘acá hay que estudiar un poco más y recibirse’. Ojo, también había empezado a trabajar para tener ingresos e independizarme un poco” recuerda.
-¿Cuál fue tu primer trabajo?
-Mi primer trabajo lo tuve a los 14 años: hacía licuados y era bachero en un bar de Cariló durante el verano. Era el típico trabajo de temporada que hacés para juntar unos mangos. En la época de facultad empecé a trabajar en boliches: como éramos populares por la militancia, a mis amigos de Franja Morada y a mí nos invitaban a participar en boliches, como Metrópolis (un clásico de los 90 en La Plata).
-¿Eras tarjetero?
-Sí, más bien una suerte de Relaciones Públicas. Armábamos las fiestas de los jueves, que eran fiestas universitarias e invitábamos a la gente los viernes y los sábados. Esa concurrencia a mí me generaba un ingreso que, para alguien que vivía aún con sus viejos, me alcanzaba y me sobraba. Además, todas las salidas eran gratis en ese contexto. Los gastos eran pilcha o salir con alguna chica algún día.
-A propósito, ¿por qué decidiste estudiar Economía?
-Yo siempre fui un apasionado del debate. Necesitaba comprender porqué a Alfonsín le había ido tan mal en materia económica y tener herramientas para debatir mejor. En esa época, en los 90, los peronistas se mostraban muy orgullosos de la convertibilidad y te llenaban la cara de dedos cuando discutían Economía. Esto demuestra que mi participación política se empezó a gestar hace mucho tiempo atrás porque mi decisión de estudiar economía tiene mucho que ver con meterme ahora en la política.
Martín Tetaz se recibió de Licenciado en Economía en diciembre de 2001. “Sí, en el medio del quilombo”, resalta. Fue, justamente, ese clima tan hostil el que lo convenció de que era un buen momento para viajar al exterior y perfeccionar su inglés. ”Me fui a un pueblito que se llama Gillingham en el sudeste de Londres. Un amigo me alojó allá, me anotó en un curso de inglés y me consiguió un trabajo. Estuve varios meses haciendo pizzas, de manera ilegal, con una visa turística. Trabajé unos meses para pagarme la estadía allá y mejoré mucho mi inglés. Volví al país seis meses después y enseguida empecé a trabajar”, recuerda.
Al regresar a la Argentina, se inclinó por la actividad académica. Pero en 2002 el psicólogo Daniel Kahneman ganó el premio Nobel de Economía, acto que lo inspiró a dar un giro de 180 grados en su carrera profesional. “En Argentina nadie hablaba sobre economía del comportamiento. Entonces entendí que tenía que estudiar Psicología e hice una maestría de dos años de Psicología Cognitiva en la UBA. Eso me abrió una puerta en los medios”, cuenta.
“Tuve muchos años licenciosos”
El departamento de Martín Tetaz, a orillas de la avenida Las Heras, es fiel reflejo de su situación conyugal: minimalista al extremo, despejado de cualquier muestra de calor familiar, habla de un hombre que acaba de separarse. Hace seis meses, aproximadamente, se separó de su pareja, con quien se casó en el 2013, la madre de sus tres hijos: Agustín, el mayor, y los mellizos Santiago y Benjamín. “Yo me casé de grande, tuve muchos años licenciosos. Por eso me jugué al cien por ciento por este proyecto familiar. Mirá, justamente, fue cuando decidimos casarnos que yo me tatué el ‘ALL IN’ en la espalda. Pero, bueno, al final no terminó como soñamos...”, define.
-Tu separación coincidió con el lanzamiento de tu candidatura. ¿La política dinamitó tu matrimonio?
-(ríe) No, para nada. Coincidió, pero nada más. Con Graciana nos convertimos en muy buenos amigos y la separación fue en buenos términos. Ni siquiera me puse a borrar las fotos que tenemos juntos en las redes.
-¿Ya te bajaste alguna aplicación de citas?
-No, no puedo exponerme de esa manera (ríe). Ojo, cada quien con su estilo, con sus métodos. Yo siempre fui un remador, estoy acostumbrado a remarla.
-A propósito, ¿alguna vez te pesó tu estatura?
-No, no, siempre lo llevé bien. Quizá porque era muy bueno para los deportes, tenía habilidad física y mucha resistencia, entonces siempre me elegían en los equipos. Pero sí, soy bajo, mido 1,60, sin complejos. Jamás sufrí por ello.
-¿De chico te hacían bromas con tu apellido?
-Esa es una cargada de primer día de clases. Cuando vos llegás a un lugar, el primer día, el apellido te causa gracia. Me acuerdo que el primer día de jardín le dije a mi viejo “Papi los chicos se ríen cuando digo mi apellido”. Y mi viejo me contestó: “No te preocupes, es la primera vez, vas a ver que después no se ríen más” y fue así. En algún punto me favoreció porque es más fácil instalar el nombre.
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