Martín Kohan. "Ser escritor es fácil, barato y accesible"
El año de la pandemia no fue improductivo para Martín Kohan (Buenos Aires, 1967), uno de los nombres centrales de la "generación intermedia" de la literatura argentina. En el primer semestre publicó Me acuerdo (Godot), un ejercicio literario sobre la infancia del escritor, donde la memoria intenta vaciarse de subjetividad. Y este mes llegó a las librerías su nueva y escalofriante novela, Confesión (Anagrama), que gira en torno a la figura de Jorge Rafael Videla. Mientras tanto, continuó dando clases en streaming como profesor universitario y corrigiendo las pruebas de imprenta de un ensayo sobre las vanguardias literarias que se publicará el año próximo. "Después tengo que escribir un artículo sobre Operación Masacre de Rodolfo Walsh, y estoy pensando un libro sobre el teléfono, tema que me interesa mucho", agrega. Gracias al Premio Herralde de Novela 2007 por Ciencias Morales, la obra de Kohan cruzó el Atlántico y se convirtió en una referencia internacional por su modo de conjugar historia, política y literatura bajo el signo de la violencia.
-¿Cómo se llevan los días de confinamiento? ¿Y cómo ves el proceso social con relación a la pandemia en el país?
-Algunos de mis trabajos trastabillaron o se cayeron, pero por suerte la mayoría se mantuvo, aunque aumentó el esfuerzo requerido para hacerlos. Seguí escribiendo y seguí dando clases, casi sesenta entre marzo y julio, y en la segunda mitad del año me espera casi otro tanto. En cuanto a la pandemia, entiendo que hubo una necesaria cuarentena inicial, más o menos prolongada y en función de la preparación del sistema sanitario, y luego una serie de medidas paulatinas, algunas tal vez demasiado paulatinas, para recuperar ciertos espacios, cierta circulación, siempre manteniendo los cuidados imprescindibles. No veo ninguna cuarentena eterna: ni la que una parte del gobierno nacional declara ni la que una parte de la oposición deplora. Difieren en la valoración, pero comparten la mirada, como suele suceder.
-¿Por qué elegiste centrar tu nueva novela en Jorge Rafael Videla, un personaje histórico que sin embargo no es el centro de la novela sino el de las obsesiones de otros personajes?
-Efectivamente: la figura es central y en la novela está descentrada. Y me parece que en esos términos se da la posibilidad de entablar una relación entre literatura y política que no pase en sentido estricto por la representación de la realidad o por el posicionamiento ideológico explícito, sino por una indagación de sentido, o por la problematización de un orden de sentido, el del pasado político, desde otro orden de sentido: el de la literatura. Y la de Videla me parece una figura a interrogar en esa clave. Las características específicas de su condición de criminal de Estado, la combinación singular de la responsabilidad que asumió y el aire de distancia que también asumió; la combinación singular de ser un rígido moralista y el mandante de las aberraciones más atroces que la historia argentina haya conocido. En realidad, la cuestión en la novela no es, según creo, su propia condición, sino más bien la mirada que suscita o todo lo que suscita, que no es solamente una mirada.
-Para la primera parte y la tercera elegiste formas de narración íntima, y para la segunda, un estilo similar a la crónica.
-Los materiales narrativos son muy distintos, y las formas tenían que serlo también. La primera y la tercera parte están construidas, no desde los hechos, sino desde la resonancia de esos hechos; resonancias subjetivas, en la primera parte; las resonancias del recuerdo, en la tercera. La segunda, en cambio, la del atentado contra Videla en 1977, la de los hechos como tales, había que narrarla de la manera más directa y precisa posible. A mí me cuesta narrar sin vueltas; digamos que me tuve que esmerar.
-En 2020 año publicaste Me acuerdo y Confesión, en los que la memoria, el olvido y la mala memoria alimentan los relatos y por momentos comparten épocas. ¿Son esos libros las dos caras de una misma moneda narrativa?
-Los dos libros salieron muy cerca uno del otro, pero los veo completamente distintos. Yo mismo me siento distinto en uno y en otro, o siento que no fui el mismo cuando escribía uno y cuando escribía el otro. Tienen esos puntos de contacto, es cierto. Pero en Me acuerdo había que tratar que los recuerdos se consignaran en un listado, en una enumeración, casi sin sujeto, como si la escritura recordara, y no yo mismo, y casi sin memoria, entendiendo por memoria la interpretación narrativa de los recuerdos. En tanto que Confesión está hecha de memoria, y por lo tanto, de olvido y de subjetividad. Claro que, por ser una ficción, la memoria no es mi memoria, ni la subjetividad es la mía tampoco.
-¿La última dictadura es un motivo literario en tu obra?
-No me reconozco, tal vez me equivoque, en una clasificación del tipo "novelas de la dictadura". Es cierto que el motivo aparece o reaparece. Pero entiendo que la dictadura, al igual que otros pasados, en otros libros que escribí, no corresponde en sentido estricto al objeto de una memoria, ni a la realidad de una representación, ni a la expresión de una posición ideológica. Me parece que lo que me convoca son esos tramos del pasado en los que un sentido se cristaliza, o todo un sistema de sentido se cristaliza. Y lo que busco es perturbar ese orden de sentido, desacomodarlo, abrirlo, desestabilizarlo. Y ver qué pasa.
-¿Qué cuidados hay que tener para escribir ficciones sobre personajes o circunstancias históricas?
-Marcaría la necesidad de no colocar a la literatura en un lugar de subordinación. De subordinación a los hechos mismos o más aún en subordinación a las narraciones históricas que ya puedan existir de esos hechos. La literatura cobra muchas veces un carácter secundario, subsidiario; no pocas novelas históricas funcionan así: la literatura está ahí, siempre en función de otra cosa. Me interesa en cambio la narración literaria tramada con personajes históricos o circunstancias históricas cuando la literatura puede perturbar o desacomodar un orden de sentido ya establecido, intersecarlos con su propia impronta.
-Volviendo a Confesión, ¿por qué elegiste escenarios como el de la costanera del río de la Plata, la localidad de Mercedes, Aeroparque?
-Me trae esa carga que puede tener un escenario determinado, lo que predispone como lugar; en mi reivindicación de Bahía Blanca, el lugar y su mitología maldita definieron la novela entera y por eso se llamó Bahía Blanca. En el caso de Confesión, la ciudad de provincia, el borde de Buenos Aires (el río) o el mundo que corre por debajo de la ciudad (los arroyos entubados) imprimían por sí mismos una atmósfera para la narración política: un mundo engañosamente apacible, un escondite para la conspiración, un afuera que no es afuera y que se va cargando de muerte.
-¿Cómo ves el ambiente literario en el país? ¿No te parece que se multiplican los escritores mientras que los lectores de literatura argentina siempre parecen pocos?
-Que se multipliquen los escritores no supone un problema, al contrario: ser escritor es fácil, es barato, es accesible, es inocuo; si les da satisfacción serlo, adelante; el ingreso es irrestricto. Que no haya más lectores, en cambio, me parece más preocupante, y parecería indicar que muchos de los que quieren escribir literatura argentina no están interesados en leerla; pero no solamente en términos cuantitativos, sino también y sobre todo, en términos cualitativos: la competencia de lectura necesaria para no verse excluidos de cierta literatura más exigente, tal vez más sofisticada, que requiere en el lector más concentración y más detenimiento. Me interesa, y mucho, que haya más de esos lectores. Como soy profesor de literatura, trabajo en el asunto. Ese trabajo me enriquece muchísimo, y todos los días. Qué tonto sería, el escritor que soy, si no se nutriera de eso.
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