El escritor debate y opera como intelectual sobre la realidad y también desde la literatura. ¿Cómo ocupa ese lugar?
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La mesa redonda y laminada del set de televisión es de un blanco tan blanco que parece del futuro intergaláctico. Hay varios vasos apoyados con agua a medio tomar, la discusión está vehemente. Martín Kohan mueve la mano derecha con los dedos haciendo montoncito, después cambia a puño cerrado, y vuelve de nuevo a montoncito. Habla rapidísimo para que no lo interrumpan –y sí que lo intentan–. Si el video aparece en el timeline de Twitter y se reproduce en silencio parece que juega él solo al terrome-terrome, pero si se da clic al audio se lo escuchará diciendo la argumentación más sólida sobre uno de los temas centrales de la historia argentina: los 30.000 desaparecidos. “La cifra es abierta porque el Estado reprimió de manera clandestina e ilegal, y los cuerpos los sustrajo, y la información no la dio. La cifra es abierta no porque no sabemos y la inventamos, como se dice tontamente o macabramente”, sostiene en el video que se filmó unos días después del 24 de marzo de 2017, en el programa de la periodista María O’Donnell, que al fin logra interrumpirlo para redondear por él: “El hecho de no saber es una denuncia en sí misma”, dice ella y Martín Kohan asiente.
El escritor no usa redes sociales y, sin embargo, sus intervenciones en la arena pública se viralizan. Varias de sus novelas, como la flamante Confesión, dialogan con contextos históricos y políticos. ¿Se pueden encontrar respuestas personales y colectivas en la literatura?
Para muchos, ese fragmento de programa televisivo –que cada 24 de marzo se vuelve viral– se convirtió en un argumento imbatible, en el “drop the mic” del debate en torno al número de desaparecidos. Kohan, que no tiene redes sociales, dice cuatro años después: “Me halaga mucho, y no por vanidad personal, sino porque es un campo de disputas políticas de enorme importancia y, si yo pude aportar algo en ese sentido, me gratifica”.
Para él, el rol de escritor está cargado –por los medios o la academia– de sentidos incómodos que limitan y pueden asfixiar: el escritor viejo y sabio a quien admirar y copiar, como Borges; los genios, como Ricardo Piglia; los inclasificables, como César Aira; los eternos jóvenes de la literatura argentina, como lo siguen llamando a él a pesar de que ya había pasado los 50 años cuando dio aquel debate en la televisión; o los escritores políticos, etiqueta que también le ponen, y un poco le pesa.
“Los temas que me interesan mucho vienen, se presentan ante mí”, señala. Se le aparecen como escenas cinematográficas o como personajes, y de ahí trabaja para desarrollar una historia. “Obviamente, la política me interesa”, agrega. Entonces, cuando tiene que ubicar en tiempo-espacio esa historia que empieza a tomar forma en su mente, la sitúa en un año en el que la política tenga una caja de resonancia para esa escena, que amplifique sentidos y significaciones posibles. Algunas de sus 10 novelas publicadas habitan esos intereses –la política, la identidad, la memoria, el retrato social, el deseo– desde la tensión de lo subterráneo: “A veces, hay como una convención de lo político en la literatura o de cómo es la literatura cuando es política, y a mí me interesa romper con esa convención”.
Martín Kohan debate y opera como intelectual sobre la realidad y también desde la literatura. En 2020 publicó dos libros: Confesión (Anagrama), una novela en la que el exdictador Jorge Rafael Videla es el hombre que tensa de deseo y de terror las tres historias unidas a través de los lazos de una familia; y Me acuerdo (Ediciones Godot), un compendio de recuerdos sobre su infancia, una especie de retrato de su generación a lo Georges Perec. El novelista, el docente universitario, el intelectual, el ensayista, el futbolero, el lector, el retratista: Martín Kohan parece estar en su momento de mayor producción.
Deber de memoria
Últimos días de octubre del 2020, año pandémico de encierro y soledad. Se abren los bares y las mesas en la vereda devuelven las rutinas que fueron interrumpidas por el aislamiento obligatorio. Una bookstagrammer, @lectoraserial, fotografía de espaldas a Martín Kohan leyendo solo, en un café de Almagro, su ejemplar de Lugones, de César Aira.
Es indiscutiblemente él, aunque no se le vea la cara. Tiene su típica campera de la marca deportiva de las tres rayas y sus zapatillas de lona. Además, es frecuente que circulen por las redes fotos de él leyendo en bares porteños, es algo que hace y es algo que la gente fotografía y sube a las redes. “La escena cotidiana de Kohan”, escribe uno en los comentarios. “Siempre tan lector –dice otra–, lo veo seguido por mi barrio”.
“Antes, si tenía una hora o dos, me metía en un bar a escribir. Esta conversación la tendríamos en un bar, pero acá estamos”, dice ahora y se refiere a la pantalla. La cámara de su computadora apunta hacia un placard alto de puertas flacas que se ven de a ratos; por delante de ellas y a espaldas de él, una gran bandera de Boca cuelga desde el techo y se mueve apenas con la brisa. Lo que produce una sensación de oleaje en bits cuando la videollamada se corta o se congela. “Esto no es una puesta en escena para que la vean. Soy de Boca, la bandera siempre la cuelgo cada vez que salimos campeones”, aclara.
Desde ese lugar ya lleva más de 200 clases en el año, las que antes daba en Puan. El mismo escritorio en el que ahora escribe, lee y toma su café. Casi toda su rutina callejera fue interrumpida. De todos modos, sigue con sus cuadernos, que antes llevaba en un bolso: uno anillado de tapa blanda con un dibujo xeneize, en el que escribe anotaciones, las columnas de opinión o boceta sus clases, y otros especiales, en los que escribe sus novelas. Siempre con letra cursiva, a tinta, bien chiquitita, la misma que tiene desde niño y que, dice, heredó su sobrina. “Escribir a mano me ayuda para buscar las palabras, eventualmente para encontrarlas, para revisar, para tachar, para agregar, y es como el ritmo que yo necesito, me gusta el ejercicio manual del trazo”.
"Creo no engañarme, al menos desde la premeditación, pero no tengo estrategias del darme a ver. Un buen ejemplo podrían ser las redes, en las que yo no cuento nada ni pongo nada de mí"
Martín Kohan
Martín habla y, cada tanto, hace una referencia a su infancia o a las costumbres fundantes de su vida, como si esos movimientos hogareños de la niñez tuvieran un lugar preponderante en su presente. Quién es Martín Kohan, el escritor y la persona, está en Confesión, y en Me acuerdo, y en esas mismas respuestas, en esos libros, se podría decir que también se encuentra el ADN del porteño adulto de clase media.
“Un día, Martín viene en bicicleta a la editorial y me muestra el anotador donde está escrito Me acuerdo; lo leí desde su letra cursiva diminuta, y me encantó”, cuenta Víctor Malumián, su editor de los textos de no ficción que publica por el sello independiente Godot. A pesar de que la literatura del yo no le interesa a Kohan, que no lleva un diario de escritor y que dice rotundamente “no siento ninguna inclinación a traspasar mi propia vida a la escritura, en absoluto, hasta siento la necesidad contraria, de que la vida vivida y la escritura tengan dimensiones distintas”, publicó en un libro que es un ejercicio de la memoria a través de un listado de recuerdos despojados de narración. Sigue Malumián: “Me parecía muy interesante que fuera posible transmitir una memoria de la generación. Si decimos «pelota pulpo» o «boleto capicúa», a todos nos trae un recuerdo”.
La relación con su infancia, los juegos, los boleros o Sandro, las amistades del fútbol y el barrio, las relaciones familiares, su educación sentimental de la mano de revistas como El Gráfico o la Billiken, que leía él, y la Anteojito, que compraba su hermana, están en todo lo que escribe. El nivel de minuciosidad en la construcción de sus personajes está siempre fundado sobre la cultura popular argentina. En cada libro hay una referencia a ese Martín niño. “Tenía 12 años cuando El Gráfico cumplió 60 años y sacó un número especial sobre los grandes acontecimientos deportivos de esos años. Había dos páginas de la pelea de (Luis Ángel) Firpo vs. (Jack) Dempsey, y de ahí saqué los datos sobre la pelea, el día, la hora, para mi novela Segundos afuera, que una parte transcurre en 1923, lo demás lo inventé”, dice. No hace mucha investigación, dice. Usa lo que tiene a su alcance, lo que está en su constitución.
Aula, bar y escritura
El gran escritor, que publicó 11 novelas, ocho ensayos y tres libros de cuento, y fue el ganador, en 2007, del Premio Herralde por Ciencias morales, es profesor de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde se doctoró con una tesis sobre la representación narrativa de los héroes nacionales. Pero les escapa a todas esas formalidades académicas. “Fue un momento importante en mi vida”, dice, pero no tanto por la satisfacción del logro, sino porque ahí mismo decidió que nunca más iba a hacer una tesis con una investigación así de extensa. “Prefiero escribir ensayos con una reunión de materiales y lecturas más libre, las que uno necesita para pensar”. Lo que le gusta, en definitiva, es dar clases, entrar a un café, leer un libro, escribir otro. No complicarse la vida. Parece un hombre común con una rutina de estricto perfil bajo. Todo eso, al mismo tiempo, siendo uno de los escritores más importantes de la literatura argentina.
“Creo no engañarme, al menos desde la premeditación, pero no tengo estrategias del darme a ver. Un buen ejemplo podrían ser las redes, en las que yo no cuento nada ni pongo nada de mí”. Kohan no tiene cuentas, pero sí está en ellas. Lo retratan sus fans, lo hace su pareja, la psicoanalista y escritora Alexandra Kohan. Él a veces entra y lee. Sostiene que todo lo que se postea en Twitter es una publicación y que, así como lee lo que han escrito de sus libros en el diario, a veces entra a ver qué están discutiendo en la red. “La circulación de los discursos y de los textos ya no está solo en los suplementos de cultura”.
Sostiene, una y otra vez, que está acostumbrado a ser visto por subirse a una tarima a dar clases, que no es eso lo que lo inquieta de las redes, sino los discursos autorreferenciales y las actitudes de peleas solitarias, de puños que se tiran hacia la nada y contra nadie, en el extraño mundo de los comentarios.
Por el timeline de su pareja aparece una foto de su casamiento. Kohan está con una chomba de la misma marca deportiva de la que es fanático y ella, hermosa, está de vestido negro. Lucen felices tomados de la mano antes de casarse. “Los mejores años de mi vida”, publica ella. Otro post más reciente es de las vacaciones de verano del incipiente 2021. Las remeras de Adidas de él cuelgan en el tendal para secarse. La explicación a ese amor, que puede estar basado en la comodidad y en la voluntad, tal vez tenga una clave en una de las entradas de Me acuerdo: “En séptimo grado, les pedí a mis padres que me compraran un equipo Adidas, que era el que usaban casi todos mis compañeros. Me compraron un equipo Topper”. Las respuestas a todos los enigmas Kohan parecen estar en la literatura.
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