Marta Harff. “Solo pongo energía en las cosas que me dan placer”
Tuvo cáncer de mama a los 37 y lo superó. Fue mamá primeriza a los 47. A los 56 vendió su empresa a un fondo de inversión que la quebró. A los 60 empezó de nuevo. A los 72 años, Marta Harff se vuelve a reinventar con una propuesta disruptiva. Su campo de batalla es el sector de las fragancias y los perfumes, ahora desde Perfumum Bue, la firma que en plena pandemia triplicó ventas y lanzó nuevos productos. Durante el tiempo de encierro por la cuarentena confirmó el poder de los aromas y su influencia en los estados de ánimo. Comprobó que el mayor componente de las esencias funcionaba como antídoto contra el virus. El componente de alcohol al 70%, aliado en la batalla contra el COVID19, se convirtió en el gran protagonista del año.
La especialista en aromatización ganó otra pelea más: diseñó un formato disruptivo para llegar a más usuarios. Sus bidones recargables fueron muy bien recibidos por un público que valoró la apuesta y la sinceridad del lanzamiento. Fragancias premium en envases reutilizables. La reposición como punto de partida implicó un compromiso no sólo con el medio ambiente sino que además, redujo el precio y eliminó el packaging.
Consciente del cachetazo que le estaba pegando al marketing, la empresaria puso en práctica uno de los mantras que la sostienen frente a situaciones adversas. "Sólo pongo energía en las cosas que me dan placer", dice contundente. Vía Zoom se la ve fresca, entera, vital. Cuenta que a principios de mes retomó las caminatas, que come sano y hace ejercicios en la bicicleta fija. Su contacto con el mundo fue mínimo, a través de la pantalla y por la ventana del balcón del barrio de Belgrano que durante años quiso cerrar. "Y por suerte no lo hice, me felicito por eso". El bienestar emocional de Harff es uno de los recursos mejor valuados de su caja de herramientas.
–¿Cuánto la identifica el concepto de resiliencia, el término acuñado por el psiquiatra Borys Cyrulink, que refiere a iniciar un nuevo desarrollo después de un trauma?
–Muchísimo. Mi vida puede sintetizarse con este concepto. En 2006 atravesé un golpe muy duro, cuando el fondo de inversión norteamericano que había comprado mi firma quebró la empresa. Se las había vendido en el año 1999 con 40 locales. Pero al tiempo empezamos a tener muchas diferencias. Hicieron todo lo contrario. La quiebra implicó un golpe, un sabor amargo difícil de digerir porque fui una acreedora más. Y encima quebraba una empresa que llevaba mi nombre y apellido.
–Activó mecanismos de supervivencia para seguir adelante.
–Sí, llevo fortaleza en el adn además de resiliencia. Mi mamá llegó al país a los 14 años con su hermana de 12. Viajaron solas en barco desde Polonia en 1936, unos años antes de que estallara la guerra. Se anticiparon al horror. Mi padre ya había llegado a la Argentina, escapando de la persecución en Alemania. No se hablaba mucho del tema pero ese sufrimiento estuvo presente durante toda la vida. Mi mamá se enfermó cuando yo era muy chica, me transmitió esfuerzo y sacrificio. Estaba implícito que tenía que ser una buena alumna. Fue un mandato que interpreté de cabo a rabo.
–Volvió al ruedo en un contexto incierto con una apuesta que reduce la generación de residuos ¿Cómo diseñó la estrategia del envase reutilizable para un producto de lujo?
–Sacándole el disfraz al marketing para impulsar una venta inteligente. Que lo premium sea la calidad intrínseca del producto, sin camuflajes que lo encarezcan. Con un packaging simple que genere confianza y empatía. Que el envase no resulte más caro que el producto, porque nadie quiere comprar más botellas ni frascos. Ahora la gente quiere rellenarlos. Me costó dar ese paso, los bidones me daban pudor. No eran lindos ni funcionales, pero no me quedó otra porque eran los únicos del mercado. Decidí dejar atrás los prejuicios estéticos y los preconceptos. No más cajas de regalo, no más frascos. Vamos a acompañar la tendencia global del cuidado del medio ambiente.
–¿Qué cambios aceleró la cuarentena en la forma de habitar de sus clientes?
–Hace tiempo comenzamos a tomar los datos de los clientes para conocerlos mejor. Establecimos un contacto que nos permitió acceder a sus gustos. Afianzamos el vínculo. Nos dimos cuenta que la modalidad delivery fue muy bien recibida, que la gente estaba agradecida y necesitaba sentirse bien atendida. Y que más que nunca quiso convertir su casa en un refugio, un lugar acogedor, armónico. Las fragancias son purificadoras por excelencia, porque llevan alcohol al 70%. Entonces cumplieron esa doble función: generaron un ambiente cálido y desinfectaron textiles, alfombras, la ropa de cama y las prendas. El origen del perfume fue así, tuvo un uso más saludable que glamoroso. La mayoría de los clientes no pudo viajar ni salir de compras. Entonces esta propuesta funcionó como un bastón de apoyo para sentirse bien.
–Marroquino, praliné y sidra mentolada, ¿En qué basó las combinaciones de perfumes?
–Cada una tiene su propia historia. Y el nombre también: la línea se llama Serendipia, un término que refiere a un hallazgo inesperado, valioso y que se produce de forma casual. Resume perfectamente mi vida y todo lo que me pasó con estas fragancias cuando un grupo de proveedores franceses me propuso un desarrollo. Ellos querían algo sorprendente. Y a esta altura, que algún aroma me sorprenda es bastante difícil. Además mi piel no es fácil porque absorbe mucho. Pero cuando las probé me encantaron. El marroquino está inspirado en el capuchino con chocolate de Roma. La sidra mentolada es una propuesta para festejar que combina menta y manzana. El oud ("el oro negro de los perfumistas") con praliné remite a las almendras quemadas con caramelo, es bien gourmet. Y finalmente, las hojas de higo con notas de cedro, pomelo y frambuesa, otro hallazgo.
–Serendipia también aplica a la forma en la que conoció a su marido, ¿Cómo ve a la distancia ese encuentro casual que les cambió la vida?
–¡No nos vamos a olvidar nunca de eso! Vi por la calle un auto verde turquesa y quedé impactada por el color. El conductor frenó. Le expliqué que estaba por cambiar el auto y que me había llamado la atención el suyo. Intercambiamos teléfonos. Me compré el mismo modelo. Y acá estamos, celebrando la vida juntos, viajando y disfrutando. Con Carlos tenemos un hijo (Tomás, 25 años) que se recibió de ingeniero industrial. Mucho orgullo de la familia que armamos.
–¿Hay algo positivo de la pandemia para destacar como aprendizaje?
–Por primera vez me di cuenta que ciertos productos representaban buenas noticias, ráfagas de esperanza y regocijo. Me considero una privilegiada porque el negocio funciona, crece, se transforma. De todas maneras esto no implica que me afecten otras realidades irreparables. La pandemia marcó un capítulo nuevo. Me da pudor que nos vaya bien y quiero subrayar este lugar de privilegio. Emprender requiere energía y gestión, pero también oportunidades. Y sé perfectamente que las oportunidades no son iguales para todos. Tengo la responsabilidad de contribuir desde mi lugar, dar trabajo, contener a los empleados y sostener la empresa. No es poco.
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