Marruecos siempre estuvo en mi lista de esos destinos que soñaba con conocer algún día y, en cada verano europeo, me volvía a surgir la misma duda: "¿Y si me tomo un vuelo desde Barcelona?". Solo la idea de "cruzar" a África ya me entusiasmaba, pero por algún motivo, al momento de planear el nuevo viaje, terminaba postergándolo. Quizá era el miedo a un destino que me parecía exótico y hasta inseguro para explorarlo sola. Hasta que, por fin, la curiosidad fue más grande que ese miedo a lo desconocido, y me animé a embarcar hacia la ciudad más vibrante del norte africano.
Lo primero que pensé cuando el taxi que me buscó en el aeropuerto entró a la Medina, la ciudad antigua, fue: "¿Por qué tardé tanto en venir?". Desde la ventana del auto observaba fascinada el escenario marroquí y lo que hacían esos locales en la calle: las motos pasándonos a contramano y sin frenar, un grupo de chicos jugando en el borde de la vereda con limones como pelotas, los árboles de olivo trepando los arcos de las puertas, una señora envuelta en una túnica negra cargando un canasto rebalsado de panes chatitos a la altura de su cabeza, un perro descansando a la sombra en una calle de piedra angosta y sin salida, los cajones de berenjenas en la entrada del mercado, las sonrisas tímidas de las musulmanas cuando las miraba a los ojos, un señor en bicicleta llevando alfombras enrolladas y gritando algo inentendible. Apenas bajé del taxi, terminé de comprobar esa atmósfera de la que tanto me hablaban sobre Marrakech, una mezcla de historia y de cultura que no solo se puede ver, sino que se puede oler y hasta respirar.
En el corazón de la Medina, en medio de ese folclore tan místico y caótico, se encontraba mi riad, que a diferencia de un hotel, es un hospedaje que cuenta con un patio interno, donde generalmente hay una fuente o una pileta en el medio. Además, son hospedajes más locales en donde la atención es más cercana y te hacen sentir tan a gusto como en tu propia casa (o por lo menos así es como me hizo sentir Isabel, su anfitriona, en Riad Vert).
Apenas llegué esa mañana quería quedarme relajada en su patio interno todo el tiempo que fuera posible, siendo consciente de que cada detalle era motivo para estar agradecida: la luz del sol filtrándose por el cielo abierto de las galerías, el té de menta de bienvenida, el ruido del viento de verano golpeando las hojas de las palmeras, el silencio tan calmo que solo interrumpía el silbido de los pichones que volaban por ahí, los colores vibrantes de las mesas, de los azulejos, de los objetos que adornaban las paredes o las texturas de las telas, los sillones y los almohadones que ya me hacían despertar los sentidos para empezar a palpitar algo más de la cultura.
Y, mientras miraba hacia arriba, explorando con la vista otros espacios del riad que se asomaban desde ahí abajo, descubrí un balcón circular en miniatura con rejas antiguas y me quedé fascinada con ese rincón. Algunos minutos más tarde me acompañaron a conocer mi habitación: tuve la suerte de que ese rincón se tratara de mi propia habitación.
Cada día en Marruecos fue una aventura diferente en la que probaba algún sabor nuevo, como la harissa o la chermoula (¡amé la comida marroquí!), conocía un museo interesante o algún rincón exótico, aprendía alguna palabra en árabe o berebere (me pasé el viaje diciendo "chucrán" que en árabe significa "gracias"), o conocía a algún local que me acercaba un poco más a la cultura y me compartía su historia de vida, como Said, que su nombre significa "felicidad" y es el creador de las mejores experiencias locales y a quien confié mi aventura en el desierto de Merzouga.
Ya sé que Marruecos será uno de esos lugares a los que elija volver.
Recomendados
- Recorrer la Medina y el Mercado: el Zoco y Jemaa el-Fnaa, la plaza principal, son un must para empaparte de la cultura local y comprar desde alfombras hasta aceite de argán orgánico. La app Maps.me funciona sin wifi y es clave para no perderte entre las calles laberínticas de la Medina, donde no suele haber señal de celular.
- Visitar el Museo Yves Saint Laurent: te guste o no la moda, el museo de Yves Saint Laurent merece una visita y un recorrido en exclusiva por su arquitectura imponente, su puesta en escena entre las calles antiguas, las palmeras, las fuentes y los cactus, su boutique y Le Studio, su restaurante de estilo: www.museeyslmarrakech.com
- Explorar el Jardín Majorelle: es uno de los jardines más místicos de Marruecos; en 1966, Yves Saint Laurent y Pierre Bergé, su socio y pareja, lo compraron para evitar que las empresas constructoras de hoteles lo hicieran desaparecer. Algunos años más tarde decidieron vivir ahí, en la casa azul y amarilla diseñada por el pintor francés Jacques Majorelle, a la que rebautizaron Villa Oasis. www.jardinmajorelle.com
- Comer en Nomad: dentro de la Medina, a pocas cuadras de la plaza principal, la terraza de Nomad es parada obligada para un almuerzo tardío o una comida debajo de las luces colgantes (y las estrellas.) La carta prioriza productos orgánicos y tiene platos locales y recetas típicas de Marruecos, pero con toques modernos y personales. Mi preferido fue el whole roasted organic spring chicken con vegetales asados y un toque picantes. @nomadmarrakech
- Ver el atardecer en la terraza de Café de Epices: alrededor de las 18, la plaza de Jemaa el-Fnaa empieza a llenarse de vida: vendedores ambulantes, músicos, viajeros y locales deambulando. Desde la terraza de este cafecito podés verlo todo y esperar el atardecer mientras probás su especialidad: naranjas maceradas con miel y canela. @cafedesepices
- ¿Dónde pasaste la cuarentena? Estuve en mi casa, en San Isidro
- ¿Volviste a viajar? Todavía no, pero ya tengo pasajes para mis próximos vuelos en diciembre y enero a dos destinos nacionales. Vamos a viajar en familia a La Cumbre donde pasamos siempre las fiestas, y a Bariloche y Villa La Angostura para año nuevo.
*Sofía Stavrou es argentina, de raíces griegas, redactora de viajes, directora creativa y creadora de @soydegrecia. Desde que tiene memoria, el mundo, las historias y las personas le generan curiosidad. Fue esa curiosidad, y varias experiencias por el mundo, lo que la llevó a dejar de lado su título de abogada para animarse y dedicarse a lo que siempre la apasionó.