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Transitamos tiempos difíciles todos, llegó el anuncio de restricciones fuertes para los próximos días por el inevitable rebrote de contagios de coronavirus en el otoño, invierno como ya ocurrió hace unos meses en el hemisferio norte. Tenemos la oportunidad de aprovechar esa experiencia, pero para eso tenemos que dejar de negar y hacer de cuenta que a nosotros no nos va a pasar nada y ver las señales de modo de conducir adecuadamente a nuestros hijos.
¿Qué nos lleva a negarlo?
Cuesta mucho aceptarlo porque el año pasado lo pasamos mal, muy solos, con miedo, encerrados en casa con nuestros chicos, íbamos entendiendo las dificultades de a poco, a medida que sucedían, tanto la dimensión del problema como la gravedad y la duración. Pero este año ya no entramos ingenuamente sino sabiendo lo que puede venir y por eso muchos preferimos no verlo, o esperar hasta que se nos caiga encima para enfrentarlo. Y seguimos avalando reuniones de adolescentes, o andamos por la calle o nos reunimos sin cuidar protocolos.
Desde principio de año vengo pidiendo a los adultos que se cuiden y que enseñen a sus hijos a cuidarse para no favorecer la segunda ola de contagios. Sepamos aprovechar la ventaja de experiencia que nos da el vivir en el hemsiferio sur: la oportunidad de prepararnos y tratar de evitar un segundo invierno consecutivo de encierro, o por lo menos de suavizar las condiciones de ese encierro.
Preferimos no creer, o no saber, desacreditar a aquellos agoreros que anuncian catástrofes. Cómo nos cuesta aprender, dejar de negar y entender que mucho de lo que se viene está en nuestras manos… y en las de nuestros vecinos, amigos y familia. Para poder ayudar a nuestros chicos a cuidarse tenemos que entender primero los adultos la importancia y el valor de cuidarnos todos, y entre todos, sin sembrar pánico, pero tampoco insensatez.
¿Por qué yo, si el vecino -compañero de colegio, primo, colega, etc- no lo hace? Porque sabemos que cuidarnos es lo que cada uno puede hacer desde su lugar -casa, trabajo, escuela- para colaborar con el bien común, sin garantías ni seguridad ni certezas, pero apoyando la cabeza en la almohada cada noche con la tranquilidad de haber hecho lo correcto; y lograr que nuestros hijos, a pesar de sus reclamos, tengan esa misma sensación. Seguramente se enojen mucho con nosotros, les cueste entender, pero es la responsabilidad de cada uno de nosotros adultos el cuidado de la comunidad, aunque otros no lo hagan, aunque seamos pocos…
Me preguntan mucho sobre la culpa que podrían sentir los chicos ante los contagios de sus abuelos. Es fundamental que tengan la tranquilidad de saber que hicieron todo lo posible para que eso no ocurra. Va a ser muy distinto para ellos, llegado ese caso, si saben que todos respetamos los protocolos, mantuvimos distancia y a pesar de ello algún mayor se contagió, que si se dan cuenta de que no nos cuidamos bien y que les permitimos no cuidarse bien. Para los más chicos es relativamente sencillo ya que son los padres los que deciden y eventualmente también se hacen cargo de la responsabilidad de sus decisiones. Con los adolescentes es más difícil, porque a muchos padres les cuesta decirles que no y porque la omnipotencia natural de los adolescentes y las ganas de no perderse nada puede llevarlos a no cuidarse. Algo parecido pasa con los adultos jóvenes que van a fiestas y reuniones sin reconocer que esos lugares son focos de contagio y sin cuidar a su entorno cercano los días subsiguientes, hasta que un día, ¡oh sorpresa!, el hisopado les da positivo, y recién en ese momento registran la cantidad de personas que pusieron en riesgo.
Llegó el momento de que todos miremos más allá de la punta de nuestra nariz y de nuestros deseos e intereses personales para mirar a nuestro alrededor y renunciemos, no para siempre, sino por unos meses, hasta que las vacunas hayan llegado a los mayores y las personas de riesgo, hasta que pase el invierno. Que miremos y veamos lo importante que es que los chicos puedan seguir yendo al colegio (o volver), que la gente pueda viajar a sus trabajos y trabajar y que los negocios puedan funcionar.
Ya empezaron las limitaciones desde el gobierno nacional. Es el momento de extremar las precauciones de modo que bajen la aceleración de los contagios y la ocupación de camas en los hospitales.
Solos no podemos cambiar el mundo ni nuestras circunstancias, pero si cada uno hace su parte, su esfuerzo, se cuida y cuida a su entrono cercano, las circunstancias pueden ser más livianas para todos. Y estaremos más cerca de poder salir todos a la calle con tranquilidad y sin restricciones. Cuanto más tardemos en entenderlo más se postergará ese momento. Y dudo que ninguna fiesta, por increíble que sea, justifique esa postergación…
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