Mario Vargas Llosa: “Si la literatura sirve a la política, se empobrece”
El Premio Nobel peruano afirma: “Un escritor que escribe sobre todo movido por objetivos políticos, generalmente fracasa como escritor”. Cuestiona el uso del lenguaje en las redes sociales y dice que le gustaría que la muerte lo sorprenda “con la tinta, el papel y la libreta”
"He vivido, como todos los seres humanos, sólo un fragmento de las infinitas posibilidades que ofrece la vida y voy a tratar de aprovecharlas hasta el final. Espero mantener la curiosidad y la ilusión, que es lo último que uno debería perder. Nada me parece más triste que el espectáculo de los seres humanos que pierden las ilusiones, la curiosidad y siguen viviendo pero en realidad estando ya muertos, porque eso es estar ya muerto.” Eso dirá Mario Vargas Llosa, el premio Nobel de literatura 2010, poco después de aparecer, algo agitado, con una mirada tímida, en el subsuelo del elegante Hotel Alvear donde está alojado y donde acordamos la cita.
Antes estuvo hablando en la radio, y lo esperan más compromisos. Así de apretada es su agenda a sus 81 jóvenes años, durante la breve visita a Buenos Aires. Es un día luminoso y el escritor lo empezó con su rutina aeróbica de caminata a paso firme, sobre las zapatillas compradas de apuro el día anterior, por el pulmón verde de Recoleta. Suele hacerlo cada mañana en Madrid, en donde vive con su pareja, Isabel Preysler, una relación reciente luego de años de matrimonio que, en sus propias palabras, lo ha revitalizado (y que también ha sido el deleite de la prensa sensacionalista).
Ahora Vargas Llosa se aproxima a la entrevista guiado por el empresario argentino Gerardo Bongiovanni, su amigo y miembro del consejo de la Fundación Internacional para la Libertad (FIL) de ideas liberales, que el escritor preside. Viste una camisa a cuadros en verde, azul y blanco y un saco azul con líneas grises y lleva el jopo bien peinado. Con paciencia, se presta para la sesión de fotos que empieza allí y sigue en el piso diez, desde cuyas ventanas puede verse el Río de la Plata. Después se reclina en uno de los sillones del lobby contiguo, me exige que lo tutee y, botella de agua sin gas sobre la mesa, empieza a hablar sobre su arte y sobre su vida, como si todos los caminos condujeran (o los hiciera conducir) a la literatura.
¿Qué es vivir plenamente, según tu opinión? He leído que la literatura es lo que te tiene en un estado..., digamos de éxtasis. ¿Hay algo más?
La vida está llena de cosas muy variadas, muy ricas. La vida puede ser una aventura extraordinaria. Y la literatura es una de ellas. Uno no puede vivir todas las experiencias que puede imaginar y, sin embargo, la literatura te hace vivir experiencias que sólo puedes conocer a través de la imaginación, de la fantasía. Por eso la literatura enriquece muchísimo la vida, pero no la reemplaza…, aunque en algunos casos excepcionales, quizás sí. El caso de un Borges. Él dice en uno de sus prólogos: “Muchas cosas he leído y pocas he vivido”. Creo que en su caso, seguramente, lo que leyó fue mucho más importante que lo que vivió, y que la mejor manera de vivir para Borges fue leer. Pero no es ese el caso más común, ni de los escritores ni de los grandes lectores.
Y en tu caso, ¿qué otras cosas te hacen vivir plenamente?
Pues muchísimas cosas. Siempre me han interesado las vidas que de alguna manera representan la aventura, vivir experiencias que salen de lo común, que de alguna manera ponen a prueba tu capacidad de resistencia, de audacia… El periodismo me ha hecho vivir experiencias muy fascinantes, políticas, sociales, conocer otros mundos, otras gentes, a personas también fuera de lo común que han vivido experiencias extraordinarias.
¿Cuál se te viene primero a la mente?
En el año 58, cuando estaba ya preparándome para ir a Europa porque tenía una beca para hacer estudios de posgrado en España, hice un viaje de unas pocas semanas a la selva peruana; conocí la selva. Y fue importantísimo para mí como escritor, porque de allí han salido por lo menos tres o cuatro de los libros que he escrito por las gentes que conocí… Era un mundo tan absolutamente distinto, con una naturaleza completamente bravía, no domesticada todavía por el hombre, y donde los seres humanos todavía vivían, digamos, como dentro de una realidad aparte, mucho más primitiva y aventurera que la vida más o menos mediatizada por la civilización, por la urbanidad, por la educación. Entonces, encontrar ese mundo primitivo donde uno parecía retroceder en la historia hasta los albores mismos de la civilización, fue una experiencia realmente extraordinaria. De ahí han salido La casa verde, Pantaleón y las visitadoras…, por lo menos tres o cuatro historias mías muy centrales. He hecho muchos viajes: al Congo, a Israel. [Largo silencio] Un documental hecho por la República Dominicana, en el año 74, me abrió los ojos respecto de las interioridades de la dictadura de Trujillo, y eso fue una experiencia fascinante que me llevó a escribir una novela (La fiesta del chivo) sobre el personaje de Trujillo. Leer un libro como Los sertones, de Euclides da Cunha, me llevó a escribir una novela sobre la Guerra de Canudos (La guerra del fin del mundo), que me hizo vivir una aventura absolutamente extraordinaria como conocer el interior del estado de Bahía, recorrer todos los pueblecitos en donde había predicado, donde había construido o restaurado iglesias el Consejero. Entonces, la vida como aventura siempre ha sido, para mí, algo fascinante y, al mismo tiempo, no he visto que eso sea para nada incompatible con la literatura.
¿Qué grado de realidad usas en tus novelas?
La experiencia vivida ha sido siempre el punto de partida de todas las ficciones que he escrito: cuentos, novelas, obras de teatro, siempre ha sido alguna experiencia vivida que por razones que para mí no son claras, que son misteriosas, me dejan unas imágenes en la memoria que tienen esa capacidad, digamos, de impulsarme a fantasear alrededor y a construir como un embrión de ficción. Y es un proceso que no es consciente, porque generalmente cuando tengo la idea ya de escribir una historia a partir de esas imágenes, ya he estado trabajando inconscientemente, dándole vueltas a la posibilidad de convertir esa experiencia en una materia prima literaria. Eso no quiere decir que todo lo que he escrito de ficción sea una autobiografía disimulada. Muchas veces ese punto de partida queda como disuelto y lo que es fantasía, imaginación, toma el relevo. Pero soy un escritor realista, es decir, así como los escritores fantásticos simulan la irrealidad, yo simulo la realidad, trato de acercarme a la realidad, siempre con la mediación que es una cierta utilización del lenguaje, con las estructuras del tiempo que convierten una historia literaria en una realidad distinta del mundo real.
Si tuviera que salvar uno de todos sus libros del fuego, Vargas Llosa salvaría Conversación en la catedral, entre otras cosas porque ha sido el que más trabajo le ha dado. Las gotas de sudor y el tiempo transcurrido en la faena se reflejan en una estructura compleja, que va dando a entender la historia como un rompecabezas con la cronología alterada, con escenas y diálogos que se intercalan con otras aun cuando el lector no conoce a los personajes, ni sabe bien quién está hablando, y que termina en una sinfonía perfecta. Ese libro, también, nació como una revelación. Aquel día de su juventud habían secuestrado a su propio perro, en la época en la que el gobierno de Lima, como se cuenta en la novela, daba cuantiosas sumas a quienes lograran capturar más ejemplares de la que entonces era una plaga peligrosa. Estaba así Vargas Llosa acongojado en busca de su mascota cuando entró a la perrera municipal y vio lo que luego vería en su novela el protagonista Santiago Zavala, Zavalita: una carnicería de tejidos, sangre y aullidos; perros asesinados en costales a golpe de palo. Logró rescatar a su perro, pero salió aturdido, conmocionado, movilizado, y así como estaba se sentó en un modesto bar cercano a reponerse con una cerveza. El bar se llamaba La Catedral. Él venía desde hacía meses queriendo contar el clima de opresión que se había vivido durante la dictadura del general Odría (1948-1956), tenía varias ideas. Sentado a la mesa de La Catedral se le ocurrió de pronto que sería un libro escrito con la estructura de larga conversación acontecida allí mismo, donde entonces estaba sentado. Ese día Zavalita y Ambrosio empezaron a conversar.
Forma parte del grupo de escritores del boom latinoamericano de los años 60 y 70, cuyos principales referentes fueron, además, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, y que puso en boga la literatura latinoamericana en Europa y el resto del mundo. De este grupo, García Márquez –primero su amigo y luego su rival, por una pelea luego de que Vargas Llosa le retiró el apoyo a la revolución cubana–, ha sido a quien más se ha asociado al género de la no ficción (García Márquez lo ejercía con destreza e insistencia, dedicó gran parte de su vida al periodismo narrativo). Aquí es Vargas Llosa quien habla sobre el tema.
¿Qué cuota de verdad tiene que tener un libro de no ficción?
Creo que un libro de testimonio, de ensayo, de reportaje tiene que tener un coeficiente de verdad muchísimo mayor que el de ficción, por razones obvias. Porque cuando tú lees una ficción sabes perfectamente bien que hay un elemento de imaginación, de fabulación que va a prevalecer. Y eso no debería ocurrir jamás en un libro de no ficción, donde esperas encontrarte con una verdad objetiva. Ahora, es una frontera que siempre es un poco difusa, porque ya el hecho de escribir es un elemento distanciador de la realidad, pasa a un campo que tiene que ver con el lenguaje, con el lenguaje que se escribe, y esto distancia siempre un poquito de la experiencia tal como fue vivida.
¿Hay un límite? Hacer hablar al personaje de sus propios pensamientos… ¿Cuánto vale el recurso estilístico en la no ficción?
Creo que a la hora de hacer un reportaje, de recoger unos testimonios, hay un margen de libertad para organizar el material con el que trabajas en el que interviene muchísimo la fantasía, la ficción, la creatividad por supuesto, pero en el balance no puede la ficción eliminar o superar, enteramente lo que es la verdad. Ahora, hay unos ensayos que están como a medio camino de ambas cosas que son ensayos que a mí me parecen maravillosos, porque hay una gran creatividad y al mismo tiempo esa creatividad no te aparta sino más bien te conduce a entender mejor una verdad. Te daría un ejemplo. Un libro maravilloso de Truman Capote, A sangre fría. Es un reportaje maravilloso, y al mismo tiempo es un reportaje. Hay una historia que él ha contado utilizando todos los mecanismos con los que tú montas una ficción. Pero en última instancia todo eso te conduce a descubrir una verdad, una historia muy objetiva.
¿Es literatura o periodismo?
Tiene categoría de literatura porque está maravillosamente escrito, en un lenguaje funcional, digamos, el lenguaje no se convierte en una obstrucción para llegar a las ideas, a los hechos que quiere contar, es un lenguaje muy objetivo, a diferencia del que Capote utiliza en Otras voces, otros ámbitos, que es muy bonito libro, pero donde el lenguaje es una exhibición de destreza, de inventiva, de elegancia lingüística. En cambio, A sangre fría está escrito con una objetividad periodística… Ese lenguaje es tan o más difícil incluso que el que te muestra a ti mismo, que te hace lucir. Creo que la no ficción está a medio camino entre literatura y periodismo, y que participa de ambas cosas.
Hace dos años le dieron el premio Nobel de Literatura a la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, una periodista que trabaja sobre las voces de víctimas o protagonistas de distintas tragedias...
Claro. No la he leído pero me parece perfectamente justificado porque, digamos, el periodismo puede ser, en el caso de los grandes periodistas, una rama de la literatura sin ninguna duda.
¿Tiene que tener la literatura una causa política?
No. En absoluto. Hay escritores a los que la política los atrae muchísimo y hacen literatura de la política; pero lo que no se puede hacer es política de la literatura. Si tu quieres fundamentalmente difundir unas ideas políticas, la literatura no es el mejor camino. Escribe ensayos, pronuncia discursos… La literatura es la creación de una realidad paralela distinta a la realidad real y no puede estar motivada por la pura actualidad, porque la literatura trasciende la realidad y si no la trasciende no es literatura, es periodismo o es propaganda. La literatura no puede ser propaganda. Tiene que dar la ilusión de estar describiendo, con una cierta imparcialidad, con una cierta independencia la vida tal como es, y eso no se puede hacer si uno entra en la lucha política. Yo creo que un escritor que escribe sobre todo movido por objetivos políticos, generalmente fracasa como escritor. Su literatura es muy pasajera, muy efímera, está muy subordinada a una circunstancia de tipo histórico y que después, una vez desaparecida, se cae, se empobrece muchísimo. Ahora, lo que sí creo es que la literatura puede servirse de la política como puede servirse de todas las experiencias humanas, pero servirse de ellas y no servirlas, porque si la literatura sirve a la política, se empobrece mucho.
¿Sobre qué duda Vargas Llosa? ¿Hay algo que te tiene en vilo?
¡Muchas cosas! Por ejemplo, el futuro del libro. Para mí ha sido algo tan importante en la vida, me la ha enriquecido tanto que me entristece mucho pensar en su posible desaparición, algo que ya, digamos, es una realidad que no podemos descartar del todo. ¿El libro va a seguir siendo un instrumento fundamental en la formación de los seres humanos y va a enriquecer la vida como lo ha hecho hasta ahora, o en ese sentido va a ser reemplazado por las imágenes, por las pantallas, por la gran revolución audiovisual de nuestro tiempo, y va a ser cada vez más marginado? Esta es una realidad perfectamente posible, que empobrecería enormemente a la existencia de los seres humanos. No creo que lo que representa la literatura pueda ser reemplazado por los medios audiovisuales, que aunque son maravillosos para las comunicaciones, para la información, no creo que formen a los seres humanos como los forma la literatura, desarrollando en ellos esa sensibilidad, esa inventiva y sobre todo ese espíritu crítico.
¿Es lo mismo escribir para las pantallas que escribir para el papel?
No. Creo que la pantalla superficializa, frivoliza el texto en su afán de llegar al gran público; tiene esa exigencia. Nadie escribe para una pequeña minoría cuando escribe para una pantalla, y eso significa que tienes que hacer concesiones y buscar un tipo de facilidad, de accesibilidad para aquello que escribes, que es lo que llega al gran público. Hay una literatura muy superficial por supuesto, pero la gran literatura no representa eso. Por eso todo lo que pasa por la pantalla se convierte en entretenimiento y su éxito tiene que ver fundamentalmente con esa capacidad de entretener, de divertir, de emocionar pasajeramente, superficialmente. Eso no significa que no haya cosas maravillosas en las pantallas, pero el efecto es mucho más pasajero y mucho más superficial que el de la gran literatura. Por eso creo que hay un empobrecimiento del lenguaje, por ejemplo. La gente sólo aprende a conocer profundamente su idioma a través de la literatura y sólo a través de la literatura. Ningún otro género, ninguna otra disciplina te hace conocer la riqueza de tu idioma, la manera de usar las palabras con precisión, la capacidad de matizar, como la buena literatura. Eso no lo aprendes a través de un manual, no lo aprendes viendo películas ni muchísimo menos en la gran pantalla o en la pantalla pequeña. Eso sólo se aprende leyendo. Y entones, ya esto es una realidad de nuestro tiempo, la gente necesita muchas menos palabras para expresarse porque está educada para las pantallas. Y entonces tú te quedas muy impresionado al ver el escasísimo vocabulario con el que la gente joven se comunica y las deformaciones monstruosas a las que pueden llegar, por ejemplo, los textos de las redes sociales… ¡Monstruosas! Realmente llegan a ser una verdadera caricatura del propio idioma. Bueno, hablar de esa manera no es solamente hablar de esa manera, es pensar de esa manera también. Porque la expresión está acompañada de un pensamiento y si tú te expresas de esa manera absolutamente tan elemental y primaria, tu pensamiento también se vuelve tan elemental y primario. Y eso no lo reemplazan las máquinas, aunque las máquinas sean extraordinarias y apretando todos los botones puedas tener todo el conocimiento; a la hora de expresarte lo harás de una manera muy pobre e incluso caricatural si no tienes una formación de buenas lecturas que te hagan conocer, entre otras cosas, profundamente tu idioma. Es un fenómeno de nuestro tiempo muy curioso: por una parte una revolución extraordinaria de las máquinas y de las pantallas y por otro, un empobrecimiento fantástico del lenguaje.
Si este es el diagnóstico, ¿qué pasa con el lugar de la literatura en el sistema educativo?
La educación de nuestro tiempo está enfocada a formar sobre todo gente para el mundo de las máquinas, para el mundo de las pantallas. Esa es la orientación y se consideran cada vez más prescindibles las humanidades, algo que creo que es un error gravísimo que puede afectar tremendamente la cultura. Y la cultura no es solamente la cultura. La cultura es la política, la vida social, son las relaciones, es la sensibilidad… Esos son los grandes problemas de nuestra época, que todavía son un gran enigma respecto de lo que va a ser la vida del futuro.
¿Cómo es el premio Nobel en términos físicos, más allá del dinero [casi un millón de dólares]?
Hay una medalla de oro donde está tu nombre y el del Nobel y te permiten [Vargas Llosa se ríe como para adentro, como quien recuerda una picardía; no es una risa estruendosa si no más bien grave y discreta]..., te permiten comprar cinco reproducciones que hace la propia academia sueca. Pero claro, todos los Nobel compran eso y los regalan a su familia… Yo le regalé a mis hijos, por ejemplo. Y hay una que está en el museo que han hecho en la casa donde yo nací, en Arequipa. Y esa medalla, pues, es un símbolo del premio. Entiendo que hay algunos premios Nobel que han vendido esas medallas… [vuelve a reírse, esta vez con más ganas] ¡Espero no llegar a esa situación tan traumática de tener que vender la medalla del Nobel! Espero que se quede en mi familia.
¿Y la tuya dónde la tienes?
Eso no te lo voy a decir [otra vez esa, su risa que lo distiende]. Es un secreto que, espero, esté bien guardado. Pero espero que esté bien protegida, sí.
¿Cómo querrías que te encontrara la muerte?
Escribiendo. Me gustaría que la muerte me sorprendiera con la tinta, el papel, la libreta. Esa sería para mí la forma ideal. Que la muerte sea un accidente, que no sea esa cosa que sabemos fatídica, que va a llegar.
¿No escribes en computadora?
No. Yo escribo a mano, con tinta y siempre en libretas. Y después, cuando tengo ya mis borradores, lo paso yo mismo a la computadora. Pero la primera versión, incluso los artículos que escribo, es siempre con tinta y papel. Y ya pasarlos es una primera distancia que me permite corregir. A mí lo que me gusta no es tanto escribir, sino corregir. El primer borrador siempre me cuesta mucho y es un gran esfuerzo. En cambio, cuando ya lo tengo y empiezo a limpiar, a rehacer, es cuando realmente gozo, es la parte para mí más placentera del trabajo literario.
¿Cuánto tiempo puede llevarte una novela?
Bueno, pues, mira, las novelas más largas me han tomado más de tres años, por ejemplo, como Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo, y también quizá El sueño del celta. Las primeras dos son las que más trabajo me han tomado.
¿Tres años de trabajo diario?
Prácticamente trabajo todos los días, aunque algunos días no avanzo, sino que retrocedo. Pero cuando estoy embarcado de un libro –y siempre estoy embarcado en algún libro– procuro ser bastante disciplinado.
¿En qué libro estás ahora embarcado?
En un ensayo sobre cómo llegue a ser un liberal, qué lecturas fueron decisivas, qué autores. Pues sí, es un poco una autobiografía intelectual y política.
1936
El 28 de marzo nace Jorge Mario Pedro Vargas Llosa en Arequipa, Perú, hijo de Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta
1959
Se recibe de doctor en Filosofía y Letras en Madrid. Al año siguiente se instala en París
1963
Publica La ciudad y los perros, su primera novela, que se convirtió en un gran éxito
1965
Se casa con Patricia Llosa, con quien tendrá tres hijos: Álvaro, Gonzalo y Morgana
2010
Le otorgan el premio Nobel de Literatura, el máximo galardón para los escritores
2015
Conoce a Isabel Preysler, con quien se establece en pareja tras divorciarse de Patricia Llosa
El futuro
Dice estar embarcado en un ensayo sobre cómo llegó a ser liberal. "Es un poco una autobiografía intelectual y política", dice
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