A John Fitzgerald Kennedy le advirtieron que la presentación de Marilyn se venía sexy en exceso, a lo que el presidente respondió con un lacónico: “Me parece bien”
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El 19 de mayo de 1962, hace hoy 60 años, Marilyn Monroe estaba más nerviosa que nunca. Bella, bellísima, tenía el mundo a sus pies, pero últimamente sus fantasmas le venían ganando la partida. Esa noche estaba a punto de pararse en el escenario del Madison Square Garden para cantarle el Cumpleaños Feliz al presidente John Fitzgerald Kennedy frente a 15 mil personas y tenía miedo. Miedo de que no le saliera la voz, que el vestido no fuera tan irresistible, que JFK no la mirara… La sensación de abismo que la venía persiguiendo desde hacía tiempo se volvía cada vez más insoportable.
Pero si de algo sabía Marilyn era de escenarios, así que tomó el micrófono, sonrió, respiró hondo, suspiró y cantó el Cumpleaños Feliz más sensual del planeta. Inolvidable Marilyn y su Happy Birthday, Mr President.
Un vestido y un amor
Los rumores de romance entre Marilyn y JFK habían comenzado un tiempo antes de ese Cumpleaños Feliz. Los biógrafos precisan que se conocieron tres meses antes, que fueron presentados por el actor Peter Lawford (cuñado de Kennedy) y que desde entonces tuvieron varios encuentros en la casa de Lawford en la playa. Muchas versiones indican que la rubia mantenía también un romance paralelo con Robert Bobby Kennedy, fiscal general de los Estados Unidos y hermano del presidente. Curiosamente, la única foto que se conserva de Marilyn y JFK juntos se tomó en la fiesta post evento del Madison Square Garden, y en ella también aparece Bobby.
El propio presidente le había pedido a Marilyn que cantara ese 19 de mayo. Faltaban diez días para su cumpleaños 45º y el Partido Demócrata había organizado en su honor una gala para recaudar fondos a la que asistirían miles de invitados que pagaron entre cien y mil dólares para estar presentes. El músico y productor de Broadway Richard Adler estaba encargado de la puesta en escena y el montaje del show, en el que actuaron artistas de la talla de Ella Fitzgerald, Maria Callas, Harry Bellafonte, Judy Garland, Herny Fonda…
Marilyn dejó plantado un rodaje y cruzó medio país para estar ahí esa noche. Tenía un motivo íntimo y secreto: no se resignaba a ser una amante más de JFK y sentía que esa era su gran oportunidad de enamorarlo, a pesar de que él le había asegurado que nunca se separaría de su esposa Jackie. Marie Irvine, maquilladora de Monroe, contó que pocas veces la había visto tan ansiosa: “Estuvo practicando todo el día el Feliz Cumpleaños con su pequeño piano. Solo paró para que la peinaran y para que yo la maquillara. Luego siguió practicando. Quería estar perfecta”.
Ya habían actuado varios artistas cuando Marilyn irrumpió en el escenario. Fueron menos de tres minutos pero hechizó la noche. Las 15 mil personas del estadio y las 40 millones que seguían la transmisión por televisión supieron de inmediato que esa escena electrizante sería inmortal.
Lawford, el celestino que oficiaba de presentador, la tuvo que anunciar tres veces entre bromas antes de que ella apareciera en el escenario dando pasitos cortos sobre sus altísimos tacos, con el pelo platinado y una estola blanca de armiño. Lawford le quitó el abrigo y la multitud aulló. Parecía desnuda, con un vestido de seda ceñidísimo en color piel bordado a mano con 2500 incrustaciones de cristales que producían un efecto arrollador. Era muy osado para la época y a la vez elegantísimo. El vestido, con la espalda descubierta, era tan ajustado que se lo tuvieron que terminar de coser ya puesto y apenas la dejaba caminar. No llevaba ropa interior y parecía destellar con una desnudez casi celestial. Estaba especialmente hermosa, radiante, inmaterial.
Sonaron unas notas de jazz en el piano del músico Hank Jones. Marilyn parecía divertida. Se puso la mano sobre los ojos para ver en la oscuridad (JFK estaba sentado en una butaca a unos metros, justo frente a ella), acarició el micrófono y su voz aterciopelada, sexual, inquietante, inundó la sala con un Happy Birthday turbador, destinado nada menos que al presidente de los Estados Unidos. El público estaba absolutamente conmocionado. Marilyn reversionó el inocente Happy Birthday trocando el “to you” por “Mr. President” y luego lo enganchó con el por entonces famoso tema Thanks for the memories, con la letra modificada para la ocasión. En las grabaciones que se conservan apenas se puede escuchar la letra de la canción, tapada por el rugido atronador de todos los presentes, que no podían creer lo que estaban viviendo.
Tras ese instante mágico, Marilyn salió del escenario y subió Kennedy, que solo atinó a decir: “Ya puedo retirarme de la política, tras haber escuchado un Happy Birthday cantado de modo tan dulce…”. No era “dulce” justamente el término más atinado para semejante declaración de una mujer pero, en fin, fue todo lo que dijo. Acto seguido, dio un discurso y sopló las velitas de una enorme torta de varios pisos.
Un deseo secreto
Marilyn estuvo ensayando varios días en Nueva York para ese instante, después de abandonar de golpe el set de Something’s Got to Give, la película de George Cukor con la que planeaba volver a las marquesinas tras un año de angustia, sedantes, alcohol e internaciones psiquiátricas. Los productores de la película (que finalmente quedó inconclusa) ya no sabían cómo manejar a una Marilyn que faltaba a la mitad de los rodajes sin avisar, se mostraba errática y dispersa y apenas podía retener su letra. Parecía inentendible, ya que era una gran oportunidad para afirmarse como actriz “seria” y superar esa imagen de rubia tonta de Hollywood que tanto le pesaba.
En su libro The Secret Life of Marilyn Monroe, J. Randy Taraborelli se pregunta qué fuerzas oscuras llevaban a Marilyn a destrozar con dos mohines sexys y un frasco de pastillas tanto tiempo invertido en formarse como artista, tantos años de lucha para salirse del molde en que la había encorsetado la industria y ser tomada en serio por la 20th Century Fox… Todo eso empezaba a hacerse añicos definitivamente esa noche en el Madison Square Garden.
A comienzos de mayo, ya cursada la invitación para cantar en el show, el productor Richard Adler le preguntó qué pensaba usar en su performance y Marilyn le contestó que se iba a poner un sofisticado vestido negro de satén del famoso modisto norteamericano Norman Norell. La rubia, en realidad, tenía otros planes: le pidió al diseñador de vestuario de Hollywood Jean Louis que creara su obra maestra, un vestido “que solo Marilyn Monroe pueda usar”. Fue exactamente lo que hizo Jean Louis y tenía con qué: ya había ganado algunos Oscar por sus creaciones y contaba en su haber con algunos diseños extraordinarios, como el vestido negro de Rita Hayworth en Gilda y el traje de baño de Deborah Kerr en De aquí a la eternidad. Se dice que Marilyn pagó 12 mil dólares por ese vestido increíble, que parecía tallado sobre su piel desnuda, un modelo perfecto para potenciar su imagen de ícono sexual.
Los amigos estaban cada vez más preocupados por Marilyn. Y los acontecimientos de la noche del 19 de mayo aumentaron esa preocupación. En uno de los ensayos, Paula Strasberg –esposa del famoso Lee- se mostró angustiada por el desborde que iba notando en su gran amiga: “Esto se pone cada vez más intenso. Si ella no para, terminará siendo una parodia”. También Adler se sentía incómodo y decidió hablarlo con Peter Lawford, quien llamó a JFK para advertirle que la presentación de Marilyn se venía sexy en exceso, a lo que el presidente respondió con un lacónico: “Me parece bien”.
Más allá de los rumores sobre la voracidad de Kennedy con las mujeres, Marilyn brillaba en un mundo que estaba cambiando, en el que los hombres se mataban en guerras cruentas pero los jóvenes empezaban a ponerse flores en el pelo y a proclamar el amor libre. Ese presidente joven y popular tampoco era todo glamour, ya que por esa época tenía una úlcera y sufría de horribles dolores de columna que lo obligaban a tomar medicación hasta para mantenerse en pie. Sus continuas infidelidades, y sobre todo la relación con Marilyn, al parecer habían llegado a un punto de quiebre esa noche en que Jackie decidió no ir al Madison Square Garden casi como una declaración de principios antes del ultimátum: esa tenía que ser sí o sí la última noche de la fantasía de Marilyn Monroe como primera dama.
Camino al abismo
Después del show, tanto Marilyn como JFK fueron a la fiesta que dio el presidente de United Artists, Arthur Krim, en su casa de Manhattan. Allí se tomó esa única foto en la que están juntos, ella con el mismo hermoso vestido y una expresión contrariada, él con la cabeza gacha, su hermano Robert a un costado… Nadie sabe qué pasó en realidad, aunque muchas versiones indican que la amenaza de Jackie había surtido efecto y que Kennedy –o los dos Kennedy- habían puesto el punto final.
Marilyn fue a la fiesta acompañada por su ex suegro, Isadore Miller (padre de Arthur), a quien adoraba y llamaba “daddy”. El libro de Taraborelli cuenta con el testimonio de uno de los agentes del Servicio Secreto de los Estados Unidos que trabajó allí esa noche, Anthony Sherman: “Nunca me voy a olvidar de ese día. Yo estaba controlando la entrada y de pronto vi que llegaba esa mujer de increíble belleza con un hombre mayor. Ella tenía un vestido, o algo así, una cosa transparente. ¡Fue un knock-out! ¡Todo el mundo se caía de espaldas cuando ella pasaba! Ella se acercó a mí y me dijo: ‘Buenas noches, señor, yo soy Marilyn Monroe’… ¡¡¡¡Claro que sos Marilyn Monroe!!!! Yo trabajaba para el presidente de los Estados Unidos y cada momento era histórico. Pero, para mí, esa noche fue histórica de verdad”.
En la fiesta, Marilyn y JFK se cruzaron solo unos pocos minutos. El resto del tiempo ella lo dedicó a atender y cuidar a su amado ex suegro. A lo largo de los años corrieron muchas versiones que indicaban que después de la fiesta Marilyn llevó a Miller a su casa en Brooklyn y luego pasó la noche con el presidente en el Carlyle Hotel. Nunca se sabrá toda la verdad, aunque está claro que esa fue una de las últimas apariciones públicas de Marilyn Monroe y que probablemente fue la última vez que se encontró con su presidente.
Muchos años después, en 1999, el famoso vestido se subastó y se vendió por 1.300.000 dólares. En 2016 volvió a rematarse y venderse por casi 5 millones de dólares y posteriormente fue adquirido por la cadena Ripley, convirtiéndose en el vestido más caro del mundo. Hoy está cuidadosamente expuesto en Hollywood, en una cámara a una temperatura de 20 grados con un 40 por ciento de humedad. En la última gala del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, la empresaria Kim Kardashian salió en todos los portales por su revival de la historia del mítico vestido: consiguió que Ripley se lo prestara y lo usó durante los pocos minutos que tardó en subir las escaleras del museo. Para entrar en el vestido tuvo que adelgazar 7 kilos en tres semanas, pero todo sea por sentirse Marilyn por un ratito…
Sesenta años después de aquella noche del 19 de mayo, una exitosa serie de Netflix también vuelve sobre la leyenda de Marilyn y las teorías conspirativas que rodean su muerte e involucran a JFK, Robert Kennedy, Jimmy Hoffa, agentes del comunismo y el anticomunismo, la CIA, el FBI…
Además del vestido, quedaron para la historia unos pocos datos certeros. John Fitzerald Kennedy fue asesinado en Dallas poco más de un año después, el 22 de noviembre de 1963, antes de concluir su primer mandato. Su hermano Robert también fue asesinado, en junio de 1968. Marilyn volvió al set de Something’s Got to Give, pero la película de Cukor nunca llegó a terminarse. La chica más bella y frágil del mundo atravesaba una profunda depresión, seguía abusando de las pastillas y visitaba a su psiquiatra todos los días tratando de escapar de esos fantasmas que no la dejaban en paz. Caminaba derecho hacia el abismo.
El 5 de agosto, menos de tres meses después de aquella noche radiante en el Madison Square Garden, apareció muerta en su casa de Los Ángeles junto a un frasco vacío de barbitúricos.
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