Mariano Llinás sobre la costa
El director de Balnearios cuenta pormenores de una película que resultó desopilante
Mariano Llinás nació en Buenos Aires hace 26 años, y pasó muchas vacaciones en Villa Gesell, en el chalet que sus abuelos compraron cuando sólo era un discreto caserío con vista al mar. Pero entonces no le gustaban los rituales de la playa. No entendía por qué la gente se prestaba al juego incómodo de la arena cuando se pega al cuerpo, y a los sándwiches. A la furia de las olas que arrancan trajes de baño, a la absurda tarea de levantar castillitos que tarde o temprano derrumba la espuma. Sin embargo, la infancia es un sitio contradictorio y complejo. Balnearios, la opera prima de Llinás, que se exhibe en la sala del Malba, es un canto a los balnearios. Un verdadero homenaje a la vida en esos sitios que el hombre construyó para entregarse al ocio de las vacaciones. Con aires de documental, sin pretensiones intelectuales y un guión que apela al humor y los recuerdos de cada espectador, la película es una rara avis en la filmografía local. “Empecé a escuchar distintas historias sobre algunos balnearios argentinos. Su origen y su existencia me parecían fascinantes y extraños –dice, y se acomoda en la cafetería del museo, donde es encargado de filmar los anticipos de la programación–. Conocía la historia del hotel de Mar del Sur, la de Miramar, y finalmente me propuse describir esos escenarios próximos al agua, y las cosas que hace la gente acá y en cualquier lugar del mundo donde haya un zanjón con agua. Tenía ganas de hablar de esto y no irme por las ramas, por eso tiene forma de documental. Nunca pensé que a la gente le fuera a gustar tanto.”
Hijo de un escritor y hermano de una gran actriz cómica (Verónica Llinás), el menor de la estirpe llegó a la profesión empujado por su espíritu aventurero. De chico era adicto a las películas de Indiana Jones, y pensó que estudiando arqueología podría viajar por el mundo. Cuando ingresó en la Universidad del Cine, a los 19 años, descubrió que filmar era otra forma de correr riesgos: conseguir fondos para un proyecto es casi tan difícil como dar con los restos de un dinosaurio. Balnearios pudo filmarse gracias a que el guión ganó el concurso de la Fundación Antorchas, en 2000. Estrenada en el último Festival de Cine Independiente, la bendición de la crítica fue unánime. Ahora se proyecta sólo en la elegante sala del Malba, jueves y domingos, y tal es la demanda de entradas que las funciones se extendieron hasta fines de este mes. Llinás, listo para emprender la próxima aventura.
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