Mariana Enríquez y los miedos sociales
La escritora y periodista acerca lo gótico y el horror a situaciones reales en su reciente libro, uno de los más buscados por editoriales del mundo. El terror dentro del hogar, la mirada femenina y el género fantástico en tiempos del #NiUnaMenos
La aceptación de que todos tenemos que temerle a la muerte como si fuera evitable es terrorífica", dice la escritora y periodista Mariana Enríquez (42), que escribe ficción sobre cuerpos muertos, maltratados, arrancados, asesinados, desaparecidos, ahogados y descollados hasta los huesos. Los personajes de Las cosas que perdimos en el fuego, uno de los libros del año más buscados por las editoriales del mundo –será traducido a dieciocho idiomas–, son chicas que escuchan voces en un hotel de La Rioja, adolescentes satánicas en La Plata o en Buenos Aires, cuerpos perdidos en el Riachuelo, habitantes de la villa que se transforman en muertos vivos para vengar las muertes por gatillo fácil, una chica que se arranca las uñas y mujeres poseídas que se prenden fuego.
Esta obra comienza con dos citas, una de ellas es de Anne Sexton: estoy en mi propia mente. Estoy encerrada en la casa equivocada. La casa de Enríquez en Parque Chacabuco no es la equivocada para su obra. Es un espacio perfecto para inspirarse y crear universos de miedo. Hay cientos de libros de terror acomodados en una biblioteca que recorre la pared de un comedor y continúan por el pasillo en pilas desde el piso. Apoyada sobre un estante resalta la imagen de una niña-zombi a la que se le encienden los ojos. En una esquina, un altar vudú invoca a santos paganos, desde el Gauchito Gil hasta un santo narco mexicano. A Enríquez le gusta leer terror y parece que más le gusta escribirlo.
En los cuentos de este libro se combinan espacios cerrados e íntimos con otros abiertos. ¿Qué potencialidades del terror encontrás en cada uno?
Los espacios íntimos, sobre todo para el lector, son más inquietantes. El afuera, el espacio abierto, es donde esperás que pase el peligro. En la casa debería ser distinto, por eso es peor si la propia casa es la que acecha, la que es peligrosa, que no es un refugio ni un hogar. A mí como escritora no me da miedo escribir nada, pero supongo que al lector le puede dar más miedo la invasión, lo acechante, lo siniestro del espacio cálido y protegido. Y no por lo inesperado, sino porque sería como destruir esa última frontera con lo externo.
Te obliga a indagar hasta dónde se conoce lo propio.
Claro. Hay cuentos del libro con más humor o más irónicos, como pasa en Nada de carne sobre nosotros, con la chica que se enamora de una calavera. Y ese cuento transcurre en una habitación nada más. Ella se encierra, y eso es muy de género, muy gótico, esa mujer encerrada con lo macabro. Lo que intenté fue traerlo más para acá, que no fuera el cuento de terror con mucho tópico del género, que en este caso sería la enamorada de la muerte, sino cambiarlo.
Conviven además espacios rurales con otros urbanos. Viviste en Lanús, La Plata y Buenos Aires. ¿Dónde está tu relación con los espacios rurales?
Mi abuela era correntina y la familia de mi madre vive en Corrientes, así que visito seguido. Mi abuela murió cuando yo era chica, pero vivíamos con ella en Lanús y lo que tiene la gente que migró del interior al conurbano, sobre todo hace 30 años, era que traían con ellos las historias y las leyendas. Mi abuela tenía sus santos, me acuerdo de uno que se llamaba San Son, así separado San de Son, rarísmo. Así que tenía como una religiosidad pagana. Creo que ella, sus amigas y las muejres del barrio contaban las historias permanentemente y las mantenían. A mí esa mezcla me resulta muy rica narrativamente.
En estos cuentos, pareciera que saliste de un lugar más intimista para abordar un contexto político y social desde el género. Aparece el fin del alfonsinismo, la violencia machista, la dictadura. ¿Cómo hacés para no caer en un lugar común y que resulte orgánico a la historia?
Fue una elección que tomé de Stephen King. Él me parece un escritor social norteamericano. Si pienso en Carry, por ejemplo, es una novela sobre bullying, sobre fanatismo religioso, sobre una masacre escolar y bueno, además, una chica que tiene poderes telepáticos. O en El resplandor, una novela sobre un padre alcohólico y violento con su hijo, que le rompe incluso un brazo en un episodio, y después toda esa tortura termina despertando a los fantasmas del hotel. Me parece que King es un tipo que abre esa puerta diciendo más o menos que los escritores de terror pueden hacer lo que quieran y que pueden trabajar con los miedos sociales.
En una de las últimas entrevistas que da, Cortázar menciona que su noción de lo fantástico fue cambiando, que se asemejaba cada vez más con lo real. ¿Te parece el terror cada vez más real?
Sí, me gusta como género trabajarlo cada vez más desde ahí. En este momento me parece mucho más interesante y potente un registro realista. Es verdad lo que dice él, es como darse cuenta de que el fantástico no es ese género de laboratorio frío y alejado de la realidad o muy armado con elementos formales. El horror en realidad puede contaminar absolutamente todo. Me gusta trabajar con la idea de la contaminación, que es una idea del terror, pero también de la ciencia ficción.
¿Creés que ser periodista [es subeditora del suplemento Radar de Página 12] y narrar la realidad influye en esto?
Hace muchos años que no trabajo con la realidad. Hace muchos años que hago periodismo cultural, y el periodismo cultural es como el refugio del periodista que le cuesta o que no le gusta trabajar con la cuestión de la coyuntura. Quizás desde entenderla, hasta tomar una posición, me cuesta. Es un laburo que te tiene que calentar, y a mí no me interesa. Me acerco más a esas cuestiones como un ciudadano común. En el libro hay muchos casos policiales, pero que sólo algunos son reales.
Como en el cuento Bajo el agua negra... [narra un crimen en un barrio periférico de la ciudad y de cuerpos que desaparecen en el Riachuelo].
Sí, ese es el crimen de Ezequiel de Demonty en el Riachuelo. Toda la información la saqué de archivos del diario, no hablé con nadie que haya cubierto el caso, no fui a hacer territorio, nada. No hice ningún tipo de procedimiento de la crónica, y no los hago en general cuando escribo ficción. Si no sé algo, me lo imagino, lo invento o lo busco en Internet. Pero sí creo que hay cierta exposición que me influencia.
¿Pensás de antemano si vas a plantear un tema o empieza a surgir?
La verdad que empieza a surgir, y no lo reprimo. También pueden obsesionarme ciertos casos particularmente o ciertos momentos. Que aparezca la última parte del gobierno de Alfonsín tiene que ver hasta con una cosa biográfica. El gobierno de Alfonsín está muy escrito en la primera parte: la vuelta de la democracia, el Juicio a las Juntas, la primavera alfonsinista, pero de esa parte no me acuerdo mucho porque yo era chica. Sí me acuerdo más de la caída, yo era más grande y ser adolescente en ese momento era tétrico. Hay épocas menos presentes en la literatura o de las que leí poco, entonces pienso que puedo escribirlas. Ser adolescente en ese momento tenía algo de fin del mundo que era terrible. De repente escuchabas al ministro de Energía anunciando que no iban a funcionar más las centrales eléctricas, era tétrico. Fue mi primera sensación de "se va todo al demonio", hasta ese momento el exteior no invadía tanto lo cotidiano, o quizás yo lo sentí recién en ese momento, después pasó tantas veces que te terminás acotumbrando. Entonces, si veo que algo me perturba o atrae de alguna manera, tengo que escribir. En otros casos aparece directamente como es. La chica del subte del último cuento existe. No le pasó eso, pero era una chica toda quemada que existe de verdad y me dio la idea. Pero es eso, no reprimir lo que me obsesiona y usarlo para escribir.
En tus cuentos hay narradoras y personajes femeninos que entienden algunos lugares de sufrimiento físico, moral y psicológico muy común en las mujeres. ¿Cómo construiste ese sufrimiento?
Tuvo que ver con un proceso de empezar a pensarme como mujer. Cuando empecé a escribir las mujeres no me gustaban y no me parecían verosímiles, y cuando sí parecían verosímiles, me daba la sensación que se parecían demasiado a mí. Entonces empecé a practicar poniendo narradoras femeninas en cuentos y, como en cualquier proceso creativo, tiende a pasar que empezás a trabajar con zonas muy privadas y por lo tanto muy vulnerables. Además, creo que tiene que ver mucho con la edad. Yo a los veinte años no sabía, ni me había preguntado realmente qué era ser mujer, tampoco había sentido –y ni siquiera lo siento tanto ahora– una cuestión de violencia machista en el trabajo, o al menos me costaba más distinguirla, con el tiempo empecé a tener cierta claridad sobre estas cuestiones. Antes era todo mucho más inconsciente y con la edad, con los cambios en el cuerpo, te empieza a pasar que aparecen taras que nunca pensaste que te iban a importar. En mi caso, jamás en mi vida me imaginé que me importaría estar gordita, yo era una mujer muy invulnerable a esas pavadas, pero me doy cuenta de que estoy penetrada por la cultura, como todas. Empecé a ver esas imposiciones y cómo las tenía encarnadas y lo monstruoso que era eso. Así que empecé a pensar cómo era eso, la relación con los hombres y también la relación con las otras mujeres, no pensar a la mujer sólo en relación con el hombre.
Hay una visión de género en tus cuentos. Si tomamos en cuenta el contexto de hoy y el #NiUnaMenos, ¿vos lo asumís como un compromiso?
Como ser humana y ciudadana, sí, lo asumo. Pero no en la literatura. Quiero tener derecho a escribir mañana un cuento terriblemente incorrecto, terriblemente machista. Personalmente tengo compromisos, pero en la literatura me parece que no está bueno que ocurra eso.
El cuerpo aparece también en tus cuentos, en forma repetida, como el dolor autoinfringido. ¿Qué relación tenés con el cuerpo?
El cuerpo me parece central porque es ahí donde se da la vulnerabilidad, es el borde y lo último que se protege. Creo que es lo más automaltratado, no sólo maltratado desde afuera. Y me da mucho más miedo violentado desde el propio sujeto. Hay un horror de maltratarse desde un lugar que tiene que ver con el fundamentalismo de la vida eterna, la obsesión por las cirugías estéticas que es algo hasta medio vampírico y de la juventud eterna que es siniestro. Y creo que es siniestro porque es una negación de la muerte, y esa negación es terrorífica y antihumana, porque la gente se muere. Y también creo que es autoritaria, porque el que decide tener una relación con su cuerpo más gozosa o menos esforzada, más relajada o de aceptación del fin, de la podredumbre, recibe una mirada censuradora. ¿Tanto miedo tenemos de morirnos? La aceptación de que todos le tenemos que temer a la muerte, como si fuera evitable, es terrorífico.
Este libro empieza con dos citas. En otro libro tuyo hay un cuento que empezás con una cita de Sylvia Plath sobre una presencia que ella siente adentro y le resulta nefasta. ¿Por qué usás ese recurso?
Muchos cuentos que escribo, además de los disparadores de las cuestiones reales que hablábamos, son a partir de indicios que cuando no son reales son literarios, y suelen ser alguna frase que me dispara algo. Que quizás no tiene que ver con el cuento, pero sí con la narrativa total que en ese momento estoy trabajando. Este libro lo abro con una frase de Emily Brontë en Cumbres borrascosas: "Desearía volver a ser niña, mitad salvaje y fuerte, y libre". Yo lo asociaba mucho a esa liviandad que tiene ser niño, con esa cosa silvestre y esa libertad que tienen los chicos a los que se les perdona todo, aunque puedan ser muy crueles, y es una maldad encantadora e irrecuperable. Hay un clima como de nostalgia de eso en los cuentos.
Mucho de los personajes están al borde de la locura, como si fuera real que pudiéramos volvernos locos de un instante a otro. ¿Cuál es tu relación con la locura?
De todo lo que escribo, lo único que me da miedo real es la locura. Esa falta de control, de estar encerrado en un lugar, y la ansiedad es eso, estar encerrado en algo que no existe o que no es tuyo y no poder salir de ese lugar. Eso es algo que de verdad me da miedo. Y también trabajé el estereotipo de mujer del relato gótico o del cuento de terror, que suele ser la loca. La mujer encerrada es un tópico de la literatura de terror, incluso en libros clásicos. Shirley Jackson, una autora que me encanta, tiene un cuento, The Haunting of Hill House, con una mujer reprimida y desequilibrada que logra una cierta simbiosis con una casa que está igual que ella, que está como viva también. Básicamente, mujeres poderosas en su contrariedad que terminan encerradas porque son difíciles de controlar, de entender, de explicar. Trabajé con todas esas mujeres juntas. Y con esa atracción que tiene la locura en un punto sobre el retiro del mundo y con el no hacerse cargo de nada más.