Luminoso, alegre y con una mezcla perfecta entre lo clásico y lo moderno es el dúplex de Mariana Arias (53), que refleja en buena medida su personalidad. "Lo encontré cuando mi hija Paloma (27) tenía 5 o 6 años. Me había separado [de Marcelo Cepeda, fotógrafo], veníamos de una casa, y estaba buscando algo para las dos en donde me sintiera segura. El departamento estaba destruido, pero apenas entré me encantó la luz, la energía, el hecho de que fuera dúplex y la terraza. Y tenía la posibilidad de hacerlo a mi medida. Y así fue. Hace ya veinte años que vivo acá.
–Hay mucha obra colgada. ¿Sos aficionada al arte?
–Me gusta. Suelo ir a eventos de arte y a galerías porque me divierte. Cuando algo me llama la atención y me expresa algo, si está a mi alcance, lo compro. En ArteBA adquiría la mayoría de mis cuadros, y también en Diderot.Art. Después, hay otros que son regalos y también hay obra de papá (Juan Carlos "Cacho" Arias), que pintaba muy bien.
–Fuiste nieta e hija única. ¿Cómo lo viviste?
–Mi marido [Roberto Gálvez, economista] también es hijo único y mi hija, que también era única, por suerte ahora tiene un hermano porque su papá tuvo un hijo, Dante. Crecer sin hermanos es algo especial: hay que aprender un montón de cosas que tienen que ver con compartir y con el hecho de que en la vida no te miran tanto como en tu casa. Creo que te adaptás a los golpes y ¡con mucho análisis! [Se ríe].
–¿A qué se dedicaban tus padres?
–Papá trabajó años en Casa Martínez, después tuvo una cantina, Il golfo di Napoli, más tarde tuvo la concesión del restaurante de Catalinas Norte con Gnecco Cioffi, que es el dueño de Viento en Popa, uno de los restaurantes más conocidos de Mar del Plata. Cuando se separó de su socio, puso con mamá una boutique de ropa en San Isidro y atrás tenía su atelier y pintaba. Mamá era ama de casa, aunque siempre lo acompañaba en los trabajos. Eran una pareja muy unida y endogámica. Papá murió a los 58 años, yo tenía 30. Acababa de terminar No te mueras sin decirme a dónde vas, mi primera película.
–¿Llegó a verla?
–No.
–¿Te pudo acompañar durante el proceso de filmación?
–No y yo tampoco lo pude acompañar en sus últimos tres meses, porque estábamos en pleno rodaje, pero sí lo acompañé mucho antes. Es una lástima que no esté más. Era un artista, sacaba fotos, era muy sensible, muy humano, gracioso, y estaba lleno de amigos. Me dejó una cosa linda de bondad, de buena gente.
–De él sacaste tu veta artística. ¿Y de tu madre (Teté Riquebourg)?
–Cuando era joven, estaba muy conectada con la belleza, como mi abuela. Siempre estaba a la moda, muy arreglada. Aunque las dos eran muy fuertes, incluso un poco mandonas, cumplían el rol de la mujer de otra época, acompañaban.
Papá era un artista, pintaba, sacaba fotos increíbles, era muy sensible, muy humano, gracioso, y estaba lleno de amigos. Me dejó una cosa linda de bondad, de buena gente
–¿Influyó para que te dedicaras al modelaje?
–Ni mamá ni mi abuela me lo fomentaron, pero yo sabía que si lo elegía estaba todo bien. Tenía dos caminos. Por un lado, me había anotado en Psicología, que era lo que quería hacer y lo que me había dado el test que me habían hecho en el colegio, las Esclavas del Sagrado Corazón. Me gustaba la empatía, escuchar, acompañar, meterme en lo que le pasa a la gente según su historia. Y por el otro, se me presentó el otro camino, que era algo que vino de afuera: me dijeron "podés empezar a trabajar ya e irte a vivir sola". Y me tentó la idea. A los 40, decidí estudiar periodismo en la UCA. En realidad, había arrancado la tecnicatura un poco antes y tuve que dejar porque tenía mucho trabajo. Cuando quise retomar, ya se había convertido en una licenciatura. Y decidí cursarla.
–Eras muy famosa. ¿Cómo lo tomaban tus compañeros?
–[Se ríe]. Los tenía corriendo, pobres chicos… Yo quería trabajar en serio cuando había que reunirse en grupos. Ellos me dieron todo lo que tenía que ver con la tecnología y yo aporté la obsesión por el trabajo. Estuvo bueno, nos complementamos.
–Los cambios de décadas marcaron grandes hitos en tu vida. A los 30 dejaste el modelaje y te convertiste en actriz, a los 40, te recibiste de periodista. ¿Qué te pasa a los 50?
–Quiero profundizar en el periodismo, estar más alejada de la imagen. Escribo para La Nación y me hace muy feliz, lo mismo que hacer radio. El trabajo me da seguridad, me hace sentir útil, me conecta con el mundo. Y está bueno saber que sola podés, aunque siempre necesites de otros.
–Acabás de estrenar programa en LN+.
–Sí. #ComoMujer es una conversación entre dos mujeres, que hacemos de la mano de Santander. Está enfocada en el recorrido que hizo la entrevistada, un camino sin atajos, con valores, donde revelamos bárbacuáles fueron sus quiebres, cómo se sienten en cuanto al empoderamiento femenino, cómo viven la pareja, la maternidad, cómo se imaginan a futuro. Son, por ahora, doce mujeres inspiradoras: Graciela Fernández Meijide, Paloma Herrera, Elena Roger, María Eugenia Vidal, Marina Borensztein, Evelina Cabrera, María O’Donnell, Claudia Piñeiro, Silvia Flores, Susana Balbo y Dalila Puzzovio.
–¿Y vos en qué momento estás?
–En un momento revolucionario. Los 50 años son un quiebre, querés ver cómo vas a seguir, tenés herramientas para concretar lo que te propongas, hay cosas que aprendiste, otras que dejás atrás. Mi hija, a quien más amo en la vida, tiene su propia vida. Cuando los hijos se van hay que refundarse.
Extraño a Paloma, pero entiendo que los hijos tienen que volar y hacer su vida.
–¿Hace cuánto que estás con tu marido?
–Quince años. Nos conocimos en el Club de Amigos. La llevaba a Paloma a hacer deportes, yo hacía gimnasia. Un día nos cruzamos y nos quedamos hablando, recordamos la película No te mueras…, nos contamos la vida en quince minutos. Nos volvimos a ver dos meses después y no nos separamos más. Nos casamos hace diez años.
–¿Cómo es él?
–Roberto es una persona de bien, vivimos cosas parecidas, con respecto a nuestras familias de origen tenemos vivencias que nos conectan de una manera especial y al mismo tiempo queremos lo mismo, vamos para el mismo lugar, nos importan nuestras hijas (él tiene dos), somos familieros, nos gusta viajar, conversar, profundizar, nos analizamos, nos gusta el mismo lugar en la playa. Podemos tener dificultades, pero pesa más el amor.
–Hace poco te escuché hablar muy bien del padre de tu hija, se ve que hay una buena relación. ¿Cuál es el secreto?
–Hemos tenido muchas diferencias con Marcelo, pero siempre nos quisimos mucho y tenemos en común una hija que es lo más importante. Paloma es nuestra prioridad. Si vos elegís una persona para tener un hijo, esa persona es importante. Si conectás con eso en vez de conectar con los enojos, porque hubo momentos muy distintos a este, donde nos enojamos y nos peleamos, evolucionás y te das cuenta de que eso no le hace bien ni a tu hijo ni a vos. Así que la última Navidad la pasamos acá todos juntos. La familia de Roberto, la de Marcelo, el novio de Paloma, la familia de su novio y la mía. Hicimos una muy buena prueba y reconozco que me moría de miedo, pero salió bárbaro. Fue bueno para todos.
–¿A quién se le ocurrió?
–A Paloma, ella me lo pidió. Me dijo "papá va a estar solo con su familia, ¿por qué no los invitamos?". Le pregunté a Roberto, me dijo que sí, y hasta hizo el asado. Todos pusieron su granito de arena para que funcionara, hubo flexibilidad y amor de parte de todos. Y funcionó.
–Hablás de tu hija y se te ilumina la cara. ¿Cómo es la relación con ella?
–Con Pali hubo un momento difícil cuando se fue a vivir sola. Me sentí muy triste durante dos años. No la podía cuidar todo el tiempo como quería, ni controlar. Pero a la vez tenía la certeza de que era necesario que hiciera su camino.
–Vos también te fuiste chica de tu casa.
–Sí. Ella se fue a los 22, yo a los 20. Lo necesitó y la respeté. Las dos queríamos mandar sobre la casa y no era posible. Pero hace un año que la veo muy encaminada con FP, la marca de ropa que tiene con Francisca López León. Está muy contenta, muy apasionada con el diseño y su condición de emprendedora, feliz con su novio (Hernán Buccino, dueño de los restaurantes Soria y Festival), más adulta, muy libre. Me enseña muchas cosas, como a soltar, a no preocuparme por todo. La extraño, pero entiendo que los hijos tienen que volar y hacer su vida. Entonces, podés dar vuelta la mirada hacia vos y ver qué te pasa en esta segunda mitad de la vida, que es un montón, si Dios quiere, para poder ser creativo y reinventarte. A mí me encantan los cambios, desafiarme, evolucionar, soy curiosa, me encanta saber, leer, estudiar, ir al cine y al teatro, estar con amigas… me gusta el movimiento.
–¿Que sueños tenés por cumplir?
–Por el momento quisiera seguir escribiendo, me siento cómoda con los valores y el tono de La Nación. Cuando sea más grande me imagino viviendo en la playa, teniendo un restaurante.
–¿Cocinás?
–Sí, mi caballito de batalla es el risotto, pero también hago buenas pastas, carnes, sobre todo recetas saladas. Sería volver un poco al restaurante de papá y hacerlo exitoso. Él era de Mar del Plata... [Suspira]. Mientras tanto, soy periodista y quiero que me vaya bien. [Se ríe].
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