María la Grande: la reina tehuelche que prendió fuego la Patagonia con su muerte
Sus habilidades para comerciar le permitieron realizar acuerdos pacíficos que beneficiaron a toda la comunidad tehuelche
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Hace más de 200 años existió una mujer cuyo poderío abarcó toda la Patagonia, desde el río Negro hasta el Estrecho de Magallanes. Se trata de María “La grande”, una cacique tehuelche cuyas habilidades para negociar y comerciar fueron admiradas por sus contemporáneos, a la vez que permitieron que hubiera una época de paz en la región.
Soberana de tierras australes y líder de más de 1000 indígenas, llevó la sangre tehuelche a las islas Malvinas. Su personalidad cautivó a numerosos navegantes y exploradores y marcó las páginas de los diarios de viaje de Luis Vernet, Robert Fitz Roy y otros misioneros que quedaron sorprendidos y encantados por las competencias políticas de María, cuya presencia era requerida para dar consentimiento a relaciones comerciales que se realizaban en la zona.
También conocida como María “Vieja”, “La Reina” o “Santa María”, era cacique de los tehuelches meridionales del estrecho de Magallanes y la Costa Patagónica, y su rol de liderazgo marcó la primera mitad del siglo XIX.
Consolidación de su poder
Se estima que María nació en 1789, según indica una investigación sobre los orígenes de la joven, publicada en la revista Open Editions. Su padre era el cacique Vicente, y su legitimación se basaba en la herencia primogénita. Sin embargo, María supo hacer su propio camino y su poder no se sustentaba únicamente en la herencia familiar.
A María le tocó vivir su infancia a fines del siglo XVIII, en un momento en el que tanto españoles como otras potencias europeas incrementaron su interés sobre por los recursos que había para explotar en la Patagonia. Esta situación fue aprovechada por las poblaciones nativas para conseguir beneficios de la relación con los extranjeros. En este punto, fue clave María.
Se estima que fue gracias a sus padres que aprendió desde edad temprana a relacionarse y negociar con europeos que visitaban su territorio. La relación más fuerte fue con los hispano criollos que estaban emplazados en colonias y factorías españolas a lo largo de la costa de la Patagonia.
De acuerdo con un estudio sobre jefaturas indígenas, María lideraba un grupo seminómade que había establecido redes comerciales con los loberos y con el establecimiento de Carmen de Patagones. Incluso, la mujer era buscada por la mayoría de los capitanes loberos, que cruzaban el estrecho para comunicarse con ella y conseguir carne de guanaco para sus tripulaciones.
Las capacidades de María, quien según las crónicas utilizaba unos aros hechos de medallas con la figura de la Virgen María estampada y solía cargar una estatuilla de madera de Cristo, le permitieron sacar ventajas de sus relaciones y realizar acuerdos pacíficos que beneficiaron a toda la comunidad tehuelche.
En 1820, James Weddell, el marino británico y explorador que cruzó el círculo polar y descubrió el sector antártico que ahora lleva su nombre, conoció a María cuando viajaba cazando focas. En cuanto la vio, el hombre la identificó de inmediato como la líder de los tehuelches, gracias a su capacidad como oradora y apaciguadora. En otras ocasiones, María también negoció con Fitz Roy, pero sin duda, su encuentro con Vernet, quien más tarde se consagró gobernador político y militar de las Islas Malvinas, fue el más importante.
La amistad con Vernet
En 1823, María conoció a un personaje clave en su historia: Luis Vernet. Sin embargo, las condiciones en las que se trataron no fueron del todo amigables al principio. Ese año, Vernet arribó a Península Valdés para cazar caballos salvajes y se enteró de que los indígenas tenían planificado arrasar con su campamento en cuanto llegara su cacique principal.
En cuanto llegó “el gran jefe tehuelche”, Vernet quedó sorprendido al ver que se trataba de una mujer que llegaba acompañada de 1000 personas.
Entonces, María lo invitó a negociar y lo obligó a reconocer los derechos que el pueblo nativo tenía sobre ese territorio. Además, argumentó que sus caballos eran de propiedad tehuelche, dado que se criaban en tierra que se encontraba bajo su dominio. La tehuelche fue clara: todo lo que caminara bajo su territorio, le pertenecía a su pueblo. Se mostró inflexible y Vernet debió ceder.
María sacó a relucir sus dotes como gran negociadora y consiguió que Vernet entregara bienes a cambio del ganado.
Ante tal ostentación de poder, Vernet nombró a María “la Grande”, comparando a la cacique tehuelche con la emperatriz Catalina de Rusia.
A esta altura el poder de María era evidente. Tenía una gran habilidad para el comercio con todo aquel explorador que pisaba su territorio y lograba intercambiar carne, pieles, mantas de guanaco y plumas de ñandú por espadas, cuchillos, tabaco, yerba, frenos, monturas, harina, azúcar y alcohol.
Sangre tehuelche en Malvinas
Años más tarde, en 1829, Vernet fue nombrado primer gobernador y comandante político y militar de las Islas Malvinas y adyacentes al Cabo de Hornos y, con un grupo de 50 colonos, armó Colonia San Luis en la isla Soledad.
El comercio de carne salada, los pescados en salmuera, el sebo, y los cueros de lobo marino y ganado vacuno entre el archipiélago y los marinos generó que Vernet buscara la aceptación de María para crear una factoría y colonia en Bahía San Gregorio. Entonces, decidió invitarla junto a su comitiva a visitar Puerto Luis en 1831.
Por primera vez, María iba a pisar las islas.
Si bien el objetivo de protección para comerciar quedó trunco, cuando en 1833 el archipiélago fue ocupado durante la invasión británica, María fue recibida con todos los honores de “gran jefe”.
Según asegura Mario Volpe, el vicedirector del Instituto Malvinas, “María llegó a las islas como si fuera una reina”.
La llegada a las islas
La goleta que llevó a María y a su comitiva a las islas fue comandada por dos hombres de confianza de Vernet, según lo detallado por la Agencia Nacional de Noticias Jurídicas. Entre el séquito de María, iba su hechicero, que fue una condición para que ella viajara.
María llegó el 15 de enero de 1831 después de un viaje “complicado”, porque no estaba acostumbrada a navegar.
Los colonos isleños esperaban a sus invitados reunidos en las costas de la isla Soledad. La comitiva de recibimiento estaba integrada por María Sáez de Vernet, la esposa del gobernador. El nerviosismo era palpable.
Temían por las diferencias culturales y consuetudinarias, entre las que se encontraban que los tehuelches no dormían en camas, que vestían cueros de guanaco y zorrino y que no comían pescado.
Lo primero que hizo María “La grande” al bajar del barco fue entregarle a la esposa de Vernet un quillango de guanaco a modo de ofrenda. Más tarde, la cacique recibió un vestido azul a modo de respuesta, pero continuó vistiendo sus ropas.
La primera noche, María Vernet agasajó a su invitada y tocó el piano para ella. María “La grande” aprovechó para cantar y los presentes quedaron conmovidos por su interpretación.
La tehuelche compartió la mesa con el gobernador y se instaló en su casa junto a una mujer que la asistía. El resto de los tehuelches que viajó al archipiélago, en su mayoría hombres, durmió con los peones de la colonia. Como jefa de los indígenas de la zona, María recorrió toda la isla durante 15 días, comió asado y entró a los almacenes, el saladero y la herrería.
Vernet realizó todos los esfuerzos para agasajarla, y la cacique regresó a tierra firme cubierta de regalos, entre los que se encontraban frenos, espuelas y estribos hechos en el taller del herrero de Puerto Luis.
Al parecer el viaje fue un éxito y María se decidió a apoyar a Vernet para que los colonos se afianza en el lugar, aunque finalmente el acuerdo comercial no prosperó.
Muerte y paso a la eternidad
Durante todos los años que “reinó” María, hubo paz en la costa de la Patagonia, gracias a sus habilidades para negociar y comerciar.
Debido a la autoridad y respeto que emanaba, el día que murió, en 1840, desde Carmen de Patagones hasta el Estrecho de Magallanes, se encendieron fogatas que iluminaban toda la costa patagónica. Las hogueras ardieron en su honor durante tres días y tres noches. En las piras, y a modo de homenaje, quemaron sus mantas, el quillango de piel de zorrino y los arreos de su caballo.
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