Margarita Paksa, sin temor a nada
Un grupo de militares llegó en 1976 a la casa de Castelar donde Margarita Paksa vivía con su marido y sus dos hijos. Alertada por vecinos, la pareja de artistas se refugió durante un mes en la casa de un familiar. Pero el temor a ser secuestrados no impidió que ella continuara creando obras alusivas a lo que estaba ocurriendo en el país: dibujaba cadáveres de cerdos servidos en bandeja o un corazón sangrante en reemplazo del gorro frigio, símbolo internacional de la libertad.
Ese mismo año trabajó en obras de la serie Escrituras secretas, realizadas con pequeñas piezas de colores, en las cuales camuflaba frases y palabras como "no". "Los Beatles habían impuesto decir que sí –explicó luego–, y en nuestra sociedad había que decir no a muchas cosas". "Es tarde" se leía entre las rueditas que conformaban la que compró el Malba en arteBA en 2014, como parte de su proyecto de rescatar la producción de artistas argentinas.
Por suerte llegó el reconocimiento para esta mujer de 83 años, pionera del minimalismo, el conceptualismo político y el cruce entre arte y tecnología, que experimentó con casi todas las disciplinas y ganó el año pasado el Gran Premio Homenaje del Banco Central.
Ahora no solo será una de las protagonistas de la Semana del Arte que comienza mañana, con un pabellón dedicado a dos de sus performances en la Plaza Intendente Seeber (a pasos de la Rural). También exhibe en la galería Henrique Faria –que además llevará obras suyas a arteBA– la primera muestra desde la retrospectiva que le dedicó hace seis años el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Incluye la impactante instalación El avance urbano (1996), que integró hace dos años en el Centro Cultural Kirchner la exposición Naturaleza. Refugio y recurso del hombre.
"El arte fue un hermano más", recuerda su hijo Sergio, en referencia a la atención que Paksa dedicó a su vocación. Él y Leandro eran pequeños cuando su madre participó de Experiencias Visuales 1967, en el Instituto Torcuato Di Tella, y al año siguiente en Tucumán Arde, movimiento que denunció las condiciones de vida durante la dictadura de Juan Carlos Onganía.
El título de esa mítica acción fue un aporte suyo, antes de abandonar el arte durante años para diseñar muebles de acrílico que vendía en la Galería del Este. "¿Qué sentido tenía expresarme con el minimalismo –diría más tarde– frente al momento de profundas revueltas que estaba viviendo el mundo, y el hambre y la miseria imperantes en nuestro país?".
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