Marcos López y el eterno dilema de la baratija
Cuenta la leyenda que Antonio Mamerto Gil Núñez fue un gaucho correntino, nacido a mediados del siglo XIX, que se ganó el odio de la policía local tras tener un romance con una viuda adinerada. Según otra versión de la historia, en realidad lo buscaban por ser un cuatrero y un desertor del ejército. En todo caso, ambos relatos terminan igual: el comisario del pueblo logra salvar la vida de su hijo enfermo al rezar invocando al inocente que acaba de matar.
La devoción por el Gauchito Gil, considerado el santo pagano de los pobres, cruzó fronteras insospechadas. Recreada por Marcos López, su imagen integra la muestra Fotografía argentina 1850-2010: contradicción y continuidad, que acaba de llegar a Fundación Proa tras haberse exhibido en el Museo Getty de Los Ángeles.
Pero hay algo aún más inusual, que desconcierta al artista santafesino. Esa fotografía que presenta al gauchito interpretado por el escritor Damián Ríos, armado con un cuchillo y boleadoras, reemplazó la imagen de la tradicional estampita en los altares ruteros, se imprimió en remeras e incluso fue motivo de tatuajes.
"Me gusta ese tipo de apropiación popular", reconoce el creador de Pop Latino, serie que lo hizo famoso a nivel mundial. Prueba de ello es que semanas atrás viajó a Miami a realizar un retrato por encargo, en línea con esa estética irónica y colorida. "No tengo ganas de volver a las puestas en escena. Estoy apresado en el Frankenstein que yo mismo inventé", admitió con voz cansada, por enésima vez, horas antes de tomar el avión.
Autocrítico y provocador, López tampoco se identifica ya con la fotografía, pese a ser incluido en importantes muestras internacionales como la que aloja hasta fin de mes el Cantor Arts Center de la Universidad de Stanford. No es menor el interés que despiertan en las principales ferias internacionales los registros de las acciones que realizó con Liliana Maresca en la década de 1980. Y su obra Asado en Mendiolaza (2001), que evoca La última cena de Leonardo da Vinci, pertenece a las colecciones de los museos españoles Reina Sofía y Musac.
No parece haber forma de parar a este creador compulsivo. Tras haber experimentado con el cine, el teatro, la escritura, la pintura y la curaduría mira ahora con cariño la escultura, y encuentra especialmente inspiradora la obra de Pablo Suárez. Incluso planea realizar el mes próximo una performance con Rafael Spregelburd en el marco de In-Continente, su muestra actual en la galería Rolf Art.
López reconoce no estar conforme con el resultado de la figura de Mauricio Macri realizada por su equipo para esta exposición. Allí se muestra al Presidente sentado, con los pies en una palangana, leyendo una edición de la revista ¡Hola! que dedica su tapa a Michelle Obama y Juliana Awada. "Me cansa el tema del grotesco –admite–. Me hubiera gustado hacerlo hiperrealista, al estilo Ron Mueck, pero no tengo presupuesto. Y quedo atrapado en la baratija como concepto".
El principio del fin de su relación monógama con la fotografía fue Debut y despedida, cinco años atrás, en el Centro Cultural Recoleta. Mientras obtenía el premio del público en el Bafici con su primer largometraje, dedicado al músico Ramón Ayala, llenaba con su desbocado proceso creativo la sala Cronopios, donde objetos e instalaciones mutaban aún después de inaugurada la muestra.
Experiencias curatoriales similares, con obras propias y ajenas, seguirían en la Alianza Francesa, el Centro Cultural Kirchner y el Museo Castagnino+Macro de Rosario. Fueron ideadas antes de que la prestigiosa Fundación Beyeler exhibiera un proyecto parecido firmado por Pierpaolo Ferrari y Maurizio Cattelan en Art Basel, la feria de arte más importante del mundo. Apenas otro ejemplo de que los artistas argentinos, aun con alambre o espejitos de colores, pueden dar lecciones de un talento que no respeta ningún límite.
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