El ex futbolista habla de su pasado en el deporte y reflexiona sobre cómo llegó a tomar una de las peores decisiones de su vida que le costó cinco años en la cárcel
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Todavía suena en su cabeza la euforia de los “pinchas” cuando el agónico partido de esa tarde se definió con un empate. Hace 26 años, sobre el tiempo de descuento, el mediocampista pateó el centro que permitió que el arquero Carlos “Chiquito” Bossio marcara el histórico gol de cabeza de Estudiantes de La Plata contra Racing, en el Cilindro de Avellaneda. “Fueron tiempos dorados”, piensa con nostalgia Marcelo Couceiro (47). Pero lo que parecía ser un camino directo a la gloria terminó en desilusión. Un pase al Sevilla de España que nunca llegó, desengaños amorosos, la muerte de su padre y un emprendimiento fallido lo llevaron, sin escalas, a una profunda depresión con el peor de los finales: la delincuencia.
Estuvo casi cinco años preso y hace menos de un mes, el ex volante de Estudiantes, Chicago, Almagro y Quilmes recuperó su libertad. Durante el cumplimiento de su condena, el jugador desfiló por distintos penales del país, entre ellos el afamado Pabellón VIP de Ezeiza donde compartió momentos con los involucrados en las causas más resonantes de corrupción del país: Lázaro Báez (empresario), José López (ex secretario de Obras Públicas), Pérez Gadín (el contador de Báez) y Ricardo Jaime (exsecretario de Transporte).
Piensa que su paso por la cárcel fue como un balde de agua fría que lo despertó a la vida y lo hizo reaccionar. Alejado de aquel infierno en el que vivió hace unos años, hoy se refugia en su familia y busca una segunda oportunidad. “Me equivoqué y siento que tengo que pedirle disculpas a los que les hice pasar un mal momento”, repite como un mantra Couceiro en esta entrevista para LA NACION.
“A los 16 años ya jugaba en Primera División”
Antes de hablar de fútbol, Couceiro prefiere recordar su infancia en Ciudad Evita. Se crio en una familia de clase trabajadora, su padre era colectivero de la línea 162 y su madre una ama de casa que había hecho un curso de peluquería y cortaba el pelo a los chicos del barrio. “Tengo un hermano mayor que también jugó en Primera. Él jugó en Nueva Chicago, en Atlanta y Huracán. Pero después se fue a Bolivia y allá se perdió porque después, no te conoce más nadie”, dice.
-¿Cuáles fueron tus primeros pasos en el fútbol?
-En el club 12 de Octubre, en la cancha de seis, que estaba pegado a las infantiles de Chicago. Después pasé a inferiores y reserva. A los 16 años ya jugaba en Primera, con “Gomito”, Christian Gómez. Siempre jugué como volante izquierdo. Mamá no pudo verme, porque falleció en ese tiempo.
- Y luego, llega tu paso por Estudiantes donde haces el centro al arquero Carlos Bossio para que meta el histórico gol de cabeza.
-En el 95 voy en préstamo a Estudiantes por un año, con opción de compra. En mayo de 1996, fue el centro que hizo historia, pero tomaron la decisión de no renovar el contrato y volví a Chicago. Me agarró sin experiencia, lamento no haber aprovechado bien esa oportunidad. Yo tenía todo en ese momento. Me habían dado un departamento para mi solo con tres habitaciones en La Plata. Pero como yo extrañaba me volvía todos los días. Viajaba mucho y al otro día me tenía que levantar a las seis para el entrenamiento. Así y todo, no faltaba nunca.
Aunque no quedó en Estudiantes, Couceiro recuerda aquellos años como su época de oro. “En el 97 me pasó todo. Nació mi primer hijo, compré la casa en la parte de los chalet de Ciudad Evita, cambié el auto. Y tenía la promesa de un pase”, cuenta.
El jugador había sido comprado por un grupo de empresarios. “Ellos me prometieron que me iban a llevar al Sevilla de España. Me compraron por 200.000 dólares. Pensé que si lo hacían era porque me veían un futuro. Lo que es venta y préstamo al jugador le queda solo el 15 por ciento. Era la época del uno a uno. Ellos me dieron 30.000 dólares y la promesa de que me iban a llevar a Sevilla. Por eso acepté. Pero me llevaron a Almagro”.
-Y en aquel tiempo también nacieron tus hijos
-Sí. Tuve dos hijos. En 1997 nació Alan y después Thiago, con quien vivo actualmente. De la mamá de mis hijos me divorcié en el 2003. Habíamos sido novios desde muy jóvenes, pero yo metí varias veces la pata.
Los años siguientes la carrera de Couceiro se precipitó entre clubes de distintas categorías. De Almagro pasó a Quilmes y luego regresó a Chicago. También, tuvo una experiencia en el Espoli de Ecuador. “Me volví porque no me gustó mucho. Al regreso me llamó Beto Pascutti y me llevó a jugar a El Porvenir y después a Los Andes. Finalmente, jugué en Colegiales y ahí me retiré a los 37 años”.
-Más allá de Ecuador, ¿tuviste alguna otra propuesta en el exterior?
-Mi representante me había conseguido para jugar en un equipo de Corea. Estaba sentado en el avión, listo para salir y recuerdo que miré para todos lados y pensé “¿Dónde estoy yendo?” “¿Qué voy a hacer allá? “No voy a cazar una”. Llamé a la azafata y le dije “No voy a viajar. Me quiero bajar”. A las dos horas estaba de nuevo en mi casa. Mi mujer no lo podía creer: “¡¿Qué haces acá?!”Me di cuenta de que no me gustaba estar lejos de mi familia. Extrañaba. También viajé a la República Checa, al Slavia Praga. Pero me volví. No estaba acostumbrado, era muy familiero. Además, no entendía el idioma. Llamaba a cada rato a la Argentina y me vino una fortuna de teléfono. Siempre me costó despegar, aunque hoy me iría.
“Tomé la peor decisión, salí con un arma sin balas a robar”
-La mayoría de los jugadores tienen el conflicto de que al llegar al final de su carrera no saben cómo continuar ¿Tenías un plan de retiro?
-No tenía un plan B. Fue duro porque cuando te retirás te quedas sin rutina, sin obra social, sin sueldo.... quedás en la lona. Con los ahorros que tenía me compré un buen auto para usar de remís en una remisería de Mataderos. En ese ínterin, conocí por el trabajo a la hija de Lita de Lazzari, hermana de Gustavo, Cecilia. Estuvimos varios años juntos.
Al terminar aquella relación, Couceiro se fue a vivir solo. “Tenía 41 años. Y nunca había estado solo y ahí fue cuando empecé a meter la pata. Falleció mi papá. Después me chocaron el auto y una camioneta que tenía para trabajar. Me agarró una angustia muy grande, me deprimí. No tenía ánimo ni para ir a hacer la denuncia en el seguro. Me sentía muy solo, aunque me llamaban para invitarme a comer mis amigos y mi hermano. Yo no quería salir. Me costaba mucho salir a la calle.... me abandoné. Y tampoco pedí ayuda”, dice
-¿Y ahí entraste en la delincuencia?
-Sí, salí con un arma sin balas a robar. No me importaba mi vida, pero también tenía mis hijos y necesitaba plata para mantenerlos a ellos. Quería que estén bien. Tomé la peor decisión. Me equivoqué y siento que tengo que pedirle disculpas a los que les hice pasar un mal momento. Aunque sabía que no los podía lastimar, les hice un daño psicológico al apuntarles con el arma. Hoy pienso en el susto que se llevaron.
Tras una seguidilla de robos, Couceiro fue detenido en el 2017 por la comisaría de Mataderos. “Yo estaba con un auto robado en el estacionamiento de un shopping y escucho en la radio a Beto Casella que mi hijo me estaba buscando. Ahí llamé a mi hijo y le dije que estaba bien, que no se preocupe”, cuenta.
-Y te condenaron por robo.
-Sí, me condenaron con una pena de cinco años por robo y por encubrimiento automotor.
“A Lázaro Báez lo veía muy deprimido”
-Estuviste en varios penales, entre ellos el de Ezeiza en el famoso Pabellón VIP donde estaba Lázaro Báez y funcionarios K denunciados por corrupción ¿Cómo fue esa experiencia?
-Sí. Estuve en el pabellón de los presos políticos. Fue poco tiempo, un poco más de un mes. Estaban Lázaro Báez, José López el de los bolsos, la ametralladora y las monjitas. También Pérez Gadín y Ricardo Jaime.
-Se dijeron muchas cosas sobre la vida de los presos en ese pabellón.
-Pero no es tanto como cuentan. Una vez escuché que decían que la celda de Báez eran dos celdas porque habían tirado una pared por él. Y no era así. Es mentira.
-¿Y cómo era entonces?
-¿Sabes lo que decía Lázaro Báez? “Yo les compro la comida de la mañana y de la noche, pero yo no hago nada. No paso un trapo, no limpio ni lavo”. Después, teníamos una tele para todos. Ellos miraban mucho C5N y después fútbol por la TV pública. Pero no podías tener una tele en tu celda. Lo único que podías tener era un caloventor o ventilador y a lo sumo un DVD portátil. Estábamos en el módulo 6. Salíamos por el pasillo y había una peluquería, una canchita de fútbol y otra de vóley con una parrilla.
-Eran solo 12, ¿Cómo era la relación entre ustedes?
-Buena. Yo tenía buena relación con todos. Jugábamos a las cartas, íbamos al patio, charlábamos. También compartíamos el lugar de las visitas. A todos nos visitaba principalmente la familia.
-Las causas por las que Báez, López, Pérez Gadín y Ricardo Jaime estaban detenidos eran muy mediáticas ¿Ellos comentaban algo al respecto?
-Sobre el tema del por qué estaban ahí, todos ellos eran muy reservados. No hablaban sobre eso. El único que hablaba un poco más era Jaime. Hablaba mucho de fútbol, él es cordobés, hincha de Talleres. También me contó que fue a su mujer a quien se le ocurrió el nombre de la tarjeta SUBE por la acción de “subir” a un colectivo. ¿Es cómico, no?
-¿Y José López? Decían que estaba mal psicológicamente, que tenía ataques de nervios.
-José López se hacía el que estaba chapita, pero no estaba loco, estaba bien cuerdo. ¿Sabes qué hacía cada vez que jugaba Independiente en la TV Pública? Caminaba de punta a punta con una pelotita. La hacía rebotar y la agarraba. Cada vez que estaba el partido comentaba y hablaba, después no te daba bola en todo el día.
-¿Y Báez?
-Báez estaba en su mundo. Él era el que de alguna manera manejaba todo. Yo a Lázaro lo veía muy deprimido. Pienso que cambiaba de psicólogo a cada rato porque lo llamaban bastante. Pero a nosotros no nos decía nada.
-¿Tuviste miedo en la cárcel?
-No. En realidad, lo tuve cuando ingresé. Pero tuve la suerte de que alguien siempre me conocía. Siempre había algún hincha de Chicago o de Almagro. “¿Qué haces acá? ¿Qué hiciste?” me preguntaban. El peor de todos los penales fue Marcos Paz. Estuve también en una cárcel de La Pampa y en Mendoza. Menos mal que mis viejos habían fallecido y no pudieron verlo.
-¿Te metiste con las drogas o el alcohol?
-No, nunca fumé ni cigarrillos comunes. No tuve vicios. Ni cocaína, ni marihuana, ni nada. En la cárcel sí vi esas cosas, todos los días.
-¿En la cárcel te curaste de la depresión?
-Sí. Porque me junté con buena gente. Además, el trabajo y el estudio fueron cosas buenas, aunque hay veces que no te tratan bien. En las requisas te tratan muy mal.
“La vida me puso ahí para que me recate”
Couceiro cumplió casi la totalidad de su condena, lleva en su mente la cuenta exacta: “Me faltaban solo 3 meses y 25 días. Aunque tenía un puntaje ideal, no me dieron ningún beneficio. No me dieron la transitoria ni la condicional. Cumplí toda la condena esperando el beneficio que nunca llegó”, dice y agradece la ayuda de un excompañero de Chicago, Marcelo “el turco” Caremi que, recibido de abogado, lo ayudó en el último tiempo en su causa.
Aún recuerda la mañana que, en la cárcel de Mendoza, se acercó el oficial a comunicarle que el esperado momento había llegado: “Me hizo un par de preguntas personales y después me dijo: “¿Sabes escribir?” Le dije que sí. “Entonces anota: Al señor jefe del penal, me dirijo a usted para pedirle los pasajes...” y ahí me empezaron a temblar las piernas. ‘¡Esto es la libertad!’ grité. Me temblaba todo. De los nervios ya ni me acuerdo qué me hizo escribir, pero al mediodía volvió y me llevó a la estación de colectivo. Y cuando llegué a Liniers me vino a buscar mi hijo. El reencuentro fue increíble y pude conocer a mi nieta”, dice.
-Después de este tiempo preso ¿llegaste a alguna conclusión sobre lo que pasó?
-Pienso que la vida me puso ahí [la cárcel] para que me recate, sino no sé como iba a terminar. No quería lastimar a nadie, pero sí se que le hice daño a la gente, a cualquiera lo asustaría que te apunten con un arma. Por eso recalco que quiero pedir disculpas.
-¿Y ahora cómo sigue tu vida?
-Ahora estoy buscando trabajo. Me gustaría hacer el curso de técnico, pero este año ya no puedo porque las clases empezaron. Por eso busco trabajo. No tengo problema de trabajar de lo que sea. Quiero ocupar mi tiempo en trabajar. Es en lo único que pienso.
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