Mar adentro y especulaciones: el último y fatal viaje de Mariano Moreno
La fragata divide las aguas rumbo a la lejanía. Afuera, la espuma lamiendo la proa y una brisa salobre rozando las velas. Adentro, un hombre retorciéndose de dolor sobre el piso de su camarote. Es Mariano Moreno, que parte en misión diplomática sin saber que será un viaje sin retorno. Ni su hermano Manuel, ni su amigo Guido, logran calmar las convulsiones que lo aquejan. Los ojos oscuros destellan un fuego que no proviene de su espíritu fervoroso sino de las entrañas, disueltas en una lava ardiente que lo carcome.
-¡Ayuda! –clama Manuel en un rapto de desesperación ante el capitán inglés.
Y el auxilio llega en un vaso de agua con un ligero sabor medicinal.
Mariano bebe, confiando en que mejorará su estado, pero el brebaje acentúa las náuseas, provoca cólicos insoportables, y un pensamiento que taladra su mente con funesta claridad: de ésta no saldrá, debe hacer las paces con Dios.
-Cuidad de ella, os lo ruego –murmura, con el débil corazón latiendo de amor por su esposa.
Manuel increpa al capitán para que enfile la proa del Fame hacia un puerto cercano, pero el hombre argumenta con la calma chicha que se lo impide. La suerte parece echada, la fatalidad campea sobre las aguas, y al espasmo doloroso sucede la serenidad de lo inevitable. Con los ojos dilatados y el alma en paz, Mariano Moreno se despide del mundo. En la madrugada del 4 de marzo de 1811, su cuerpo queda para siempre sepultado en el mar.
Los fieles custodios de su agonía recordarán la frase que acuñó la historia:
-¡Viva la patria, aunque yo perezca!
Leguas al sur, en el Río de la Plata, Guadalupe Cuenca recibe un macabro presente: guantes, abanico y un velo de luto, acompañados de una misiva anónima que vaticina su viudez. Presa de la angustia, la joven moja la pluma en el tintero y comienza a escribir una carta a su amado, pero ni esa ni las siguientes cartas llegarán a destino.
Hay un destello de plata sobre el ancho río. "Ha muerto", dicen las nubes que pasan raudas sobre la ciudad dormida. "Su espíritu vive", susurran las olas que lamen las arenas de la costa. Y cada noche de luna el río lo recuerda y murmura su nombre, que quedó atrapado para siempre en las aguas color de león.
Nota de la autora: Manuel Moreno relataría después que su hermano había tomado tártaro emético, una medicina popular en la época que provocaba vómitos en caso de intoxicación. Es probable que la dosis fuese excesiva, o que el organismo deteriorado de Mariano Moreno no la resistiese, ya que en su corta vida había padecido viruela, paludismo, y un reumatismo que afectó su corazón. La agonía de Moreno, un hombre apasionado que se granjeó la antipatía de muchos, introdujo la inevitable sospecha de confabulación, pero nada pudo probarse y su muerte en el mar sigue siendo motivo de especulaciones.
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