A 250 años de su nacimiento y 200 de su muerte, quedó en el imaginario colectivo como el creador de la Bandera nacional. Aquí, expertos e historiadores revalorizan y destacan las virtudes del prócer como estadista, promotor de la educación gratuita, defensor de los derechos de los pueblos originarios, revolucionario y guerrero
"Se ha dicho, y dicho muy bien, que el estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y porvenir; porque desengañémonos, la base de nuestras operaciones siempre es la misma, aunque las circunstancias alguna vez la desfiguren", reflexionó Manuel Belgrano en uno de sus tantos escritos. A 250 años de su nacimiento y a 200 de su muerte, el 3 de enero último el gobierno nacional declaró el 2020 como el Año del General Manuel Belgrano, resaltando su destacada actuación pública en el proceso que condujo a la independencia de nuestro país en el marco de las luchas por la emancipación sudamericana.
"Esta conmemoración abre una posibilidad para repensarlo menos como prócer o héroe que como uno de los hombres que, confrontado a victorias y derrotas, juicios y honores, críticas y alabanzas, contribuyó a forjar una nueva comunidad política con un destino incierto –analiza Gabriel Entin, investigador del Conicet-Centro de Historia Intelectual-UNQ/UNSAM y doctor en Historia por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (París)–. Como toda gran figura histórica, explorar la historia de Belgrano implica también una interrogación sobre el presente; sobre todo lo que hace de un conjunto de hombres y mujeres, una comunidad política, y sus distancias respecto de los valores, ideales y proyectos de quienes primero imaginaron la posibilidad de una república. Al igual que las naciones, los próceres no nacen; se fabrican. Adentrarse en la fábrica del héroe significa desmitificarlo. Repensar al hombre Belgrano e intentar reconstruir sus concepciones sobre la educación, la patria, la ciudadanía, la guerra, el comercio, quizá permita disipar la bruma del mito y enfrentarse a problemas planteados en la revolución –y aún vigentes– sobre los sentidos de la vida en común".
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, el octavo de dieciséis hermanos (hijo de María Josefa González Casero, santiagueña, y Domingo Belgrano Peri, italiano nacido en Oneglia, que llegó a Buenos Aires hacia 1759) es para el escritor e historiador Felipe Pigna el portador de un pensamiento profundamente innovador para su contexto. "Fue pionero en muchos aspectos: fue el primero en hablar de cuidado del medio ambiente, alertando sobre la contaminación de los ríos y la necesidad de cuidar los suelos, propiciando la rotación e innovación de los cultivos. Promovió la educación popular desde sus célebres Memorias del consulado, a mediados de la década de 1790, donde propone que ese rubro fundamental para el desarrollo de las sociedades debe ser obligatorio y a cargo del Estado, y donando enteramente el premio en metálico otorgado por sus triunfos en Salta y Tucumán para la construcción de cuatro escuelas. Fue el primero en hablar de género en estas tierras, proponiendo que la mujer acceda en igualdad de condiciones a los tres niveles de la enseñanza. Fue un notable promotor de la industria, creando la escuela de dibujo técnico, cerrada al poco tiempo por el virreinato, y sentando las bases de la necesaria complementariedad entre las producciones pecuarias y agrarias y su conversión en manufacturas".
En estos tiempos de revisionismo histórico, lejos quedaron las imágenes de seres impolutos, lo que claramente hizo tambalear el panteón de los próceres. "La historiografía nacionalista argentina se construyó a partir de una narrativa basada en próceres o héroes de la Nación –destaca Gabriel Entin–. Elevado a héroe, el prócer adquiere un carácter mítico. Y esto representa un problema para la comprensión histórica. No es lo mismo estudiar a Belgrano como prócer que como un hombre atravesado, al igual que todos los revolucionarios en la década de 1810, por ambigüedades y tensiones. Como mito, Belgrano puede presentarse como un héroe militar, creador de las escuelas de primeras letras y de la Bandera de la Argentina. Como hombre, Belgrano aparece como un miembro ilustrado de la élite de Buenos Aires durante el Virreinato, convertido intempestivamente en militar con la resistencia a las invasiones inglesas, y uno de los revolucionarios de 1810 confrontados ante la incertidumbre política abierta con la organización de la Primera Junta y su principal desafío: la construcción de una nueva legitimidad política. Las nuevas generaciones pueden entonces observar a Belgrano menos como una pieza de museo o una estatua, que como parte activa de un contradictorio experimento revolucionario en el Río de la Plata".
En esta revisión, "cada generación ve el pasado en función de su presente –destaca Gabriel Di Meglio, historiador doctorado en la Universidad de Buenos Aires e investigador independiente del Conicet–, y es por eso que se rescata, por ejemplo, el hecho de que Belgrano supusiese importante la educación de las mujeres, a diferencia de otros contemporáneos. Tiene que ver con la agenda del hoy. Creo que los próceres son interesantes para pensar la historia, pero solo si los tomamos como parte de procesos colectivos. San Martín no cruzó los Andes solo, Belgrano creó la Bandera como parte de un proyecto colectivo de revolución. Ahí radica su importancia. También, es necesario pensarlos con sus cambios a lo largo del tiempo, sus contradicciones, sus logros y sus fracasos. Y Belgrano tuvo de todo eso".
Las disputas por quiénes deben formar parte del panteón de los próceres nos viene acompañando desde el temprano siglo XIX. "Es una palabra que puede significar muchas cosas y llenarse de diversos contenidos según quién la enuncie –sostiene Marcela Ternavasio, historiadora e investigadora argentina especializada en el estudio de la evolución de las instituciones políticas argentinas durante el siglo XIX–. Son parte de las controversias por las memorias del pasado y de un debate particularmente intenso en la Argentina desde los años 30 del siglo XX. De manera que cada grupo puede construir su propio panteón, aunque es obvio que el Estado ha cumplido y sigue cumpliendo un papel central en la configuración de las memorias oficiales".
¿Hombre de acción o intelectual?
"Mucho me falta para ser un verdadero Padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella", confesó el hombre al que Mitre definió como "educacionista, literato, jurisconsulto, filántropo y economista social durante la época colonial. Belgrano es en su género un tipo único en la revolución sudamericana. Uno de aquellos caracteres históricos que ganan en la intimidad. Él será más apreciado cada día a medida que vayan revelándose las páginas ignoradas de su vida".
En el pensamiento de Jorge Myers, licenciado/magíster en Historia (Universidad de Cambridge, Reino Unido) y magíster/Ph.D. en Stanford, Estados Unidos, e investigador del Centro de Historia Intelectual, "letrado patriota" es la definición que elige al referirse a Belgrano: "Fue una figura cuyo pensamiento y accionar fueron extremadamente complejos. Tuvo dos carreras claramente diferenciadas a lo largo de su vida: economista dedicado a la función pública y al periodismo, y militar revolucionario que en ocasiones participó en política activa. Y en ambas desplegó una inteligencia aguda y sutil. Se hizo revolucionario no por oposición a la monarquía como forma de gobierno, sino porque era un legitimista de convicciones fuertes. Combinó en su pensamiento elementos fuertemente arraigados en la tradición política española con conceptos de avanzada tomados de la Ilustración y del propio ideario revolucionario de Mayo, que los letrados patriotas fueron construyendo sobre la marcha. Junto con Mariano Moreno y Bernardino Rivadavia, es uno de los auténticos autores de nuestro nacimiento como pueblo independiente de España, con vocación de modernidad y de justicia para todos sus ciudadanos".
Lo más interesante, para Felipe Pigna, es que Belgrano fue ambas cosas: "Un notable intelectual, egresado de Salamanca, gran lector de los filósofos previos pero de gran influencia en la Revolución Francesa, como Rousseau, Voltaire y Montesquieu; y los economistas fisiócratas, como el italiano Filangieri y el francés Quesnay. Fue pionero de nuestro periodismo al participar en la fundación del primer periódico del Río de la Plata, El Telégrafo Mercantil, y del segundo, el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. Su calidad intelectual es muy notable. Alberdi ubica a su Reglamento para los pueblos de las Misiones, dictado en diciembre de 1810, entre los antecedentes de nuestra Constitución. Fue el artífice de una epopeya militar única como el Éxodo jujeño, y las victorias de Tucumán y Salta".
Doctor en Historia y Civilización por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, Alejandro M. Rabinovich asegura que estamos ante "un intelectual que, en circunstancias normales, hubiera desarrollado una exitosa carrera dentro de la burocracia española, colaborando tal vez con los importantes negocios de su familia. Lo que me parece atrayente, e incluso un poco conmovedor de Belgrano como personaje, es la manera en que reacciona en el momento en que esas circunstancias normales terminan ante el estallido revolucionario en el mundo hispano. Lejos de resguardarse en su posición de funcionario letrado, aceptó el reto de poner el cuerpo allí donde la revolución lo necesitaba, sin medir en absoluto las consecuencias personales. Cuando uno lee los fragmentos de su autobiografía, se encuentra con una persona muy lúcida que entiende y reconoce antes que nadie las limitaciones que tenía como militar. Belgrano comprende que el futuro de su patria se va a definir en los campos de batalla, y hace lo que puede para prepararse. Por un lado, contrata a un sargento para que le enseñe las voces de mando y el manejo de las armas. Por el otro, se pone a leer cuanto manual de táctica cae en sus manos. Al estallar la Revolución de Mayo, este general improvisado va a tener que comandar operaciones que, en otras circunstancias, hubiera recaído en personas con décadas de formación profesional. ¿Es un buen general de combate? Por supuesto que no: en Tucumán, prácticamente se pierde en el campo de batalla; en Vilcapugio y Ayohuma comete errores tremendos. Pero compensa sus deficiencias con una buena capacidad organizativa, una férrea disciplina y, sobre todo, con un coraje que más que marcial es cívico: poner la patria antes que todo, cualquiera sea el costo".
En 1812, Manuel Belgrano fue nombrado jefe del Ejército del Norte, con el que obtuvo un importante triunfo en el llamado Campo de las Carreras, de Tucumán. "El 24 de septiembre de ese año frena el avance de las tropas realistas hacia el interior de los territorios del virreinato. La victoria de Belgrano en Tucumán fue decisiva –afirma Noemí Goldman, doctora en Historia por la Universidad de París–. Se evitó la pérdida total de los territorios del norte en manos realistas.
Fue también fundamental la participación de la caballería gaucha, situación que marcaría los modos de hacer la guerra en el norte. Sin embargo, el Alto Perú quedó en manos realistas después de varias derrotas del ejército en los años siguientes en Vilcapugio, Ayohuma y Sipe Sipe". En este pensar en Belgrano como hombre de acción e intelectual, Goldman remarca que junto con San Martín, en 1816, impulsó fuertemente la Declaración de Independencia. "La primera forma de gobierno que entró en debate, en la sesión secreta del 6 de julio, fue la de la monarquía inca. Su promotor fue Belgrano, y lo hizo basándose en dos principios: debía ser una monarquía constitucional y sería encabezada por algún descendiente inca. Esta propuesta suscitó, sin embargo, intensos debates y luego fue abandonada".
El estadista
"Más que abogado por formación, Belgrano fue un economista por vocación –sostiene el periodista y escritor Daniel Balmaceda–. A partir de 1794, como secretario del Consulado, aplicó sus novedosos conocimientos en todos los campos de la producción. Se propuso proteger el comercio, animar la industria y, sobre todo, fomentar la agricultura. Planteó la rotación de cultivos, la necesidad de forestar para mantener la humedad y evitar la erosión; la incorporación de nutrientes naturales, la utilización de estiércol como abono y el aprovechamiento del lodo. En ese tiempo, escribió una frase contundente: 'Toda riqueza que no tiene origen en el suelo, es incierta'".
Manuel Belgrano vio nacer su vocación por la economía, como lo señaló en sus escritos, cuando estalló la Revolución Francesa, en 1789. "La lectura de textos franceses de economía grabó en su corazón los principios de libertad, igualdad, seguridad y propiedad, como fundamentos de las organizaciones sociales", destacó Manuel Fernández López, el ya fallecido historiador del pensamiento económico. "En la Universidad de Salamanca, Belgrano participó de la Academia de Derecho Romano de Economía política y Práctica forense, donde recibió la influencia de Ramón de Salas y Cortés –destaca Elsa Caula, doctora en Historia, investigadora del IECH-UNR Conicet–. Este contexto de formación y de debate fue el que despertó su interés por la economía política y el derecho público".
El intendente del partido bonaerense de Tres de Febrero, Diego Valenzuela, coautor de Belgrano, la revolución de las ideas, no duda en señalar que estamos frente al primer estadista-educador de la sociedad criolla: "Uno de sus ejes fue agregar valor local a los productos propios y educar al pueblo en oficios útiles. Tuvo una propuesta de políticas públicas para consolidar el rol de estado positivamente en la vida de la sociedad". Insistía en que el país debía industrializarse. "Ya en la primera de sus Memorias consulares, sostenía la necesidad de desarrollar la agricultura y la industria –destaca Pigna, autor de la biografía Manuel Belgrano. Vida y pensamiento de un revolucionario–. Desconfiaba, en cambio, de la riqueza fácil que prometía la ganadería, porque daba trabajo a muy poca gente, no desarrollaba la inventiva, desalentaba el crecimiento de la población y concentraba la riqueza en pocas manos".
"Todo depende y resulta del cultivo de las tierras; sin él no hay materias primeras para las artes; por consiguiente, la industria que no tiene cómo ejercitarse no puede proporcionar materias para que el comercio se ejecute. Cualquier otra riqueza que exista en un estado agricultor será una riqueza precaria y que, dependiendo de otros, esté según el arbitrio de ellos mismos", sostenía.
En esa búsqueda de reactivación de la economía en el virreinato, desde la perspectiva colonial, Belgrano pensó en el cannabis. "En España, donde se formó, fue una época en la que el uso industrial del cannabis (cáñamo) era clave para la economía, por su importancia en la industria naval, sobre todo –destaca el periodista Fernando Soriano, autor el libro Marihuana, la historia. De Manuel Belgrano a las copas cannábicas–. Él quería impulsar el desarrollo de la agricultura, producir la materia prima para enviar a España. Del cultivo destacaba su importancia como manufactura y las fuentes de trabajo que generaba. El cannabis era central en su idea luego desarrollada de creación de las escuelas de Agricultura y Náutica. Buscaba reactivar la industria naval y para eso necesitaba frutos que exportar. El del cáñamo era en aquellos años comparable al negocio de la soja o el petróleo. Necesitabas de su fibra para hacer mover los barcos. No logró llevar adelante su plan porque se enfrentó a la resistencia interna y externa".
En contrapartida a lo que la investigadora Marcela Ternavasio sostiene como "relatos canónicos que lo califican de gran estadista, Belgrano, más que un estadista innovador, fue un impulsor de una mejor inserción de la economía rioplatense e imperial en el contexto de la economía atlántica. Y en este sentido, su rostro de funcionario y aspirante a letrado reformista formaba parte de las trayectorias de muchos criollos que buscaban posicionarse en espacios expectables dentro de la monarquía y que albergaban el deseo de modernizar sus estructuras más anquilosadas".
Para Valenzuela, lo que Belgrano proponía como estadista era un cambio conceptual, "lo opuesto al mercantilismo que suponía: comprar por cuatro para vender por ocho, y para lograr ese cambio postulaba la centralidad del trabajo manual e intelectual como eje de la vida comunitaria".
Educación, el gran cambio social
En el Río de la Plata, como funcionario y como periodista buscó difundir los conceptos básicos de la economía política, que en ese entonces era una disciplina nueva y despertaba grandes expectativas. "Con la intención de contribuir a la mayor prosperidad del país –relata Jorge Myers– deseaba promover la enseñanza de materias que faltaban en suelo argentino, como náutica, dibujo, etcétera. En 1810, en vísperas de la Revolución de Mayo, confiaba en el poder de la educación para transformar de manera positiva a los habitantes del Río de la Plata. Cabe recordar que en el marco del absolutismo de los virreyes, la única transformación posible era por vía de la educación: 'difundir las Luces'". El concepto de emancipación de los pobres a través de la educación estaba, según Myers, generalizado entre los miembros de su generación: "La educación debía preparar a los súbditos del Monarca para ser trabajadores, y a través del trabajo se podría combatir el mal endémico de España y su Imperio, la miseria profunda en que yacía gran parte de la sociedad. Pero solo se lograría ese fin si también iba acompañada la reforma educativa por otras medidas, como la progresiva adecuación de la legislación a las leyes naturales que la ciencia de la economía política parecía haber demostrado de modo incontrovertible. Moreno, y años más tarde, Rivadavia y su grupo, repetirían estos conceptos y buscarían consagrarlos en la legislación nacional o provincial".
Carina Cabo, doctora en Ciencias de la Educación a cargo de la Secretaría de Cultura y Educación de Rosario, considera que Belgrano fue el primero en plasmar en el plano educativo las ideas de la Revolución Francesa. "En este sentido, se adelantó a Sarmiento, ya que la primera Ley de educación (N°1420), que promovía educación gratuita, laica, obligatoria y gradual, se promulgó el 8 octubre 1884. Belgrano insistía en que uno de los principales medios para mejorar las condiciones de vida de los sectores más postergados era crear escuelas gratuitas, política que debía incluir a las niñas también. Sostenía que los jueces debían obligar a los padres a enviar a sus hijos a la escuela. A su vez, amplió la visión acerca de los nuevos sujetos pedagógicos; creía que todos debían acceder a la educación: los desposeídos, los indios, los huérfanos y los pobres. En su Memoria consular de 1795, señalaba: 'He visto con dolor, sin salir de esta capital, una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y desnudez (…). Esos miserables ranchos, donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto'".
Las narrativas históricas que le atribuyen a Belgrano calificaciones que hablan el idioma contemporáneo suelen ser, para Marcela Ternavasio, anacrónicas. "Postular que proponía una educación igualitaria e inclusiva o derechos de igualdad entre varones y mujeres para comienzos del siglo XIX implica desvirtuar los horizontes en los que pensó y formuló sus ideas al respecto. Ideas que no venían a romper con las jerarquías sociales o con las desigualdades de género vigentes y que se inscribían dentro del molde de la sensibilidad ilustrada que propugnaba expandir la educación para civilizar las costumbres y formar habitantes útiles para el trabajo. Hoy diríamos que los conceptos de utilidad y felicidad eran las palabras claves del lenguaje ilustrado, y en ellos el de educación estaba muy ligado a la nueva economía política y a la definición de los roles que se esperaban en los comportamientos de hombres y mujeres. El diagnóstico formulado por los ilustrados era que el mayor problema a resolver residía en la pereza y ociosidad, y por ello el secretario del Consulado insistía en sus Memorias allí presentadas que las mujeres debían ser educadas como madres de familias útiles, entrenadas en el mejor desempeño en el hogar y, si era necesario, emplearse en servicios lucrativos para aliviar la carga de los padres. Sería excesivo y anacrónico exigirle a Belgrano un discurso democrático y feminista".
Defensor de la libertad de prensa
"Entendió al periodismo como un sistema de difusión de ideas –remarca Balmaceda–. En materia económica, lo hizo en el Correo de Comercio, que fue el medio por el cual dejó plasmadas sus propuestas. Mientras que, ya en plena guerra de la independencia, no se privó de distribuir gacetas para que aquellos que no tenían acceso a esta información pudieran enterarse de las ideas que se gestaban en Buenos Aires. Incluso, en cierta oportunidad, les escribió a los redactores de la Gaceta de Buenos Aires para pedirles que enmendaran una publicación referida a su campaña que consideraba incompleta".
Un claro defensor de la libertad, así lo destaca Felipe Pigna al reproducir las palabras publicadas por Belgrano el 10 de agosto de 1810 en el Correo de Comercio: "Solo pueden oponerse a la libertad de la prensa los que gusten mandar despóticamente, o los que sean tontos que no conociendo los males del gobierno, no sufren los tormentos de los que los conocen, y no los pueden remediar por falta de autoridad; o los muy tímidos que se asustan con el coco de la libertad, porque es una cosa nueva, que hasta ahora no han visto en su fuerza, y no están fijos y seguros en los principios que la deben hacer tan amable y tan útil (...) Pero quitarnos las utilidades de la pluma y de la prensa, porque de ellas se puede abusar, es una contradicción notoria y un abuso imperdonable de la autoridad, y es querer mantener a la nación en la ignorancia, origen de todos los males que sufrimos".
Romper con las etiquetas
"El episodio narrado por Bartolomé Mitre en 1857 resulta clave para que, en la construcción de la memoria, la posteridad de Belgrano quede vinculada con la creación de la Bandera –reflexiona el doctor en Humanidades y Artes, Alejandro Eujanian–. Imagen que se afirmó en 1873, cuando el presidente Domingo Faustino Sarmiento inauguró la estatua ecuestre en la Plaza de Mayo. En ese mismo acto, se privilegió la imagen de Belgrano como creador de la Bandera y se suprimieron los otros aportes. Tanto es así que la fecha de su muerte, el 20 de junio, se estableció por ley, en 1938, como el Día de la Bandera".
Pigna considera que se ha construido una historia de especialistas en el calendario escolar: "Queda muy cómoda esa distribución de roles y etiquetas. San Martín cruzó los Andes; Belgrano creó la Bandera y Sarmiento fundó escuelas. Unas efemérides pensadas en educandos de hace un siglo a los que había que ocultarles algunas de las materias primas de la historia: el conflicto, las diferencias sanas y lógicas de pensamiento. Se construyó un relato urgente pensando que la historia era simplemente un acto escolar y una materia aburrida en la secundaria a la que los ciudadanos no necesitaban ni querrían volver, anulando algunas de las claves de la ciudadanía, la ejemplaridad bien entendida; el conocimiento del pasado para mejorar el presente y planificar mejor el futuro; la identidad y el lógico vínculo, tan indiscutible en las sociedades más avanzadas, entre su pasado y su presente. Eso, por suerte, se cae a pedazos, y las nuevas generaciones ya no lo admiten".
En ese sentido, Daniel Balmaceda reconoce que "esas etiquetas terminan siendo injustas para cada una de nuestras figuras del pasado. Belgrano tuvo una actuación relevante y fundamental como economista. Su aporte no ha sido valorado en su justa medida. Tampoco, su acción diplomática y política. Incluso, su labor como militar. Este año, tenemos esa oportunidad de poner en la superficie todo ese cúmulo de actividades que ha desarrollado".
Convencido de que como sociedad tenemos una gran deuda pendiente con los padres fundadores de la patria, el director del Instituto Nacional Belgraniano, chozno de quien le legó su nombre, Manuel Belgrano, ansía en este año de conmemoración la unión de los argentinos en pos de la construcción de una gran nación.
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