Él le prometía separarse y no cumplía; ella viajaba para olvidarlo, pero el destino los volvía a reencontrar: “El amor no es un cheque en blanco”
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Cuando Micaela lo vio por primera vez, él vestía “traje de pingüino”, como solía llamarlo. Ambos habían sido contratados por el mismo hotel, Nicolás para trabajar en la recepción y ella como adicionista en el restaurante. Cierto día coincidieron en el ascensor, un instante que Mica jamás olvidará en su vida: “Todavía está en mi cabeza, quedé encandilada, me encantó”, recuerda.
Aquel día la charla había sido fluida y desde entonces las conversaciones y las risas abundaban cada vez que se veían. Pronto llegaron algunas salidas y, con cada encuentro, la atracción se intensificaba, así como los besos, las palabras y la pasión: “Me enamoré hasta desgarrarme el corazón”, confiesa Micaela.
“Tenía 24 años, creía en el amor”
Nicolás no tardó en confesarlo: estaba casado. Y aunque Mica entendía que debía salir corriendo, la partida ya estaba perdida, su corazón solo latía por él y parecía no tener otra opción más que ilusionarse con sus promesas, dulces palabras en las que él le aseguraba que se iba a separar, promesas que ella creía, cegada por el amor: “Esperaba todas las noches su llamado, tenía 24 años, creía en el amor”, recuerda Mica, con melancolía.
Los meses pasaron, la separación no llegaba y Micaela se balanceaba entre la esperanza y el dolor. Nico, a escondidas, iba a su casa cada día a la madrugada, antes de entrar a trabajar, una situación que con el tiempo comenzó a perder la magia, tapada por un manto de mentiras y tensión: “No pude soportarlo, lo dejé”.
Lo cierto era que el corazón de Mica aún latía por él, pero su mente por fin había podido ganar la pulseada. Con el tiempo no llegó el olvido, aunque sí otro hombre, con quien se casó y se fue a vivir al exterior en el 2001. Mientras tanto, Nico, se vio arrastrado por una profunda depresión.
Micaela regresó a la Argentina embarazada. Luego llegó su segundo hijo, con quien tuvo que atravesar complicaciones que, por fortuna, superaron. Conmovida por el accionar de la clínica, la mujer compartió su experiencia junto a una foto de su hijo en Facebook, y fue entonces que Nicolás volvió a entrar en escena. “Tan bonito como la madre”, comentó en la imagen. Líneas que provocaron un vuelco en el corazón de Mica, pero que nunca contestó.
Un matrimonio roto, un encuentro inesperado y un deja vu: “¿Otra vez?”
El tiempo transcurrió lento, complejo, cargado de una atmósfera donde, para aquella mujer que a los 24 años creía en el amor, ya todo estaba roto. Su matrimonio tampoco funcionaba y, una vez más, tomó coraje y se separó. Era lo correcto para la familia, era lo justo para su marido, era lo más sano para todos. Aun así, Micaela no contactó a Nicolás, el dueño de sus pensamientos. La vida, sin embargo, decidió sorprenderla.
Sucedió un día, cuando al ingresar a un local, Mica escuchó una voz que le decía: “Adelante, señora”. Giró su cabeza y allí estaba Nico, el mismo de siempre, los años no habían pasado. Tomaron un café, caminaron y se despidieron. Luego llegó su llamada, una cita y el reencuentro con la pasión: “Seguía tan enamorada como el primer día”, suspira ella.
Pero como si se tratara de un deja vu, la mala noticia no se hizo esperar: él seguía casado. Micaela se hundió en un llanto contenido por años que le desgarró el alma, ¿otra vez? Sí, otra vez retornaron a ese hábito de antaño de las citas ocultas, la relación caótica, donde ella, cada vez que él se iba, ingresaba a su hogar poseída por el llanto: “Decidí irme al extranjero para olvidarlo, vivir la vida, todavía era joven”.
Un intento fallido de irse para olvidar: “Yo seguía, lo amaba tanto que aceptaba todo”
Lejos de la Argentina, Mica conoció a Felipe, un hombre bueno, él la quería, la cuidaba, aunque desde el principio supo que ella era incapaz de olvidar al amor de su vida.
Cuando el 2014 arribó, Micaela regresó a Buenos Aires, fue allí que se enteró de que Nico había volado a buscarla, pero que una amiga en común lo había frenado en destino: “No la veas, está de novia, bien. No le hagas la vida miserable”, le dijo.
De este suceso se enteró de la boca del mismísimo Nico, quien fue a buscarla al trabajo cuando se enteró de su regreso a la Argentina: “Por fin estaba separado, viviendo solo y retomamos lo que habíamos dejado años atrás”.
Ocho años estuvieron de novios, tiempos en los que jamás convivieron, Nico decía que no estaba preparado para armar una familia, que ya era grande para revolcarse en la arena con los hijos de Micaela: “Yo seguía, lo amaba tanto que aceptaba todo”, confiesa. “La relación maduraba, pero no avanzaba, entonces, una vez más, decidí irme. Duré tres meses y cuando volví me estaba esperando en el aeropuerto con un ramo de rosas. Lo abracé, lo amé, lo perdoné. Mejoramos nuestras diferencias, nos reíamos como nunca antes. Me agarraba de la mano en la calle, conocí a su familia, amaba a mis hijos y hasta convivimos por primera vez durante treinta días”.
El amor no es un cheque en blanco: “Llevamos 25 años perdiéndonos”
Por fin todo parecía fluir en armonía, pero había algo que no cambiaba, seguían de novios, cada uno en su casa y se veían los fines de semana. Mica sentía una opresión extraña en el pecho, una sensación que le impedía abrazar una felicidad por completo.
Cierto día de enero, Nico partió para escalar el Aconcagua, donde pasó un mal momento y creyó que moriría. Entonces pensó en Mica, en que si algo le pasaba quedaría sola y sin nada, y no lo creyó justo: “Fue entonces que volvió apurado y me llevó al registro civil para hacer los papeles de convivencia, cosa que no pudimos concretar porque me olvidé el documento”, cuenta. “Quiso casarse, pero, en el fondo, siempre sentí que nunca tuvo la valentía de comprometerse de verdad, por voluntad propia, siempre había una excusa y ya no creía en sus motivaciones”.
Una mañana Micaela le dijo que necesitaba irse de viaje unas semanas. Se quedó fuera del país más de lo prometido. Ella lejos, él en Argentina, hablaron del pasado, de las frustraciones, de los sueños que nunca se cumplieron, lloraron por teléfono. La relación había llegado a su fin.
“Quizás volvamos, quizás no. Prometió llamarme para tomar un café. Voy a esperarlo, me duele pensar que lo perdí nuevamente. Llevamos 25 años perdiéndonos. Él me dice: el amor no es un cheque en blanco, y yo le contesto: el mío tiene portador. Ojalá pueda perdonarme”.
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