Mamita: el nuevo reducto de la inmortal bohemia porteña
Es el lugar elegido por rockeros, actores, cineastas y diletantes nocturnos que encontraron un ecosistema de acción y tranquilidad (todo a la vez)
Olleros y Álvarez Thomas. Sábado. Tres de la mañana. Una fauna sin pedigrí ni ansias de tenerlo se hace presente en Mamita, el bar aglutinante de una manera de sentir la noche y el rock nacional de los ochenta, su época más afamada. Hay de todo: veinteañeros recién salidos de las productoras de la zona con ganas de "relajar", canosos con mil batallas encima y alguna que otra por ganar, vampiros de incógnito y no tanto, mujeres guerreras y de armas tomar, cineastas varios con más películas en el debe que en el haber, actores populares en libertad, ex futbolistas, amigos de toda la vida, extraños habitués, adictos de la calle, madrugadores trasnochados, gente del palo.
"Si algo me gusta de este lugar es que podés venir y realmente pasarla bien", dice Luis Luque -villano favorito de la tele- campeando el invierno más crudo en 30 años desde las mismas mesas de la vereda. Está bien acompañado y habla con soltura. Por el momento, no le hace falta entrar. Pero cuando mira hacia adentro y divisa a Norman, responsable primero y final de este bronce preciado llamado Mamita, en su cara curtida se dibuja una sonrisa: hay amistad. "Conozco a Norman desde hace años. Y venir acá me da tranquilidad", casi que agradece.
Y eso que tranquilidad, lo que se dice tranquilidad, no es lo que sobra en Mamita: el bar de moda entre los treinta y pico y cuarenta y pocos que crecieron disfrutando a Charly, Virus o Los Abuelos en los ochenta; protagonizaron sus propias experiencias rockeras en el circuito alternativo y no tanto de los noventa (de La Portuaria y Ratones Paranoicos a Illya Kuryaki y Los Visitantes, la experiencia fue amplia); y, tras un remanso en los primeros dos mil (algunos se casaron, otros simplemente perdieron el rumbo o el tiempo), volvieron a las andadas en esta segunda década. A reclamar lo que es suyo. "No sé qué me pasó, pero en un momento dejé de salir y cuando me quise acordar ya no quedaba nada de lo que me gustaba", dice por ejemplo Ricardo, 39 años, campera de cuero, remera a rayas y flequillo a lo Juanse que en los años menemistas solía habitar Prix D'Amí (luego Dr. Jekyll). Y que recién con Mamita (y tras separarse y entrar en crisis) pudo reencontrarse con un estado de ánimo y una pertenencia similar. "Poné que volví a vivir", ordena tras cortar intempestivamente la charla e internarse en el barullo de este bodegón reconvertido en bar y reducto de los que querían rock y no les daban. Hasta no hace mucho.
¿Es tan así? ¿Es Mamita el reencuentro de esa mística romántica y moderna que por ejemplo Laura Ramos registraba en sus columnas del Suple Sí y nos tenía a espiando -a través de ella- los apogeos y caídas de esa farándula rockera de los ochenta? Seguramente algunos personajes y sustancias se repiten, pero el contexto inevitablemente es otro. Más que el reencuentro prevalece el remedio. La dosis exacta del mejor Charly García o Fito Páez y de los que con estilo saben portarse peor. Una clientela variopinta y unida por el mismo amor a esa era icónica del rock nacional que custodia Olmedo desde una gigantografía apenas se cruza la entrada. Y que en sendas imágenes de Maradona, Pappo haya frases impresas como, "todos critican lo que tomo, pero nadie sabe la sed que tengo", refuerzan a cada paso que se da. "Vengo a Mamita porque acá encontrás, antes que nada, hospitalidad. Y en eso tiene mucho que ver Norman", dice Juan Palomino, uno de los tantos actores del palo que sabe darse una vuelta temprano por el bar (otros habitués, depende del día, puede ser Beto Casella, Javier Calamaro, Claudia Puyó, Willy Crook o Gustavo Cordera). Y que -al igual que antes Luis Luque- pondera la figura del dueño de Mamita como razón primera de su presencia ahí. "El agradecido soy yo", se excusa el propio Norman, especie de druida motoquero con lentes redondos a lo John Lennon, pelo largo a lo Norberto Napolitano y anillos saltones a lo Ozzy Osbourne (o sea, un personajón de aquellos), que desde su posición de líbero en la barra parece conducir los ánimos musicales del bar. Un cabeceo para allá y lo que suena es Los Abuelos de la Nada. Un cabeceo para acá y lo que llega es Charly. Una sonrisa socarrona en posición firme y lo que va es Virus o Calamaro.
"Acá si tenés suerte y caés el día adecuado te encontrás con mini shows de algunos de los músicos que nos visitan", dice Leo Ramírez, hermano de Norman y mano derecha dentro del bar, además de testigo de varios momentos más álgidos; cuando los primeros rayos ya pegan contra el asfalto y en Mamita la noche con las persianas bajas.
"Mi hermano es muy querido porque es un tipazo. No vas a escuchar a nadie que diga lo contrario", agrega sobre el hombre que hace unas semanas -por el día del amigo- se lo pudo ver ofreciendo un asado masivo a los oyentes de Coco Sily (a quien cobijó en su pieza cuando el actor y humorista anduvo en la mala) en las afueras de Radio Pop. Y que los rockeros (no al revés) se desviven por abrazar apenas llegan.
"En Mamita no hay VIP. ¿Para qué? Si nadie se avalanza sobre nadie...", suelta el mandamás, que aparece con su nombre real en "Casa con 10 pinos", el cuento de Fabián Casas, y que vive en la planta alta de Mamita, su paraíso en tierra mechado con infierno.
"Más de una vez me tuve que despertar con los ruidos de alguna pareja amiga haciendo de las suyas. Pero no me quejo. Es lo que elegí y lo que me gusta", dice Norman.
Hombre de códigos, supo ganarse la amistad sincera de los protagonistas de la Buenos Aires más nocturna cuando regenteaba Salomé, mítico cabaret porteño, y de su boca nunca se escuchaba un chisme. Le iba bien, cuenta. Y las chicas lo querían. Pero un día se cansó y puso este bar hoy de moda para seguir trasnochando, como Dios manda, aunque ahora con más rock nacional y algunos embrollos menos.
"Encontrarte en algún lugar/ aunque sea muy tarde/ tantos odios para curar/ tanto amor descartable", canta Federico Moura mientras las parejas a punto de constituirse se miran y se rondan, y las ya constituidas aprovechan los espacios liberados más temprano por las mesas para reencontrarse de otra manera.
Nadie o casi nadie parece pendiente de chequear el Facebook (mucho menos el Instagram) pero sí de quienes tiene alrededor. Almas rockeras en estado alerta y de seducción. "Poné ?gente que la pasó', vuelve a ordenar Ricardo, el del flequillo a lo Juanse, que reaparece de repente entre el barullo de gente, y sonríe con la prestancia de quien sabe dar con las palabras adecuadas. En Mamita, evidentemente, el tiempo pasa de otra manera.
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