Uno de los tres hijos de Carina le hizo esa pregunta cuando se enteró que tenía cáncer. Descolocada, ella le contestó de una manera muy particular y le aseguró que iba a hacer el tratamiento porque era el paso hacia la cura.
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El lunes 25 de octubre de 2010 Carina Jaton, que en ese momento tenía 36 años, estaba hablando por teléfono con una mamá de un compañero de escuela de su hijo más chico cuando, de repente, se tocó la zona del cuello, justo arriba de la clavícula, y palpó un bulto que le sobresalía.
Como le había llamado la atención que esa hinchazón no le doliera, enseguida pensó que no era algo para dejar pasar con lo cual al otro día fue a consultar a la guardia de un sanatorio privado en Temperley. “El médico solo palpó el ganglio, no me mandó a realizar ningún estudio y muy seguro me dijo que era una contractura. Me recetó diclofenac cada ocho horas y me sugirió que si persistía la inflamación consultara con mi médico de cabecera. Salí de la consulta muy enojada”.
-Viste que es una contractura, es porque esta semana estuviste manejando mucho -le dijo Mariano, que en ese momento era su marido.
-Ese médico no tendría que estar ahí ya que cualquier persona sabe que una contractura duele y esto a mí no me duele -atinó a responderle Carina, visiblemente molesta.
“Tenés un cáncer maligno y no es operable”
A los pocos días Carina y Mariano fueron a una clínica en CABA donde la atendió una doctora de guardia que la revisó, le formuló unas preguntas “claves” y la mandó de urgencia a realizarse análisis de sangre y ecografía de cuello. Posteriormente le hicieron una biopsia.
“El 29 de noviembre era el día en el que tenía que retirar los resultados de la biopsia. Mi amiga y hermana del corazón Valeria Vargas había venido de Bariloche a visitarnos, ese día decidimos ir a pasear por la Av. Santa Fe, ver vidrieras e ir a tomar algo. Pasamos por la puerta del laboratorio donde tenía que retirar el estudio y no pude con mi genio y lo retiré (a pesar del pedido de Mariano de que no los retirara ese día, que luego irían juntos). Al abrir el informe me encontré con la palabra Linfoma de Hodgkin, pero fue como no haberlo leído”.
-Tengo el informe -le dijo Carina al médico que la estaba atendiendo.
-Vamos a verlo -le contestó, muy amablemente.
-¿Me estás diciendo que es cáncer?
-Sí. Tenés un cáncer maligno y no es operable.
-Por favor, no me digas más nada.
“Salimos de la clínica y llamé a mi ex, le pedí perdón por retirar el estudio y le conté del diagnóstico. Lo primero en lo que pensé fue en mis hijos y en cómo la vida me mostraba que ahora iba a tener que luchar para seguir viviendo”.
La pregunta menos esperada
Esa tarde cuando llegó a su casa, Carina habló con sus dos hijos más grandes (Julián tenía 14 y Ludmila 12), mientras que dejó que a Máximo (9) se lo comentara su psicopedagoga.
-¿Ma: podemos hablar? -le preguntó Julián al día siguiente.
-Sí, claro -le contestó Carina.
-Yo necesito saber la verdad. ¿Te vas a morir?
-Eso no te lo puedo decir porque por ahí te digo que no y salgo a comprar y al cruzar la calle me atropella un auto y me muero, nadie sabe cuándo se va a morir. Lo que si te puedo asegurar es que voy a poner todo de mí y voy a hacer todo el tratamiento porque ese es el paso para mi cura -le dijo Carina, con un nudo en la garganta.
“Tomé su pregunta con asombro, por su sinceridad, al preguntarme sin rodeos algo tan fuerte, me di cuenta que él solo quería saber la verdad para contener a sus hermanos por cualquier cosa, siempre fue muy maduro y responsable inconscientemente sobre ellos. Luego de eso jamás volvimos hablar sobre la posibilidad de mi muerte”.
“Jamás me pregunté `¿por qué a mí?`”
Carina sabía que su tratamiento, en principio, iba a contar con seis sesiones de quimioterapia y que luego le realizarían un PET para ver de qué manera seguía. “Comencé la primera quimio un 23 de diciembre de 2010, mi hematólogo Patricio Duarte ya me había dicho que perdería mi cabello, que tendría nauseas, calambres, saliva pastosa, a lo cual no le di mucha importancia, solo sentía que ese era el paso para mi cura y que cuanto más rápido comenzara el tratamiento, más rápido estaría desactivando la bomba que sentía que tenía dentro de mí. Jamás me enojé con la enfermedad, jamás me pregunté ¿por qué a mí?, solo me visualizaba curada. No tuve miedo, sí respeto y nunca me sentí con culpa o responsable de lo que me estaba pasando”.
Carina cuenta que durante el tratamiento se mostró muy positiva, aunque dice que fue muy fuerte cuando comenzó a caérsele el pelo, tras la segunda quimio. “En ese momento fue cuando vi cara a cara a la enfermedad, ahí es cuando lloré y me vi enferma. Mi hija que se había ido de vacaciones con su tío y mi sobrina al volver me encontró con un pañuelo que cubría mi cabeza, fue fuerte para ella, recuerdo ese momento y aun me duele. La angustia que vi en sus ojos fue terrible y con su corta edad me propuso ir a raparse para acompañarme en mi transitar. Yo le dije que no, que ya iba a crecer, que no había necesidad de que ella se rapara, que esto iba a pasar. Tuve gente maravillosa a mi lado: mis hijos y Mariano que fue incondicional y el mejor compañero, no me soltó nunca la mano. Mi ex suegra a quien también le estoy agradecida, mis hermanos, y los amigos que estuvieron en cada instante, en especial a Valeria Vargas y a Javier Berdnarik”.
Buenas noticias
El 11 de marzo de 2011 a Carina le hicieron la sexta quimio y casi un mes después el primer PET que arrojó que no había más células cancerígenas en su cuerpo, aunque si había parte residual de las quimios por lo cual su médico le indicó 17 sesiones de rayos.
Una vez que finalizó con la radioterapia, el nuevo PET trajo las mejores noticias: no había rastros de células cancerígenas ni parte residual de las quimios. A partir de ese momento comenzó con los controles cada seis meses, durante cinco años. “Cuando pasó ese tiempo me dieron el alta definitiva. Agradecí a Dios en la iglesia del Padre Mario en una misa, me abracé con mis hijos y con Mariano, me permití llorar de emoción y de agradecimiento”.
“Me reconcilié conmigo misma”
Carina confiesa que hubo un antes y un después de superar el cáncer como, por ejemplo, el hecho de vivir intensamente cada momento y no dejar de hacer cosas o de expresar los sentimientos a las personas que están a su lado. “Es lógico que sigo cometiendo errores, pero trato de que sean los menos posibles. Vivir sin dejar algo pendiente y luchar por lo que amo. Me reconcilié conmigo misma. Dejé amistades que me miraban con lastima, hoy elijo calidad y no cantidad. Me enseñó y me enseña todos los días el haber transitado el cáncer, porque de eso se trata estar en remisión. Saber que al llegar al final de cada día, limpio mi pizarra sin dejar algo pendiente”.
Después de su separación con Mariano, Carina se fue a vivir a Puerto Madryn (Chubut) y en esa ciudad, cuenta, conoció a Javier, de quien se enamoró desde el primer día en que se vieron. Trabaja como secretaria de un médico cirujano plástico y en estos años se hizo de nuevas amistades con quienes comparte mateadas y caminatas en la playa.
A las personas que se enteran que tienen cáncer Carina les diría que, en primer lugar, no se enojen con la enfermedad, que vean al tratamiento como el paso hacia la cura. “Que se visualicen curados, que no busquen información por Internet porque no todos los casos son iguales y eso contamina, que confíen en el profesional que los atiende y si no están conformes que busquen una segunda opinión en otro profesional. Es importante no sentir lástima por uno mismo, no hay que victimizarse y hay que seguir con su vida cotidiana. La aptitud es fundamental y es muy importante tener la capacidad de realizar el tratamiento de forma positiva para que sea efectivo”.
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