Maha Mamo: la vida de una apátrida
Al igual que otras diez millones de personas, ningún país la reconoce como ciudadana. A los 29 años, cuenta por qué, para el mundo, ella no nació
Si alguien se entera, sus padres irán a la cárcel. No puede contárselo a nadie. Tampoco preguntar por qué. Es 1994 y, en un departamento de Beirut, Líbano, una niña de seis años llora porque quiere participar en una competencia intercolegial de atletismo, pero no va a ir: correr para empujar con la panza la cinta de llegada no parece divertido si termina con tu mamá presa.
–En mi escuela competía, pero no conseguía hacerlo fuera. ¿Por qué? ¡Si tenía buenas notas! Luego comencé a jugar al básquet. Cuando tenía quince años, unos reclutadores se acercaron a hablarme; era buena jugando. Mis padres me dijeron que ni lo soñara. Que era imposible. Recién ahí empezaron a explicarme un poco, empezamos a hablar.
Maha Mamo es hija de un peón de mudanzas y una ama de casa. Pero también es hija de una musulmana y un cristiano que se enamoraron en Siria. Como allí ese casamiento es ilegal, migraron al Líbano, donde se casaron, aunque no pudieron registrar la unión. Ahí nacieron Maha y sus dos hermanos, Souad y Eddie.
Quien lo cuenta es Maha, sentada en una sala de la oficinas que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Los Refugiados (Acnur) tiene en Buenos Aires. De su mochila, apenas llega, saca una bandera de Brasil y la acomoda sobre sus hombros, a modo de chal. Luego la deja sobre el respaldo de la silla.
-¿Por qué no sos libanesa?
-Una persona obtiene la nacionalidad por sus padres o por el territorio en el que nació, pero no ocurre eso en el Líbano: sólo concede su nacionalidad si tu padre es libanés.
-¿Y si tu madre fuese libanesa?
-No: sólo registran a hijos de padre libanés.
-¿Qué dice tu partida de nacimiento?
-No tengo.
Maha Mamo tiene 29 años, no es siria ni libanesa. Para el mundo, Maha no nació. Ella es, junto a otros diez millones de personas, lo que el Acnur llama apátridas, personas a las que ningún país reconoce como ciudadanos.
A nivel mundial, la problemática no es tan visible como la de los refugiados, porque el apátrida es un fantasma: al no tener papeles que acrediten su identidad, no puede ir a la escuela, abrir una cuenta bancaria ni casarse. O atenderse en un hospital.
La mayoría de ellos surgen como consecuencia de desplazamientos forzados, es gente que debió abandonar su país sin documentos, como fue el caso de la Guerra de los Balcanes, por la que los yugoslavos huyeron de su tierra y, al regresar, su país ya no existía: Yugoslavia mutó en Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Serbia.
El limbo de la apatridia es tal que la cifra de diez millones de Acnur es un estimado, ya que la información recolectada por gobiernos y reportada se limita a 3,2 millones de personas en 75 países. La solución natural es que adquiera una nacionalidad, pero para eso necesita la documentación de su país de origen.
Por caso, la Argentina, un país en el que es sencillo acceder a la naturalización, requiere dos años de residencia ininterrumpida y la partida de nacimiento legalizada por el consulado argentino en el país de origen del… apátrida. Se desconoce en nuestro país cuántos hay, porque no existen cifras. Sucede que no hay un procedimiento de determinación de la apatridia; entonces es imposible que haya estadísticas. Lo que sí hubo, en marzo de este año, fue un proyecto de ley en el Senado para fijar un procedimiento para la calificación y cuidado del apátrida, pero no prosperó.
Hoy, en el mundo, veinte personas por minuto se convierten en nuevas desplazadas: desde 1997 hasta 2016, pasaron de 33,9 millones a 65,6 millones.
En muchos países, por su legislación, no inscribir en un plazo determinado un nacimiento también puede ser causa de apatridia. Lo mismo sucede simplemente por lejanía: un bebe puede ser apátrida porque su familia vive lejos de la ciudad y no tiene dinero para viajar a inscribirlo y ese Estado no tiene brigadas móviles (un Estado que se acerque a ellos, no ellos al Estado). También hay apátridas por causas religiosas: ese es el caso de Maha.
-Si uno de tus padres renunciaba a su religión, ¿tus hermanos y vos hubiesen tenido la ciudadanía?
-Sólo si mi papá se hacía musulmán.
-Si él renunciaba, vos serías siria.
-Sí. Pero lo entiendo, él debería cambiar de nombre, de lugar y de trabajo. La guerra civil de Oriente Medio es de religión. Las ciudades son religiones. En una son solo musulmanes, en otra solo cristianos. Aunque hoy hay un poco de mezcla. Es la lectura de los extremistas, a partir del Corán. Si matan a mi mamá por casarse con un cristiano, no hay problema; nadie irá preso. Y si es al revés, lo mismo. Es la ley siria, la sharia. Ese fue el miedo de mis padres. Por eso se mudaron al Líbano; era más abierto allí.
-¿Por qué debería cambiar de nombre tu papá?
-Mi papá se llama Jorge: Es Santo Jorge. Su nombre lo identifica como cristiano.
El miedo a que sus papás fueran presos –¿acaso hay terror mayor, siendo niño, a perder a tus padres? ¿Y perderlos por tu culpa?– fue perdiendo fuerza con los años. Ya adolescente, Maha habló fuera de casa. Le contó a su amiga Nicole que tenía un problema, aunque no sabía bien cuál era. Tenían 15 años. Y conexión a Internet.
–Le escribí una carta al presidente del Líbano. Mis padres no sabían nada, sólo Nicole y yo. Le decía que no podía jugar al básquet (ríe), que no tenía documentos, que mis papás eran sirios, pero que yo había nacido en el Líbano. Me respondió que no podía ayudarme, que escribiera al Ministerio del Exterior. Escribí y fui. Pero no conseguí entrar: me pedían documento.
Entonces se acercó a la embajada siria. Allí dio con una abogada a la que le contó su historia. De regreso a casa, Maha convocó a sus padres y hermanos a la mesa sobre la que dejó caer un pilón de hojas: era toda la investigación que había hecho. El padre se enojó muchísimo, entendía que los había puesto en riesgo. La mamá se sorprendió y pensó, ¿será que hay esperanza?
Como ese contacto no prosperó, Maha buscó otras soluciones. Con sus hermanos juntó dinero –a escondidas de sus padres– para pagar por contactos que prometían ayudar. Aseguraban tener conexiones políticas. Los hermanos Mamo aprovecharon todas las oportunidades para existir. Eso era lo que hacían: pagar para existir. Así perdieron cerca de siete mil dólares en manos de varios estafadores. El papel que dijera al resto del mundo lo que ellos ya sabían, que eran Souad, Maha y Eddie Mamo, ciudadanos de donde sea, pero ciudadanos, valía cada centavo.
-Cuando terminaste el colegio, ¿sabías qué querías estudiar?
-Sí: quería estudiar Medicina. En la primera universidad que consulté me tiraron mis papeles en la cara: ahí decía que mis padres son sirios. Era 2005, habían matado al primer ministro libanés (Rafic Hariri); los libaneses querían a los sirios fuera. Con Nicole anotamos todas las universidades que había en el Líbano y fui a todas. Sólo una me aceptó, pero no tenía Medicina.
-¿Qué estudiaste?
-Ingeniería en computación y telecomunicacioes.
Para poder pagar la universidad, que era privada, Maha comenzó a buscar trabajo. Al escribir su curriculum vitae obviaba la nacionalidad. Ese olvido explícito tenía una sola finalidad: asegurarse de acceder a la entrevista y poder contar su situación. Así fue que llegó a LG Electronics, donde un japonés muy amable le dijo que le encantaba su perfil, pero que precisarían que viajara para entrenarse. Era imposible: Maha no tenía pasaporte. Entonces la universidad en la que estudiaba la tomó como empleada, pero no le daba dinero: con su trabajo Maha pagaba su cuota. Para vivir, Nicole le prestaba su identidad: para comprar un teléfono o para entrar a un boliche, Maha era Nicole: tenía una cédula y hasta cuenta bancaria a su nombre.
–Pero no podía soñar. Trabajaba, estudiaba. Posiblemente, ahorraría. Pero, ¿para qué? ¿Viajar? No podía salir del país.
Como la embajada de Siria jamás respondió, Maha fue por más y googleó: “embajadas en el Líbano”. Y escribió a todas. La primera que respondió fue la de los Estados Unidos. Fueron ellos quienes le dijeron que se contactara con Acnur. Maha sabía que era “para refugiados, y yo no era refugiada”. De todas maneras, pidió una cita. Habló durante horas y una chica tipeó y tipeó. Hasta que lo escuchó:
– Sos apátrida.
– Fue la primera vez que escuché esa palabra. Volví a casa y lloré muchísimo. Pero al menos sabía algo: lo que me sucedía tenía un nombre. Volví a la carga con las embajadas. Suiza no funcionó; me pedían contacto de tíos y primos y no los tengo. La familia de mi papá no quiere a la de mi mamá, y viceversa. Rechazaron mi asilo. Canadá: Quebec es el sueño de todo libanés; hablamos francés, hablamos inglés, yo tenía estudios. Me dieron cita y en la entrevista dijeron que mi perfil era perfecto, pero, “¿en qué documento pongo tu visa?”. En la embajada de México conocí a un hombre maravilloso. Lo único que debía hacer yo era conseguir un trabajo y casa en aquel país. ¡Y lo conseguí! Fue a través de una chica que conocía de los scouts –¡soy scout!–. Ya en casa les conté a mis padres todo lo que había hecho, todas las embajadas a las que había escrito y visitado.
-¿Cuál fue la reacción?
-Mi papá dijo que pagaría mi ticket a México: pensó que yo bromeaba. Mi hermana mayor no podía creer lo que había hecho. Me pidió que le enviara el mail que había escrito para presentarme ella en embajadas.
En la casa de los Mamo, la navidad de 2013 no era muy feliz. Al menos para Maha: lo de México debería esperar un tiempo más. Pero en la bandeja de entrada de su hermana había un mail de la embajada de Brasil; le pedían que llevara a las oficinas todos sus papeles, porque de allí se iría con un pasaporte a su nombre.
–¡Fue una locura! ¡Qué emoción! Yo había escrito a la de Brasil también, pero depende quién lea el mail tenés suerte o no. Pero mi hermana no fue a la cita. Me enteré porque la escuché hablando con una amiga. Le dio miedo. Yo no podía creerlo, hacía dos años que estaba intentándolo. ¡¿Ella consigue una oportunidad y no la aprovecha?! ¡¿Cómo no iba a ir?! Eso fue un jueves, la hice ir. Regresó a casa y le compré un ticket para el lunes siguiente. Ahí, en Facebook, puse “Brasil”. Una amiga mía había estado en las jornadas de la juventud con el Papa. Allí la recibió Emilinha y su familia, en Minas Gerais, Belo Horizonte. Así que ya tenía lugar donde alojarse.
Souad fue la primera en llegar a Brasil. Estuvo sola y muy deprimida hasta septiembre de 2014, cuando finalmente llegaron Maha y Eddie. Los tres, juntos, vivían en el piso de arriba de la casa de Emilinha. Al buscar trabajo los Mamo se toparon con una barrera enorme: el idioma. Souad comenzó a trabajar en una panadería al tiempo que Maha y Eddie repartían la revista de un supermercado. Así, caminando la ciudad, descubrió que todas las calles tenían nombre.
-¿En el Líbano no tienen nombre las calles?
-No, sólo las principales. Para indicar un lugar decís “del restaurante de tal esquina, tres cuadras”.
-¿Qué sabías de Brasil?
-Fútbol, mujeres hermosas y carnaval.
El portugués lo fue aprendiendo de a poco. De los tres hermanos, es la que más lo hablaba. También es la más social, “Para aprender un idioma debés hablarlo”. Su Instagram da cuenta de las clases aprendidas sobre servilletas de bares: Bom dia: until 12. Boa tarde: after 12.05. Boa noite: after 18.
-¿Qué le pasó a Eddie?
-Él estaba en Belo Horizonte, yo en San Pablo (trabajando en una granja). El plan era llevarlos conmigo a él y a Souad a trabajar allí. Una noche, Eddie salió a cenar con un amigo. De regreso, en el auto, tres adolescentes aparecieron de la nada y le pusieron un arma en la cabeza. Le pedían su reloj y su billetera. Estaban muy drogados. Mi hermano intentó explicar que era extranjero. Cuando sacó su documento RNE (Registro Nacional de Extranjero), para demostrarles que no les entendía, le dispararon. Murió en el auto. Era el primer documento que Eddie tenía en su vida.
-¿Algún día pensaste que fue un error ir a Brasil?
-Nunca. Yo creo en Dios. Hubiese sucedido aún en el Líbano, durmiendo en su cuarto. Creo en el destino. Creo que su misión era llevarnos a Brasil.
-Si me preguntan qué soy, respondo “argentina”. ¿Qué respondés?
-Apátrida.
-Antes de saber qué era apátrida, ¿qué respondías?
-No sé. Me sentía libanesa. Pero respondía “no sé”.
-¿Ahora de dónde sentís que sos?
-Apátrida.
-¿Querés ser brasileña?
-Es mi sueño. Estoy en este mundo para cambiar algo. No podré cambiar la vida de diez millones de oersibas, pero si cambio diez seré feliz. Acnur tiene una campaña , “Yo pertenezco”, para terminar con la apatridia en 2024. Creo que podemos hacerlo.
-¿Cuándo serás brasileña?
-Como están las cosas ahora, no sé. Para obtener la autorización se precisa certificado de nacimiento, que no tengo y documentos que aún no tengo. Pero están trabajando una nueva ley de inmigración que tiene un capítulo sobre apatridia para facilitar la naturalización. Puedo soñar con que sí. Sé que sí.
-Maha, ¿cuál es tu Dios?
-Dios. Sólo Dios.
-¿Sos musulmana? ¿Sos cristiana?
-Dios. Sólo Dios.
-¿En qué creés?
-Dios. No me importa la religión. Creo que lo que me pasó a mí es porque tengo una gran fe. Mi fe era tan grande que conseguí vivir en Brasil.
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