Maestro de actores
Egresar de su escuela de teatro equivale a graduarse con honores. Agustín Alezzo cuenta que su vida ha sido un melodrama y, mientras sigue formando talentos, es uno de los directores más prolíficos del país
¿Sabe? El otro día –confiesa con pudor– un taxista me miró por el espejito y me reconoció. Me preguntó si era Agustín Alezzo. Es curioso. También una señora me saludó en la fila del cine. Me dijo que había visto una obra mía. Hasta el año pasado, estas cosas no me ocurrían." Desde la mecedora de su living cuenta la anécdota este hombre cuyo nombre es sinónimo del mejor teatro argentino. Cultor del perfil bajo, docente de excelencia y director prolífico, recibió la máxima distinción de la Asociación de Cronistas del Espectáculo, el ACE de Oro, en la última entrega del galardón. A partir de este hecho, intuye, logró un reconocimiento popular a sus 78 años, tras más de medio siglo de trayectoria.
Por las aulas de la escuela que dirige Alezzo pasaron actores de la talla de Julio Chávez, Leonardo Sbaraglia y Muriel Santa Ana, entre otros, y muchos más entrenaron con él en cursos y seminarios más acotados que el programa de 4 años que propone. Egresar de su estudio equivale a graduarse con honores de alguna universidad de la Ivy League. Es, junto con su amigo Augusto Fernandes, el último de los mohicanos de los docentes de actuación, es decir, miembro de aquella generación que se educó con la maestra austríaca Hedy Crilla ("Nos hicimos amigos y almorzábamos todas las semanas, siempre, durante años"). Pero lo que hace único a Alezzo es que no solo ejerce el magisterio, sino que además combina esta actividad con la dirección.
Alezzo no es un hombre de muchas palabras y no regresa sobre sus dichos ni aclara. No es necesario. Sus respuestas son precisas. Escapan de toda coloquialidad, en un tono sereno. Enemigo de los absolutismos y extremos, quizá su muletilla más recurrente, como si de desmitificar y destruir máximas se tratase, sin tono didáctico, sino con la voz de la experiencia es no siempre. Por ejemplo, pudoroso con el prestigio que lo rodea, asegura: "No siempre se puede lograr este reconocimiento. Me supera. No lo he buscado. Y hay mucha gente que lo merece. En mi caso, no he hecho nada para que eso ocurriera".
En 2013 montó la reposición de Master Class, con Norma Aleandro, pero Alezzo apuesta de modo constante por el teatro independiente. Con el ego en equilibrio, no lo desvela el circuito comercial, a pesar de que recibe a menudo propuestas para dirigir en él. "Jamás toleraría que un productor me imponga un actor. Al elenco de mis obras, lo elijo yo." En este circuito, muestra actualmente El cuidador (El Camarín de las Musas), del Nobel de Literatura Harold Pinter. "Dígame, ¿qué le pareció?", pregunta con la curiosidad de un niño y cuenta entretenido que, tal como lo exige el guión, se rompe una estatua de un buda de cerámica por función. Custodiado en su sala por esa misma imagen religiosa, frente a su colección de películas en VHS, el director destaca que eligió llevar esta obra a escena "porque aparece un personaje de una generosidad total, pocas veces vista, y un hombre que está dispuesto a todo por su hermano".
En 1966, Alezzo fundó su escuela, luego bautizada, en 2005, El Duende, en honor a Federico García Lorca, cuando además se abrieron las puertas al público para ofrecer espectáculos. Director de esta cocina y laboratorio teatral, Alezzo menciona a su equipo: Lizardo Laphitz, Emiliano Delucchi, Nicolás Dominici y Francisco Prim.
¿Qué significa ser un maestro de actores?
Es acompañar un proceso que cada persona atraviesa de modo distinto, según sus necesidades. Requiere ver a la persona que está enfrente y qué necesita. Este trabajo nunca es rutinario.
¿Qué caracteriza sus clases? ¿Sobre qué aspectos hace hincapié?
Los actores vienen a trabajar sus dificultades, a hacer las cosas mal. Lo que se hace bien, no aparece en clase.
¿Cuál es su estilo como maestro?
Tengo muy buena relación con mis alumnos. Rehúyo a la solemnidad.
Pero suele tratarlos de usted…
Eso lo heredé de mi madre. Es bastante insólito. No lo pienso. También trato a la gente de vos indistintamente. Imposible explicarlo.
¿Existen los actores tocados por una varita?
Leo Sbaraglia, a quien conozco desde que tenía 14 años y ya era bueno. Jorge Marrale es un actor diferente. En el último tiempo explotó Julio Chávez, pero siempre se supo que era un actor extraordinario. Se notaba que era un chico con mucho talento. Empezó ganando premios y todo lo que ha hecho ha merecido más premios. Julio empezó en el Conservatorio y luego estudió conmigo. En el teatro existe el talento, hay gente que tiene condiciones naturales. Pero Julio es además un gran trabajador, nunca se descuida. Es incansable.
¿Qué consejo le daría a un joven actor?
Que trabaje sobre sí mismo, sobre su nivel cultural. Hay actores que no leen ni van al teatro o al cine. No lo entiendo.
Predica con el ejemplo. Alezzo confiesa que está leyendo ávidamente en busca de un nuevo material para representar, que ha visto casi todas las funciones de El cuidador, que va a menudo al cine, pero que, antes salía más: "Me cuesta movilizarme con mi pie izquierdo, se independizó de mí en 2003. Fue un tumor en la cabeza y la única secuela se manifestó en el lugar preciso que da órdenes al pie, porque la pierna me oye bien. Yo lo llevo a él, pero él no me lleva a mí", asegura con gracia y sin victimizarse.
"No siempre las cosas son como uno las organiza o las imagina. Van surgiendo otras que hacen que sean diferentes a lo que uno había imaginado." Alezzo regresa a su muletilla y empieza a hilar su historia. Advierte que es "demasiado larga", así que se limitará a narrar los hechos destacados y cuando sienta que se está introduciendo en un terreno demasiado íntimo, pronunciará "me quedo acá".
"Mire, mi vida es un melodrama." Los padres de Agustín Alezzo eran pampeanos. Santa Teresa, o Santita, como le decían a su mamá, pertenecía a una clase acomodada. Se enamoró de un trabajador del ferrocarril, que además tocaba el bandoneón en una orquesta típica. La familia de Santita se opuso, pero ella hizo caso omiso a las críticas, se casó con él y la joven pareja se mudó a Buenos Aires. Dos meses antes de que Agustín naciera, su padre murió de un cáncer fulminante. "Mamá, embarazada, con 23 años, para poder pagar la farmacia, el entierro y los médicos vendió todo. Ella tuvo esa educación de las «chicas bien» de los años treinta, es decir, donde no aprendían nada. Era trabajadora, pero no sabía hacer nada." Una familia rica amiga de Santita adoptó a la joven y al bebe. Agustín fue criado como un hijo por esos "padrinos", como él los llama, quienes le brindaron una infancia "extraordinaria", donde no le hizo falta nada, mientras estudiaba en el colegio San José.
A los 18 años, su padrino falleció y nuevamente su vida cambió. "Pasé de tener todo a no tener un peso." Por entonces comenzó a estudiar Derecho, ya que su madre desalentaba que estudiara actuación. Trabajó en la editorial Eudeba, fue tesorero de una escuela comercial, vendió casimires ingleses. Mientras tanto, ingresó en Nuevo Teatro. A los 29 años ganaba su primer sueldo como actor, en Andorra, dirigida por Juan Carlos Gené, y abandonaba para siempre el tedio de la abogacía.
¿Extraña la actuación? ¿Por qué no volvió a actuar?
No, en absoluto. Empecé a dirigir y me fue muy bien. No inmediatamente. Francisco Javier encontró La mentira, de Nathalia Sarraute. La produje y tardé un año en poder pagar esa puesta. El éxito vino a los dos años de haber comenzado a dirigir, cuando en el San Martín hice Romance de lobos, con Alfredo Alcón. Fue un suceso.
¿Cómo reaccionó su madre?
Ella, que era enferma por el teatro, empezó a reconciliarse con la idea de que me dedicase a esto.
A pesar del éxito, en 1964 Alezzo se marchó a Perú, donde vivió un año. La sala de La Máscara, su grupo teatral, fue clausurada por el gobierno de José María Guido. En el mismo edificio funcionaba la oficina de Las Damas de Beneficencia, integrada por la esposa del mismo Guido. La compañía inició un juicio contra el Estado. "Perdimos, por supuesto. Y decidí irme para siempre de Buenos Aires. Perú fue una idea para amenguar un poco la partida de mi país. Tenía amigos allí. Pero mi destino era Francia."
Alezzo debió regresar a la Argentina tras contraer tuberculosis. Pasó un largo tiempo en cama, hasta que se recuperó. Un gran honor lo ayudó a curarse: fue nombrado director de la Escuela Nacional. "Luego vino la época de López Rega. Tuve que irme. Ya por entonces identifiqué a un muchacho, hoy conocido como Julio Chávez."
¿Por qué se estudia teatro?
Las causas son infinitas: hay personas que realmente creen que tienen condiciones; otros, porque siguen su vocación; a algunos los manda el psicoanalista, y también están los que van a buscar chicos o chicas y piensan en la televisión y en la fama.
¿Es eficaz el teatro para vencer complejos?
Sí. Puede incluso quitárselos a una persona. El teatro ayuda a la desinhibición, porque el instrumento es uno mismo.
Es un trabajo de autoconocimiento.
Totalmente. Es un modo atractivo y sorprendente de descubrirse.
Alezzo le pide al jardinero que deje de cortar el pasto. El ruido lo interrumpe. En su casa de Palermo, que él mismo diseñó, allí donde funcionaba un taller, instaló su paraíso sin estridencias. Docente y director, encauza la vocación de tantos y marca la acción de los actores sobre el escenario, guía a artistas en la realidad y en la ficción. "Siento que tuve varias vidas dentro una misma. Dirigir tu propia vida, ese es el tema. No siempre –regresa a su muletilla– uno hace lo que quiere, pero lo he intentado."
Muriel Santa Ana
Hija del gran Walter Santa Ana, Muriel comenzó a estudiar con Alezzo a los 18 años. Su amiga Micaela Brandoni la convenció para que se inscribiera en el taller, y como indica el procedimiento de ingreso, fue convocada para una entrevista con Alezzo. "Él ha sido mi primer maestro, a través de quien vi y entendí el teatro. Claro que lo tenía a mi papá, pero con él no hablaba de cómo actuar ni de técnica. Agustín transmite que actuar es un acto de fe y eso me acompaña hasta hoy. Me enseñó a creer en lo imposible. Me costó tiempo y práctica poder entender la verdad escénica, lo que es estar presente y desatender la mirada ajena. De un tiempo a esta parte estoy haciendo carne esas ideas."
¿Cuál fue su mejor consejo o lección?
En segundo año, después de una escena, me dijo dos cosas. Una: "Mire, usted tiene que saber que es una actriz tímida que le lleva tiempo comprender y captar algunas leyes. Su entendimiento va por otro lado. No trate de ser como los demás. Vaya tranquila, que usted llega". La segunda, cuando salía a escena y mis compañeros se tentaban y yo, con ellos, me dijo: "Es una actriz tentada. Eso está bien porque habla de un disfrute, pero tenga cuidado porque una vez que se entra en esa zona, no hay retorno". Trabajé en eso y cuando terminé segundo año me dijo: "Muriel, usted ya es actriz".
El teatro ayuda a descubrirse. "Sin darte cuenta de lo limitado o extraordinario que podés ser difícilmente puedas atravesar una experiencia profunda y dejar algo bello en una escena, aunque dure 5 minutos."
Julio Chávez
Chávez estudió con Alezzo y fue dirigido por él en Soy mi propia mujer, un papel consagratorio. "Su alma fue construida por un arquitecto con los planos de una catedral. Agustín es una obra de arte en sí misma –dice el actor y también director y docente–. Podría hablar de él como un hombre influido por la técnica de Stanislavski, a través de su maestra Hedy Crilla. Pero la técnica de Agustín en particular atraviesa al ser humano porque tiene una nobleza única. Es un hombre de principios, profundamente afectuoso y con enorme temperamento. Si él determina que un camino no es el correcto, van a pasar 40 años y va a seguir con esa idea. Eso lo vuelve un ser enteramente fiel, con una fidelidad que aparece más en los animales que en los hombres."
Entre otras virtudes, Chávez destaca de Alezzo "su actitud de soltar con las generaciones que vienen. Alezzo fue el primero que me alimentó con una mirada verdaderamente piadora e hizo que me quisiera como actor. Eso a mí me dio mucha fortaleza que sigue vive y que me permitió soportar luego vientos muy fuertes".
¿Qué aprendiste de vos con Alezzo?
Fue el primero que me sugirió empezar a dar clases y me dio esa posibilidad. Yo tenía 22 años. Para mí fue una revelación porque él lo hizo para salvarme, para ver si me podía estructurar económicamente. Pero encontré algo más en la docencia: un espacio maravilloso para mi desarrollo. Lo admiro por muchos motivos, entre otros porque es un hombre que no se queja, que no tiene autocompasión ni se victimiza."
Leonardo Sbaraglia
Alezzo detectó enseguida un talento descomunal en Leonardo Sbaraglia, que tenía 14 años cuando empezó a estudiar en su escuela y que poco después debutó en Clave de sol. "La TV está llena de atajos. Cuidado, tenés que estar atento", recuerda con alegría las palabras de su maestro, su director (en Contrapunto) y hoy también su amigo.
¿Cuál es el método/técnica de Alezzo?
Siempre nos habló de la importancia de encontrar el sentido común de las decisiones de los personajes, con gran hincapié en estar conectados con los compañeros, y, al mismo tiempo, estar muy relajados. Es difícil hablar de técnica porque siento que aún no termino de aprender ni de asimilar todo, que voy a seguir aprendiendo hasta que me muera. Pero sí, gracias a Agustín pude advertir el peso de la palabra y a detectar cuáles son más importantes en un texto.
Alezzo le enseñó a agudizar su mirada y que las cosas simples hay que hacerlas complejas, y las complejas, simples. "Ese consejo siempre viene a mí. Cuando empecé había cosas que no podía entender. Con muy poquitos elementos, me fue alumbrando y simplificando el camino. Lo quiero muchísimo y es un placer siempre estar con él y compartir juntos la vida."
Sbaraglia dice que los personajes son metáforas de uno mismo, que siempre te terminan modificando internamente. "En el caso de Agustín, lo que más he aprendido, antes de hablar de teatro, es con su ejemplo único. Es una persona profundamente humana, generosa. De él deberíamos aprender todos y adoptar su conducta.