Madama Butterfly es la historia de Cio Cio San, una geisha japonesa de 15 años que se casa por arreglo con un teniente de la marina estadounidense, llamado Pinkerton. Es una de las más conmovedoras óperas, la sexta más representada alrededor del mundo desde su estreno en 1904 y luego de sus sucesivos cambios y su versión definitiva en 1907. La ópera compuesta por Giacomo Puccini suele interpretarse como tragedia romántica: su protagonista es abandonada en su país natal, tiene un hijo fruto de esa relación, y decide esperar a su amante durante largo tiempo en la ilusión de ser correspondida en sus sentimientos, hasta que finalmente se ve obligada a enfrentar la realidad de que él no volverá. En verdad sí, volverá pero casado con una mujer de su propia cultura y con la intención de llevarse al hijo de ambos para criarlo junto a ella. Despreciada por su propia familia por haber renegado a sus costumbres y adoptado las de su amor, deshonrada por el abandono y finalmente debiendo renunciar a su hijo, Cio Cio San se quita la vida.
La tragedia de Cio Cio-San genera muchas preguntas. ¿Su historia fue completamente ficticia? ¿Hubo una Butterfly y un Pinkerton reales que la inspiraron? ¿Y si es así, quienes fueron? ¿Y el hijo, adondé está? ¿Tuvo descendientes?
Varios autores se ocuparon de indagar en sus respuestas y si bien no las hay definitivas, las especulaciones de algunos de ellos resultan tanto o más fascinantes que la propia ópera.
La trágica promesa de amor
John Luther Long, el autor de la novela, parece haber escuchado la historia acerca de una pobre niña de una casa de té abandonada por su amante occidental de labios de su propia hermana Jennie, quien era la esposa de un misionero episcopal metodista en Japón. En 1931, el autor de la novela original (que a su vez también recurrió a una historia publicada, Madame Crisantemo) dio una serie de charlas (luego publicadas en The Japan Magazine) sobre la "verdadera" Madame Butterfly:
"En la colina frente a la nuestra vivía una niña de casa de té; se llamaba Cio Cio-san, señorita Butterfly. Era tan dulce y delicada que todos estaban enamorados de ella. Con el tiempo supimos que ella tenía un amante. Eso no fue tan extraño, ya que todas las chicas de la casa de té tienen amantes, si pueden conseguirlos y mantenerlos. El joven amante de Cio-san era bastante amable, pero muy temperamental, de una disposición malhumorada y solitaria. Una tarde hubo un gran revuelo cuando se supo que la pobre Cio-san y su bebé habían quedado solas. El hombre prometió regresar en un momento determinado; incluso había dispuesto una señal para que Cio-san supiera cuándo había entrado su barco; pero la pequeña esposa esperó esa señal en vano.El nunca regresó".
En la versión operística de Puccini, Pinkerton sí regresa, pero acompañado por su verdadera mujer como él mismo se refiere a ella, una mujer a quien es capaz de admirar por algo mucho menos efímero que la belleza: la inteligencia.
El almirante argentino y el secreto de su hijo japonés
Un secreto de familia que acababa de descubrir el periodista y escritor argentino Juan Forn, (como escribió en su columna del diario Página 12), revelaba que en algún lugar del mundo había un pariente japonés al que nadie conocía que podría tratarse del hjjo no reconocido de su bisabuelo, producto de una larga estadía durante la guerra en Japón.
"Hace un tiempo conocí por casualidad a un historiador llamado De Marco. Tuvimos una brevísima conversación y, al despedirnos, él me preguntó por el almirante Manuel Domecq que resultó ser mi bisabuelo. ‘¿Y sabe su familia que es posible que el almirante haya sido el referente en el que se basó Puccini para Madame Butterfly?’, me dijo entonces. Mi bisabuelo pasó unos cuantos años en el Japón, como observador internacional de la guerra ruso-japonesa. La historia es así: él era oficial de la Armada Argentina, lo mandaron a Génova a traer dos acorazados que estaban reparándose allí. Justo en ese momento, Japón le declaró la guerra a Rusia. El gobierno japonés sabía del Pacto de Mayo, el tratado de paz firmado por Argentina y Chile que obligaba a ambos bandos a reducir su flota. Consigue comprar esos dos acorazados, razón por la cual mi bisabuelo terminó llevando esos barcos al Japón, y se quedó en la isla unos cuantos años más de los que duró el conflicto.
La guerra entre Rusia y Japón empezó en 1904, lo que invalidaría la peregrina idea de De Marco, si no fuera por dos datos domésticos. El primero: que es posible que la Armada Argentina enviara a mi bisabuelo al Japón con aquellos acorazados porque sabían que él ya había estado allá, al principio de su carrera, en un barco escuela inglés por un programa de intercambio entre las escuelas navales británica y argentina (nada se sabe de aquellos días de 1886 que pasó mi bisabuelo en el Japón, ni en el terreno histórico ni en el terreno familiar: no hay un solo papel que permita saber siquiera cuántos días fueron). El segundo dato, que impresionó especialmente a De Marco, es aún más doméstico (pertenece a las versiones no autorizadas de la historia familiar): mi bisabuelo volvió finalmente de Japón y vivió el resto de su vida en Buenos Aires, con la única hija que tuvo, mi abuela. A la muerte del almirante, mi familia vivía toda junta en la casona que le quedó a mi abuela, y un día se presentó en la puerta un atildado japonés, que pidió ser recibido por ella. Mi abuela mandó preguntar quién era. El tipo contestó: ‘Soy su medio hermano. Vengo de Japón a presentar mis respetos’. Mi abuela no lo quiso recibir.".
La búsqueda de ese supuesto tío abuelo japonés da origen a la novela de Forn, María Domecq, publicada en 2008 y reeditada diez años después (Emecé) en la que el autor entrelaza ficción con autobiografía e historia.
Más autores en busca de la verdadera Butterfly
El escritor argentino no fue el único que se consagró a rastrear el origen de Butterfly. Años antes y motivado por la investigación artísica, Jan van Rij, había publicado en 2000 el libro Madame Butterfly: Japonisme, Puccini, and the Search for the Real Cho-Cho-san. En ese ensayo escribe sobre Thomas Glover, un acaudalado comerciante escocés que es una especie de procer para la ciudad de Nagasaki. Él llevó el ferrocarril a Nagasaki, construyó las obras de acero de Mitsubishi y fue el dueño de un deslumbrante jardín lleno de flores muy poco "japonesas", el Glover's Garden, que según se cree fue un regalo de su esposa japonesa para honrarlo. Según Van Rij, que estuvo en Nagasaki para investigar el origen de Butterfly, Glover sería el modelo que sirvió de inspiración para la ópera de Puccini. Hay una estatua de Madame Butterfly en el jardín, y muy cerca, otra del propio compositor.
Más recientemente, la escritora india inglesa Lee Langley, autora de la novela Butterfly's Shadow (2010), que recorrió la ciudad para su investigación literaria y también el Glover´s Garden, la describió así: "Al principio no puedo encontrar a Butterfly, pero de repente, allí está ella: elegante en su kimono, una mano protectora en el hombro del niño que con desesperanza entregará a su padre estadounidense. La estatua es un poco kitsch y las melodías de una exuberante banda sonora de Puccini que se reproducen en continuado sugieren que es hora de volver a la realidad.".
La fascinación por Japón
Japón se encontró con Occidente en 1853. El 8 de julio, dos fragatas y dos buques dirigidos por el comandante de la Marina de los Estados Unidos, Mathew Perry, ingresaron al puerto de Uraga. La misión de Perry era convencer al gobierno japonés de establecer relaciones diplomáticas y comerciales con los Estados Unidos, para poner fin a una política de aislamiento de dos siglos de duración. Con el tratado de Kanagawa firmado el 31 de marzo de 1854, Japón acordó abrir sus puertos al comercio exterior. En los años siguientes firmó tratados similares con otros países occidentales.
Una nueva moda por todo lo japonés pronto se multiplicó en Occidente, especialmente en Inglaterra, Francia y los Países Bajos. Las artesanías japonesas y los objetos de arte eran lo más trendy de la época. Los fanáticos, los kimonos, las antigüedades, las cajas de laca, los bronces, los estampados fueron la novedad de la Exposición Universal de París de 1867, y se podían comprar en las tiendas más elegantes de la ciudad. El atractivo de Japón influyó en artistas como Vincent van Gogh, Claude Monet, Toulouse-Lautrec y Edgar Degas. En La Japonaise, Monet pintó a su esposa Camille con un kimono rojo y con un abanico en la mano. El término "japonismo" fue acuñado por el crítico de arte francés Philippe Burty en 1876 para describir esta nueva fascinación occidental con Japón.
Mientras los estadounidenses decoraban sus casas con muebles y objetos de inspiración japonesa, un nuevo subgénero de ficción japonesa emergió en los ambientes literarios estadounidenses de las últimas dos décadas del siglo XIX. Entre los exponentes más exitosos de esta tendencia estuvieron William Elliot Griffis (El imperio de Mikado, 1880), Basil Hall Chamberlain (Cosas japonesas, 1905) y John Luther Long, cuya novela corta Madame Butterfly (1898) iba a proveer la historia para el libreto de Madama Butterfly de Puccini.
La historia de amor es la manera fácil de acceder en un primer acercamiento a Butterfly, pero como suele suceder con las grandes obras, las que trascienden las fronteras, los escenarios y el tiempo, hay muchos otros aspectos que explican el interés universal de la obra. En principio el histórico cultural. En el momento en que fue compuesta, Japón estaba abriéndose al comercio con el mundo occidental. Llegaban los primeros norteamericanos y había una fascinación estética con lo oriental, pero no había una voluntad real por conocer su cultura. En ese sentido, lo que le ocurre a Butterfly con Pinkerton puede leerse como una metáfora de lo que le termina sucediendo a Japón con Estados Unidos: Pinkerton es el conquistador y Butterfly, el territorio a conquistar.
Es posible que haya existido alguna situación similar en la realidad, dado que mientras Japón permaneció cerrado a todo contacto con el extranjero, se instauró la práctica de los matrimonios temporales entre mujeres orientales y comerciantes occidentales. Durante aquella época, el período Edo, feudal, las autoridades shogunes (comandantes del ejército) regulaban el comercio con Occidente a través de la Compañía de Indias Orientales holandesa, que tenía una pequeña filial en la isla de Dejima, frente a la bahía de Nagasaki. Los comerciantes holandeses tenían permiso para instalarse en Dejima, pero solteros. Solo tenían permitido casarse con mujeres japonesas para estar acompañados. El arreglo lo hacía un casamentero a cambio de un precio y un contrato por 999 años. Esta particular forma de fusión entre culturas tenía cierto propósito estratégico para los gobernantes: gracias a las mujeres obtenían información de las actividades de los holandeses en la isla. Durante el período Meiji, cuando se abre el comercio con Occidente, la práctica de matrimonios temporales prosiguió.